En 1988, un joven académico chino visitó Estados Unidos. Treinta años después, se convertiría en el cuarto dirigente con mayor jerarquía política en China.
Ese académico era Wang Huning.Durante su estancia recorrió más de 30 ciudades estadounidenses y visitó más de 20 instituciones, entre universidades, think tanks y centros de poder intelectual. Llegó a Estados Unidos en su momento de máximo esplendor histórico.
Sin embargo, lejos de dejarse deslumbrar por los rascacielos de Nueva York o el espectáculo de Los Ángeles, lo que observó fueron contradicciones sociales profundas, estructurales y sin solución dentro del capitalismo estadounidense.
Las conclusiones de ese viaje se plasmaron en su libro America Against America. En él, Wang Huning identificó una serie de conflictos fundamentales:
Primero, la contradicción entre los grandes ideales proclamados —“libertad, igualdad y democracia”— y la realidad histórica del país, marcada por desigualdad estructural, discriminación racial y el dominio de grupos de interés. La distancia entre la narrativa de la “ciudad brillante sobre la colina” y los problemas sociales reales genera disonancia cognitiva, fricción social y crisis periódicas de legitimidad política.
Segundo, el choque entre el individualismo extremo y la vida comunitaria. Esta contradicción se manifiesta en redes de protección social débiles, enormes dificultades para construir consensos públicos y una incapacidad crónica para movilizar a la sociedad en torno a objetivos colectivos que trasciendan el interés individual inmediato.
Tercero, la tensión entre diversidad cultural y unidad nacional. Estados Unidos se presenta como un crisol de pueblos, inmigrantes y subculturas, pero esa misma diversidad se convierte en una debilidad estructural cuando el sistema es incapaz de construir una identidad política común y cohesionada.
Cuarto, el conflicto entre igualdad política formal e inequidad económica real. El principio de “una persona, un voto” convive con desigualdades patrimoniales gigantescas, frecuentemente heredadas por generaciones. En el capitalismo, el poder económico se transforma inevitablemente en poder político mediante el financiamiento de campañas, el lobby corporativo y el control de los medios, vaciando de contenido real la democracia liberal.
Quinto, las limitaciones estructurales del sistema democrático estadounidense. El modelo de contrapesos, federalismo y el esquema de “un partido con dos facciones” fue diseñado para evitar la concentración del poder. No obstante, también produce parálisis, burocratización e incapacidad para resolver problemas sistémicos de largo plazo. El proceso termina siendo más importante que los resultados. Es el clásico problema de una democracia procedimental sin democracia sustantiva.
Sexto, el peso de la religión en un Estado formalmente laico. La separación entre Iglesia y Estado coexiste con una sociedad profundamente religiosa, donde la fe influye de manera decisiva en la política pública. Ya en 1988, Wang identificaba conflictos centrales en temas como educación, aborto y valores familiares, anticipando décadas de confrontación ideológica.
Séptimo, la contradicción entre conformismo social y la promesa de libertad individual. A través del consumismo y los medios masivos, la sociedad estadounidense produce homogeneización y disciplina cultural, aunque se presente como un espacio de elección libre. La “libertad” se reduce a opciones comerciales estandarizadas, lo que culmina en la falsa pluralidad del sistema Demócrata-Republicano.
Octavo, la tensión entre cambio y tradición. Estados Unidos glorifica el progreso, la innovación y lo nuevo, pero al mismo tiempo se aferra a una constitución del siglo XVIII, valores conservadores y estructuras institucionales rígidas. Esta contradicción alimenta tanto su dinamismo como sus profundas guerras culturales y generacionales.