viernes, 5 de septiembre de 2025

Rastreando el poder


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Por Iñaki Urdanibia

Dónde está el poder, se preguntaba una canción para asociarlo en su respuesta, con no poca sorna, al arriba y al dinero. Generalmente se asocia el poder con el arriba y con el sujeto /clase que en tal se sitúa, y, más en concreto, con el aparato del Estado. Tal ha solido ser la consideración que desde la vulgata marxista (leninista) se ha mantenido, y se mantiene, habitualmente, con algunas excepciones que brotaron allá por los setenta del siglo pasado de la mano de Nicos Poulantzas o de Ralph Miliband, que removieron las mansas aguas de la conformidad con lo dicho. Más tarde, asomaron con fuerza otras valoraciones que ampliaban la mirada sobre el poder derivándola hacia los poderes, sectoriales, en una panorámica microfísica, amén de con una óptica que negaba el carácter meramente opresor, policíaco, del Estado y sus aparatos ideológicos y otros….colándose, por estos derroteros, algunas posiciones rizomáticas, moleculares y horizontales frente a las de orden vertical…cercanas en cierta medida con algunas corrientes ácratas, en donde, a modo de ejemplo, recuerdo la recuperación expresada por Michel Onfray en su principio Gulliver.

Sea como sea, cualquier lucha que se alce contra el sistema, se ve en la tesitura de enfrentarse con el poder, o al menos con algunas de sus expresiones. Es por ello que el investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México plantea en su libro «Teoría del poder. Marx, Foucault, Neozapatismo», editado por El Viejo Topo, varias posturas acerca del tema. No obvia el ensayista el problema de la reproducción especular por parte de las revoluciones de los males contra los que combatía…como si se cumpliese con el origen del propio término de revolución, tomado en préstamo de la astronomía: vuelta de un planeta sobre sí mismo hasta volver a la posición inicial. Con el fin de analizar la cuestión el autor recurre, como consta en el propio título de la obra a Marx, Foucault y al neozapatismo, con sus respectivas variantes como focos que pueden iluminar la cuestión. Si el primero de los nombrados proponía, muy en onda con su época (recuérdese aquella tajante propuesta de su adversario den la AIT, Bakunin que afirmaba que para construir primero era preciso destruir) destruir el Estado, ¿dejando intactos otras esferas del poder como la económica, ideológica, militar, religiosa o educativa?; conduciría aquello a lo que afirmase Vladimir Illich Ulianov al poco de tomar el Palacio de Invierno: el nuestro es el estado zarista teñido de rojo.

Inicialmente se ofrecen unas aclaraciones acerca del uso del termino, que puede ser verbo, sustantivo y también atributo, que se acompaña de un intento de definición de poder como capacidad, siendo considerado como cosa o como realidad independiente, enfocando todo ello al campo de las relaciones sociales. Se avanza por el terreno de los sinónimos y se expone el planteamiento foucaultiano del poder como relación en acto, distinguiendo entre la capacidad y relación, y también entre fuerza, potencia, vigor o poderío, en donde interviene la voluntad y la conciencia, despejando la tendencia considerarlo como mero dominio, mando, autoridad o supremacía; señalándose igualmente la tendencia a confundir una parte del Estado con todo él e igualmente la costumbre de darse una identificación del poder con coacción y violencia, en la onda de el que más puede capador…me viene al recuerdo aquella justa metáfora de Herbert Marcuse acerca de el piloto de un avión que es el que guía el vuelo, y a nadie en sus sano juicio le vendría a la mente atacar el carácter autoritario de tal guía. Se indica que el poder es bidireccional, no unidireccional, no sirviéndose únicamente de la opresión sino que también produce nuevos saberes, provoca nuevos deseos…que sirven, dicho al pasar, para imponer suavemente el hecho de ser dirigidos en una proceso de reproducción del poder. Incide el autor igualmente en separar las formas de poder ligadas al conflicto con otras visiones, y prácticas, que se basan en el sentido comunitario, originando la armonía entre sus componentes. Subrayando que oponerse al poder, o mostrarse contrario a él, ha de conllevar el cómo enfrentarse a él, desde dónde, y se ha de contar con un proyecto en vías a un cambio radical y no únicamente a un cambio de fachada; así pues más que proponer una toma del poder, se trata de iniciar el proceso desde abajo, tomando casamatas como propusiese Antonio Gramsci, siempre, eso sí, adoptando la postura rebelde, resistente y radical.

Desde el principio el autor deja ver su capacidad de hilar diferentes opiniones y caminos: así al pasar señala la hipótesis del contrato social como modo de frenar la violencia, la guerra de todos contra todos. Igualmente recurre a unas tríadas [no me resisto a señalar que la primera de las señaladas la postuló el mismo padre del psicoanálisis. Otra tríada que bautizó Paul Ricoeur, incluido en su De la interpretación. Ensayo sobre Freud, de 1969 como maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud) a la que cinco años antes ya había recurrido Michel Foucault en su conferencia, de 1964, en Royaumont: Nietzsche, Freud, Marx, y también a algunos otros siguieron] que supusieron potentes heridas al narcisismo humano: así, si Copérnico acabó con la centralidad de la Tierra para otorgársela al sol, provocando una herida cosmológica; Darwin al emparentar a los seres humanos con sus antecesores animales, infringió una herida biológica y Freud hizo lo propio en el terreno psicológico, al poner en solfa la centralidad absoluta del sujeto cartesiano, con sus clarividencia, expresada en las ideas claras y distintas. A esas tres quiebras, el autor añade a los tres pensamientos a los que dedica las páginas de su obra. Karl Marx desveló la supuesta neutralidad del poder, incidiendo en el carácter social, económico y político de éste: poniendo el acento en la explotación, la consiguiente luchas de clases (tanto el capítulo II como el III son dedicados a analizar las ideas de Marx (y Engels) con respecto al poder, recurriendo a textos significativos de ambos). A Foucault le cabe la responsabilidad de provocar la herida iluminista al subrayar la relación entre saber y poder, otorgando al poder no sólo contenidos opresores sino también productivos en la medida en que ponía en marcha nuevos saberes, nuevos deseos, etc., que al fin y a la postre no hacían sino lograr el conformismo de los ciudadanos con respecto a él, el autor de Vigilar y castigar, puso en acto la distinción entre macro y micropoderes, exponiendo una microfísica del poder, expresada en diferentes terrenos como la locura, la prisión, la sexualidad, con el hilo conductor de imprimir en los cuerpos y mentes, por medio de las tecnologías del yo y del biopoder, en un proceso de formatear las subjetividades (al pensador de Poitier, dedica el IV capítulo). Por último a los neozapatistas le otorga Aguirre Rojas, la provocación de la ofensa civilizatoria, al poner en marcha unos modos de ejercicio del poder, extendiendo zonas liberadas como forma de múltiples contrapoderes, precisamente esta práctica escapaba de la salidas (callejones sin) que supusieron las experiencias dichas soviéticas, china, vietnamita, etc. ( a los mexicanos dedica el capítulo V, en el que además de las experiencias prácticas, expone las variadas influencias, huyendo de los caminos trillados y de cualquier forma de dogmatismo, que recibieron los comandados por el subcomandante Marcos: al aglutinar militantes guevaristas, trotskistas, gramscianos, marxistas, entreverados con las ideas de Marx y de Foucault…en esa senda de cambiar el mundo sin tomar el poder que dijese John Holloway.

Imposible dar cuenta de todos los recovecos visitados por el autor, que entrega unas lecciones no sólo sobre los pensadores elegidos, sino en un abanico que se abre a consideraciones de la historia y la política del mundo de hoy…Una apuesta clara por la rebeldía, la resistencia y la radicalidad, eso sí, con ciertos tonos teñidos de optimismo con respecto al fin del capitalismo…que a decir verdad, lleva ya años en cuidados paliativos y no acaba de morir, si bien haciendo caso a Antonio Gramsci: «La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no acaba de nacer; en este interregno aparecen una gran variedad de síntomas mórbidos».