sábado, 15 de noviembre de 2025

Geopolítica para adultos: un poco de Lenin no hace daño

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26/10/2025





Por Marga Ferré  Presidenta de Transform Europe


Donald Trump y el rey Carlos III de Reino Unido (Foto de archivo).Donald Trump y el rey Carlos III de Reino Unido (Foto de archivo).Aaron Chown/PA Wire/dpa vía Europa Press

En febrero, Jeffrey Sachs dio una conferencia en Bruselas que me resultó interesante. En su crítica de liberal desencantado, acusó a los dirigentes europeos y estadounidenses de "baby politics". Él, buen conocedor de la élite de su país, sostiene que los EEUU ya no necesitan la diplomacia y que actúan, en la era Trump, como el nuevo imperio británico. "De Europa solo exigen lealtad" que, además, obtienen con una docilidad bochornosa (el añadido es mío).

"Lo que hacen los dirigentes europeos no es ni siquiera baby geopolitics, sino negarse a pensar". Y esas palabras sí que me llamaron la atención. Ese negarse a pensar y aceptar de forma sonrojante lo que diga Trump hizo que mi mente rescatara ese otro "negarse a pensar" que Hannah Arendt descubrió como la causa de la banalidad del mal. Lo que quiero decir es que negarse a pensar es algo muy peligroso. 

Por eso, la aceptación acrítica del argumentario estadounidense sobre el asesinato de personas en lanchas en el Caribe (sin juicio, ni acusación, ni defensa, ahora con un portaviones patrullando el Caribe como si fuera suyo) o acatar sus aranceles sin siquiera pelearlo u obedecer y comprarles armas, me parecen tan dañinas para la razón, ni ya que decir para la democracia.

¿No están ustedes hartos de que nos narren las decisiones geopolíticas como si las naciones fueran fichas en un juego en el que, si alguien gana, alguien pierde, y en el que cada uno desarrolla su propia estrategia, sin hablar ni entender a los demás? Es la "teoría de los juegos" que, si en general es absurda, en el caso de la geopolítica, se demuestra infantil y dañina. Forma parte de no querer entender las causas reales de la política de Trump, quizá porque hacerlo nos lleva a un lugar donde, intuyo, muchos no quieren ir: asumir que el imperialismo estadounidense es la política dominante hoy en Occidente. 

Hablar de imperialismo suena a algo muy de izquierdas, pero les aseguro que no. Ellos lo hacen constantemente: "Estados Unidos seguirá siendo una especie de imperio, pero no será un imperio liberal", se lamentaba Ivan Krastev. Citan el imperio, pero no lo entienden. Para la socialdemocracia y la izquierda liberal hablar de imperialismo es molesto y lo entiendo; conceptualizar, comprender el imperialismo nos lleva, indefectiblemente, a Lenin y ese sí que es, para muchos, un lugar incómodo.

Un poco de Lenin no hace daño

El destino de los libros clásicos es ser permanentemente utilizados y reinterpretados y eso es lo que les propongo hacer con Imperialismo, fase superior del capitalismo, de puro útil. 

Lo es porque en él, Lenin demuestra la relación entre imperialismo y concentración de capital: nos cuenta cómo el capital se concentra en empresas tan grandes que, de facto, actúan como monopolios. Éstas, y su relación con el capital financiero, son las que dan forma al imperialismo y a su necesidad de colonias. Me dirán ustedes que Lenin analizó otra época, y tienen razón, pero es que no soy la única que hace la analogía, incluso Antón Costas, presidente del CES, escribe: "Un siglo más tarde, el capitalismo ha vuelto a adquirir uno de los rasgos que le caracterizaron a finales del siglo XIX y principio del XX: una elevada concentración empresarial en la mayoría de los sectores tradicionales de la vieja economía, así como la creación de monopolios en actividades de la nueva economía relacionadas con las tecnologías de Internet".

Y así es, los monopolios tecnológicos son el sello distintivo del imperialismo en la era Trump y esto no es una metáfora. El día de su toma de posesión se rodeó de los CEOs de los gigantes tecnológicos de su país para dejar claro quién manda. Lo que quizá no sea tan evidente es comprender que los monopolios limitan o destruyen el libre comercio, como nos enseña Lenin y como Trump tan gráficamente impuso con su tabla de aranceles urbi et orbi. Proteger sus monopolios, eso es lo que hay detrás de: "Europa tiene que comprar nuestros productos", "En Europa ni soñéis con tener vuestra propia IA" o "España tiene que comprarnos armas", todas ellas frases de Trump o JD Vance.

Reaccionan a un mundo que ya no dominan. Saben, como nosotros, que el PIB de los BRICS ya es mayor que el de los países del G-7, en una brecha crece y que destapa lo oculto: esto no es una guerra de occidente contra China, es una guerra de las multinacionales tecnológicas estadounidenses por hacerse con la totalidad del mercado. 

Cuando Trump visitó el Reino Unido el mes pasado, la foto de la cena ofrecida por su rey era un esperpento: una fantasmagoría del Imperio británico con los CEOs de las Big Tech sentados a la mesa, como baluartes del Imperio. A ellos les debió parecer que estaban en la cima del mundo. A mí me parece que viven en otro planeta.

En la Tierra sabemos, leyendo a Lenin, que el imperialismo es una época de cambios que éstos están por definir. A mis ojos, el cambio ya ha empezado y encuentro su indicio en la brecha entre gobernantes y gobernados que tiene su mayor exponente en la solidaridad con Palestina. Pura desobediencia.

Fuera de las cenas de palacio, hay un mundo que los desafía, una Asia que los deconstruye y millones de personas que empiezan a plantear, como realidad factible, que el mundo puede y ha de ser multipolar, cooperativo y pacífico. Incluso dentro de Europa, pero sobre todo fuera de ella, hay un mundo que está siendo capaz de imaginarse sin imperios.