viernes, 13 de junio de 2025

Lo absurdo de ‘poner apellido’ a la pobreza

                                                     
                                  

Por Víctor Siles | 4/06/2025



La moda de «poner apellido» a la pobreza no es casual. Responde a una estrategia de los medios y las élites políticas para despolitizar y blanquear un problema estructural inherente al sistema capitalista.

En los últimos años, los medios de comunicación y ciertas instituciones han adoptado una terminología que, lejos de aclarar, confunde y fragmenta un problema estructural: la pobreza. Conceptos como «pobreza infantil», «pobreza energética», «pobreza laboral» o «pobreza alimentaria» se han popularizado, pero su uso resulta, en el mejor de los casos, redundante y, en el peor, una maniobra para desviar la atención de las causas reales del problema. Segmentar la pobreza con estos ‘apellidos’ no solo es absurdo, sino que oculta la naturaleza transversal del fenómeno y diluye la urgencia de abordarlo desde su raíz.

La pobreza no se segmenta

La pobreza es un fenómeno multidimensional que afecta a todos los aspectos de la vida de una persona o familia trabajadora. Hablar de «pobreza infantil», por ejemplo, carece de sentido cuando los niños no tienen independencia económica. Si un menor vive en condiciones de precariedad, es porque sus padres o tutores también las padecen. Un niño no es pobre por sí mismo; lo es porque su entorno familiar no dispone de los recursos suficientes para garantizar unas condiciones materiales dignas. Entonces, ¿por qué hablar de «pobreza infantil» en lugar de simplemente pobreza? Este término no aporta nada nuevo, sino que desvía el foco hacia un grupo específico, como si la pobreza de los adultos que los cuidan fuera un problema menor o desconexo.

Lo mismo ocurre con conceptos como «pobreza energética» o «pobreza alimentaria». ¿Acaso una familia que no puede pagar las facturas de luz, agua o gas tiene los recursos para comprar alimentos suficientes? ¿O una familia que no puede acceder a una alimentación adecuada tiene ingresos suficientes para otras necesidades básicas? La pobreza no funciona por compartimentos estancos: quien no puede pagar la luz probablemente tampoco pueda comprar comida de calidad, ropa adecuada o acceder a una vivienda digna. Estos términos, lejos de ayudar a entender la realidad, la fragmentan en categorías artificiales que no reflejan la experiencia integral de la privación.

Una maniobra para blanquear la pobreza estructural

La moda de «poner apellido» a la pobreza no es casual. Responde a una estrategia de los medios y las élites políticas para despolitizar y blanquear un problema estructural inherente al sistema capitalista. Al hablar de «pobreza energética», por ejemplo, se reduce el problema a un aspecto específico –el acceso a la energía– que puede abordarse con medidas puntuales, como subsidios temporales o campañas de sensibilización. Esto desvía la atención de la causa raíz: un sistema económico que concentra la riqueza en pocas manos mientras amplía la desigualdad social.

En España, donde la pobreza afecta a más de un 26% de la población según datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (INE, 2024), esta fragmentación discursiva sirve para diluir la gravedad del problema. Al hablar de «pobreza infantil», se apela a la empatía colectiva hacia los niños, pero se evita señalar que esa pobreza es el resultado de políticas económicas que priorizan el beneficio privado sobre el bienestar social. Al mencionar «pobreza laboral», se reconoce que incluso quienes trabajan no logran salir de la precariedad, pero se esquiva la crítica al modelo productivo que genera empleos precarios y salarios insuficientes.

El capitalismo como raíz del problema

La pobreza no es un accidente ni un conjunto de problemas aislados que puedan resolverse con parches. Es el resultado directo de un sistema capitalista que, por su propia lógica, acumula riqueza en una minoría mientras condena a amplios sectores de la población a la precariedad. Las recetas liberales –desregulación, privatización, recortes en servicios públicos– han exacerbado la desigualdad en España, donde el 10% más rico concentra más del 50% de la riqueza, según Oxfam (2023). Hablar de «pobreza alimentaria» o «pobreza energética» sin cuestionar el modelo económico que las produce es, en esencia, tratar los síntomas sin abordar la enfermedad.

En lugar de inventar apellidos para la pobreza, necesitamos un debate honesto sobre cómo el sistema de producción capitalista genera y perpetúa la desigualdad. Esto implica cuestionar las políticas que favorecen la acumulación de capital, los bajos salarios, la precariedad laboral y la falta de acceso a servicios básicos como la vivienda, la salud o la educación. Solo yendo a la raíz del problema –el sistema– será posible construir una sociedad más justa.

Ponerle apellidos a la pobreza no solo es absurdo, sino que también es peligroso. Fragmentar un problema estructural en categorías específicas despolitiza el debate y lo reduce a cuestiones técnicas, alejándolo de su verdadera dimensión: la injusticia sistémica. La pobreza no es infantil, energética o alimentaria; es, simplemente, pobreza. Y su existencia no es un fallo aislado, sino una consecuencia directa del capitalismo. Mientras sigamos usando términos que parcelan la realidad, seguiremos alejándonos de las soluciones reales que pasan por transformar el sistema económico y social que la genera.