Es
importante que sobre el populismo de izquierdas, hagamos análisis correctos
sobre lo que ahora es y no por lo que en otros momentos fuera, ya que en estos momentos
sobre él pesa, que demos categoría política a la unidad popular, donde el papel
de la clase trabajadora es fundamental. Al marxismo se llega desde el
conocimiento práctico que da la intervención directa en la lucha de clases y por
el estudio de los clásicos que posibilitaron el desarrollo de la humanidad,
razón por la que a veces se hace costoso el entender las referencias en la
crítica política, a lo que otros intelectuales dijeron en su momento sobre
asuntos similares, como si ya todo estuviera escrito para la eternidad. Ante
ello abra que entender, que las variables del saber y de sus procesos
metodológicos influyen en el resultado final de la crítica y con el populismo
no iba a ser diferente, siendo conscientes de que el error no proviene del
exceso erudito sino por la falta del análisis concreto desde el contexto global
de la lucha de clases, bien por una concepción del mundo materialista pero dogmática
o bien por basarse en el idealismo subjetivo.
Las visiones
que tenemos de la realidad y los pensamientos que nos producen a cada uno son
como los números infinitos, por eso lo importante es la conclusión y no el
perderse en las distintas variables del análisis, el cual debe estar unido al desarrollo
individual de una ética del saber que implique, que lo nuevo conocido no solo
debe servir para transformar la realidad, sino que es básico que primero ella
transforme nuestro saber. Conceptualmente es imposible que sea el mismo Marx cuando
comenzó a escribir por ejemplo sobre el valor en “el capital”, que cuando murió
con él sin cerrar. Lo mismo Lenin, que no podía tener el mismo saber cuándo
destruyeron la hegemonía feudal y burguesa del estado zarista ruso, que cuando
dan un paso atrás para reescribir la nueva política económica para el
desarrollo del nuevo estado soviético, así los nuevos conocimientos cambiaron
sus ideas o las organizaron mejor.
Al finalizar
la segunda guerra mundial con la transformación económica y social que aportó
la revolución soviética a la humanidad, con victorias para la clase trabajadora
como el estado de bienestar en los países socialistas y occidentales, consolidó
en los años sesenta un proceso de revisión del marxismo, que fusionó la
filosofía del materialismo dialectico, con la teoría política marxiana como un
único concepto filosófico. Esta noción del saber que se construye bajo los
logros del desarrollo de la URSS, consolida un revisionismo dogmatico que
provoca la ruptura internacional del movimiento comunista, generando dos
líneas, una eurocomunista y liberal de superación de la lucha de clases y otra
crítica, que fusiona la teoría política marxista con su concepción del mundo en
una sola y exclusiva filosofía marxista leninista, impidiendo el desarrollo del marxismo, donde
cada palabra o frase de sus dirigentes es inmutable y una verdad absoluta por
encima del tiempo y del espacio. Pero la disolución de la URSS en el 1989, libera
la fuerza que explosiona como populismo
de izquierdas en países de América Latina, que desde el golpe de estado en
Chile en 1973, acumula fuerzas desde nuevas formas políticas y organizativas de
la unidad popular, consolidando los procesos revolucionarios en Nicaragua, Venezuela
o Bolivia, que se unen al de construcción socialista cubano, extendiéndose
internacionalmente para superar al inútil y anquilosado marxismo leninismo posprosoviético
y al corrupto y neoliberal eurocomunismo.
De la crisis
del capitalismo global por sobreproducción del sistema de libre mercado desde
los setenta y de la crisis del marxismo dogmático ante la victoria del neoliberalismo
financiero en los ochenta, nace el populismo de izquierdas en confrontación con
la oligarquía financiera neoliberal dominante, para la defensa de los intereses
populares y es esta confrontación la que la convierte en revolucionaria, todo
lo contrario que el revisionismo marxista posprosoviético, que se acopla con la
oligarquía en su crítica sectaria al populismo de izquierdas. El populismo de
izquierdas puede evolucionar desde la perspectiva revolucionaria si coge bien
la lucha de clases o en una línea política degenerativa, que es la que acaba en
la pospolítica del neoliberalismo seudoprogresista tipo la tercera vía socialdemócrata
de Tony Blair, las últimas en España las
vimos con Errejón y Carmena emulando a Llamazares, pero estos en su papel de
populismo progresista acabaron aquí y Roma pagar errores, no traidores.
Los
criterios prácticos o tácticos ideológicos, políticos y programáticos, que
marcan las diferencias entre el populismo y el marxismo leninismo no sectario, están
principalmente en su posición sobre la clase obrera, en situar la
contradicción principal entre pueblo y oligarquía neoliberal, en el
papel del estado como instrumento de la soberanía, en la lucha popular
como proceso de guerra de posiciones en las instituciones, en la
negación de la guerra de movimiento y en el programa de reformas
económicas y sociales para la recuperación del estado de bienestar y
regeneración democrática, todo como línea de demarcación y diferenciación
política del neoliberalismo austericida de la oligarquía.
Su
posición sobre la clase obrera puede ser confusa o ecléctica pero no antagónica con la
marxista. En general debemos entender a los intelectuales del populismo como
Laclau o Mouffe, por encima de las distorsiones que hagan del marxismo, en su
función crítica de confrontar con alternativas al marxismo dogmático dominante,
que la encorsetó y aún ahí sigue, como única clase obrera la de los grandes centros
fabriles y esa clase obrera que nunca fue mayoritaria socialmente y que ni Marx
ni Lenin la elevaron como vanguardia, aunque solo sea, porque nació del sistema
de producción fordista de la postguerra mundial. De hecho como vanguardia, solo
lo fue en el cerebro de los dirigentes revisionistas soviéticos de los años sesenta,
por la revolución industrial fordista que la puso en la vanguardia del
desarrollo científico técnico, superando en muchos aspectos a potencias
capitalistas como EEUU. Pero atendiendo
a los detalles de la metodología marxista, la clase obrera la forman aquellas personas
que careciendo de bienes y posesiones, ofertan su fuerza de trabajo al
empresario de la industria, servicios o administraciones públicas, sumado al
lugar que ocupa en la relación de producción sin mando y sumado a lo que cobra
por su trabajo, siempre menor que los beneficios que produce, quedando su
función así definida. El populismo en general tiene dos formas de verla, no
negarla pero situarla al mismo nivel que los movimientos sociales identitarios
como feminismo, nacionalismo, ecologismo o animalismo, o como superada por las
nuevas condiciones sociales existentes como clase media, precarizada,
desempleada o migrante, siendo todos ellos sustituidos por el concepto más
amplio como pueblo.
Al situar
la contradicción principal entre pueblo y oligarquía, el único error que encubren es el
de no dar categoría de clase a más del ochenta por ciento del pueblo, que está
formado por la clase obrera en términos analíticos marxianos, más otras clases
y sectores sociales oprimidos o explotados por el gran capital, pero sea cual
sea la definición, la clase obrera es mayoritaria en el pueblo tanto en
aquellos que definen como oligarquía al 1% de la gran burguesía dominante, como
la de aquellos que la extienden a sectores de la burguesía y sectores
profesionales dependientes o subordinados directamente por sus intereses a la
oligarquía neoliberal. Tanto en un caso como en el otro, el populismo corrige
con acierto el sectarismo dogmático del marxismo dominante, que impidió durante
muchos años la unidad de acción de la clase obrera, desde su línea política
independiente de otras clases sociales, con la unidad popular orgánica como
expresión política de la unidad del pueblo, central en toda estrategia de
victoria. Esta apuesta del populismo de izquierdas por la unidad popular en
confrontación con el dogmatismo del marxismo dominante en la lucha contra la
oligarquía neoliberal, fue la que posibilitó los procesos revolucionarios en
occidente desde el triunfo del revisionismo en el marxismo en los años sesenta.
En su
defensa del estado como instrumento de recuperación de la soberanía, confronta directamente con la tesis
neoliberal de globalización subordinada a los centros financieros internacionales
y lo sitúa en el mismo ámbito que los procesos revolucionarios
latinoamericanos, donde el poder hegemónico de la oligarquía en el estado es
destruido, resurgiendo uno nuevo desde los valores hegemónicos de la unidad
popular. El ejemplo más claro es Nicaragua, que después de perder el gobierno
los sandinistas por más de una década, la oligarquía fue incapaz de restaurar
su hegemonía en el estado nicaragüense, copado por las estructuras populares
del sandinismo. De tal forma aprendió la lección el imperialismo, que su
siguiente paso fue ir directamente a la desestabilización del estado sandinista
mediante la violencia terrorista y el bloqueo imperialista. Lo que es evidente,
es el acierto de la estrategia populista en la transformación hegemónica de la
superestructura del estado como base del desarrollo económico y social y esto
casa con las tesis leninistas, de consolidación del estado soviético proletario
como base del desarrollo económico, social y de defensa ante los embates del
imperialismo. Actualmente es central, en el proceso de rectificación del
socialismo cubano, donde el estado y sus instrumentos son la base de la unidad obrera
y popular para su desarrollo económico y social. Lo contrario que la transición
española, donde quedó perviviendo en el estado la hegemonía del viejo fascismo
franquista.
La guerra
de posiciones se sitúa como lucha institucional, porque no ven eslabones intermedios
entre pueblo y oligarquía, ya que la visión es del conjunto del pueblo, de su
totalidad, que tiene su impronta del proceso que surge de la movilización de
millones de personas que se conforman en bloques y lo confirma Argentina, donde
el populismo hegemonizado por elementos de la burguesía patriótica entorno al
peronismo, puede ser derrotado como lo fue con Cristina Fernández y emerger desde
la movilización popular nuevamente como alternativa de gobierno y en
particular, por la capacidad que tiene histórica de dar una visión creíble de
unidad popular, que en el ideario de las masas es mucho más que la unidad de
una clase obrera dividida y derrotada mil veces, por el dogmatismo y el
oportunismo neoliberal, que de las dos el pueblo argentino está sobrado. La
capacidad de lucha de la clase obrera Argentina a pesar de su división es
conocida y el porqué de su continuado fracaso y de no ser capaces de reconducir
la dirección política del populismo peronista, es por ser sus líderes incapaces
de entender por su dogmatismo revisionista sectario, que en la unidad popular del
populismo está consagrada la unidad de la clase obrera, por ser una sociedad
industrial y de servicios como Europa, por eso es clave apoyarse en ella para
hacerla también, una necesidad ideológicamente estratégica.
La
infrautilización política y teórica de la guerra de movimientos, viene de la concepción populista de
que la clase obrera ya no existe transformada en clase media, precarizada o
migrante que conforman el pueblo o bien, que la vieja clase obrera industrial
conforma con otros sectores como el feminismo o el ecologismo, los nuevos
sujetos revolucionarios. Al negar a la clase obrera en su conjunto como sujeto,
le imposibilita intervenir en la base de la sociedad económica y política y en
sus organizaciones de masas, con un discurso transversal donde el feminismo o
el ecologismo adquiere toda su fuerza revolucionaria al hacerse desde dentro de
la lucha económica y social o lo que es lo mismo, desde la lucha de clases. Al
interseccionar las luchas de forma individual y fuera de la lucha económica, imposibilita
el desarrollo de los procesos locales de guerra de movimientos, pues estos como
ahora, serán fruto de la espontaneidad de las masas y no de la acción
organizada por las organizaciones sindicales y sociales obreras. La mayor debilidad
de los procesos revolucionarios de base populista, está en una insuficiente
vinculación con la base obrera organizada en los sindicatos y partidos de la
clase obrera y esta debilidad solo un partido obrero la puede corregir, uniendo
la lucha del movimiento obrero que conforma más del ochenta por ciento del
pueblo, a la lucha del pueblo contra la oligarquía neoliberal, como enemigo
principal.
Su
programa contra la austeridad, por la regeneración democrática y la defensa de
las libertades como
instrumento de movilización de masas y propuesta programática, es la línea de
demarcación con el neoliberalismo y el globalismo. Programa concreto y sencillo
de entender por las masas, que encierra en su interior como un todo, la defensa
de los derechos garantizados por el estado de bienestar desde los servicios públicos,
hoy debilitados cuando no directamente suprimidos por las políticas de
austeridad para la acumulación de capital. Por eso es necesario que el derecho
a los servicios públicos del estado de bienestar, sea generalizado como derecho
fundamental garantizado constitucionalmente y financiados mediante impuestos a
la banca, multinacionales, grandes fortunas, empresas y profesionales, como una
medida de valores revolucionarios de base socialista. Dentro de este programa
para su consumación, es donde adquiere su valor fundamental la soberanía del
estado español, sin la cual, es imposible el desarrollo de una política
económica distributiva de la riqueza, como la de acumular la suficiente fuerza
social para eliminar la hegemonía de la oligarquía en los aparatos del estado,
paralelo a una acción unitaria por una Europa democrática y socialista de la
clase trabajadora y los pueblos.
Alonso
Gallardo de los círculos comunistas de Unidas Podemos agosto del 2019