martes, 6 de mayo de 2025

El guerrerismo anti-ruso y la “historia” como ficción (3/4)

                                 


















                        Expansión de la OTAN (en 1990-1991 dijeron: “ni una pulgada al Este…”)

Remontarse a los orígenes de los conflictos es obligado si se quiere comprender. Comprender no quiere decir justificar, pero es imprescindible para conocer y poder abordar vías pacíficas de solución. 

Indiscutiblemente, la Federación Rusa de hoy no es la Unión Soviética de 1945. A veces, incluso desde posiciones opuestas, hay quienes parecen no acabar de tener claro lo que las separa: la naturaleza de clase del poder en una y en otra, sus sistemas socioeconómicos (modos de producción y de propiedad), su dirección política. Nada menos.

Huelga añadir que no es el Estado que defendía el ejército que liberó Auschwitz el que añoran los políticos y editorialistas de Occidente. No es la Unión Soviética guiada por Stalin. Dicho sea de paso, hoy nos frotamos los ojos al leer los elogios de un Churchill (cuyo papel más de un dirigente europeo actual parece aspirar a imitar… inútilmente) a las cualidades que vio en el dirigente soviético: “En los momentos difíciles, Stalin no tenía igual para encontrar una salida a situaciones sin salida. Era una persona extraordinaria que nos impresionaba mucho… Poseía un agudo sentido del humor y del sarcasmo, y la capacidad de conocer exactamente nuestros pensamientos (…), una profunda sabiduría, reflexiva y lógica, ajena a todo pánico. La fuerza de Stalin era tan grande que se impuso como el más grande hombre de Estado de todos los tiempos y de todos los pueblos. Heredó una Rusia del arado y la dejó con el arma atómica. La historia no olvida a esta clase personas…”.

No es la glosa de un comunista huérfano. ¡Winston Churchill en persona! Ante la Cámara de los Comunes, el 21 de diciembre de 1959. [1]

Las añoranzas occidentales se aplican a otra clase de Rusia. Aquella de Yeltsin, donde la cirugía neoliberal de Occidente gozaba de plena audiencia en las altas esferas de un poder corrompido. La que, en septiembre de 1993, decretó ilegalmente la disolución del Congreso de los Diputados del Pueblo y el Soviet Supremo de Rusia y bombardeó, el 5 de octubre, la sede del Parlamento, con un saldo de muertos que algunas fuentes cuantificaron en torno a los 2.000, y con las bendiciones del presidente Clinton, gobiernos aliados y todos los grandes medios de comunicación occidentales, a mayor gloria de “nuestros valores”. La de la transición salvaje al capitalismo, a favor de una clase de saqueadores y acumuladores insaciables y decenas de millones de perdedores, desposeídos y empobrecidos, abandonados a su desgracia. [2] Una Rusia autodestruida por su élite y desangrada por la fuga de capitales, en vías de “tercermundización” acelerada y rebajada a potencia de segunda clase: anulada en el plano internacional e inerme ante la agresividad y las destrucciones de EEUU y sus aliados de la OTAN (Yugoslavia, Irak, Libia, Siria…). Humillada y amenazada. ¿Podía ser una sorpresa el aviso del presidente Putin en la Conferencia de Seguridad de 2007, en Múnich? ¿Puede sorprender la reacción rusa, después, ante la prosecución de las hostilidades por parte de Occidente?

En 1990-1991, los dirigentes de las potencias occidentales habían prometido a Gorbachov que la OTAN no avanzaría “una pulgada al este” de las fronteras de la Alemania reunificada. En 1991 se disolvieron el Pacto de Varsovia (en febrero) y la propia Unión Soviética (en diciembre). En 1999, la OTAN intervino contra la (entonces) República Federativa de Yugoslavia en la guerra de Kosovo y bombardeó Belgrado. Ese mismo año empezó a concretarse, en una cumbre de la organización celebrada en Madrid, el crecimiento de la OTAN, que se había anunciado en 1997 con la invitación a adherirse a Polonia, Chequia y Hungría. En 2008 la Alianza registró el objetivo de incorporar a Ucrania (y Georgia). Estos planes chocaron con el acceso a la Presidencia ucrania, en 2010, de Viktor Yanukóvich, partidario de un estatuto de neutralidad para su país. No es ningún misterio la implicación de EEUU y aliados en la “revolución de colores” y el golpe que depuso a Yanukóvich en febrero de 2014, apoyado en la fuerza de choque de grupos neonazis.

El actual secretario de la OTAN, Mark Rutte, y el coro de “expertos” guerreros contra Rusia que aplauden el rearme de Europa y animan a disparar sin demora el gasto militar en España, agitan el fantasma de unos “misiles rusos” que llegarían a Madrid en “solo diez minutos más” de lo que les llevaría llegar a Varsovia. “Olvidaron” mencionar que los misiles occidentales tendrían Moscú a cinco minutos desde una Ucrania peculiarmente “ajardinada” en el seno de la Alianza Atlántica…

Fue a raíz del golpe en Ucrania, unos días después, cuando las autoridades de Crimea y las de la ciudad de Sebastopol decidieron separarse de Ucrania y, tras el pronunciamiento masivo de su población, el 16 de marzo de 2014, en referéndum (no reconocido por la Asamblea General de la ONU), integrarse en la Federación Rusa. Y fue contra la política agresiva del nuevo gobierno de Kiev hacia la lengua y la cultura rusas, que se levantaron en armas las regiones del Este del país, donde son fuertemente mayoritarias. La respuesta militar a gran escala de Kiev contra las provincias secesionistas de Donetsk y Lugansk tuvo como réplica su autoproclamación (en abril) como repúblicas independientes, respaldada muy ampliamente por sus habitantes (en mayo). La guerra del Donbass no empezó en febrero de 2022, sino ocho años antes, con un saldo, a esa fecha, de 14.000 muertos y decenas de miles de heridos.

El intento de solución diplomática con el Protocolo y el Acuerdo de Minsk (septiembre de 2014 y febrero de 2015) solo había servido para ganar tiempo y rearmar a Ucrania, según reconocieron después la canciller de Alemania, Angela Merkel, y el presidente de Francia, François Hollande, las dos potencias que actuaban como garantes del acuerdo firmado entre Rusia y Ucrania. La propuesta detallada de paz remitida, en diciembre de 2021, por los dirigentes rusos a los estadounidenses ni siquiera fue tomada en consideración. Los cálculos de EEUU y sus aliados solo estaban enfocados a la guerra. Cuando, en marzo de 2022, un mes después del inicio de la intervención militar rusa, en Estambul, hubo una posibilidad cierta de detener la contienda y abrir el camino de una solución diplomática, chocó con la oposición occidental y su presión sobre Kiev para continuar la guerra. El primer ministro británico, Boris Johnson, hizo de correo.

Estos hechos sucintamente resumidos nos llevan al origen del conflicto. Ayudan a desvelar los factores y los intereses que condujeron a una guerra que la OTAN libra con Rusia, por delegación en Ucrania. Una guerra que ha segado seguramente ya cientos de miles de vidas y que implica amenazas muy serias de ampliación con consecuencias incalculables y potencialmente apocalípticas. Remontarse a los orígenes es obligado si se quiere comprender. Comprender no quiere decir justificar, pero es imprescindible para conocer. También para abordar racionalmente, sin ingenuidad, pero con espíritu sincero, una perspectiva de cese de la guerra, neutralización de sus peores amenazas y restauración de una arquitectura de seguridad colectiva en Europa y de la paz entre sus pueblos. La tergiversación de los hechos, su presentación sesgada y descontextualizada y la confusión interesada que ha caracterizado el relato político y mediático dominante en Occidente, y que impregna hoy el enfebrecido guerrerismo anti-ruso de los dirigentes y los poderes mediáticos europeos, son exactamente lo contrario. Rearm Ready 2030 –tratándose de lo que se trata, hacer juegos malabares con las palabras solo puede calificarse de frivolidad–, propaganda de guerra y presupuestos de guerra solo pueden conducir a la guerra. Nadie debería llamarse a engaño (ni dejarse engañar).

Creando una mentalidad de guerra (EFE)

Después del cambio de discurso sobre la guerra de Ucrania en Occidente que ha supuesto el relevo producido en la Presidencia de EEUU, no han sido pocos los editorialistas, tertulianos y otros “expertos” europeos que han hablado de un nuevo “Yalta”, evocando la Conferencia que reunió en febrero de 1945 a los dirigentes de la URSS, el Reino Unido y EEUU, Stalin, Churchill y Roosevelt, y sentó las bases de los cambios geopolíticos que habrían de producirse cuando finalizara la Segunda Guerra Mundial. Dada la frecuencia en estos últimos años de algunas omisiones u “olvidos”, no está de más recordar que Yalta está situada en la península de Crimea, por aquel entonces parte integrante de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. Años después, en 1954, la dirección soviética decidió ceder este territorio a su homónima de Ucrania, ambas integrantes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Comentaristas sensibles a unas élites políticas europeas despechadas por el desprecio hacia ellas del presidente Trump y por su “preferencia” por Putin han hablado de un nuevo “reparto” de Ucrania: las riquezas de su subsuelo para Estados Unidos y parte de su territorio para Rusia. Voces “progresistas” que no pueden desconocer a qué intereses obedece ni qué costes sociales y peligros implica la militarización que dictan los poderes que dominan la UE, aunque ambiguas y siempre muy tímidas para plantarse contra este rumbo, se han referido incluso a un “nuevo bloque” Trump-Putin-Netanyahu (¿?), que sería la razón de una necesaria resituación de Europa.

En cambio, el gusto reciente del discurso político-mediático dominante en nuestro entorno geográfico por hitos históricos del siglo pasado se acuerda muy poco de Múnich. Los acuerdos firmados en la capital bávara, el 30 de septiembre de 1938, por los jefes de gobierno de Francia y el Reino Unido con los de la Italia fascista y la Alemania nazi dejaron a esta última vía libre para ocupar Checoslovaquia y condenaron a la República española que ya sufría “la reacción de clase en los cuerpos dirigentes de los Estados parlamentarios (incluyendo a los del Frente Popular en Francia)”, que no habían querido socorrerla. [3] Su anticomunismo pudo más que la desconfianza que les inspirara Hitler. De ahí su política de “apaciguamiento” ante las amenazas y exigencias de éste, desoyendo los insistentes llamamientos soviéticos para enfrentarse a ellas. Casi un año antes de la firma de los acuerdos, uno de los dirigentes británicos que abogaban por esa política, Halifax, líder de la Cámara de los Lores, lo había escrito sin tapujos en su informe al primer ministro, Baldwin, después de visitar a los dirigentes nazis (incluido el propio Hitler): “estas personas odian verdaderamente a los comunistas. Y le aseguro que si nosotros estuviésemos en su lugar nos pasaría lo mismo”. [4] ¡Hitler les libraría de la pesadilla de la revolución!

Conferencia de Múnich (30 de septiembre de 1938) entre los jefes de gobierno de la Italia
fascista (Mussolini), la Alemania nazi (Hitler), el Reino Unido (Chamberlain) y Francia (Daladier)
(Bundesarchiv Bild, Wikipedia)

Por una contorsión llamativa, quienes recurren en estos tiempos al anatema del “apaciguamiento”, lo hacen únicamente en referencia a las gesticulaciones de Trump hacia Rusia en relación con la guerra de Ucrania, o para descalificar a cualquiera que se aparte del unanimismo belicista a la orden del día en Europa. ¡Como si fuera algo inimaginable un paralelismo (sin embargo, innegable, salvando las diferencias) entre las decisiones de los dirigentes de las democracias occidentales de 1936 a 1939 y su coalición anti-rusa de hoy…!

“Si vemos que Alemania gana, debemos ayudar a Rusia; pero si es Rusia la que gana, debemos ayudar a Alemania, para que entre ellas se maten al máximo”. Parece un designio del magnate que está ahora al frente del Despacho Oval. Son palabras del político demócrata Harry Truman, años antes de ser presidente de EEUU (1945-1953) y arquitecto de la OTAN. Pronunciadas después de que Francia y el Reino Unido declararan la guerra a Alemania, el 3 de septiembre de 1939, y de que el entonces presidente norteamericano, Roosevelt, confirmara a sus compatriotas su deseo y previsión de que su país se mantendría “al margen”. [5]

A veces, la línea de separación entre entonar “nada nuevo bajo el sol” y dar precipitadamente por sentada la especificidad histórica de una actualidad “de vértigo”, sobre la base de cada exabrupto presidencial desde el otro lado del “Atlántico Norte” y de su eco mediático, puede ser muy fina. Analizar exige esforzarse por evitar las dos trampas. Negar, como pretenden algunos, hasta un hilo de relación de la Federación de Rusia actual con el Estado (¡y con el pueblo!) que desplegó el más descomunal y decisivo esfuerzo para derrotar al nazismo en Europa –aquel cuyo ejército liberó a los supervivientes de Auschwitz hace 80 años– es tan absurdo como pasar por alto la ruptura y los tipos de transformaciones que significó el paso de uno a otra. ¿Cómo olvidar que, para la Rusia Soviética, y para el Estado socialista en su conjunto, la victoria contra el invasor nazi fue la de la Gran Guerra Patria? Y ¿cómo extrañarse de que las humillaciones infligidas por Occidente a Rusia desde 1991 y su continuado y agresivo expansionismo contra ella sean percibidos por gran parte de los ciudadanos rusos como una grave “amenaza existencial” contra su país?

Ahora, los (y las) sheriffs de la UE, despreciados por Trump, le responden (nos dicen que despechados) haciendo exactamente lo que el magnate del Despacho Oval les viene exigiendo destempladamente desde su anterior mandato. Y a toda prisa que estamos tardando. O ¿no sería más cierto decir que la UE contesta cumpliendo aceleradamente, como obedientes subordinados, las exigencias que los poderes profundos del Imperio les han planteado, en realidad, desde antes de la “era Trump”? Fue la Administración Obama, hace cerca de década y media, la que afirmó que Estados Unidos ponía el foco en la región Asia-Pacífico, y especialmente en China, como área estratégica prioritaria para ellos. A quienes justifican el Rearme europeo –en realidad su intensificación con el plan contenido en el Libro Blanco presentado a mediados de marzo, puesto que el incremento acentuado de los gastos militares es una tendencia generalizada en los Estados miembros de la UE desde hace una década larga– como una reacción necesaria de “autonomía”, frente a un “protector” que habría dejado de ser fiable, les han desmentido los máximos jerarcas de la burocracia europea. No hay contradicción que no pueda remediarse entre los actuales gestores del imperialismo hegemónico y sus aliados europeos. Alivio. El secretario estadounidense Marco Rubio se lo ha dicho, a comienzos de abril, en Bruselas, a sus socios de la OTAN. Se comprende que Rubio atribuyera a cierta “histeria mediática” los “temores de que Washington se retire de la Alianza”.

NOTAS

1Citado por Jean Salem, Résistances. Entretiens avec Aymeric Monville, París, Delga, 2015.
2El hundimiento de la esperanza de vida es un fiel reflejo: casi 8 años de pérdida en Rusia, en el caso de la vida media de los hombres, respecto del nivel que registraba la URSS a finales de los años 80 del siglo pasado, que tardó cerca de dos décadas en recuperarse.
3Pierre Vilar, La Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 1986.
4Citado por Éric Vuillard, El orden del día, Barcelona, Tusquets, 2018.
5Serge Halimi, “Combattre les nazis, l’Amérique tergiverse”, en Manuel d’autodéfense intellectuelle. Histoire, sous-série Le Monde diplomatique, 2024.