viernes, 24 de octubre de 2025

Al día siguiente


Articulo publicado por: "TOPOEXPRESS NOTICIAS"


Por Enrico Tomaselli: Ahora que ha concluido el espectáculo más inconcluso y ridículo en décadas, con una veintena de líderes mundiales acudiendo en masa a Sharm el-Sheij para actuar como extras en el espectáculo de Trump, pero sin los dos verdaderos protagonistas (Israel y la Resistencia Palestina), la pregunta es, obviamente, qué sucederá después de que se apaguen los focos.

Responder a esta pregunta requiere, primero, comprender las razones que llevaron al acuerdo. Y, ante todo, hay que decir que lo que dice el llamado «plan de 20 puntos» vale menos que el papel en el que está escrito. Y todos lo saben. El cese del conflicto –la tregua, por lo tanto, ciertamente no la paz– se debe esencialmente a que Israel ha demostrado ser incapaz de lograr sus objetivos políticos y militares, y además ha generado una ola de aislamiento internacional sin precedentes, poniendo en tela de juicio –quizás por primera vez en ochenta años– la existencia misma del Estado judío. Una ola que se sintió especialmente en Estados Unidos, afectando incluso a la base electoral de Trump, que ya carece de un amplio apoyo en el país. Por lo tanto, la tregua responde a la necesidad estadounidense (e israelí) de evitar seguir un camino que ha resultado infructuoso.

Sin embargo, desde la perspectiva de la Resistencia, la decisión de responder positivamente al «plan» se deriva fundamentalmente de varias consideraciones estratégicas. En primer lugar, era evidente que la cuestión de los prisioneros israelíes había perdido gran parte de su eficacia como influencia sobre el gobierno de Tel Aviv, a la vez que seguía siendo un problema político y logístico para la propia Resistencia. Igualmente, las razones que impulsaban al gobierno estadounidense a querer una tregua eran claras, al igual que la dificultad que esto supondría para Netanyahu. Y, por supuesto, la conciencia de que la tregua no solo permitiría a la población de Gaza recuperar el aliento, sino que también reafirmaría la ineludible centralidad de la Resistencia.

En este punto, por lo tanto, independientemente de los posibles contratiempos, es razonable asumir que la tregua se mantendrá. No porque los compromisos de Israel y Estados Unidos sean intrínsecamente fiables –ni mucho menos–, sino porque les conviene, por las razones mencionadas anteriormente. Además, en las últimas horas ha surgido otro aspecto de la estrategia israelí (que demuestra, entre otras cosas, que llevan tiempo preparándose para este evento): la idea era utilizar a ciertos clanes familiares en Gaza, largamente involucrados en el tráfico ilícito y, en ocasiones, vinculados al ISIS, como una especie de brazo extendido de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que, de hecho, los han ayudado y apoyado progresivamente durante los últimos dos años, proporcionándoles cobertura militar, armas y equipo. La presencia de estas bandas tenía como objetivo impedir el control del territorio por parte de la Resistencia. Sin embargo, la Resistencia es plenamente consciente de su plan y está trabajando para limpiar la Franja de estos clanes con una acción militar rápida y decisiva.

La cuestión más inmediata, por lo tanto, será reconstruir una infraestructura administrativa mínima capaz de gestionar la reanudación de la ayuda alimentaria, la reconstrucción de la atención sanitaria, la asistencia a huérfanos y discapacitados, así como la urgente reubicación de la población para el invierno. Esta fase solo puede ser gestionada por lo que queda de la antigua administración de Hamás, con el apoyo de los grupos de resistencia.

Las dos siguientes cuestiones –el momento y la profundidad de la retirada de las FDI, y la gobernanza de la Franja– son preliminares a cualquier proceso de reconstrucción y, por lo tanto, representan la cuestión crucial. Israel, obviamente, intentará retrasar y limitar la retirada tanto como sea posible. Pero esto depende de su capacidad (política, por supuesto) para expulsar a la población palestina de las zonas que controla; en cualquier caso, tenderá, tarde o temprano, a retirarse a la «zona de seguridad» planificada a lo largo de la frontera, lo cual es más simbólico que práctico, y requerirá una presencia militar que no será sostenible a largo plazo. En cuanto a la gobernanza, es evidente que, la fase inicial, bastante larga, la asumirá directamente la Resistencia, por la sencilla razón de que es imposible imponer una estructura efectiva desde arriba, y además, una que no existe.

Por lo tanto, su composición ocupará gran parte de las próximas negociaciones, que, una vez que la atención mediática y, por ende, el interés de los líderes, se hayan desvanecido, se confiarán finalmente a un ejército de sherpas y se prolongarán, en el mejor de los casos, durante meses. Esto, por supuesto, permitirá a la Resistencia reconsolidar su centralidad, incluso a nivel administrativo.

En cuanto a la reconstrucción, es bastante evidente que requerirá una inversión significativa y, por lo tanto, quienes deberán aportar el dinero –los países del Golfo en primer lugar– desearán un mínimo de estabilidad. Por lo tanto, lamentablemente, es improbable que comience pronto. Al menos no a gran escala, ni para los problemas más costosos (por ejemplo, los sistemas de agua y electricidad). Sin embargo, es probable que ocurra algo similar a lo que hemos visto en el Líbano, donde Hezbolá –que ha presionado incansablemente al gobierno para que asuma la carga de la reconstrucción– ha lanzado su propio programa, probablemente también con fondos iraníes. Algo similar podría ocurrir en Gaza, donde, en todo caso, el mayor obstáculo podría ser la dificultad y el tiempo necesarios para entregar los materiales de construcción y la maquinaria necesarios.

La tregua, por lo tanto, tiene buenas posibilidades de durar, al menos a medio plazo. Pero, obviamente, no es ni remotamente una paz, porque ni siquiera aborda los problemas clave que subyacen al conflicto. El conflicto inevitablemente resurgirá. Al mismo tiempo, es evidente que no se trata simplemente de un regreso al statu quo anterior. A pesar del optimismo que Trump difundió generosamente antes, durante y después del espectáculo de dos mitades al estilo del Super Bowl (Knéset y Sharm), estos dos años han transformado Oriente Medio, pero no como creía Netanyahu. Hoy, la realidad es que Israel es más débil, está más dividido internamente, más aislado internacionalmente y es más dependiente que nunca de Estados Unidos. Estados Unidos, por su parte, no lo está haciendo tan bien. Irán, por otro lado, se ha consolidado como una potencia regional, incluso militarmente, perfectamente capaz de enfrentarse a Israel. Y el Eje de la Resistencia, aunque obviamente ha sufrido golpes significativos, ha salido invicto de dos años de guerra.

Todos empezarán a prepararse para la siguiente ronda.

Fuente: Enrico Tomaselli