En nuestro país ha habido intentos de abolir la prostitución, pero hasta ahora no se ha conseguido. Es necesario una ley que aborde esta lacra de siglos
Denuncia de la prostitución como explotación | Fuente: Jaluj / CC BY-SA 4.0
Sigue siendo así, a pesar de los avances del movimiento feminista: la cultura patriarcal ve el cuerpo femenino como un objeto que puede ser utilizado en beneficio de los hombres, sobre todo, para la satisfacción del deseo sexual y puede ser conquistado y sometido, denigrado y vapuleado, utilizado como moneda de cambio, dominado y abusado, sin pensar que pertenece a una persona y que una persona no es una cosa, sino un sujeto de derechos y que llevamos siglos de historia intentando que esos derechos puedan ser ejercidos por todas las mujeres en todos los lugares del mundo.
Hay muchas formas de explotación del cuerpo femenino; una de ellas es, sin duda, la industria montada para ponerle normas y cánones de belleza y para prolongar la juventud, convenciéndonos de que, fuera de esos cánones, corremos el peligro de ser invisibles, cuestionadas o no aceptadas, y haciendo recaer en muchas personas el sufrimiento y la frustración por no dar la talla.
Pero, sin duda, la forma más atroz de todas es la que sufren las mujeres que son prostituidas, sometidas y cosificadas, engañadas y maltratadas, para nutrir un comercio infame en el que se lucran quienes venden lo que jamás debería estar en venta. Que la prostitución exista desde hace siglos pone a prueba la capacidad civilizatoria de todas las sociedades y nos pone ante el espejo de que queda un largo, larguísimo camino, por recorrer, en la dignidad, la libertad y la igualdad de las mujeres.
Me cuesta entender que, desde posiciones que se definen progresistas y de izquierdas, propongan la regulación. Solo con la abolición podemos acabar con la esclavitud que siguen sufriendo millones de mujeres
En España, desgraciadamente, los datos son alarmantes, y debajo de los datos, los números, las causas y las consecuencias, hay mujeres rotas, engañadas, esclavizadas, pobres… Pero muchas veces miramos para otro lado y vivimos “como si no”, algo que aplicamos a otros aspectos de la vida, porque estar alerta ante la realidad que nos rodea es un esfuerzo y un compromiso y ya se encarga el sistema de alienarnos y seducirnos con otro tipo de mensajes. Y ocurre que, a veces, nos damos de bruces con la realidad y vemos que esas mujeres son reales, que tienen nombre —quizás ficticio, pero eso da igual—, que viven a merced de una llamada, de una indicación, de un gesto del hombre que paga por mantener una relación sexual en la que él dice todo y ella se aguanta con todo; hablan de ellas con desprecio, pueden intercambiarlas entre ellos y pronuncian la palabra “puta” desde el poder que les da su posición de poder.
En nuestro país ha habido intentos de abolir la prostitución, pero hasta ahora no se ha conseguido y no es suficiente la indignación o el escándalo ante una situación que sabemos que existe y que afecta, sobre todo, a las mujeres más pobres, por lo que es necesario una ley que aborde esta lacra de siglos desde todos los ámbitos: con el Código Penal, sí, pero también revisando la Ley de Extranjería; con educación sexual, pero también teniendo en cuenta cómo acceden muchos jóvenes y adolescentes a la pornografía; fomentando en todos los foros el respeto y la igualdad entre hombres y mujeres y con un acercamiento a las mujeres prostituidas que elimine el estigma que recae sobre ellas y les ofrezca alternativas sociales y laborales que les garanticen unas condiciones de vida dignas. Me cuesta entender que, desde posiciones que se definen progresistas y de izquierdas, propongan medidas como la regulación, porque pienso que solo con la abolición podemos avanzar en una sociedad más justa y más igualitaria y acabar con la esclavitud que, en el siglo XXI, siguen sufriendo millones de mujeres.