Jul 19, 2025 | ANÁLISIS, Reconstitución del PC
Superar el idealismo y el subjetivismo para reconstituir el Partido Comunista
Mientras aumenta sin cesar la capacidad material para mejorar la vida de los trabajadores, como demuestran los éxitos de los países socialistas, el capitalismo sólo sabe empeorarla y llevar a los pueblos al fascismo y a la guerra. Por consiguiente, se vuelve cada día más acuciante la necesidad de elevar la lucha de la clase obrera reconstruyendo su Estado Mayor: el Partido Comunista.
Pero siguen en pie las dificultades y los obstáculos que lo vienen impidiendo desde que los dirigentes del PCE traicionaron su misión histórica revolucionaria. Por supuesto que las ideas y prácticas colaboracionistas con los patronos y su Estado desvían las protestas del camino de la liberación hacia sucedáneos que sólo producen desmoralización y desorganización. Pero es algo que los comunistas son capaces de contrarrestar, y lo han demostrado a lo largo de la historia hasta hoy, a condición de que se unan para organizar los obreros desde la teoría científica del marxismo-leninismo y la práctica del centralismo democrático. Y aquí es donde juega un papel extremadamente nocivo y disolvente el idealismo y, particularmente, el subjetivismo que las relaciones sociales burguesas infunden en la conciencia de los comunistas, sin que éstos se den cuenta y sin que puedan corregirlo mientras no desarrollen una práctica unitaria entre las masas proletarias.
Idealismo es, por ejemplo, reconocer la actual tendencia favorable en la correlación de fuerzas internacionales, pero no el estado todavía desfavorable de dicha correlación. Y subjetivismo es atribuir todo lo que ocurre a la voluntad e intención de los sujetos, ya sean los imperialistas o los revolucionarios, despreciando lo objetiva y materialmente necesario, que es, sin embargo, lo único capaz de orientar certeramente nuestra acción. Lo es también el rechazo injustificado a cumplir con la exigencia leninista de que los comunistas participemos allí donde lo hacen los obreros: en los sindicatos reaccionarios, en las elecciones y parlamentos capitalistas, en los compromisos con tal o cual fracción de la burguesía, etc.
Debido a nuestro atraso, necesitamos aprender de la lucha contra el idealismo y el subjetivismo desplegada por los comunistas de tiempos pasados, y también por nuestros contemporáneos en otros países. Es el caso de los partidos más desarrollados que integran la Plataforma Mundial Antiimperialista.
En la presente ocasión, ofrecemos a nuestros lectores un balance autocrítico que realizaron los mejores militantes de las Brigadas Rojas de Italia frente a la desviación militarista que las llevó a su perdición. Dicho balance inspiró la formación del Partido CARC (Comités de Apoyo a la Resistencia, por el Comunismo), miembro de la PMA. Debido a su extensión, nos limitaremos a publicar la mayor parte del primer capítulo y unos pocos fragmentos sueltos del resto del documento, recomendando estudiar el texto completo que puede descargarse en Cristoforo Colombo – ossia di come convinti di navigare verso le Indie approdammo in America (cuyo índice añadimos al final).
Nos parece un trabajo muy valioso, aunque no necesariamente acertado en todo (el tiempo y la práctica dirimirán en qué). Al escribirse a finales de los años 80, no pudo tener en cuenta la destrucción del socialismo en la URSS y en Europa Oriental, así como la ofensiva anticomunista a que ha dado lugar. Tampoco atiende a la división internacional del trabajo y la consiguiente disminución relativa de la producción material en los países imperialistas, como causa objetiva de la expansión del idealismo liberal entre sus poblaciones. Ambos fenómenos están repercutiendo negativamente en los comunistas también, propiciando que la tendencia a agruparse, prevaleciente hasta los años 50-60, se vea sustituida por la tendencia a disgregarse y a atomizarse.
La crítica de nuestros camaradas italianos contra el idealismo y el subjetivismo quizás no sea suficiente para invertir esta tendencia, pero sí nos parece imprescindible, pues, como ellos advierten en la introducción de su escrito, “sólo si nuestro pensamiento es un reflejo fiel de las tendencias reales y, por tanto, es una guía correcta para la acción, se convierte en fuerza. Por el contrario, si es una imagen distorsionada de la realidad, se convierte en un obstáculo mayor.”
Unión Proletaria.
Cristóbal Colón: cómo, convencidos de navegar hacia las Indias, desembarcamos en América
CARC
(Comités de Apoyo a la Resistencia, por el Comunismo)
EL MOVIMIENTO ECONÓMICO DE LA SOCIEDAD
El movimiento revolucionario y el movimiento de transformación de la sociedad
Devolver a la tierra el movimiento revolucionario, o más bien reconocer los pies sobre los que camina, destruyendo la imagen invertida que de él dan la cultura idealista de la aristocracia obrera de los países imperialistas y la cultura burguesa progresista que en su conjunto permeaba el mundo de donde venimos: he aquí la tarea que nos proponemos aquí.
El movimiento revolucionario no es otra cosa (salvo en la imaginación de sus protagonistas) sino la parte más consciente, más organizada, la más capaz de dirigir conscientemente el movimiento de las clases oprimidas, en primer lugar, el movimiento de la clase obrera, para la transformación de sus condiciones.
(…)
Vivimos en una sociedad que presenta un alto nivel de unificación y dependencia mutua de sus partes en la producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia y en el desarrollo de la superestructura política, jurídica y cultural que sirve a su vida.
El carácter social del proceso de producción se ha desarrollado en la era burguesa hasta tal profundidad, que hace que cada individuo sea incapaz de sobrevivir fuera de relaciones múltiples con otros hombres, y hasta tal punto, que ha unificado por primera vez a los hombres de todos los países en un solo organismo del que los seres individuales se han convertido en partes y miembros.
Esta unificación se logró mediante la cooperación a lo largo del tiempo de la actividad de innumerables individuos y organismos, cooperación que, sin embargo, tuvo lugar espontáneamente, a espaldas de los individuos que se transformaron en partes y miembros del nuevo organismo social de la división del trabajo. Esta unificación fue el resultado de acciones que cada uno de ellos llevó a cabo impulsados por causas totalmente diferentes y con objetivos totalmente distintos a los de la creación de este organismo unitario.
Éste es el resultado que ahora se ha alcanzado y de él comienza todo el movimiento de las sociedades y de los individuos en el mundo contemporáneo.
Aunque en general los individuos continúan sin poner esta condición como premisa de su actividad e incluso la ignoran, el movimiento y la naturaleza de cada uno de ellos están en gran medida determinados y totalmente delimitados por el hecho de ser parte y articulación, por lo demás inconsciente, de un organismo social. Esta es la situación y ejerce sus efectos, incluso si el individuo, e incluso todos los individuos, lo ignoran y uno por uno atribuyen su destino a las estrellas o a los santos: la realidad es más fuerte que la imaginación.
El movimiento de las clases oprimidas por la transformación de sus condiciones, en la sociedad contemporánea en la que incluso la migración a nuevos países para crear nuevas sociedades está ahora excluida, es y no puede ser más que un movimiento por la transformación de toda la sociedad.
La transformación revolucionaria de la sociedad es posible porque es una tendencia inherente al movimiento material de la sociedad misma. Precisamente porque es interna a la sociedad, esta tendencia no puede dejar de operar y, por tanto, manifestarse tanto en el movimiento de las clases oprimidas como en el movimiento de las clases dominantes.
No necesariamente, y en realidad sólo en momentos particulares, esta tendencia se manifiesta clara e inmediatamente porque todo se manifiesta por mediación del material y de las herramientas que encuentra ya existentes.
Todo movimiento puede manifestarse en fenómenos opuestos. La inquietud y el descontento de las masas oprimidas por las precarias condiciones de vida se manifiesta tanto en iniciativas revolucionarias contra el orden establecido como en la búsqueda de refugio y seguridad en un orden más… ordenado (resurgimiento de la religiosidad y la superstición, movimientos fascistas de masas, etc.). La inseguridad de las clases dominantes respecto de su poder se manifiesta tanto en hacer concesiones como en hacer su poder más feroz y cauteloso.
Si cada tendencia se manifestara por lo que es, es decir en abierta e inmediata coherencia con el resultado que sólo puede resolverla y disolverla, si cada movimiento apuntara directamente al resultado que disuelve la causa de su ser mismo, no sería necesaria ninguna ciencia de la revolución. Un movimiento social de este tipo tendría ya una adecuada conciencia de sí mismo y, como máximo, para alcanzar el objetivo que, al realizarse, lo satisface y lo disuelve, requeriría un sistema organizado de división de tareas en su interior, no una vanguardia ideológica, política y organizativa como el Partido Comunista. En tal movimiento, esencia y manifestación, realidad y existencia coincidirían; en sus protagonistas coincidirían conocimiento y sensación, mientras que la ciencia de la revolución es precisamente la comprensión de las causas reales y del contenido real de las mil y contradictorias manifestaciones del movimiento de la sociedad.
Quien quiera comprender el movimiento real de la sociedad debe reconstruir mentalmente las «mediaciones» a través de las cuales una cosa nace, deviene y se transforma.
Aclaremos el concepto con un ejemplo: cada nueva fuente de agua abre su propio camino hacia el mar mediando con las características del terreno y los hechos aleatorios por donde se desplaza; de lo cual se sigue que, aunque el río está determinado por la fuente y no hay río si el agua no fluye de una fuente, la forma que asume el río (el recorrido, la forma del cauce) y la naturaleza del río (más o menos fangoso, etc.) no están determinadas únicamente por la fuente y, por tanto, no pueden comprenderse basándose únicamente en el conocimiento de las características de la fuente; están determinadas también por las características constitutivas y accidentales del terreno y del medio, de modo que es imposible entender por qué un río ha tomado esa forma determinada si no se es capaz de reconstruir la historia de su formación, que es precisamente la historia de la mediación del agua que mana de la fuente con los diversos accidentes que encuentra.
Los oportunistas de izquierda (los dogmáticos) afirman la esencia del proceso, pero niegan las mediaciones entre éste y la realidad circundante que determinan las formas de su aparición y su existencia. Afirman la igualdad entre dos cosas, la esencia y una de sus formas de existencia, la realidad y la existencia.
Los oportunistas de derecha niegan la esencia del proceso en nombre de las diferencias entre él y sus formas de existencia y de la variedad y contradicción de las formas de existencia de un solo proceso.
(…)
el conocimiento adquirido de la esencia de una cosa no es en absoluto suficiente para comprender su forma de existencia; los oportunistas de izquierda, en su pereza mental, exigen precisamente esto.
La otra consecuencia es que cada esencia, cada cosa real, puede adquirir diversas formas de existencia. De la esencia de una cosa nunca se sigue que pueda tener una y sólo una forma de existencia, nunca hay una relación unívoca entre realidad y existencia, entre esencia y fenómeno, entre causa generadora y resultado del proceso. La afirmación de que existe una relación unívoca se llama concepción mecanicista del movimiento.
La crisis de la sociedad capitalista no genera necesariamente la revolución socialista, la fecundación de un óvulo produce tanto un aborto como un nuevo individuo, etc.
La reconstrucción en la mente de la cadena de mediaciones, cadena que es el camino a través del cual la esencia de un proceso genera sus diversas manifestaciones que caen bajo nuestros sentidos, es a la vez una comprensión del movimiento, de las concatenaciones reales entre los fenómenos, y una comprensión de la esencia del proceso. Esta reconstrucción es la formación de la conciencia revolucionaria, su resultado es la ciencia revolucionaria.
Las organizaciones subjetivistas han descuidado y descuidan el proceso de formación de las conciencias, no lo han situado como un campo específico de trabajo revolucionario, regido por sus propias leyes e implementado con herramientas específicas. De hecho, los subjetivistas sitúan el inicio del movimiento de la sociedad en la voluntad y la conciencia de los hombres, a las que conciben como causas primeras, datos originales y primordiales, que no tienen historia y, por tanto, no requieren explicación alguna de su existencia. Niegan que la conciencia y la voluntad se formen a partir de la experiencia y a través del balance de la experiencia y, por lo tanto, ignoran el flujo de la materia a los sentidos y de los sentidos a la conciencia, que obviamente tiene lugar igualmente a sus espaldas. Para las organizaciones subjetivistas la aparición de nuevas fuerzas revolucionarias, la formación de nuevos revolucionarios es un hecho y se limitan en el mejor de los casos a tratar de organizar las fuerzas que espontáneamente se colocan en el terreno revolucionario.
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La exigencia real de transformación opera y se manifiesta continuamente y en todos los ámbitos de la vida social. Cuando no vemos este movimiento, cuando no entendemos las causas de sus manifestaciones, debemos plantearnos la cuestión de ver y comprender.
Cada hombre, cada grupo de hombres, cada sociedad está en movimiento; el mundo entero se está moviendo, aunque no veamos su movimiento. Quien no lo ve es arrastrado o abrumado por él. Ciertamente no juega ningún papel protagonista.
Sucede que no vemos el movimiento de una cosa, que no vemos que esa cosa se está transformando; si tenemos una concepción subjetivista del mundo y una mentalidad subjetivista, entonces nos proponemos la tarea de sacudirla, de ponerla en movimiento. Los subjetivistas son tales precisamente porque piensan que son ellos quienes determinan el movimiento del otro.
Si, por el contrario, tenemos una concepción del mundo y una mentalidad materialista-dialéctica, frente a cosas que parecen inmóviles, nos planteamos la tarea
– de conseguir ver el movimiento que está realizando,
– de comprender las causas de su movimiento, sus fuerzas motrices,
– de comprender los términos intermedios entre las fuerzas motrices y las expresiones que tiene su movimiento,
– de comprender las posibles tendencias, los posibles resultados de su movimiento (que en general son más de uno).
En este punto el comunista debe decidir qué resultado y qué tendencia es más favorable a su objetivo revolucionario, y por tanto qué tendencia apoyar, porque como causa externa puede jugar un papel. La gallina que empolla un huevo fecundado, el cual luego puede convertirse en un polluelo o en una masa putrefacta, favorece que se transforme en un polluelo. Pero si empolla una piedra o un huevo no fecundado, se encontrará en la condición de nuestro subjetivista.
No podemos inventar las fuerzas motrices del movimiento de una cosa, ni decidir qué resultado debe tener su movimiento; podemos ayudar a hacer realidad uno de los posibles en lugar de otro.
Ni siquiera podemos acelerar directamente el movimiento de transformación de la sociedad, porque dicha aceleración estará determinada sólo por la prevalencia de la tendencia más útil a la causa de la revolución entre aquellas inherentes al movimiento actual de la sociedad. Una iniciativa exitosa canaliza nuevas fuerzas en esa dirección y, por lo tanto, cambia la correlación de fuerzas y precipita la situación en su dirección; lo observamos en cada paso de nuestro trabajo, en cada uno de nosotros, en nuestras estructuras.
Así pues, sólo aceleraremos el movimiento de mañana si logramos hacer triunfar en el movimiento de la sociedad actual la tendencia más favorable a la revolución.
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Los subjetivistas acusan a los materialistas dialécticos de sostener que debemos dejar que las cosas sigan su curso, de reflejar la mentalidad de quienes se arrastran tras los acontecimientos, de ser expectantes y de quedarnos a la zaga de los acontecimientos.
De hecho, detrás de nuestra tesis de que todo es movido por causas internas, de que el mundo y su movimiento existen independientemente del sujeto que piensa y actúa sobre ellos, también puede esconderse la actitud expectante y seguidista. Pero los materialistas dialécticos también sostienen que cada movimiento contiene en sí más de una tendencia y puede tener más de un resultado; lo que se afirmará sólo puede ser aquello que está objetivamente contenido en el movimiento. Sólo aquellos que trabajan para que uno de los resultados posibles se alcance contribuyen conscientemente a su afirmación. Por otro lado, aquellos que trabajan para obtener resultados dictados por su imaginación desperdician energía.
Nos distinguimos de los expectantes y de los seguidistas porque no somos contempladores ni intérpretes de una sociedad cambiante, sino que utilizamos, para hacer triunfar nuestra causa, la comprensión de las múltiples y contradictorias tendencias inherentes al movimiento de la sociedad, de la que formamos parte. Las cosas pueden evolucionar en muchas direcciones: pero en direcciones que están todas objetivamente planteadas y dadas, son ésas y no otras; el resultado de un movimiento nunca es inequívoco ni obvio. Nuestra actividad está orientada a hacer prevalecer la tendencia objetiva que corresponde a nuestros objetivos. Esto es algo muy distinto a arrastrarse tras los acontecimientos y movimientos, y a esperar que las cosas sucedan por sí solas. Esto es quizás lo que podría hacer alguien que está convencido de que las cosas sólo pueden ir en una dirección.
Quien sostiene que todo movimiento sólo puede tener un resultado tiene una concepción mecanicista de la realidad.
Cualquiera que, además de tener una concepción mecanicista de la realidad, no esté seguro de querer ese resultado, y no se considere parte de una sociedad que se mueve hacia ese resultado inevitable, sino que camina sobre las piernas de los individuos que la componen, entonces será una persona expectante o seguidista. Plejánov, en su obra El papel de la personalidad en la historia, recuerda acertadamente el caso opuesto, es decir, que el fatalismo puede ir acompañado de una actividad enérgica y favorecerla. ¡Qué poco unívoca es la relación entre acción e ideas!
Nuestro objetivo actual no es hacer que los subjetivistas sean condescendientes con nosotros uniéndonos a sus fantasías y yendo con ellos a golpearnos la cabeza contra la pared, con la excusa de que ellos también están en el campo de la revolución y que fueron nuestros compañeros de lucha hasta ayer.
Precisamente porque fuimos camaradas hasta ayer, y por tanto partícipes de los mismos errores, y juntos “caímos en el foso”, hoy debemos romper, si queremos salir de él, precisamente con lo que se empeñan en ser y mantener.
No podemos confundirlos y/o subordinarnos a ellos. Siempre que en el curso de nuestra actividad revolucionaria tengamos que hacer elecciones de alguna importancia, debemos negarnos a someternos a los subjetivistas, incluso a costa de romper con ellos.
El subjetivismo conduce a las fuerzas revolucionarias a la derrota; nuestras concesiones a los subjetivistas nos arruinarían a nosotros y a ellos.
Es el éxito de nuestro trabajo en la transformación de las condiciones de una manera favorable a la revolución lo que cambiará también a aquellos subjetivistas que no se pasen al bando del enemigo.
Allende sinceramente esperaba e imaginaba que la burguesía y los terratenientes chilenos, y sus amigos en los EE.UU. y el resto del mundo, respetarían la voluntad de las masas populares chilenas. Quien compartió sus ilusiones y su sinceridad fue a la derrota y a la muerte como él. ¿Pero acaso esto hizo que el socialismo triunfara en Chile?
Hoy, por la suerte de la revolución, debemos romper con los subjetivistas; el proceso práctico de lucha política que tenemos a nuestras espaldas ha impuesto esta ruptura, que debe darse de manera materialista, es decir, no con una disputa sobre el subjetivismo y el materialismo dialéctico, sino a través de un choque sobre el proyecto político, sobre cómo proceder y el camino a seguir, basado en el balance de la experiencia y por tanto tal que nos permita a nosotros y a quienes estarán con nosotros salir tanto del atolladero del subjetivismo como de la crisis política actual. Las rupturas de los últimos años nos enseñan, de hecho, una cosa: los organismos que se han formado han encontrado en su interior, en gran medida, los mismos problemas que nos habían dividido. Esto es lo que ocurre cuando los puntos de discordia no han sido suficientemente aclarados en la evaluación de las experiencias comunes y la aclaración no ha sido lo suficientemente profunda como para definir claramente dos caminos irreconciliables para el futuro y, por tanto, determinar alineaciones claras y definidas sobre esos puntos.
Debemos afrontar hoy la batalla que no enfrentamos ayer.
Las fuerzas motrices del movimiento de masas
¿Dónde debemos buscar las causas de las expresiones multifacéticas y contrastantes del movimiento de masas en nuestra sociedad y en el mundo?
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El movimiento de masas y sus formas (expresiones)
El movimiento de masas es el resultado de la confluencia espontánea de impulsos materiales, experiencias prácticas, iniciativas e influencias múltiples y generalmente contrastantes, y está formado por personas y grupos que no están coordinados entre sí, sin ninguna relación consciente entre ellos. Convergencia espontánea no en el sentido de que los esfuerzos e iniciativas focalizadas no tienen ningún papel, sino en el sentido de que ninguna de las iniciativas focalizadas es capaz de determinar el resultado por sí misma, a pesar de lo que piensen sus promotores.
El movimiento de las masas en la sociedad burguesa tiene formas y contenidos compatibles con la condición material de las masas en esa sociedad. Por su propia naturaleza, la sociedad burguesa unifica y divide simultáneamente:
– socializa el proceso de producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia,
– al mismo tiempo niega una gestión social consciente, organizada y preestablecida de este proceso (apropiación privada).
La tendencia de las masas proletarias a moverse colectivamente y por tanto a organizarse proviene de un impulso objetivo (que para la clase obrera es más fuerte que para cualquier otra clase), pero también es continuamente negado, porque contrasta con la relación del capital, con la condición de esclavitud asalariada de los proletarios y con la apropiación privada de los productores de mercancías cuya dependencia mutua debe manifestarse y afirmarse sólo en el mercado.
Entre las masas de la sociedad burguesa, el proletariado es aquella parte que la propia estructura económica empuja a organizarse. Tanto más cuanto más desarrollado esté el carácter capitalista de la sociedad. Hasta el punto de que ningún régimen burgués moderno, por antiproletario y terrorista que sea, puede prescindir de la organización del proletariado (desde el fascismo italiano al nazismo alemán, pasando por el régimen de Pinochet). Busca destruir las organizaciones del proletariado orientadas y dirigidas por revolucionarios, pero se ve obligado a crear otras. El intento de gobernar una sociedad burguesa moderna manteniendo al proletariado atomizado y sus miembros inconexos, sólo puede durar períodos cortos. Cualquier industrial dice que es necesaria una gestión colectiva de la fuerza de trabajo, una contraparte con la que negociar, un convenio colectivo. La burguesía puede intentar que sus hombres dirijan las organizaciones del proletariado, pero no puede negárselas.
Un aspecto característico y necesario del régimen político de las sociedades imperialistas es que la clase dominante tiene y debe tener una línea de masas. Esto ha provocado y provoca que algunos entren en pánico por la «subsunción real total», la «integración» de las masas al capitalismo, el «control de la burguesía sobre las masas», descuidando los enormes recursos que crea para las fuerzas revolucionarias esta limitación impuesta a la burguesía por el nivel alcanzado en el carácter social de las fuerzas productivas.
Las organizaciones de masas son el resultado de caminos más conscientes e individuales que aquellos que dan origen al movimiento de masas, incluso si están estrictamente alimentados por este último. Son el resultado de intentos organizados de analizar la situación y perseguir objetivos. Son un componente del movimiento de masas, una de sus formas de ser y al mismo tiempo un paso en el camino hacia la transformación del movimiento de masas en masas organizadas, en sociedad organizada.
El partido revolucionario, el partido de vanguardia, es un organismo que vuelve al movimiento de masas del cual tomaron sus presupuestos y sus promotores. Los presupuestos prácticos del partido, el comienzo de la conciencia de sus promotores y militantes, provienen y no pueden sino provenir del movimiento de las masas. Sin embargo, todo esto sólo puede consolidarse a través de la elaboración y transformación en un resultado superior en términos de planificación, estabilidad, organización, capacidad de reunir y equilibrar experiencias, flexibilidad, capacidad de moverse y orientarse, que es el partido. El partido vuelve a las masas y cuanto más puede unirse y casi fundirse con ellas, desempeñando allí su papel específico, mayor es la autonomía subjetiva que ha alcanzado como organismo y en las personas de sus miembros (el sectarismo y la falta de autonomía subjetiva –es decir, el seguidismo, siguiendo la estela del movimiento de masas- de hecho, van generalmente de la mano, como lo demuestra la historia de varios grupos). El partido a su vez puede desempeñar su papel y reproducirse en la medida en que su línea y su acción respondan a las necesidades reales de las masas (necesidades a menudo todavía no expresadas, embrionarias, anticipatorias que el análisis del partido le permite percibir) y encontrar por tanto en el movimiento de masas un terreno fértil que las nutra.
Así, el movimiento de masas, las organizaciones de masas y el partido constituyen tres niveles diferentes, conectados por mil hilos de dependencia mutua, pero distintos en términos de grado de conciencia, planificación, capacidad de moverse según un plan predeterminado y sobre la base de una decisión, modos de ser, formas de lucha y roles en el movimiento de transformación de la sociedad.
Por actividad de masas entendemos una actividad realizada de forma más o menos espontánea, con un fondo más o menos amplio (o incluso nulo) de preparación orientada a un fin, con un nivel de conciencia comúnmente extendido.
Llamamos “de masas” a todas aquellas iniciativas en las que participan y colaboran individuos que no están vinculados entre sí por un acuerdo previo.
Una manifestación es “de masas” no porque participe mucha gente, sino porque es una actividad diseñada y organizada para la participación de personas que no están vinculadas por vínculos organizativos o acuerdos con quienes la promueven. Así pues, una manifestación y una huelga son iniciativas de masas, aunque participen pocas personas, mientras que un ejército o un congreso del partido no lo son, aunque reúnan a miles y miles de personas.
Cuanto mayor sea el número de personas que involucra una iniciativa, incluso si están vinculadas por vínculos organizativos preexistentes, menos puede ser predeterminada por la conciencia y los objetivos de quien la promueve y más siente impulsos y tensiones que vienen de afuera, no filtrados por la organización y la conciencia. De hecho, sucede que los ejércitos modernos se desintegran y que las reuniones de personas seleccionadas para un propósito conducen a un resultado opuesto. Se trata de un caso de transformación de cantidad en calidad.
Cuando hablamos de las formas de lucha de masas, hablamos de las formas en que el movimiento de masas (y dentro de él las organizaciones de masas) se mueve para lograr resultados. El movimiento de masas tiene sus propias formas de lucha y organización que no son inventadas por partidos e individuos. Los partidos y los individuos descubren, seleccionan, organizan y generalizan, entre las formas de lucha que se producen espontáneamente en el movimiento, aquellas que son susceptibles de generalización.
Lenin dice sobre las formas de lucha del movimiento de masas:
“… El marxismo se diferencia de todas las formas primitivas del socialismo en que no vincula el movimiento a ninguna forma particular de lucha. Admite las más diversas formas, y no las inventa, sino que se limita a generalizarlas y organizarlas, e introduce la conciencia en aquellas formas de lucha de clases revolucionaria que surgen espontáneamente en el curso del movimiento. Irreductiblemente hostil a toda fórmula abstracta, a toda receta doctrinal, el marxismo exige un examen atento de la lucha de masas en curso, que, con el desarrollo del movimiento, con la elevación de la conciencia de las masas, con el agravamiento de las crisis económicas y políticas, da lugar siempre a nuevos y más variados métodos de defensa y de ataque. No renuncia, pues, en absoluto a ninguna forma de lucha y no se limita en ningún caso sólo a las posibles y existentes en un momento dado, reconociendo que inevitablemente, a raíz de la modificación de una situación social dada, surgen otras nuevas, todavía desconocidas para los políticos de un período determinado. En este sentido, el marxismo aprende, por así decirlo, de la experiencia práctica de las masas y se niega a pretender enseñar a las masas formas de lucha ideadas por ‘sistematizadores’ de gabinete. (…)
En segundo lugar, el marxismo exige categóricamente un examen histórico del problema de las formas de lucha. Plantearse este problema fuera de la situación histórica concreta significa no comprender el ABC del materialismo dialéctico. En diferentes momentos de la evolución económica, dependiendo de las diferentes condiciones políticas, culturales-nacionales, sociales, etc., diferentes formas de lucha pasan a primer plano y se vuelven fundamentales, y en relación con esto, a su vez, también cambian las formas de lucha secundarias, marginales. Intentar dar una respuesta afirmativa o negativa a la cuestión de la idoneidad de un determinado medio de lucha sin examinar en detalle la situación concreta de un movimiento dado en una etapa determinada de su desarrollo significa abandonar por completo el terreno del marxismo.” (Lenin, La guerra de guerrillas).
Cuando hablamos de las formas de lucha del partido, hablamos de las formas en que el partido opera para cumplir su papel. El partido se distingue del movimiento de masas por su grado de autonomía. Hay una autonomía teórica del partido, con relación a sus objetivos a largo plazo, a su programa y al análisis del movimiento de la sociedad, a la conciencia de los miembros del partido. Existe una autonomía práctica del partido en lo que respecta a sus actividades, a las formas de lucha práctica que llevan a cabo sus miembros y sus organizaciones.
La autonomía teórica del partido respecto de las masas es máxima, es el resultado del balance de la experiencia, es la acumulación del patrimonio de la experiencia del movimiento comunista en diversos países y en diversos momentos, es la teoría científica de la revolución, es la comprensión de las líneas principales de un proceso histórico (la transición del capitalismo al comunismo) que abarca una época histórica.
La autonomía práctica del partido respecto de las masas es mínima. El partido está un paso, pero no más de un paso por delante de las masas, porque el papel del partido se expresa no en lo que sus organizaciones hacen, sino en lo que sus organizaciones llevan a las masas a hacer. El partido comprende, elabora y valoriza los impulsos de transformación que surgen de las masas. Valorizar significa construir los modos en que el impulso de transformación pueda expresarse, implementarse y por tanto fortalecerse, los modos que hagan sistemático ese impulso, eleven su nivel, favorezcan su continuidad y crecimiento, es decir, lo contrario de “sofocar y desviar la iniciativa de las masas”. La rebelión contra el capitalismo surge en el proletariado de la experiencia práctica: por eso es generalizada y capilar, y se produce en momentos y de formas diferentes. Si no fuera así, los revolucionarios serían impotentes. La burguesía hace todo lo posible y, basándose en la experiencia, mejora sus medios para sofocar, contener, aislar y desviar estos impulsos. La principal manera de sofocar un impulso es hacerlo impotente: todo impulso a hacer crece y se consolida sólo si se traduce en acción. El partido debe recoger estos impulsos, darles la oportunidad de ser constructivos, de ejercitarse en un objetivo justo, y así consolidarse y crecer.
(…)
Así pues, las formas de lucha del partido están en este aspecto estrechamente ligadas a las formas de lucha de las masas y sólo por ello se nutren de la experiencia de las masas y son capaces de reproducirse tras la afluencia de nuevos militantes.
La importancia que las diversas actividades asumen en el plan de trabajo del partido está por tanto estrechamente ligada a la fase por la que atraviesa el movimiento de masas.
La relación de unidad y diferencia entre las formas de lucha del partido y las de las masas se puede resumir en esto: las formas de lucha del partido deben posibilitar el desarrollo de las formas de lucha de las masas apropiadas a la situación tal como éstas comienzan a manifestarse. Esto es una distinción entre nosotros, los materialistas dialécticos, y los subjetivistas.
Estas definiciones elementales de movimiento de masas, organizaciones de masas, partido revolucionario, iniciativas de masas, formas de lucha nos resultan indispensables para salir de la maraña de alusiones, razonamientos, sugerencias y tonterías en que se encuentra empantanada una parte del movimiento revolucionario.
(…)
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El papel de los medios de comunicación y el control de la conciencia en la determinación del movimiento de las masas
Algunos sostienen seriamente que en nuestra época la burguesía, mediante los modernos medios de comunicación de masas y su utilización inescrupulosa y sabia, ha conseguido y consigue «adormecer», «embrutecer» a las masas dominadas, hacerlas tragar cualquier cosa, de modo que sólo los desviados -de origen misterioso- son los que no se adaptan y se rebelan contra el «sistema». La capacidad de las clases dominantes para manipular a la gente sería entonces ilimitada. (…)
[Es una concepción] idealista en el sentido preciso de que el movimiento de la sociedad estaría determinado por las ideas, imágenes y sugerencias comunicadas por la clase dominante.
La teoría de la sociedad capitalista como sistema, es decir, como un todo orgánico de partes funcionales entre sí, capaz de sujetar todo lo que en su interior se genera, es uno de los caballos de batalla de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Pollock, Marcuse, etc.).
La concepción de la Escuela de Frankfurt contrasta marcadamente con la concepción dialéctico-materialista. Según esta última
– la sociedad burguesa es una unidad dialéctica de elementos opuestos (capital/trabajo, etc.),
– la transformación de la sociedad burguesa está determinada precisamente por sus contradicciones,
– Las instituciones políticas, las concepciones jurídicas y las expresiones culturales de las sociedades burguesas están determinadas por su estructura material.
La Escuela de Frankfurt generalizó y llevó a la cultura y la literatura académicas la concepción unilateral de las características del capitalismo en la fase imperialista expuesta por ideólogos del capitalismo monopolista como Sombart, Liefman y otros exponentes del «capitalismo organizado» y por teóricos socialistas como Kautsky, Bujarin y Hilferding en la tesis del ultraimperialismo. La Escuela de Frankfurt añadió su propia tesis de la capacidad ilimitada de la clase dominante para manipular las conciencias y, a través de ello, determinar la acción de las masas.
La tesis de Kautsky, Bujarin y Hilferding sobre el ultraimperialismo fue criticada exhaustivamente a nivel teórico por Lenin y a nivel práctico por los acontecimientos del período 1914-1945. No nos detendremos en esto, ni creemos que debamos tomar en consideración a quienes reexponen esta tesis sin preocuparse de refutar la crítica de Lenin y reinterpretar la historia del período 1914-1945, así como no debemos tomar en consideración a quienes resucitan la teoría del flogisto sin preocuparse de refutar la teoría de Lavoisier y reinterpretar los resultados de la industria y la investigación química posteriores.
La tesis de la capacidad ilimitada de la clase dominante para manipular las conciencias y determinar así la acción de las masas fue la expresión teórica de la impresión que había sido producida en los intelectuales idealistas (críticos de la sociedad burguesa) por los aparatos de propaganda de manipulación de las conciencias y de la información que los gobiernos de los países imperialistas pusieron en funcionamiento durante la Primera Guerra Mundial y por los aparatos análogos puestos en funcionamiento por los regímenes burgueses, fascistas, nazis o democráticos, comoquiera que se llamaran, en los años siguientes. Los intelectuales idealistas no tuvieron en cuenta las causas materiales reales de las guerras, de los regímenes burgueses y del comportamiento de las masas, y atribuyeron sus efectos a los aparatos de propaganda y manipulación. Pero los aparatos de propaganda y manipulación sólo pudieron y pueden ser eficaces sobre la base de la acción de aquéllas, como lo demuestran innumerables episodios prácticos, por ejemplo, las rebeliones de masas que estallaron en un momento determinado durante la guerra imperialista a pesar de los aparatos de propaganda y manipulación, la inestabilidad de los regímenes burgueses modernos a pesar de sus aparatos de propaganda y manipulación, etc.
Estas concepciones (dirección estatal de la economía capitalista y manipulación ilimitada de la conciencia) se habían convertido en lugares comunes en la cultura burguesa en los años 1950 y 1960, es decir, en el período de la recuperación del capitalismo.
Los exponentes del régimen se regocijaron por este elixir finalmente encontrado de la eterna juventud para la sociedad burguesa.
Los revisionistas siguieron el mismo ejemplo, proclamando que ahora era posible que el Estado dirigiera con éxito la economía de la sociedad burguesa y, por lo tanto, reemplazaron la revolución por reformas estructurales en su programa.
A la izquierda, entre los adversarios políticos, los partidarios de estas concepciones eran Panzieri, Tronti, Asor Rosa, Cacciari, Negri y toda la escuela obrerista (Quaderni Rossi , Classe operaia, Potere operaio , etc.) que maldecían el plan del capital y juraban sobre la primacía de la política sobre la economía.
A partir de estos últimos, esta concepción también había permeado el movimiento revolucionario. A pesar de todas las genuflexiones hechas a Marx, Lenin, Stalin y Mao Tse-tung, el hecho es que los padres espirituales del movimiento del 68 y sus alrededores fueron más Marcuse, la Universidad de Berkeley y la Universidad Crítica de Berlín que los santos padres antes mencionados.
(…)
[Esta concepción del control de los medios de comunicación sobre las masas genera una mentalidad] policiaca o detectivesca porque eso es lo que un policía sueña y quiere hacerle creer a su víctima para tenerla a su merced: verlo todo, saberlo todo, controlarlo todo.
En el terreno político, la dominación burguesa es un intento desesperado (en el sentido de «sin posibilidad de éxito») de reducir a unidad las partes de una sociedad que se basa en la oposición entre vendedor y comprador, entre proletario y capitalista, manteniendo esta base de la sociedad e incluso defendiéndola.
La burguesía ha hecho enormes inversiones, en el contexto de la contrarrevolución preventiva, para difundir entre las masas el sentimiento y la convicción de que su régimen es omnipotente, que las fuerzas policiales son omnipotentes y omniscientes, que su control es omnipresente y está presente en todas partes. La fuerza del régimen se basa también en el miedo que consigue inspirar con sus acciones e insinuaciones. Es a este aspecto de la contrarrevolución preventiva al que contribuyen, ciertamente de manera inconsciente, muchos ideólogos del control social total, agoreros y repetidores de la cultura burguesa.
Las tesis de los propagandistas de la contrarrevolución y de quienes las repiten están claramente en desacuerdo con la práctica actual de toda sociedad burguesa. Precisamente por su constitución material, la sociedad burguesa se basa en la existencia y el choque de intereses contrastantes. El tráfico económico cotidiano, que la burguesía no puede eliminar salvo por cortos períodos y además perjudicando sus intereses y suscitando furiosos conflictos en su seno, hace incontrolables los movimientos moleculares de los individuos. ¡Quisiéramos ver a los ideólogos del control social total ocuparse de los 20 millones de turistas extranjeros que entran en Italia en los tres meses de verano, de los miles de millones de operaciones bancarias y postales que se realizan anualmente en Italia, del movimiento diario de varios cientos de miles de viajeros!
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Parientes cercanos de estos subjetivistas son aquellos exponentes del movimiento revolucionario que creen que «el humo puede existir sin fuego durante mucho tiempo», es decir, que la burguesía, al tiempo que reprime, reduce los ingresos y empeora las condiciones de vida y de trabajo de las masas, puede desarrollar y ampliar las formas y apariencias democráticas de su régimen, es decir, puede crear o dejar abiertos canales de expresión para las masas sin que estos le resulten contraproducentes. Toda experiencia, toda la vida real (¡la vida real, no sólo el parloteo!) contradice esta tesis. Un buen último ejemplo es la introducción de los referendos en el ámbito sindical, auspiciados por los sirvientes de la burguesía para dar voz a la supuesta «mayoría silenciosa» y retirados apresuradamente por los mismos promotores, porque, a pesar de los errores de aventurerismo y extremismo de algunas «vanguardias fabriles», se volvieron contra ellos y se convirtieron así en «vehículos de decisiones irresponsables».
Deberíamos prestar un poco más de atención a los movimientos y comportamientos reales de las masas y un poco menos a los discursos de la burguesía y de quienes los repiten.
El papel de las relaciones interpersonales en la formación de la conciencia y el comportamiento de las masas
Una versión conciliadora y moderada de la concepción idealista del movimiento de la sociedad es la de la existencia de una «infraestructura psicológica de la sociedad», entendida como un conjunto de lugares, situaciones y relaciones de la vida cotidiana (en primer lugar, por cierto, las relaciones familiares y las relaciones entre hombres y mujeres), relativamente autónomas de la estructura económica, en las que se formarían la estructura del carácter y la ideología de los individuos y de las masas.
El grado de materialismo que cada uno de los partidarios de estas tesis reivindica para sí reside en la gradación que cada uno de ellos da, en su teoría, a la palabra relativamente.
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No es inútil señalar que ha quedado ampliamente demostrado que la forma que asume la relación entre los dos sexos está determinada por la estructura material de la sociedad y en ningún sentido puede suponerse como fundamento del movimiento de la sociedad, cualesquiera que sean los méritos de Freud y de los demás partidarios del psicoanálisis en la readaptación de los individuos neuróticos al orden social existente.
Engels abordó ampliamente este problema en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, a la que nos referimos.
Está ante los ojos de nuestra generación cuánto la emigración, la industrialización, la subsunción de las actividades agrícolas y del comercio minorista en el capital, la urbanización, la escolarización masiva, la integración de la mujer en la producción remunerada o por cuenta propia, etc., han cambiado las relaciones entre los miembros de la familia y, más generalmente, las formas culturales y psicológicas de la relación hombre/mujer.
Lo que fue la causa y el efecto de este cambio está claro para todos. Por tanto, no resulta oportuno, después de esta demostración práctica, actual y a gran escala, proponer nuevamente la relación hombre/mujer y en general las relaciones interpersonales extraproductivas como fundamento de la conciencia y del comportamiento de las masas. Ninguna persona sensata haría tal cosa si no fuera por el resultado políticamente paralizante y contemplativo y el papel justificador de la inercia política que tiene tal concepción.
Según los partidarios de esta versión, el comportamiento de la clase obrera en los países imperialistas no está determinado, ni inmediata ni indirectamente, por las condiciones económicas y estructurales en que se encuentra. Su tesis explicaría el comportamiento conservador, si no reaccionario, de la clase obrera en los países imperialistas. En resumen, un resurgimiento de las teorías de W. Reich, ignorando significativamente la verificación que tuvieron en el movimiento obrero alemán, al que W. Reich no era ajeno.
Estos conciliadores van desde idealistas tímidos hasta materialistas indecisos, pasando por una amplia gama de eclécticos.
Por una parte, aceptan los datos históricos como un hecho concluyente: es inútil reconstruir su génesis, para ellos un mismo hecho no puede tener causas y efectos diferentes e incluso contrastantes; en lugar de eso, pensemos en una persona que empuja a otra: podría ser un gesto para salvarla de un peligro inminente o un gesto para arrojarla a una trampa mortal. Según ellos, la clase obrera europea no tomó el poder porque no intentó tomarlo y por eso la clase obrera europea tiene una actitud conservadora y reaccionaria; así, el cartismo, la Comuna de París, las revueltas del periodo entre las dos guerras mundiales, la resistencia contra el nazismo y el fascismo son borrados de un plumazo.
¡Como si todos los movimientos alcanzaran su objetivo y como si en cada uno de ellos no actuara más que una tendencia! ¡Como si cada movimiento no pudiera tener más de un resultado! Ignoran la mediación como categoría lógica y como término concreto del movimiento real. Su conclusión deriva de una concepción no dialéctica sino mecanicista del movimiento.
Por otra parte, estos conciliadores se encuentran atrapados en el dilema de que para llevar a cabo la revolución socialista se necesita un hombre nuevo, dotado de una estructura de carácter y de una ideología no formada por la «infraestructura psicológica de la sociedad actual»; por otra parte, sin embargo, el hombre nuevo no puede ser producido dada la actual «infraestructura psicológica de la sociedad», que sólo puede ser transformada… por la buena voluntad y las buenas ideas de quienes las tienen.
Están empantanados en el absurdo de quienes quieren un socialismo que nazca y se desarrolle desde el principio sobre sus propias bases, es decir, sobre cimientos ya puestos por él mismo. Es evidente, sin embargo, que todo surge a partir de otros o bien no surge en absoluto. Todo lo nuevo comienza a crearse, a sentar las bases para su posterior desarrollo, sólo cuando ha alcanzado una determinada fase de su desarrollo.
La burguesía será derrocada por los mismos hombres que ella misma ha criado y que cree haber formado para su propio uso. Sólo en el curso de este derrocamiento y después estos hombres se transformarán y se sacudirán la mierda de milenios de explotación de clase -no sólo las ideas e imágenes de la cultura específica de las sociedades imperialistas de este período de posguerra- que es un impedimento para su progreso hacia la completa superación de la sociedad dividida en clases. El germen de la revolución socialista y del comunismo está en el capital y no en el “alma buena” ni en el “espíritu comunista” de los proletarios. Precisamente aquí reside la fuerza del movimiento socialista. Si se apoyara en las ideas y los ideales de los comunistas, se apoyaría sobre bases muy frágiles, como lo demuestran los tristes destinos de los Peci y los Curcio, pero antes aún, los de los Togliatti y los Pajetta.
En La ideología alemana, Marx ya había precisado que, tanto para la producción en masa de esta conciencia comunista, como para el éxito de la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo puede tener lugar en un movimiento práctico, en una revolución; que por lo tanto la revolución es necesaria no sólo porque la clase dominante no puede ser derrocada de ninguna otra manera, sino también porque la clase que la derroca sólo puede tener éxito en una revolución si se libera de toda la mierda heredada de la vieja sociedad y se vuelve capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.
Nuestros idealistas quieren hombres limpios, aunque reconocen que la sociedad en la que viven es una mierda. Creen que se puede vivir en un cuchitril sin estar sucio de mierda y se caen de las nubes y se arrancan los pelos cuando tienen que darse cuenta de que, durante cada revolución (en la URSS como en Vietnam, en Cuba como en Nicaragua), los revolucionarios también tienen que lidiar con esa parte de los oprimidos y explotados que la mierda de la vieja sociedad mantiene atada a sus amos.
Finalmente, aunque viven en una mierda, y quizás por eso mismo, no huelen la mierda (marca de fábrica de esta sociedad) que llevan consigo a raudales y que, por si fuera poco, se revela también en su idealismo.
Por eso no nos interesa ningún proyecto de transformación masiva de las costumbres, hábitos y sentimientos del proletariado en la sociedad actual, porque es irreal tanto en su contenido como en sus posibilidades de realización. Ni siquiera se nos pasa por la cabeza la idea de transformar en masa a los malos proletarios formados por la burguesía, sumisos a sus superiores, matones con las mujeres, ignorantes, interesados sólo en el fútbol y las vacaciones, etc., en buenos proletarios que respeten a las mujeres, sean altruistas e inspirados por altos ideales revolucionarios y humanitarios. Esta idea es tan válida como la idea que propone el PCI de transformar a millones de proletarios sometidos al patrón y al comisario, creyentes en Dios y en Maradona y votantes en la DC, en proletarios votantes del PCI gracias a las buenas prédicas y a las buenas intenciones de los activistas del PCI.
Estos proletarios forjados por la burguesía (…) derrocarán a la burguesía cuando se determine una combinación adecuada de elementos objetivos y subjetivos.
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La concepción materialista de las fuerzas motrices del movimiento de masas
La hegemonía relativa que la burguesía ha logrado mantener sobre la clase obrera y el proletariado de las metrópolis imperialistas en el período que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días ha sido posible principalmente por el hecho de que las sociedades imperialistas que sobrevivieron a los trastornos de la primera gran crisis general del sistema capitalista mundial ocurrida en el período 1914-1945, tuvieron ante sí casi 25 años de desarrollo económico continuo durante los cuales la clase obrera y el proletariado de las metrópolis imperialistas lograron mejorar gradualmente su condición material dentro del marco de la propia sociedad burguesa.
Comprender las razones por las cuales la burguesía logró mantener el poder en los países capitalistas más desarrollados (y en particular en los países de Europa Occidental donde ya había un fuerte movimiento obrero), es y será de gran ayuda para el desarrollo de nuestra causa. Está claro, sin embargo, que una comprensión completa y verificada de la razón del éxito de la burguesía (y de la derrota del proletariado) sólo se logrará cuando hayamos logrado la victoria.
La premisa de cualquier razonamiento al respecto es que en Europa Occidental (al menos en algunos países importantes: Alemania, Italia, Austria, Hungría, España) se produjeron situaciones revolucionarias en esos años: las masas explotadas y oprimidas ya no querían seguir viviendo como en el pasado y estaban dispuestas a luchar con todas sus fuerzas para cambiar; las clases dominantes ya no podían vivir y gobernar como en el pasado. Para una exposición más clara de lo que los marxistas quieren decir con la “situación revolucionaria”, véase Lenin, La bancarrota de la Segunda Internacional y La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.
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La continua acumulación de capital en los años 1945-1970 se tradujo en el proyecto de construcción de una sociedad del bienestar en los países imperialistas gracias a otros factores estructurales y superestructurales, económicos y políticos que veremos más adelante.
Estos factores han determinado la forma particular, entre las diversas posibles, que ha asumido este largo período de hegemonía burguesa sobre las masas: el apartamento alfombrado, el automóvil, las vacaciones y las migraciones masivas en lugar de la procesión con el santo patrón.
Los modelos de comportamiento, los mensajes, la propaganda, las sugerencias, en fin, todo lo que es comunicación, sólo han dado la apariencia espiritual, el corolario de imágenes e ideas a esta época de hegemonía burguesa sobre las masas.
Cada pared debe tener un color, no puede haber pared sin color. Pero sería muy particular pensar que es el color lo que hace que la pared se mantenga en pie. Quien confunde la forma de una cosa con su causa, no puede llegar muy lejos. Todo hombre usa pantalones, pero los pantalones no hacen al hombre.
No es cierto que la burguesía sólo tuviera que recurrir a un control limitado de los cuerpos porque controlaba las conciencias; al contrario, sólo porque alimentaba los cuerpos hasta la saciedad, sólo gracias a esto, le era posible controlar las conciencias. Lyndon Johnson no sólo fue el presidente de la guerra de Estados Unidos contra Vietnam: también fue el presidente de la “Gran Sociedad”, lo cual también fue algo muy concreto.
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Quienes recurren a la televisión, a las técnicas de persuasión oculta, a las «nuevas ciencias» y a los «nuevos instrumentos» de sugestión colectiva, a la ubicuidad, adaptabilidad y variedad de los mensajes para explicar el largo período de paz social ocurrido en las sociedades imperialistas después de la Segunda Guerra Mundial, niegan o subestiman la transformación de las condiciones materiales alcanzadas por las clases oprimidas en este período dentro de esas sociedades, para luego, cuando se ven obligados a considerarla, proclamar que son «falsas transformaciones», «falsas mejoras», «falsas reformas». Lo cual es muy funcional para la preservación de sus falsas ideas.
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En este punto nos interesa comprender por qué el proletariado de las metrópolis imperialistas fue capaz de lograr una mejora general de sus condiciones de vida en el período de posguerra y si continuará haciéndolo en el futuro.
La reanudación de la acumulación de capital
Se ha dicho más arriba que en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial la clase obrera y el proletariado de las sociedades imperialistas lograron alcanzar mejoras graduales pero generalizadas y continuas en sus condiciones de vida y de trabajo.
Al decir que el proletariado consiguió mejoras, queremos decir también que la burguesía podía concederlas, que tenía la posibilidad económica de hacerlo.
En el modo de producción capitalista, son los capitalistas quienes inician el proceso de producción y cada uno de ellos lo hace sólo si a través del mismo valoriza su capital.
El proceso de producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia ocurre, por tanto, sólo como soporte del proceso de valorización del capital. Cuando, a través de una serie de circunstancias, las masas logran obtener mejoras que, sin embargo, impiden la valorización del capital, la situación sólo puede ser transitoria. O bien el proletariado consigue ir más allá y establecer su propio poder político, o llega la reacción. De hecho, el proceso de producción se trastoca y surgen movimientos que eliminan las conquistas. La historia lo confirma amplia y reiteradamente: así ocurrió en nuestro país con el “conflicto permanente” en las fábricas de los años 70, y así ocurrió en el Chile de Allende, por citar sólo dos de los casos más emblemáticos. Quien afirma que es la lucha de clases la que en última instancia determina el movimiento del capital, si es coherente, niega que la transición al comunismo requiera la conquista revolucionaria del poder y la dictadura del proletariado. Así pues, a pesar de las apariencias, es un reformista gradualista.
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Algunos sostienen que las mejoras arrebatadas por las masas populares y el proletariado de los países imperialistas fueron posibles gracias a la explotación de las poblaciones de los países del Tercer Mundo.
La inconsistencia de esta tesis se hace evidente cuando se considera que los pueblos de los países del Tercer Mundo fueron ferozmente explotadas por los grupos burgueses de los países imperialistas incluso en los años 1900-1945, cuando las masas populares de los países imperialistas de Europa Occidental y de los EE.UU. también sufrieron hambre y privaciones de todo tipo. Continuaron siendo explotados ferozmente incluso en los años posteriores a 1975 y, a pesar de ello, las condiciones de vida y de trabajo de las masas populares y del proletariado de los países imperialistas comenzaron a empeorar.
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Las mejoras logradas en el período 1945-1975 fueron posibles porque, después de 1945, la acumulación de capital se reanudó en gran escala.
Y esto es así porque, tras la enorme destrucción de capital (en forma de hombres y cosas) y los trastornos políticos y económicos de las dos guerras mundiales y el período intermedio, se había resuelto la primera crisis de sobreacumulación general de capital. La destrucción y los trastornos de treinta años habían despejado suficiente terreno para que el capital reanudara su acumulación. Durante los treinta y cinco años transcurridos entre 1914 y 1949, una parte significativa de la tierra y de la población del mundo escaparon del sistema capitalista mundial gracias a la Revolución de Octubre, la creación de la República Popular China y el establecimiento de repúblicas populares en los países de Europa del Este. A pesar de ello, la acumulación ha podido reanudarse porque no está condicionada por el hecho de que el capital pueda actuar en una vasta parte del mundo, sino por el nivel que ya ha alcanzado: «el límite del capital es el capital mismo».
La solución a la crisis de sobreacumulación general de capital fue acompañada de grandes transformaciones estructurales en el sistema capitalista mundial: la sustitución de la dominación mundial de la burguesía británica por la de la burguesía norteamericana, de Londres por Nueva York como centro financiero mundial, de la libra por el dólar como moneda mundial, del sistema de dominación colonial por el sistema de dominación neocolonial. A lo largo del sistema capitalista se han creado un gran número de formas antitéticas de unidad social. No es posible comprender el movimiento económico y político de las sociedades imperialistas si no se tiene en cuenta la gran masa de formas antitéticas de unidad social. Las formas antitéticas de la unidad social son las instituciones mediante las cuales se expresan la unidad económica de la sociedad y la conexión económica existente entre sus miembros, nacen y funcionan en el contexto de una sociedad que permanece fundada en la oposición de sus partes y en la negación de su conexión (véase sobre esto, K. Marx, Esbozos de la crítica de la economía política, Capítulo sobre el dinero).
La destrucción masiva de capital y las transformaciones estructurales allanaron el camino para la reanudación de la acumulación, es decir, para la valorización del capital y, por tanto, para el desarrollo del proceso de producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia. No fueron las transformaciones estructurales las que determinaron la solución a la crisis de sobreacumulación general de capital. Éstas y las dimensiones del renacido sistema capitalista mundial han contribuido, en cambio, a determinar la extensión y duración del nuevo período de acumulación, porque la sobreproducción general de capital es un fenómeno relacionado con la interacción entre [1] la forma del proceso de producción (la relación de producción) y las condiciones sociales y políticas dadas y [2] el contenido del proceso de producción.
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Con la reanudación de la acumulación capitalista después de 1945, comenzó en los países imperialistas lo que hemos llamado más arriba el proyecto de construcción de una sociedad del bienestar. Es con medidas enmarcadas en este proyecto que las clases dominantes de todos los grandes países imperialistas han gestionado sus relaciones con las masas populares de sus respectivos países después de la Segunda Guerra Mundial. Las promesas siempre fueron mayores que los resultados. Pero las promesas sólo fueron eficaces para determinar el comportamiento político de las masas porque estuvieron respaldadas por una cuota suficiente de logros.
Más que un proyecto orgánico, fue un recorrido objetivo determinado por la confluencia de pulsiones, tendencias, necesidades, intereses y proyectos con orígenes diversos y con objetivos distintos y autónomos. Este curso fue posible gracias a la reanudación de la acumulación capitalista. Ésta era su condición necesaria, sin la cual no habría tenido lugar.
La implementación de este rumbo y no de otros se debió a algunos factores presentes en la sociedad imperialista de la posguerra:
1 – la existencia de una masa de formas antitéticas de unidad social heredadas del período de las guerras mundiales, que permitieron una intervención coordinada de los gobiernos y otras autoridades públicas en la economía para amortiguar los conflictos, evitar desenlaces traumáticos (pensemos en Italia en cuántas industrias fueron liquidadas por sus propietarios y absorbidas por el IRI [Instituto para la Reconstrucción Industrial, creado en 1933]), lanzar programas de desarrollo para ciertas zonas sobre la base de incentivos y exenciones fiscales y un esfuerzo estatal masivo de redistribución del ingreso;
2.- las peculiaridades de la nueva burguesía dominante, la norteamericana, con su aspiración a reformar el capitalismo europeo para asimilarlo, con su probada capacidad para comprar hombres, corromper directivos, crear organizaciones y actividades de distracción, dar respuestas prácticas a necesidades reales evitando que sirvan de pretexto a los comunistas, aislar los casos irrecuperables antes de eliminarlos.
La burguesía norteamericana se ha desarrollado libre de los obstáculos y sedimentaciones producidas en la burguesía europea por siglos de lucha contra las clases feudales. Si muchos exponentes de la burguesía, en la fase histórica en que luchó contra las clases feudales, no hubieran perseguido con tenacidad y sinceridad los ideales políticos y culturales de la democracia burguesa (basta pensar en la Gran Revolución de 1789), la burguesía no habría logrado hacer valer sus intereses. Pero quien goza de la meta ya alcanzada, la encuentra como un hecho y crece sobre esas mismas bases ahora alcanzadas, ya no tiene huella alguna de los sufrimientos del camino.
La burguesía norteamericana nace y crece sobre bases ya burguesas; para ella todo es una mercancía en un sentido más completo, más cínico y universal que para la burguesía europea. Un famoso capitalista estadounidense, el señor [Jay] Gould, proclamó con calma y públicamente: «Puedo contratar a la mitad de la clase trabajadora para matar a la otra mitad».
Otro rasgo característico es la diferencia en el modo en que los capitalistas estadounidenses y europeos realizan sus negocios. A diferencia del burgués americano, el burgués europeo tiende a dar a entender el interés que lo mueve, a revestirlo de motivaciones piadosas. El capitalismo estadounidense parece manifiesto, cínico, desprovisto de las hojas de parra patriarcales con las que el capitalismo europeo a veces cubre sus propias crueldades;
3.- el temor a la revolución socialista que invadió a la burguesía imperialista después de la Revolución de Octubre y el triunfo de la revolución en China: es imposible comprender la conducta política de las clases dominantes de los países imperialistas si no se tiene en cuenta su constante preocupación por impedir a cualquier precio y por cualquier medio la extensión y el fortalecimiento del movimiento revolucionario;
4.- la fuerza política y sindical alcanzada por la clase obrera y las masas populares en los países imperialistas y especialmente en Europa donde las masas, con la lucha contra el nazismo y el fascismo, se insinuaron en los espacios creados por las luchas internas de la clase burguesa;
5.- la necesidad de la burguesía imperialista de contar con un interior pacificado en la metrópoli para enfrentar las revoluciones en los países coloniales, que la constitución de la República Popular China había convertido en un peligro inminente.
Una condición necesaria para la realización del proyecto de construcción de una sociedad de bienestar y el efecto de los logros de este proyecto fue la prevalencia del revisionismo dentro de los partidos comunistas de Europa Occidental. Si éste hubiera intentado llevar al proletariado al poder, al menos en algunos grandes países (Italia, Francia), la burguesía habría tenido que recurrir a guerras civiles de resultado incierto.
Estos factores contribuyeron a que la reanudación de la acumulación capitalista se tradujera en los países imperialistas en el proyecto de construcción de sociedades de bienestar. Ninguno de ellos ni su suma habrían determinado ese proyecto de no haberse reanudado la acumulación capitalista. Tampoco lo determinaron en el periodo entre las dos guerras mundiales, aunque estuvieron ampliamente presentes. Esto basta para refutar la afirmación de los idealistas de que estos u otros factores similares eran condición suficiente para el proyecto, de que el proyecto es fruto de una astuta maquinación contrarrevolucionaria.
En los treinta años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, las masas populares de los países imperialistas consiguieron conquistar, en el seno de la sociedad burguesa, salarios mínimos, prestaciones por desempleo, un sistema general de asistencia sanitaria y de pensiones de invalidez y de vejez, escolarización masiva, relativa seguridad laboral (en Italia en particular: tributación para la mano de obra en el campo, libertad de emigración masiva, abolición del despido para los empleados públicos, nivelación de los mínimos contractuales provinciales (es decir, abolición de las contenciones salariales), estatuto de los trabajadores, ampliación de los derechos sindicales, derechos de organización, iniciativa y representación en las empresas, desempleo mínimo en los años 60, máxima organización sindical y política del proletariado a principios de los años 70).
Este proyecto fue acompañado
– de una mayor movilidad social,
– de la expansión de las clases intermedias de tipo capitalista (funcionarios, gerentes, etc.),
– de la introducción de una gran variedad de costumbres y de bienes de consumo masivo que transformaron radicalmente, en los treinta años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, el modo de vida de las masas y dieron lugar a una búsqueda generalizada e ilimitada de beneficios que la situación económica permitía en medida suficiente para convertirla en un objetivo efectivo.
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Como toda transformación material, el rumbo seguido por las sociedades imperialistas en la posguerra también tuvo sus expresiones en los campos político y cultural.
Después del fin de la segunda guerra mundial, la acumulación de capital se había reanudado a toda vela, una gran crisis como la del 29 no se había repetido, la economía mostraba aún una sucesión de altibajos en el ritmo de desarrollo, pero dentro de una tendencia ininterrumpida hacia el crecimiento, el proyecto de construcción de sociedades de bienestar se desarrollaba.
Al final de la segunda guerra mundial, la burguesía temía que se repitiera una crisis económica similar a la del 29, basándose en la constatación de que sólo el rearme y la guerra habían puesto fin a las manifestaciones más llamativas de esa crisis (paro masivo, parálisis de gran parte del aparato productivo, etc.). Los economistas políticos burgueses validaron este temor y los economistas revisionistas los siguieron, mostrando ambos una falta sustancial de comprensión de la naturaleza de la crisis de 1929.
Sobre la base de estos sólidos elementos materiales nacieron y se consolidaron:
– la teoría según la cual las asociaciones de Estados y las asociaciones de capitalistas podrían gobernar y dirigir el movimiento económico de las sociedades burguesas, teoría que aparece en los últimos años de la «belle époque«, a principios del siglo y que resurge en el apogeo del proceso de acumulación, en los años 1960;
– la teoría de la desaparición del ciclo económico y, por tanto, del fin de la repetición periódica de crisis económicas que nadie ha podido evitar;
– la teoría según la cual las guerras imperialistas ya no eran inevitables, puesto que los conflictos económicos interimperialistas y las dificultades económicas del modo de producción capitalista tenían soluciones pacíficas y mutuamente ventajosas para las partes involucradas;
– la teoría de que el socialismo se afirmaría gradual y pacíficamente, sin necesidad de revoluciones, a pesar de que en esos mismos años los estados imperialistas libraban feroces guerras de exterminio para resistir a los movimientos de liberación nacional.
En los países imperialistas se convirtió en la cultura dominante, extendida, encarnada en mil prejuicios y clichés, una cultura burguesa progresista e igualitaria. La igualdad, el pleno empleo, el derecho de los trabajadores y, en general, de todo grupo con intereses comunes a organizarse y expresarse fueron señalados como valores positivos y como objetivos para todos. La forma parlamentaria de gobierno político de la burguesía se convirtió en un artículo de fe. Las líneas de masas y las formas de encuadre de masas fueron articuladas al máximo para evitar la imposición de una opinión específica, pero confeccionando una opinión a la medida de todos los gustos; en ese período hubo efectivamente una «expansión de la democracia aparente», que sin embargo se basó en transformaciones reales y, como veremos, no estuvo exenta de consecuencias.
Paralela y consecuentemente, en el movimiento de masas prevalece la cultura idealista de la aristocracia obrera, que es una derivación popular de la cultura burguesa progresista apoyada en la experiencia práctica de la aristocracia obrera.
Los idealistas generalmente confunden las expresiones culturales del proyecto de construcción de sociedades de bienestar con su contenido y atribuyen a estas expresiones culturales el comportamiento político de la clase dominante y de las masas de los países imperialistas (los treinta años de paz social). Pero todas estas diversas expresiones culturales no habrían tenido ningún efecto político y habrían permanecido en formas minoritarias, como lo fueron antes del período del que hablamos y como vuelven a serlo hoy, si no hubieran correspondido a una serie de transformaciones en las condiciones materiales de las masas populares, del proletariado y de la clase obrera.
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Esta fase de la historia de los países imperialistas alcanzó su apogeo y su fin entre finales de la década de 1960 y principios de la de 1970.
Por una parte, el ritmo de acumulación de capital comenzó a disminuir, aparecieron los primeros síntomas de una sobreproducción general de capital, las contradicciones económicas entre los grupos imperialistas y los Estados crecieron y encontraron su solución en actos de fuerza por parte de una de las partes involucradas, el proceso de producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia mostró los primeros síntomas de crisis.
Luego la tendencia económica comienza a revertirse. La burguesía, la intelectualidad asociada a los gerentes de producción reunidos en cárteles, los Estados imperialistas y sus organizaciones internacionales habían dirigido el movimiento económico en la fase 1945-1970 como la mosca cochera había dirigido al caballo.
Las teorías de gobernabilidad y de fin de las crisis fueron prácticamente refutadas por la explosión de la nueva crisis de sobreproducción general de capital en los años 70.
Por otra parte, alcanzaron su máximo desarrollo las tendencias políticas y culturales generadas por la tendencia económica positiva que estaba llegando a su fin. El movimiento político que tuvo lugar en todos los países imperialistas a finales de los años 1960 y principios de los años 1970 es resultado de esto.
Se trata, ante todo, de una crisis y una división en el seno de la clase dirigente, desgarrada y paralizada por los conflictos. Esta crisis deja el camino abierto al movimiento político y reivindicativo de las masas que tienden a traducir en la práctica, llevándolas hasta sus consecuencias extremas, las promesas y los ideales del proyecto de sociedad del bienestar: igualdad política y económica, liberación de la necesidad, posibilidad de que todos se beneficien de los bienes producidos, acceso universal a la cultura y a los instrumentos de gestión de la sociedad. No se le podía negar nada a nadie. La abundancia de bienes producidos confortaba el sueño, pues la limitación evidentemente no estaba en la cantidad de bienes materiales que se pudieran producir, sino en las relaciones de producción que la cultura vigente negaba e ignoraba idealistamente. Según la cultura actual no existían obstáculos para el crecimiento y los que se encontraban eran fruto de prejuicios y conspiraciones y podían y debían ser derribados.
La Trilateral, la asociación mundial de los grandes burgueses, expresa conscientemente la situación objetiva de la burguesía al afirmar que hay demasiada democracia y que se han creado demasiadas expectativas que no pueden satisfacerse.
Las Brigadas Rojas, y la lucha armada por el comunismo en general, encontraron su cuna en este contexto. Nacen y crecen como la expresión extrema, máxima, más radical y consecuente de ese movimiento de masas, expresan la extremización sistemática de las reivindicaciones planteadas por la movilización de las masas. (…)
La derrota del «movimiento del 68» en cuanto a su contenido y objetivos no se debió a errores políticos, sino a la naturaleza misma del movimiento, a los objetivos que se propuso y que eran incompatibles con la sociedad burguesa, para cuya eliminación el propio movimiento no tenía ningún proyecto realista ni posibilidad alguna, a pesar de sus muchas declamaciones.
La derrota que se realizó plenamente a finales de los años 70 fue ante todo la derrota de todo lo que constituía ese proyecto de construcción de una sociedad del bienestar y de los diversos revisionistas y reformistas que, más allá del estruendo de los grupos y de las polémicas, eran los verdaderos intérpretes de ese movimiento (…). El destino de los revisionistas estaba de hecho sellado entonces, el agotamiento de su papel en la vida política fue decidido por ese desenlace y en estos años la ejecución de la sentencia está en marcha.
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La crisis de sobreproducción general de capital
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La crisis de sobreproducción general de capital se produce cuando el plusvalor producido en un ciclo de valorización es mayor que el que puede emplearse rentablemente, como nuevo capital que se interpenetra con el capital preexistente, en el siguiente ciclo de producción: compra de medios de producción y de fuerza de trabajo, conducción del proceso de trabajo, venta de las mercancías producidas.
La crisis por sobreproducción general de capital se diferencia -en cuanto a las causas que la determinan, a las posibilidades de gestión por parte de los Poderes Públicos y a las soluciones- de otras crisis propias del modo de producción capitalista, es decir, las crisis por sobreproducción de bienes, las crisis por subconsumo de bienes, las crisis por desproporción entre sectores productivos, las crisis estructurales. Sin embargo, en ella se manifiestan todos los fenómenos de estas cuatro crisis, en esencia la masa de nuevas inversiones no es adecuada al capital existente y por tanto la demanda de bienes no es adecuada a la oferta de bienes, y están presentes todos los intentos de soluciones correspondientes a las cuatro crisis consideradas. Sin embargo, dadas las diferentes causas de su aparición, estos intentos no conducen a ninguna parte.
Sólo gracias a la masa de formas antitéticas de unidad social existentes en las sociedades imperialistas actuales y que tienen precisamente la función de contrarrestar las tendencias más destructivas de las contradicciones del modo de producción capitalista, la crisis de sobreproducción general del capital no se ha manifestado todavía en el derrumbe general del proceso de producción. Hasta ahora han ofrecido al capital excedente una serie sucesiva de posibilidades de valorizarse mediante la creación y multiplicación de dinero y de títulos financieros, es decir, una masa de títulos de crédito. Esto ha conducido a la formación de una masa creciente de capital-dinero, capital que nunca entra en el proceso de explotación directa de la fuerza de trabajo, sino que busca valorizarse y se valoriza a través de una mayor creación de dinero, a través de un mayor aumento de la masa de dinero. Y esto ha permitido hasta ahora que el capital empleado directamente en la explotación de la fuerza de trabajo lleve a cabo su proceso de valorización con bastante regularidad y ha evitado, por tanto, la perturbación del proceso de producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia.
La valorización puramente monetaria del exceso de capital, sin embargo, también ha implicado la eliminación de algunas de aquellas instituciones que, al permitir dicha valorización, impedían que el exceso de capital fluyera hacia el sector productivo y lo perturbara. En conclusión, en los años 1970 y 1980, la crisis de sobreproducción general de capital despejó al menos parcialmente los obstáculos que impedían su solución efectiva consistente en la destrucción de una cantidad adecuada de capital. Los círculos gobernantes llamaron desregulación a esta eliminación de obstáculos a la crisis y la presentaron como una solución a la crisis, porque cada remoción de obstáculos permitía la valorización de algún capital y por tanto era un alivio temporal de la crisis para esos sectores.
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El comienzo de la nueva crisis de sobreproducción general de capital ha significado hasta ahora, además del aumento de los activos financieros y de la masa de capital dinerario, sobre todo
– desaceleración de las tasas de crecimiento de la producción en diversos sectores,
– reducción de la tasa de crecimiento del comercio internacional,
– aumento del proteccionismo comercial por parte de Estados individuales,
– aumento de la competencia en los ámbitos comercial y financiero,
– reestructuración tecnológica y financiera,
– concentración de capital,
– los crecientes desequilibrios en las balanzas comerciales y de pagos de los principales países, mediados hasta ahora por acuerdos entre las autoridades económicas y políticas de los 7 principales Estados imperialistas,
– el aumento de la deuda pública en los principales países,
– tensiones en el ámbito de la deuda externa.
En la vida de las masas el inicio de la crisis ha producido hasta ahora:
– la precariedad laboral (la unión dialéctica entre empleados y desempleados que el profesor Negri niega que sea la transformación de los empleados de hoy en los desempleados de mañana: nada garantizado, es una «sociedad de tercios» soñada por los intelectuales del SPD),
– el desempleo, especialmente entre los jóvenes, las mujeres, los discapacitados y las minorías,
– reducción de los salarios (recortes en la escala móvil y en instituciones similares),
– restricción de los derechos de los trabajadores en el lugar de trabajo (restricción del estatuto de los trabajadores, restricción del derecho de huelga mediante códigos de autorregulación y medidas legales, requisas, restricción del derecho de organización y representación),
– intensificación del ritmo de trabajo y empeoramiento de las condiciones de salud e higiene de los trabajadores,
– descentralización de la producción,
– recortes en el «gasto social»: servicio nacional de salud, subsidios familiares, escuelas,
– reducción de la asistencia social y de las pensiones,
– devastación ambiental.
Las manifestaciones de la crisis vistas hasta ahora son sólo el comienzo. Hasta ahora y por un tiempo más disfrutaremos:
– del efecto dilatorio de las instituciones creadas en los últimos años,
– de las reservas acumuladas durante los años de bienestar, en lo que respecta a las condiciones de vida,
– de la posibilidad de trasladar los efectos más agudos de la crisis, que durarán hasta que los conflictos económicos se hayan traducido en conflictos políticos, es decir, entre Estados, de un país a otro.
Cualquier análisis de las causas de la crisis y cualquier propuesta de salida a la crisis que tenga en cuenta sólo o principalmente fenómenos nacionales es erróneo. (…)
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El inicio y desarrollo de la crisis, la inversión de la tendencia económica ocurrida en los años 70 tuvo también su expresión cultural. La cultura burguesa progresista se ha debilitado enormemente en favor de una reedición de la cultura burguesa reaccionaria. Como ya ocurrió en las décadas que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, la burguesía pesca, repinta, relanza y presenta como novedades de última hora todas las culturas reaccionarias. La relativización del conocimiento reducido a sensación y sentimiento individual, el escepticismo y el agnosticismo son asumidos por la cultura burguesa progresista, en la medida en que sobrevive, como denominadores comunes de sus diversas manifestaciones.
Conclusiones
Los años 1970 fueron la culminación de una fase de acumulación de capital y de desarrollo económico que comenzó al final de la Segunda Guerra Mundial: el equivalente a la «belle époque» de principios de siglo y el punto de partida de una nueva fase de crisis: el equivalente a la primera mitad del siglo XX.
De este modo ha terminado el período de paz social sustancial en los países imperialistas. Los conflictos de clases empeorarán. El terreno de nuestra acción es amplio y fructífero.
Sólo analizando los movimientos concretos podemos comprender hacia dónde empujarán las fuerzas motrices reales a las clases de la sociedad burguesa, y podemos determinarlo en parte mediante la acción subjetiva apropiada a las tendencias objetivas.
La tesis de la crisis de sobreproducción general del capital no es el nuevo talismán al que aferrarse para cultivar la ociosidad del propio cerebro. Pero es el contexto y la clave para comprender los episodios individuales de la vida económica y política y para decidir nuestro curso de acción en ellos, dando por sentado que el papel (y por lo tanto el significado) de cada episodio individual se define sólo dentro del contexto al que pertenece y que cada episodio individual casi nunca expresa abierta y directamente la tendencia general del contexto.
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Comprender la crisis económica actual, sus diversas y contradictorias etapas (por ejemplo, las sucesivas oleadas de valorización monetaria del capital que, como en ciertas enfermedades físicas, introducen momentos de vigor y de salud eufórica en el organismo enfermo, debilitándolo finalmente aún más), sus diversas manifestaciones concretas, sus expresiones políticas y culturales en el proletariado, en las masas populares, en las clases dominantes, es parte fundamental y fundadora de la existencia del Partido Comunista, de su actividad y del cumplimiento de su tarea histórica.
La tendencia a proceder sin esta comprensión, a relegar esta comprensión a las cosas inútiles o periféricas, a dedicarle sólo recursos marginales y de tiempo libre: ése es el idealismo en nuestras filas y debe ser eliminado. No podemos intervenir efectiva y directamente en un mecanismo cuyo funcionamiento no entendemos. La tendencia a hacer que funcione como nos plazca, sin ajustarse a su naturaleza, es subjetivismo.
Las tareas de las fuerzas revolucionarias en los países imperialistas, la polémica entre la tesis del frente antiimperialista y la tesis del partido del proletariado, el papel del movimiento reivindicativo en los países imperialistas, el papel del partido en el movimiento de masas, es decir, todas las divergencias de línea política en el movimiento revolucionario sólo pueden abordarse de manera constructiva sobre la base de una comprensión del movimiento económico de la sociedad, de las potencialidades políticas y culturales inherentes a él, de los caminos de acción política que abre. Si ignoramos esto, los prejuicios y los clichés se comparan y se enfrentan: una cosa estéril e interminable.
LA CRISIS DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
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El criterio para medir la crisis: posibilidades reales y tareas objetivas
La crisis actual del movimiento revolucionario debe medirse por las posibilidades reales inherentes a la situación de ayer y por las tareas que la situación objetiva actual nos plantea, no por las expectativas e ilusiones de los protagonistas de las luchas de ayer que esperaban que la «conquista del poder» estaba al alcance de la mano, que sería el resultado del movimiento de masas entonces en curso. (…)
El idealista ve las ideas y los comportamientos de los demás, generalizados, masivos, como un punto de partida, con el que medir la situación y las posibilidades de acción de los individuos y las organizaciones. Por tanto, sólo se mueve cuando los demás ya se están moviendo, a su rebufo, excepto entonces para tener un comportamiento extremista dentro del movimiento, para hacer algo más de lo que hacen los demás, para atreverse más que los demás y llamar a esto «ser vanguardista».
Los movimientos políticos y de protesta, los movimientos de masas en general, tienen siempre un significado importante para el revolucionario, pero no por lo que dicen de sí mismos, por la conciencia que tienen de sí mismos, ni por lo que parecen, sino por aquello de lo que son síntoma. El problema es entender de qué son síntoma. Sus logros deben medirse por lo que realmente han logrado, no por sus aspiraciones.
Hay movimientos que un día parecen querer escalar el cielo (…) y al día siguiente ya no existen. Son como las ideas de la gente: un día, grandes ideales y proclamas (los famosos «ideales comunistas») y, al día siguiente, esas mismas personas obedecen y callan, algunos incluso se burlan de lo que fueron el día anterior.
El materialista, por el contrario, ve la situación objetiva y las tendencias que operan en ella como el punto de partida desde el cual medir la situación y discernir las posibilidades abiertas a su actividad. Por lo tanto, es vanguardista en la medida en que facilita, ayuda a desarrollar aquello que la realidad material va produciendo, aquello de lo que ella está preñada.
El mecanicista lo es porque no ve el proceso real, no ve a través de qué concatenación y sucesión de eslabones intermedios la situación objetiva genera ideas y comportamientos: una generación que no es directa, inmediata, sino que se da por efectos de las iniciativas culturales, políticas, reivindicativas, propagandísticas, militares del partido y de los diversos organismos que, con mayor o menor conciencia, la favorecen. La situación objetiva puede generar, pero no es seguro que genere (¡la Primera Guerra Mundial en Francia no generó nada!), ni qué cosa genere (¡la crisis del 29 en Alemania generó el nazismo!).
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Sólo desde una concepción idealista y mecanicista del movimiento de la sociedad otros intentan establecer el alcance de la crisis del movimiento revolucionario a partir de la continuidad o no de las luchas reivindicativas e iniciativas de protesta de las masas y en general del movimiento de masas e incluso plantean como tarea principal del momento la de resucitar, recrear un movimiento de masas.
Toda la historia contemporánea confirma que los movimientos de masas alternan periodos de flujo y reflujo y esto no supone ninguna crisis en el movimiento revolucionario.
La idea de promover un flujo de movilización masiva por decisión y voluntad propia es tan inconsistente y tan descarado producto del subjetivismo barato que no vale la pena considerarla.
La intención de dirigir o incluso influir en el movimiento actual de masas sin haber abordado las tareas específicas relacionadas con la solución de la crisis del movimiento revolucionario es una estratagema (consciente o no, no importa) para endulzar la píldora de la liquidación del movimiento revolucionario. En primer lugar, sería interesante saber adónde quieren dirigir un movimiento de masas los individuos que no saben qué dirección tomar. La vanguardia ha encontrado en su camino obstáculos que debe superar para vivir y desarrollarse: quien renuncie a este trabajo, incluso en nombre de ir a las masas, no sólo no logrará nada bueno en el movimiento de masas, para cuyo desarrollo y orientación es necesaria la vanguardia, a cuya construcción ha renunciado, sino que inevitablemente terminará promoviendo la liquidación de la vanguardia.
Los individuos dispersos que renuncian a alcanzar una concepción integral del movimiento económico y político de la sociedad, un programa para la transformación de la sociedad, una línea de lucha política que oriente y discrimine, sobre la base de un proyecto único, todas sus diferentes actividades y a organizar su trabajo de manera unitaria en un sistema disciplinado de división de tareas -en una palabra, los individuos que renuncian a constituirse en partido- no pueden ejercer ninguna influencia en el movimiento de masas, sólo pueden «estar dentro de él» como cualquier otro. ¿Y qué es esto sino la liquidación (indolora, silenciosa, pero liquidación) de la vanguardia? Es claro que en esta lógica esas personas se verán obligadas a desplazarse cada vez más a la derecha, persiguiendo a las masas, para ser «más internas» a una situación que objetivamente en esta fase es de reflujo y que podrá transformarse tanto mejor precisamente en la medida en que la vanguardia resuelva los problemas relativos a su papel.
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Las condiciones económicas y políticas de los años 70
¿Existían en Italia condiciones análogas a las necesarias para el desarrollo y el éxito de una revolución, tal como se han indicado más arriba y se deducen de las experiencias de todos los movimientos revolucionarios que han tenido lugar en Europa en este siglo?
Si no existían, los que hablan de crisis porque no hemos ganado, porque no hemos hecho la revolución, persisten en sustituir el análisis materialista de las vías y causas del movimiento de la sociedad por sus propios deseos.
Al hacerlo, inevitablemente también desechan las verdaderas conquistas de la lucha de aquellos años.
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La crisis de la clase dominante
En el período comprendido entre 1968 y 1978 hubo agudas contradicciones y una notable confusión dentro de la clase dominante italiana.
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El movimiento de las masas
El movimiento de masas de los años 70 se centró en reivindicaciones y protestas.
Fue más una continuación y una realización extrema de los contenidos y formas de las luchas de los años anteriores, hasta el punto de dejar en claro sus límites y su imposibilidad práctica, que un producto de la nueva situación. Fue un movimiento que luchó por más, en términos de distribución del ingreso, condiciones de vida y de trabajo, participación en las instituciones de la democracia burguesa, no un movimiento de masas luchando por la supervivencia. Incluso si, al tener lugar en el período de transición entre el auge del boom económico de la posguerra y el comienzo de la crisis económica, tenía en sí la contradicción entre la maximización y extremización de las reivindicaciones por parte del movimiento y la imposibilidad, o al menos la reducción de las posibilidades, de dar más por parte de la burguesía. Pero la revolución no es sólo la confluencia de luchas reivindicativas y de protestas, sobre todo si éstas todavía encuentran una satisfacción parcial.
Si, como debemos, partimos del análisis del movimiento económico de la sociedad, los años 70 son sólo el comienzo de una nueva fase y marcan el final del intento de la burguesía de construir una sociedad del bienestar en la metrópoli imperialista. La propensión de las masas a luchar no está ausente, y de ahí de hecho nacen las organizaciones de combate comunistas, pero no se traduce prácticamente en más que unas pocas decenas de miles de hombres movilizados en armas o involucrados en operaciones de apoyo a los grupos armados. La difusión y autonomía de los grupos armados, sin embargo, da testimonio de su carácter masivo: fueron el resultado extremo, el punto más avanzado del movimiento de masas. Ésta fue su fuerza, la razón de su surgimiento y la posibilidad de su persistencia a pesar de la debilidad de su estructura política.
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Las organizaciones revolucionarias y las Brigadas Rojas
Las organizaciones revolucionarias que compitieron por la dirección del movimiento de masas en los años 70 eran todas nuevas, surgidas durante las luchas de protesta y reivindicativas de esos años (movimiento estudiantil, Otoño Caliente, etc.). Tuvieron que construirse a sí mismos y al mismo tiempo construir su relación con las masas.
No tienen continuidad con la experiencia revolucionaria de la Tercera Internacional. Los treinta años de dominio del revisionismo moderno han arrasado.
Al principio, las organizaciones revolucionarias surgen sobre la base de reivindicaciones inmediatas, luego expresan consignas más generales, pero precisamente por eso corresponden menos a su práctica real.
Básicamente, las primeras organizaciones que se forman son reivindicaciones extremistas dentro del régimen político y económico existente.
(…)
La naturaleza de nuestra crisis y lo que está en juego actualmente
En conclusión, en los años 70 hay algunos síntomas de una situación revolucionaria, crisis en la clase dominante, fermento entre las masas; pero el elemento subjetivo falta casi por completo.
(…)
Es evidente que hoy, como dicen algunos, “no se ve” cómo la revolución puede triunfar en Italia. Simplemente porque, dadas las condiciones actuales, no puede ganar. La política revolucionaria es precisamente la conducción de un proceso de transformación de las condiciones políticas existentes en condiciones políticas dentro de las cuales la revolución pueda triunfar. Si alguien objetase que la harina de trigo no se puede masticar, responderíamos que esto es ciertamente verdad, pero que precisamente por eso, antes de masticarla, se amasa y se convierte en pan.
Igualmente banal es la objeción de que la victoria del proletariado en Italia no es posible si no gana simultáneamente en los demás principales países europeos, y que es imposible separar a Italia de la cadena imperialista.
Ciertamente así es considerando las condiciones actuales. Pero hoy, incluso en Italia, la revolución no está a la orden del día; lo único que está a la orden del día es conducir, por los caminos que nos resulten más favorables, el proceso de transformación de las condiciones actuales que, como sabemos bien, todavía no son favorables para la victoria de la revolución. ¿Y no es evidente que, a medida que nuestro trabajo para transformar las condiciones políticas en Italia tenga éxito (y lo tendrá porque así es como están las cosas, siempre que no empecemos a tratar de encauzarlas hacia un rumbo distinto del suyo), precisamente a causa de los estrechos vínculos existentes, también cambiará la situación política en los demás países de Europa y cambiarán los vínculos mismos entre los diversos países? Hoy no podemos decir cómo cambiarán ni qué forma exacta adoptarán. Pero es seguro que cambiarán. ¿En el sentido de que se crearán condiciones para la victoria de la revolución también en otros países? ¿En el sentido de que la revolución triunfe primero en otros países? ¿En el sentido de que los Estados europeos tendrán tantos problemas en casa que no podrán intervenir desde el exterior? ¿En el sentido de que una intervención desde el extranjero extendería la guerra a varios países europeos? No lo sabemos. Ciertamente, la evolución de la situación internacional es también una de las cosas que debemos tener en cuenta en nuestro trabajo para crear las condiciones para la victoria de la revolución socialista en nuestro país, que es un aspecto del internacionalismo proletario.
En realidad, la objeción planteada parte de una percepción correcta: la unidad mundial relativa creada dentro del modo de producción capitalista. Pero este hecho nos lleva, por el contrario, a la conclusión de que, cuando se crea una situación revolucionaria en uno de los países imperialistas importantes, el curso común de los acontecimientos crea inevitablemente también situaciones similares en los demás países imperialistas. Lo único que puede variar de un país a otro es la gravedad y el resultado de la crisis, dadas las características específicas que aún existen en los movimientos de cada país en los campos objetivo y subjetivo. Y esto es exactamente lo que nos muestra la historia de las sociedades burguesas en la fase imperialista.
El problema hoy no es si la revolución puede ganar, sino cómo hay que actuar para llevar a cabo el proceso de creación de las condiciones para su victoria.
(…)
La nuestra es una lucha de largo plazo y la idea de que tuvimos la oportunidad y la perdimos, de que teníamos la victoria a nuestro alcance y la dejamos escapar es sólo el fruto de una concepción primitiva e infantil del movimiento de la sociedad imperialista y de nuestras tareas.
(…)
¡Los años 70 fueron sólo el comienzo de un largo viaje! Y es la continuación de ese comienzo, su éxito o fracaso, lo que se está decidiendo ahora, en estos años.
LOS RESULTADOS
Introducción
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La creación de un centro de lucha del proletariado por el poder
(…)
En 1944, con el «giro de Salerno», el PCI había entrado, en una posición subordinada, en un sistema de alianzas y en el Estado de la clase dominante (la colaboración dentro del CNL, después de 1943, era una colaboración entre fuerzas combatientes y el PCI tenía allí la hegemonía).
En 1947 el PCI había sido expulsado del gobierno del país y había aceptado la expulsión; la aceptación fue sancionada y reafirmada con las elecciones de 1948.
A partir de entonces, la acción del PCI se dio en el marco de la aceptación de su papel de oposición política al régimen, que el Estado a su vez reconoció. La historia de la transición desde la aceptación mutua de roles distintos como algo dado a la colaboración es la historia de la política italiana en los años 1950 y 1960.
Después del fin de la Resistencia y a causa de la estructura política que se creó en Italia, dejó de existir un verdadero centro de la lucha del proletariado por el poder, es decir, un centro con la autonomía de iniciativa necesaria para sistematizar y organizar a nivel de la lucha política el potencial de antagonismo existente entre las masas. El PCI operaba dentro de límites bien definidos, que tanto el PCI como el Estado conocían y respetaban; el PCI y las organizaciones de masas afines se encontraban en condiciones de libertad condicional y supervisada, actuaban dentro de las leyes del Estado y en condiciones de dependencia y chantaje por parte del Estado. Era una condición que la dirección del PCI había aceptado, algunos por convicción, algunos por cálculo, algunos por necesidad, y de la que todos, incluidos los más izquierdistas del PCI, eran esclavos (¡lejos de las ambiciones de Secchia!). En esta situación, el propio PCI puso, en consecuencia, todos los límites que se pueden poner institucionalmente al desarrollo del antagonismo entre las masas, porque el antagonismo crece más allá de ciertos límites elementales y primitivos sólo si encuentra un terreno en el que ejercerse y verificarse. La voluntad de luchar no crece más allá de un nivel básico a menos que se traduzca en combate y victorias.
Los grupos políticos “revolucionarios” que surgieron a principios de los años 1960 no quisieron o no supieron cómo superar esta condición. Es probable, además, que el inicio de un nuevo curso requiera, para que no sea cortado de raíz y pueda arraigarse y reproducirse, la concurrencia de una serie de circunstancias objetivas; es más una oportunidad que hay que aprovechar que una decisión subjetiva. (…)
(…)
En la década de 1920, un factor determinante en la creación del PCdI fue su vínculo con la Revolución de Octubre y la Internacional Comunista. Fue este vínculo el que para las masas marcó la calidad del partido y lo colocó en un nivel diferente en comparación con los diversos grupos y organizaciones de izquierda. No es casualidad que en el PCdI la continuidad del partido estuviera representada por ese vínculo, no por la línea, y los grupos que rompieron con ese vínculo (Bordiga y Cía.) acabaron en la nada.
(…)
Toda la historia de las revoluciones y contrarrevoluciones en los países imperialistas durante este siglo muestra que el movimiento económico y político de la sociedad conduce periódicamente por su propia naturaleza a situaciones de crisis aguda, derrumbe del proceso de producción y parálisis del Estado; pero también muestra que estas situaciones contienen varias soluciones posibles y que la burguesía ha reunido suficientes recursos y experiencia para impedir que se llegue a condiciones en que la solución que se logre sea la toma del poder por el proletariado, en definitiva para impedir la acumulación de fuerzas revolucionarias más allá de un límite crítico.
Es la contrarrevolución preventiva como nueva arma de la burguesía en la fase histórica de su agonía. De hecho, durante este siglo en los países imperialistas de Europa Occidental la regla es que la burguesía siempre ha tomado la iniciativa en el terreno militar, aplastando a tiempo la acumulación de fuerzas revolucionarias, para luego volver a la «legalidad» cuando el resultado se había logrado.
En la Introducción a Las luchas de clases en Francia escrita en 1895, Engels, a quien los oportunistas citan a veces en apoyo de sus tesis, indicó claramente que cuando los regímenes burgueses hubieran llegado al punto de romper los «pactos» en los que se basaba la democracia burguesa (y les aseguró que llegarían allí), la tarea de los partidos proletarios sería continuar su camino por todos los medios, sin dejarse atar de manos por la legalidad burguesa y la sumisión al Estado burgués. ¿Hay alguien, incluso entre los oportunistas, que pueda afirmar que ningún Estado burgués de Europa ha «roto el pacto» de la democracia burguesa? ¡Esto viene sucediendo al menos desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial! No hay país imperialista en el que, en el período comprendido entre principios de siglo y nuestros días, la burguesía no haya recurrido repetidamente a una u otra de estas medidas: el estado de sitio, el estado de guerra, las medidas de excepción, la movilización militar, la disolución de las organizaciones proletarias, el terror de las fuerzas armadas estatales o paraestatales contra los proletarios y sus organizaciones, la eliminación de los dirigentes proletarios, la corrupción de los dirigentes proletarios, la infiltración en las organizaciones proletarias, las provocaciones, la creación de organizaciones paralelas, las operaciones masivas de distracción, el espionaje, las masacres y matanzas, el envenenamiento intencional y sistemático de la opinión pública, la creación planificada de organizaciones de distracción, el fraude electoral, la subversión de los resultados electorales, el boicot económico y el chantaje.
(…) En la historia del período, especialmente en Italia, durante la guerra civil de 1919-1922 y después, y en Alemania, la tendencia a colocar permanentemente la actividad combativa entre las formas de lucha es evidente tanto en los partidos comunistas como en el movimiento de masas.
(…) En la fase imperialista, todas las organizaciones proletarias que en los períodos «pacíficos» querían contener su acción en el marco de la legalidad burguesa o limitarse a la defensiva, fueron asfixiadas o abrumadas por la llegada de un período no pacífico, frente al cual se encontraron impotentes.
La historia de las sociedades imperialistas muestra que cuando una sociedad se encamina hacia la parálisis, el viejo régimen no cae por sí solo: lo que ocurre es que una parte de la clase dominante se une en la tarea suprema de mantener para su propia clase el predominio que va siendo erosionado por la parálisis que avanza; se somete a sí misma y al resto de la clase dominante a una nueva disciplina por medios extraordinarios; sacrifica tanta propiedad y libertad de iniciativa de otros grupos como sea necesario; asume todos los derechos de propiedad e iniciativa; toma todas las medidas necesarias para sofocar y eliminar todo lo que se oponga a su objetivo.
La era del imperialismo fue la era de las ejecuciones de opositores políticos, de los golpes de estado y de los exterminios en masa no sólo en los países dependientes, sino también en el corazón de la «Europa altamente civilizada».
[Hay que hacerlo]… necesario para impedir que esta evolución prevalezca durante las crisis económicas y políticas de las sociedades imperialistas, para impedir el éxito de aquella parte de la burguesía que de vez en cuando asume la tarea «revolucionaria» de salvar el poder de su propia clase y aplastar al proletariado.
(…)
LA ESTRATEGIA DE LOS COMUNISTAS EN LA METRÓPOLIS IMPERIALISTA
(…)
LAS TAREAS Y LA ESTRUCTURA DEL PARTIDO COMUNISTA
(…)
El movimiento de las masas
La acción del partido en el movimiento de masas parte de la conciencia de que la estructura de la sociedad burguesa en los países imperialistas es tal que ningún régimen puede prescindir de un cierto grado de colaboración o al menos de neutralidad de las masas. Éste es un elemento fundamental e inevitable de debilidad del régimen.
El régimen burgués puede atacar y ataca a sus dirigentes. Pero con el propósito de neutralizar y pacificar a las masas. El poder burgués necesita al menos la colaboración pasiva de las masas. No puede prescindir de ella dado el grado de socialización alcanzado por las fuerzas productivas.
Aquí está un punto débil del régimen burgués y aquí se decide el resultado del conflicto.
El partido trabaja dentro del movimiento de masas para dirigirlo contra la colaboración con la burguesía, para conducirlo a luchar contra la burguesía y para este fin apoya sus luchas reivindicativas y sus tendencias hacia el crecimiento cultural y la organización.
El partido debe «unir y organizar en su seno únicamente a la izquierda», para darle autonomía organizativa e ideológica, libertad de maniobra y unidad de dirección y liderazgo. Pero, a partir de este resultado, debe unirse con la masa del movimiento, fundirse con él, contagiarlo, convertirse en su levadura, fermento y dirección. Debemos derrotar la tendencia de la izquierda a aislarse, a encerrarse en su propia «pureza». Si no somos capaces de penetrar en las filas de otros sin corrompernos, ésta es una limitación nuestra que debemos superar, porque es el límite de nuestra capacidad para conducir al movimiento de masas al éxito y, por tanto, para ser verdaderamente la vanguardia.
(…)
En el movimiento de masas, los miembros del partido deben estar un paso, aunque sea la mitad, pero no más de un paso por delante de las masas, sino en la dirección correcta. ¡Porque su tarea es asegurar que el movimiento de masas se canalice en la dirección correcta, aunque no importa si ellos individualmente o con algunos otros parten en esa dirección!
Es la conexión con el partido la que debe garantizar que los miembros que operan en el movimiento de masas lo orienten en la dirección correcta y tengan todo el apoyo necesario para ello. El movimiento de masas nunca tiene una única dirección hacia la cual canalizarse; siempre hay varias direcciones posibles. (…) El movimiento de las masas no se mueve espontáneamente en la dirección correcta y la burguesía trabaja activamente, con una experiencia consumada del poder y con medios ilimitados, para impedirlo. Sin embargo, tiene en su contra el antagonismo objetivo de intereses y de experiencias directas, y nuestros camaradas que actúan en el movimiento de masas deben aprovechar esto.
(…)
El partido decidirá en cada situación qué intervenciones son las más apropiadas para la orientación del movimiento de masas. En principio no excluimos ninguna de ellas. Sólo sobre la base de un análisis concreto de situaciones concretas tomaremos nuestras decisiones. Así que, en principio, ni siquiera excluimos la utilización del parlamento y de las elecciones: estamos en contra del cretinismo parlamentario y también contra el cretinismo antiparlamentario.
ÍNDICE:
INTRODUCCIÓN
1. EL MOVIMIENTO ECONÓMICO DE LA SOCIEDAD
– El movimiento revolucionario y el movimiento de transformación de la sociedad
– Las fuerzas motrices del movimiento de masas
El papel de los medios de comunicación y el control de la conciencia en la determinación del movimiento de masas
El papel de las relaciones interpersonales en la formación de la conciencia y el comportamiento de las masas
La concepción materialista de las fuerzas motrices del movimiento de masas
– La reanudación de la acumulación de capital
– La crisis de sobreproducción general de capital
– Las conclusiones
2. LA CRISIS DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
– La burguesía cabalga sobre la crisis
– Los camaradas de la crisis
– La vara de medir la crisis: las posibilidades del movimiento real
– Las condiciones para el éxito del movimiento revolucionario del proletariado en la época imperialista
– Las condiciones económicas y políticas de los años 70
La crisis de la clase dominante
El movimiento de masas
Las organizaciones revolucionarias y las Brigadas Rojas
– La naturaleza de nuestra crisis y los desafíos actuales
3. LOS RESULTADOS
– Introducción
– Un problema de método
– El éxito de nuestra acción
La creación de un centro de lucha del proletariado por el poder
El descubrimiento de la eficacia y del papel de la lucha armada como instrumento de la lucha política revolucionaria.
La aceleración del declive de los revisionistas
La creación de una nueva palanca de revolucionarios
El límite de la desmoralización de las masas
– La explotación de los éxitos obtenidos
4. LA ESTRATEGIA DE LOS COMUNISTAS EN LA METRÓPOLIS IMPERIALISTA
– El balance de la experiencia de la lucha política del proletariado en la época imperialista
– La experiencia del movimiento de masas en Italia en los últimos veinte años
– Los factores favorables
5. LAS TAREAS Y LA ESTRUCTURA DEL PARTIDO COMUNISTA
– El programa del Partido Comunista
– El trabajo teórico
– La lucha política
– El movimiento de masas
– La actividad combativa y la lucha contra la contrarrevolución preventiva
– El movimiento reivindicativo
– Los presos políticos
– Nuestra tarea internacionalista
– La estructura organizativa del partido
– La tarea inmediata