sábado, 26 de julio de 2025

Una columna de opinión sobre la inmigración que no va a gustar a nadie

                                                 
                                                                                               
Publicado el 16/07/2025

Óscar Gómez Mera

Mi padre llegó de su Allariz natal a Eibar con su madre y sus hermanos. Tenía 13 años. Llegaron huyendo del hambre. La familia tuvo que elegir entre la miseria del campo o la esclavitud de la ciudad. La industria en aquel momento (principios de los años 50, mi padre nació en 1940) empezaba a desarrollarse en las denominadas provincias vascongadas y Catalunya. La burguesía vasca necesitaba mano de obra. Y se produjo entonces el éxodo del campo a la ciudad.

El “País Vasco” no acogió a mi padre y a su familia. Solo necesitaba su fuerza de trabajo. Las jornadas eran de 10 o 12 horas, sábados incluidos, era necesario hacer horas extras para poder llegar a fin de mes, o tener varios trabajos. Mi padre vivió de patrona, hacinado en una habitación con sus hermanos o con otros emigrantes, tuvo que aprender a leer y a escribir en una escuela nocturna, trabajó varios años sin seguro ni cotización, y muchas veces pasó más hambre que el perro del afilador (Ourense, tierra de afiladores).

Mi padre era un maketo, un belarrimotz…, un migrante de otra región que llegaba al País Vasco para no morirse de hambre, para trabajar creando plusvalía a cambio de un sueldo que apenas daba para subsistir en aquellos años 50 del siglo pasado. Un País Vasco donde el euskara estaba vetado en la vida académica e institucional. Solo se hablaba en los bares, las calles y los frontones. Y cuando estos se empezaron a llenar de migrantes que no lo hablaban, quienes sí lo hacían veían a estos con recelo. Lo cual era muy entendible. Aún así, todos los emigrantes llegados de otras provincias se acabaron integrando en una sociedad donde él único obstáculo era un idioma no reconocido por el régimen franquista. El discurso de que el “País Vasco” o “Catalunya” acogieron a gente de otras regiones era pura propaganda del régimen secundada por la burguesía vasca y catalana, necesitada de mano de obra barata. Quien acogió a mi padre y a todo aquel que llegó a tierras vascas fueron los propios vascos, que al igual que ellos, muchos, tuvieron que dejar el caserío de manera parcial para ir a la fábrica. Fue, en todo caso, la clase obrera autóctona, también abocada al salariado, quien acogió a los gallegos, castellanos, andaluces… que llegaron a partirse el lomo.

Años después, fue mi madre la que tuvo que optar entre la miseria y la esclavitud, y tuvo que dejar su Ortigueira natal rumbo a Suiza, donde conoció a mi padre que también había emigrado a mediados de los 60. El País Vasco y su industria no eran ningún paraíso terrenal, daban para lo que daban, y en el país helvético las condiciones salariales eran mucho mejores (recuerden la película Un franco, 14 pesetas).

75 años después la historia se repite, y lo hace como tragedia. Son migrantes de otras latitudes del globo quienes llegan a todas las regiones del Reino de España. Y la inmensa mayoría lo hace de la misma manera que lo hizo mi padre y su familia, optando entre la miseria y la esclavitud.

Si mi padre y mi madre hubieran tenido la posibilidad de llevar una vida digna en su Galicia natal, no hubieran emigrado, no se hubieran conocido en Suiza, yo no estaría ahora escribiendo esta mierda de columna de opinión, y en Ermua habría más sitio libre para que la humanidad aparcase el coche. Lo mismo sucede con los emigrantes de hoy en día. Si no hubiera trabajos mal pagados que algunos españolitos de a pie no queremos realizar, no habría necesidad de traer mano de obra esclava de otras regiones del globo. Y si en los países de origen de los inmigrantes, las condiciones de trabajo, y también las de vida, fueran dignas, prácticamente nadie dejaría su tierra natal para llegar a tierra extraña a verlas venir.

Mientras la historia se repite hasta la náusea final, los loritos sistémicos de izquierda y de derecha interpretan muy bien su papel en el teatro de la democracia. Unos nos hablan de España como tierra de acogida y del derecho a emigrar, mientras claman contra los otros porque si no hubiera inmigrantes, ¿quiénes nos iban a traer el kebab a casa un sábado a las once de la noche, o quién iba a limpiar el culo de nuestros abuelos? Otros criminalizan a los inmigrantes y alientan las cazas de brujas aún a sabiendas de que si llegan al gobierno (que no al poder) la clase empresarial a la que representan no les dejará hacer otra política migratoria que no sea la de la llegada masiva y descontrolada de mano de obra barata. Ambos se complementan, pues el discurso izquierdista del libre tránsito de personas no es sino el anhelo capitalista del libre tráfico de esclavos.

Ni a los hunos ni a los “hotros” les interesa poner en el centro del debate el tema migratorio. Pues si eso ocurriese, los primeros beneficiados serían los propios inmigrantes, y por ende, los ciudadanos autóctonos que convivimos con ellos. Porque los inmigrantes no llegan al barrio de Salamanca ni a Neguri, y si alguno llega se tratará de algún pariente de Lamine Yamal o Nico Williams, y no de un miembro de la clase obrera.

Hace 75 años el único obstáculo para la integración podían ser unos idiomas (el euskara y el catalán) vetados por el régimen, y hoy son las diferentes culturas y religiones de los inmigrantes que llegan a España, a las que se aferran para llevar lo mejor que pueden el hambre, el desempleo, el hacinamiento… Y de eso es de lo que se vale el sistema, del choque del culturas, para hacer que nos enfrentemos entre nosotros, clase obrera autóctona contra clase obrera migrante, y no nos unamos contra ellos. Contra quienes permiten el tráfico de mano de obra, contra quienes desde el gobierno o la oposición lo permiten, contra quienes no dotan a los barrios obreros de recursos (sanitarios, educativos, culturales, habitacionales…) para integrar lo más rápido posible a los inmigrantes y sus familias, contra quienes quieren equiparar delincuencia con inmigración y se niegan a equipararla con miseria y precariedad, contra quienes han estado décadas expoliando los recursos de los países de donde proceden muchos de los inmigrantes que arriban al Reino de España… En definitiva, contra el capital y todos sus lacayos. Porque la política migratoria actual es la política migratoria del capital, que no contento con poder deslocalizar empresas, también deslocaliza la mano de obrar moviéndola de un lado al otro del planeta como si de ganado se tratase.

Lo dicho, la historia se repite como tragedia. En 75 años no hemos aprendido nada.