sábado, 15 de noviembre de 2025

¿Qué unidad debemos establecer entre el antifascismo y el antiimperialismo?

            

                                                                     

Nov 8, 2025 | 



¿Qué unidad debemos establecer entre el antifascismo y el antiimperialismo?

Unión Proletaria

(Segunda ponencia de Unión Proletaria para la 9ª Conferencia Mundial Antiimperialista, celebrada en Caracas en Octubre de 2025, organizada por la Plataforma Mundial Antiimperialista).

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Hoy en día, ningún gobierno ni partido político de masas se reconoce a sí mismo como fascista. Pero, si nos atenemos a los hechos, es evidente la naturaleza fascista del régimen ucraniano y de la oposición extremista venezolana. Por otra parte, hay una ola conservadora, derechista o ultraderechista que se manifiesta con mayor o menor fuerza en todo el planeta y que comparte, al menos parcialmente, las características clásicas del fascismo. Y es tan heterogénea y contradictoria que, por ejemplo, la derecha alternativa o “trumpista” apoya al sionismo y a la oposición violenta de Venezuela, pero, en cambio, no apoya al gobierno de Zelensky tanto como lo hacen el Partido Demócrata y la socialdemocracia. Hasta parece tener alguna afinidad con el gobierno ruso, cuyos aliados sólidos y estratégicos son los Estados socialistas de China y Corea.

Para orientar a la clase obrera ante estas contradicciones, es necesario esclarecer la base económica de la que surgen. El mundo actual se desenvuelve en la etapa imperialista del capitalismo. En ella, el imperialismo es consecuencia del dominio del capital monopolista y financiero sobre el régimen de producción. La oligarquía monopolista y financiera de los países capitalistas más antiguos y desarrollados domina a sus propios pueblos y a las demás naciones, excepto aquéllas que consiguen liberarse de esta dominación.

De ahí que “las particularidades políticas del imperialismo” no sean la libertad y el progreso de la sociedad, sino “la reacción en toda la línea y la intensificación del yugo nacional”[1]. Tanto en los países opresores como en los países oprimidos, los regímenes políticos pueden variar entre el parlamentarismo liberal y el fascismo, pero todos ellos tienen por cometido respaldar la dominación de una clase burguesa que ha entrado en la etapa reaccionaria de su existencia y que está sometida a su capa superior monopolista. La burguesía, como clase social, ya ha cumplido su papel progresivo de liberar a los productores de las trabas que las viejas formas de propiedad oponían al desarrollo de las fuerzas productivas; las ha sustituido por su régimen capitalista; y el dominio de un puñado de monopolistas y financieros obstaculiza el ulterior desarrollo de las fuerzas productivas cuya naturaleza ya es inmediatamente social. En consecuencia, sus regímenes políticos ya no pueden ser liberadores, sino que, por el contrario, tienden a la reacción, a la opresión.

El fascismo es la expresión extrema de esta tendencia. La Internacional comunista lo definió como “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.”[2] En toda la etapa imperialista moderna, y antes también, incluso los capitalistas más liberales y republicanos se han comportado de manera reaccionaria, chovinista e imperialista con los trabajadores y con los pueblos colonizados por ellos. Pero lo que caracteriza a los fascistas es convertir estos episodios en una sistemática dictadura terrorista del sector más agresivo del capital financiero.

Esta dictadura terrorista no es un ideal permanente para la oligarquía financiera, porque 1º) entorpece la competencia entre poseedores de mercancías (que sigue siendo la base del mecanismo por el que obtiene sus ganancias), 2º) hipertrofia la burocracia estatal y 3º) reduce al mínimo su capacidad de dominar mediante el engaño, creándose enemigos incluso entre las amplias capas inferiores de su propia clase.

Por estas razones, la oligarquía financiera sólo recurre al fascismo cuando su régimen de dominación y de enriquecimiento entra en profunda crisis; una crisis como la actual que le obliga a pasar a una política de guerra contra las naciones soberanas, imponiéndola también a su propia población. Es lo que están haciendo las potencias imperialistas de Norteamérica y de Europa al agredir a Rusia, a Venezuela, a los pueblos árabes y musulmanes, etc., para dominar el mundo. Asistimos a un vaciamiento de los derechos democráticos en los regímenes occidentales, el cual es parte de su proceso de fascistización, junto con su falsificación de la historia de la Segunda Guerra Mundial antifascista y su respaldo más o menos explícito a los fascistas ucranianos, israelíes, venezolanos, etc.

Aunque el fundamento del fascismo está en el imperialismo, la clase obrera y los pueblos oprimidos no siempre debemos luchar principalmente contra éste. En los 1935-45, la tarea principal consistía en unir todas las fuerzas posibles -incluidos los imperialistas liberales- contra el fascismo, porque éste había conquistado las fuerzas estatales necesarias para asaltar al único país socialista existente y esclavizar a los pueblos en provecho de unas pocas “razas”. La victoria en la guerra mundial antifascista fue posible gracias a esta táctica. Y este resultado debilitó al imperialismo en su conjunto hasta el punto de que el socialismo se extendió a todo un campo de países y el sistema colonial se fue desmoronando.

Hoy en día, la situación no es la misma que en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, al menos, todavía: aunque sigue habiendo diferencia entre las fuerzas burguesas fascistizantes y las más liberales o socialdemócratas, prevalece la colusión de todas ellas –bajo el férreo mando de los Estados Unidos- contra las naciones libres (además, las potencias imperialistas mantienen algunos derechos políticos inconcebibles bajo el terror fascista). De todos modos, no hay que olvidar que, también en los años 30, la Internacional Comunista tuvo que desplegar primero una lucha frontal contra la socialdemocracia pro-capitalista y anticomunista, para que las más amplias masas comprendieran la necesidad de un frente unido antifascista. Y, aun así, la socialdemocracia accedió a este reclamo popular sólo tres años después de que el nazismo se implantara en Alemania.

Ahora mismo, el blanco principal de nuestra lucha son las potencias imperialistas y sus agentes en los demás países, y no las fuerzas políticas que comparten algún rasgo reaccionario con los fascistas. En muchos casos, el peor belicismo proviene de los partidos fascistas, pero hay un caso mundialmente importante en que no es así: en Estados Unidos, el Partido Demócrata es el que más pone en peligro la supervivencia de la humanidad al provocar la guerra contra Rusia, mientras que el Partido Republicano -que es más fascista- prefiere fortalecer previamente al imperialismo yanqui, a costa de someter a países más débiles.

Claro que sólo son diferentes tácticas al servicio de un mismo objetivo: derrotar y someter a las naciones soberanas, sobre todo a China que es la más capaz de impedírselo. Sin embargo, esta diferencia táctica es muy importante en un momento histórico en el que las potencias imperialistas se están descomponiendo y las naciones independientes se están fortaleciendo. El curso espontáneo de las cosas juega nuestro favor y, como hizo la URSS en los años 30, al proletariado y a los pueblos nos interesa aplazar el mayor tiempo posible la colisión entre las grandes potencias, desarrollando la fuerza de masas del antiimperialismo, particularmente en los países opresores (como ya ocurre a través de la solidaridad con Palestina).

En el campo antiimperialista, también hay importantes contradicciones. La RPD de Corea y China son socialistas, mientras que el gobierno de Rusia está influido por fuerzas nacionalistas burguesas que comparten intereses e ideas con la derecha filofascista: idealización de la nación y de familia tradicional contra los derechos democráticos de las minorías, confesionalismo, estigmatización de los inmigrantes, rechazo de la izquierda y del comunismo, etc.

La táctica de la clase obrera debe primar la unidad de todos los que luchen contra las potencias imperialistas y por un mundo multipolar, por encima de otras cuestiones democráticas.

Ante todo, debemos rechazar el frente unido con aquella “izquierda” -incluida la socialdemocracia- que apoya al Occidente colectivo, por mucho que tengamos más cercanía con ella en reivindicaciones democráticas secundarias como la reducción de las desigualdades económicas, el laicismo, el republicanismo, los derechos civiles, la inmigración, las tradiciones progresistas, etc. Además, para seguir sirviendo al capital monopolista por el medio de engañar a la clase obrera, esta “izquierda” imperialista ha promovido una caricatura irracional de aquellas demandas democráticas que las desvirtúa (ideología posmoderna, woke, etc.) y las convierte en escarnio de la demagogia fascista.

Al mismo tiempo, traicionaríamos nuestros objetivos estratégicos e incurriríamos en un oportunismo tacticista si, desde nuestra independencia de clase, no combatiéramos los rasgos reaccionarios de otras fuerzas que dicen oponerse a los imperialistas occidentales. No es cierto que la oposición entre la izquierda y la derecha, entre el progreso y la reacción, haya desaparecido. Lo que está desapareciendo -porque siempre fue más aparente que real- es la oposición entre la derecha y la falsa izquierda. Debemos defender con fuerza la causa de la verdadera izquierda, de la democracia y del socialismo.

La formación de un frente unido con fuerzas anti-occidentales que presenten rasgos reaccionarios puede ser necesaria dentro de los países oprimidos y a escala internacional. Sin embargo, no es oportuna dentro de los países opresores, donde el proceso de fascistización promovido por sectores crecientes de la oligarquía financiera es ayudado por las fuerzas ultraderechistas que se disfrazan de patriotas para promover mezquinamente el chovinismo, la división étnica de los trabajadores, su sumisión a los capitalistas, el corporativismo y, en definitiva, la formación de una carne de cañón para la guerra imperialista.

En los países opresores, son admisibles acciones conjuntas con fuerzas parcialmente reaccionarias, únicamente de manera puntual y por la causa principal de enfrentar al bloque imperialista. Análogamente, son admisibles acciones conjuntas con las fuerzas de la “izquierda” imperialista únicamente por otras causas democráticas que son secundarias.

Debemos ser plenamente conscientes de que el destino de la lucha antiimperialista no depende de estas fuerzas, sino del proletariado y de las masas oprimidas que tienden espontáneamente a la democracia y al socialismo. En la medida en que la falsa izquierda hegemoniza este anhelo, los comunistas debemos participar en sus acciones de masas de manera permanente y persistente, desde una posición consecuentemente democrática y socialista, denunciando el oportunismo de sus dirigentes y priorizando la necesidad de confrontar con el bloque imperialista occidental. El frente unido necesario en los países dominantes es el que agrupa a las fuerzas que luchan por la democracia de manera consecuente, es decir, concentrando el fuego contra el imperialismo del Occidente colectivo.

De este modo, podremos resolver las contradicciones que confunden a las masas y esclarecerles el camino hacia su liberación del fascismo y del imperialismo.

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NOTAS:

[1] El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin. Capítulo IX. http://clasicos.free.fr/lenin/imperialismo_fase_superior/critica_del_imperialismo.php

[2] https://www.marxists.org/espanol/dimitrov/1935_1.htm