Abril 10 del 2025 La Visión
Ya no se sabe que es más rápido: si la velocidad del sonido o las marchas y contramarchas en la política internacional, específicamente, en algunas decisiones grandilocuentes de la Administración Trump.
No cabe duda que el ejecutivo estadounidense tiene ambiciones de reforma (en todo sentido), pero parece encontrarse con un muro de realidades. Ahora bien, no podemos vislumbrar si se trata de intentos fallidos o procedimientos de acción-reacción para ver, aprender y transitar el camino.
Desde que Trump decidió patear el tablero del comercio mundial a través del inicio de una guerra unilateral arancelaria contra el resto del mundo, con el firme propósito de desintegrar los déficits comerciales que asolan la economía estadounidense —y un cúmulo de objetivos asociados ya explicados en el artículo anterior «Nace el post-globalismo»—, quedó en evidencia su intencionalidad de modificar a través de un shock la economía financiarizada impuesta… por los propios Estados Unidos.

Esta imagen la obtuve en 2019, cuando Trump inició la guerra arancelaria contra China, que tuvo su pico de gran tensión con el encarcelamiento de Meng Wanzhou, la CEO de Huawei. No sé si la imagen es efectivamente real, pero no me extrañaría. La realidad supera la ficción y la seda es un producto típicamente chino.
El problema es que esa fórmula que tan buen resultado le dio en otras épocas empieza a tener serios limitantes: la creciente e insustentable deuda pública de más de 36 billones de dólares, y la peligrosidad que implica un comercio global que tienda a eliminar el dólar como moneda de atesoramiento y transacción.
Si a eso le sumamos que Estados Unidos se ha convertido en una matriz vacía, el estado de situación donde está parado Trump es “algo” desesperante. Que se entienda: Estados Unidos es un país enorme, con una población capacitada, múltiples recursos naturales, unas élites expansionistas y agresivas y un inquietante poder militar del que ha hecho uso (y abuso) de forma deliberada e irrefrenable.
Pero también tiene un PIB “poco realista”, pues depende en demasía de la importación de bienes y materias primas del resto del mundo. No podemos negar, por ejemplo, que las innovaciones del Sillicon Valley han aportado tecnologías de información y comunicación de primer orden, solo contrastadas por China, que las hace a mucho menor costo (caso Deepseek). También el país ha producido una auténtica revolución en materia de extracción petrolera y gas, gracias a la técnica del fracking (la guerra en Ucrania puso cautiva a la UE en materia energética).
Pero esas fortalezas —las GAFA, la energía y Sillicon Valley— lo sitúan en dos puntos de las actividades humanas: el software (que tiende a la abstracción, una especie de “servicio”) y la energía (que en definitiva es una materia prima). El mayor problema que aqueja la economía norteamericana tiene que ver con la “fabricación de objetos”, la industria en el sentido más elemental de la palabra.
Esto ha quedado muy en evidencia con la guerra en Ucrania: este acontecimiento, provocado por Occidente Colectivo para sacar de circulación a Rusia como país soberano y “espalda” de China, se topó con la inesperada revelación de que el país euroasiático no tenía los pies de barro como suponían: no solamente resistió estoicamente a las “sanciones infernales” —Putin acaba de señalar que son récord, un total de 28.595—, sino que Rusia es un país de gran peso en la cadena de suministros críticos globales, por consiguiente, “no puede ser aislada” ni económica ni políticamente. Además, no solo aporta petróleo (que estabiliza el precio a la baja), fertilizantes y gramíneas a gran escala, sino que nos enteramos que producía más munición que todos los países del Occidente Colectivo unificados, incluyendo, claro está, a los Estados Unidos. E incluso, al parecer, lo hace eficientemente, a bajo costo.
¿Me explican cómo una nación (supuestamente) subdesarrollada y tecnológicamente atrasada que representaba el 8,8% del PIB estadounidense en 2022, que Obama caracterizó de “simple gasolinera”, es capaz de producir más que Estados Unidos y sus aliados, entre los que se cuentan todos los G7, las naciones más industrializadas del mundo?
Y conste que no hablo de balas de 7,62mm para los fusiles Kalashnikov, sino de sistemas complejos de misiles (recuerden, incluso, la sorpresa del Oreshnik) —muy a pesar de la soberbia iletrada de Ursula von der Leyen sobre los chips sacados de neveras y lavadoras—, de drones (cuya industria fue montada en plena guerra en tiempo récord), de tanques avanzados, submarinos nucleares (Putin acaba de botar uno clase Yasen-M en Múrmansk esta semana con misiles hipersónicos Zirkón), de cazas a reacción (los Sukhoi Su-57 de quinta generación volaron hace pocos meses en los festivales aéreos de Delhi, India y Zuhai, China) y ¡siguen los lanzamientos espaciales desde Baikonur!
Las palabras de Úrsula Von der Leyen de 2022 se asemejan a la predicción del Führer Adolf Hitler cuando sostuvo que “démosle una patada en la puerta y todo el podrido edificio soviético se derrumbará solo”… para encontrarse años después con las tropas soviéticas a orillas del Elba.
¿Cómo ha podido Rusia, a pesar de la persecución de la “Comunidad Internacional”, sostener una guerra contra la letal maquinaria de la OTAN (alias, el agujero negro de fondos), con un PIB tan “insignificante” y supuestamente con un monocultivo energético? ¿Cómo es posible que Estados Unidos no haya llegado a ser capaz de fabricar suficientes proyectiles para Ucrania? Las guerras son demasiado reveladoras de la productividad… pues es en ese terreno, incluso más que en el militar, donde se ganan (o al menos, no se pierden).

El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, firmando sobre munición de 155mm en una fábrica en Scranton, Pensilvania. Ocurrió el 24 de septiembre de 2024, cuando fue de gira a Estados Unidos para presentar su “plan para la victoria” al presidente Joe Biden y a los candidatos Trump y Harris. La guerra demostró que Rusia producía más munición de artillería pesada que todo el Occidente Colectivo.
La clave es que la globalización orquestada por el propio Estados Unidos durante todos los años 90 —Consenso de Washington mediante—, ha socavado su propia hegemonía industrial. Datos: en 1928, previo a la Gran Depresión —que dicho sea de paso tiene otras características y se parece en poco y nada a la situación actual—, la producción industrial estadounidense representaba el 44,8% de la producción global, o sea, había oferta. En 2019, había caído al 16,8%. La cuota de China, por el contrario, era francamente inexistente en 1928 —aún era una economía cuasifeudal—, y para 2020 alcanzaba el 28,7% [datos del libro La Derrota de Occidente, de Emmanuel Todd, página 215]. Y si bien se dice que Rusia no es un país industrialista —su incorporación al G8 fue política, no basada en estadísticas—, podemos concluir que tiene una industria “sigilosa”. Para muestra basta un botón: Estados Unidos tiene más del doble de la población rusa… sin embargo, forma 33% menos ingenieros que ésta. ¿Casualidad? No, el perfil económico estadounidense crea estudiantes de Derecho, Economía, Finanzas… en fin… sheer business.
Por otra parte, el PIB estadounidense está constituido en gran parte por servicios. No es que no puedan ser valuados adecuadamente, ni que no generen ingresos, pero los déficits comerciales —que tanto preocupan a Trump y que desatan su torpeza arancelaria—, hablan a las claras que no “compensan” la importación de bienes “materiales”. La cuestión es diáfana: el comercio de mercancías de un país con otros es un excelente indicador de su poder verdadero.
De hecho, Estados Unidos no cubre sus importaciones con exportaciones, sino más bien con emisiones de dólares. Financia sus abultados déficits comerciales emitiendo bonos del Tesoro, pero es conocido que esta emisión no inflacionaria (o poco inflacionaria) solo puede sostenerse por la supremacía del dólar. Mientras esta moneda siga funcionando como reserva de los bancos centrales mundiales, mientras se utilice de manera transaccional y mientras sea el refugio preferido de los millonarios en paraísos fiscales, Estados Unidos puede “vivir gratis”. Si hacemos una proyección lineal, conclusiva, algo meridiana, diríamos que el PIB de Estados Unidos es proporcional al déficit.
No sorprende que Japón, Reino Unido y Arabia Saudita sean los mayores compradores de bonos estadounidenses. Es vox populi; la seguridad se paga con la “confianza” en la deuda, lo que en definitiva es una forma de pagar por protección (un viejo negocio de la Mafia, dicho sea de paso). China, también es un gran tenedor de bonos, pero evidentemente no está pagando por protección: su estructura armamentística es de diseño soviético/ruso y, cada vez más, indígena. ¿Cuáles serían sus motivaciones entonces? ¿podríamos decir que Beijing compra deuda americana a cambio de superávits comerciales, o sea, a cambio del acceso al mercado estadounidense?
Si es así, como hipotetizo, entonces la guerra arancelaria podría “romper ese contrato tácito”: si tú no me permites venderte, entonces yo no invierto en tus papeles de deuda.
Veamos qué pasó estas 24 horas (ese nivel de horizonte de análisis estamos teniendo…).
Ya en el artículo pasado destaqué especialmente lo siguiente (pueden chequear):
Importantísimo: el comunicado oficial que le confiere poderes extraordinarios al ejecutivo también le permite aumentar los aranceles en caso de que las contrapartes afectadas tomen represalias (lo que es casi un inevitable reflejo de Pavlov), así como disminuirlas si implementan “medidas significativas para remediar los acuerdos comerciales no recíprocos” —esto es, si se adaptan a la asimetría impuesta por Washington—, además de alinearse con Washington “en asuntos económicos y de seguridad nacional”.
Muchos economistas consagrados se burlaron de la «formula matemática» del arancel de Trump. Pero la idea no es complejizar el asunto, sino tener margen de maniobra para negociar aumentos y disminuciones. En definitiva, lo que ha hecho Trump es aplicar una base del 10% a todos (con la excepción de Rusia, Bielorrusia, México y Canadá), lo demás está sometido a arreglos comerciales y geopolíticos.
¿Qué significa eso? Que en realidad se implantó un arancel base de 10% a casi todos los países; abriendo las invitaciones a negociar. Y supongo que Trump justamente buscaba eso: que vengan al pie, de manera tal de evaluar la posición de Estados Unidos en el escenario económico global y dimensionar así su poder negociador. Sabía, estimo, que apenas dos naciones no iban a caer, en principio, en esa redada: Rusia, que ya tiene, como sostuve arriba, más de 28.500 sanciones y un orgullo bien aprehendido (además de estar negociando con Moscú un “nuevo orden” compartido, de hecho, Kirill Dmitriev estaba en Washington en esa tarea cuando anunciaron los aranceles al mundo y se mostró “comprensivo”), por lo que no osó imponerles aranceles, y por supuesto, China, que tiene suficiente espalda geoeconómica como para contrastar con Estados Unidos y salirle al cruce, y al que debía dársele mayor presión.
Este 9 de abril, en la cena de la National Republican Congressional Committee, Donald Trump reveló que los países estaban “besándole el culo” para hacer un trato diferenciado. ¿Cómo habrá tomado estas palabras Netanyahu, que se mostraba orgulloso de ser el primer dirigente extranjero en renegociar los aranceles?
La cuestión sensible, por supuesto, no está con todos los países, más allá del 10% generalizado, sino con la República Popular China. Los chinos tienen un superávit comercial de aproximadamente 279.200 millones de dólares (según la Administración General de Aduanas de China para 2024) respecto a Estados Unidos. Según cálculos estadounidenses es más (295.000 millones). Son números desequilibrantes. ¿Entonces por qué la guerra comercial no es únicamente contra China? ¿Por qué no se bilateraliza? Pues sencillamente por esto:

En un trance de apenas 24 años, China se ha convertido en el mayor socio estratégico comercial de gran parte del globo terráqueo. Nótese por qué Estados Unidos (y las burguesías-compradoras adjuntas de Latinoamérica) hablan del (monroviano) “América para los americanos” y bregan por la “expulsión de China” de Sudamérica. En Argentina, dirigentes variopintos como Mauricio Macri, Javier Milei, Victoria Villarroel y el peronista Guillermo Moreno apoyan la idea del Departamento de Estado estadounidense y reniegan, por ejemplo, del BRICS.
Lo que ven arriba es la trágica (para Estados Unidos) metamorfosis del comercio internacional en apenas 25 años. Desde el ingreso de China en la OMC [Organización Mundial del Comercio] el 11 de diciembre de 2001, el PCCh ha sabido moverse en las aguas de la globalización como una auténtica barracuda: furtiva y aparentemente indiferente al momento de acechar, veloz y eficiente al momento de atrapar a su presa. China recién aceptó entrar en la OMC —lo que implicaba abrir su mercado, reducir aranceles, eliminar subsidios y permitir más competencia extranjera—, solo cuando comprendió que su ciudadanía estaba lo suficientemente disciplinada (laboralmente, pero también, culturalmente bajo un pabellón de orgullo nacional) y cohesionada, sus capitales lo suficientemente agrupados y preparados para la expansión global, y sus soportes comerciales —léase, finanzas, diplomacia y logística— lo suficientemente combinados y sincronizados. Por supuesto, la transformación durante la década del ’90 en el “taller del mundo” debido a su capacidad manufacturera y costos laborales competitivos fue la antesala de ese despegue.
Léanse bien los datos: en el 2000, Estados Unidos comerció por 2 billones de dólares, 4 veces más que los 474.000 millones de dólares de China. Entre 2000 y 2024, el comercio de los Estados Unidos creció un 167%… pero el de China aumentó un 1200%, superando al norteamericano ya para 2012. En 2024, el comercio total alcanzó los 5,3 billones de dólares para Estados Unidos y 6,2 billones para China.
A diferencia de los vaivenes políticos estadounidenses de la última etapa, la dirigencia china se consolidó, favorecida además por la anuencia de un Partido único, hecho que favoreció la planificación al largo plazo: la iniciativa Made in China 2025, lanzada en 2015, buscó posicionar al país como líder en sectores tecnológicos avanzados, lo que encima la hace competidora en la ola de la Cuarta Revolución Industrial.
Si bien el mercado estadounidense “apalancaba” a China, es importante acotar que el gigante asiático se dedicó durante gran parte del periodo 2000-2025 a formar asociaciones estratégicas integrales y forjar iniciativas multipolares y hasta enormes asociaciones de libre comercio. ¿Recuerdan el acuerdo integral con la Argentina presidida por Cristina Fernández suscripto el 18 de julio de 2014?

Desde la presidencia de Hu Jintao, pero mucho más desde la asunción de Xi Jinping, China ha transitado un infatigable periplo de giras diplomáticas en búsqueda de asociaciones estratégicas. En 2014, logró un acuerdo con Argentina.
China estuvo presta a desarrollar con insistencia y tesón, sin amenazas de violencia y con una cultivada “paciencia estratégica” y “poder suave”, los siguientes objetivos:
- Políticas comerciales abiertas, libres de aranceles: para lo cual reevaluó sus cadenas de suministro y consolidó fidelidades a largo plazo.
- Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt & Road Initiative): Lanzada en 2013, esta estrategia china ha invertido en infraestructura global, fortaleciendo lazos comerciales con países de Asia, África, Europa y América.
- Desarrollo Tecnológico: China ha invertido significativamente en investigación y desarrollo, emergiendo como líder en sectores como inteligencia artificial, 5G y energías renovables.
- Diversificación de Mercados: Ante las tensiones con Estados Unidos, China ha fortalecido sus relaciones comerciales con otros socios. En 2024, la ASEAN se consolidó como su principal socio comercial, con un valor total de 5,67 billones de RMB (0,79 billones de dólares), reflejando un crecimiento del 8,8%.
- Fundamental: en ocasión del 19º Congreso del Partido Comunista, Xi Jinping creó el Frente Unido, un órgano encargado de verificar que los objetivos de las empresas corresponden a los objetivos de la nación, e introdujo un representante del Estado en el consejo de administración de todas las grandes empresas.
Así las cosas, lo importante no es solamente dar vuelta la tortilla con China en asuntos comerciales, sino provocar que el resto de los países deje de tomar a China como un socio privilegiado, pues cualquier guerra de derechos de aduana, como la que intentó hacer Trump en su primera presidencia (y Biden prosiguió) contra China fue respondida por Beijing con el desarrollo del mercado interno chino (que se cerró a los socios beligerantes), orientando hacia Europa —y otras periferias—, el excedente de la producción.
De hecho… ¿Quiénes se acercaron últimamente con mano amistosa a Beijing luego de haberlos tratado de “desafío” estratégico en la última reunión de la OTAN, sita en Washington, los días 9 al 11 de julio de 2024?

La presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ha mantenido este martes 8 de abril una conversación telefónica con el primer ministro chino Li Qiang para abordar el estado de las relaciones entre la Unión Europea y China en un contexto marcado por los aranceles masivos aprobados por Donald Trump. Von der Leyen destacó la responsabilidad compartida de Europa y China, como dos de los mayores mercados del mundo, de apoyar un sistema comercial sólido y reformado, que sea libre, justo y basado en condiciones equitativas.
Las medidas de Trump no son (al menos no únicamente) para quemar burbujas financieras en las bolsas o manipular el precio del petróleo (a la baja). O como se manifiesta, reindustrializar o relocalizar. El objetivo principal es invertir la tendencia clave del comercio mundial durante el último cuarto de siglo, esto es, destruir el crecimiento constante de la influencia comercial china.
Los pocos instrumentos que tiene Estados Unidos para lograrlo, inclusive la opción militar (que tampoco es viable, aunque no se descarta), hacen que Trump eche mano a la guerra arancelaria como una forma de socavar la influencia global china y un intento de restaurar la posición perdida de la economía estadounidense en materia de influencia comercial. Lo dije claramente en el artículo anterior: es una medida desesperada.
Probablemente Trump sabría que China iba a resistir (ir hacia una negociación ventajosa para él) e iba a contestar con el mismo fuego, por lo que decidió redoblar la apuesta.

Este 9 de abril, Trump publicó en Truth: «Basado en la falta de respeto que China ha mostrado hacia los mercados mundiales, por la presente estoy aumentando el arancel que Estados Unidos de América cobra a China al 125%, con efecto inmediato. En algún momento, esperemos que en un futuro cercano, China se dará cuenta de que los días de aprovecharse de Estados Unidos y de otros países ya no son sostenibles ni aceptables. Por otro lado, y dado que más de 75 países han contactado a representantes de Estados Unidos, incluidos los Departamentos de Comercio, del Tesoro y la Oficina del Representante Comercial (USTR), para negociar una solución sobre los temas tratados en relación con el comercio, las barreras comerciales, los aranceles, la manipulación de divisas y los aranceles no monetarios, y que estos países no han tomado represalias de ninguna forma contra Estados Unidos —siguiendo mi firme sugerencia—, he autorizado una PAUSA de 90 días y una reducción sustancial del arancel recíproco durante este período, fijándolo en un 10%, también con efecto inmediato. ¡Gracias por su atención sobre este asunto!»
Se suponía que los aranceles pondrían a los chinos en una posición genuflexa y excesivamente conciliadora. Pero Trump no contaba con que Beijing aprende del pasado y se vio venir esta situación, haciendo sus planes de contingencia. En consecuencia, lanzó su clamor de «luchar hasta el final» (importante: consideremos la sensibilidad china a las guerras comerciales. Su periodo de decadencia, el llamado Siglo de la Humillación, fue producto de las Guerras del Opio del Siglo XIX, que destruyeron su economía, y con ella, su tejido social, moral y cultural, y la sumergieron en la ignominia. Todo empezó cuando Gran Bretaña quiso equilibrar la balanza comercial...)
Lin Jian, ministro de Relaciones Exteriores, promete en tono solemne que China «luchará hasta el final» en cualquier guerra comercial que se desate contra ella.
¡China demostró que está dispuesta a contraatacar! Elevó su arancel sobre los productos estadounidenses al 84%, en represalia por los nuevos y fuertes aranceles a sus importaciones que entraron en vigor el miércoles 9. La medida vino apenas después de que Trump agregara un arancel del 50% sobre los productos chinos, además de los aranceles recíprocos del 34% (que ya estaban sobre uno de 20%, lo que llevaba el arancel al 54% hasta entonces). Vale decir, la tasa general sobre China es de 104% ¡una brutalidad!
Obviamente, esto marca un notable deterioro en las relaciones de ambos países. La tasa de Trump de más del doble, y la inusual —para los estándares chinos—, del 84% es prácticamente una declaración de guerra (por ahora, en el plano no-violento).
Anteriormente, hablé de la economía rusa, supuestamente atrasada y desorganizada, en teoría fácilmente colapsable. Ese, al menos, era el cálculo de Biden al recalentar el asunto ucraniano hasta el tope de lo irresistible. Pero el notable error de cálculo sobre las pericias, redes solidarias y resistencias rusas llevó las cosas hacia una guerra inesperadamente prolongada, de la que Estados Unidos ya no sabe cómo salir (pues la burocracia europea la necesita para sentirse segura y apisonar disidencias continentales), y le está generando agujeros presupuestarios. Ahora parece —obviamente esta es una primerísima valoración—, que Trump no apreció con agudeza las fortalezas de la economía china.
El superávit comercial de China con Estados Unidos es de alrededor del 3% de su PIB. Claramente es un cliente importantísimo. Pero China —como Rusia durante la guerra cuando le cerraron el grifo de gas a Europa—, tiene la capacidad de REDIRIGIR sus productos a otros países e incluso, como dije arriba, venderlos a nivel nacional, dado que la población se cohesionaría aún más debido a la inquina estadounidense.
A propósito… ¿recuerdan cuando hablé de los Bonos del Tesoro estadounidenses en poder de los chinos (y de tantos otros)? Bueno… no solamente hubo una notable baja del valor de las acciones en los mercados bursátiles —en reacción al pesimismo sobre las perspectivas de muchas empresas estadounidenses globalizadas y la probabilidad de una recesión—, sino también han caído los bonos del Tesoro, que en consecuencia se han visto obligados a subir las tasas de interés. Esto es inédito.
El mercado de Tesoro no es moco de pavo: hay 28 billones de dólares en circulación y cumple simultáneamente tres funciones: como refugio seguro, como objetivo político y como alcancía.
Los bonos del Tesoro son un refugio seguro porque los Estados no funden y siempre terminan honrando sus deudas, dado que tienen muchas opciones de recaudación. Usualmente, ante una baja de acciones, los inversores se refugian en los bonos del Tesoro. Es el curso normal de toda corrección bursátil: los precios de los bonos suben a medida que los precios de las acciones bajan, porque los inversores pasan de uno a otro. Y a medida que los precios de los bonos suben, el rendimiento (o sea, la tasa de interés) disminuye.
Pero (aparentemente) la decisión de aplicar aranceles creó una necesidad urgente de liquidez: nadie quiere quedar prestado sabiendo que asumirá mayores costos. Y salen a vender posiciones para cubrir sus apalancamientos. ¿Qué hacen entonces? Para hacerse de dólares, venden los activos más fácilmente vendibles y de mejor precio (pues las acciones están por el suelo), es decir, los bonos del Tesoro.
¿Y saben qué? Ni siquiera fueron los chinos quienes los vendieron (aparentemente), sino la pura amenaza de guerra comercial total provocó la escalada. ¿Se imaginan si lo hicieran y se retiraran del mercado estadounidense?
Si los bonos del Tesoro, el habitual refugio seguro, cae de precio como las acciones, entonces no hay un escondite y el pánico se vuelve generalizado. Todo se enlazaría, como explosiones con efecto de simpatía, y los mismos bancos occidentales estarían bajo corridas.
Por otra parte, en sociedades como la estadounidense, muy bursatilizada, los movimientos abruptos del mercado financiero generan tan alta incertidumbre que se traslucen en una sensación de que el mundo real se derrumba. Es más, incluso las jubilaciones están ligadas al mercado de capitales, por lo que es comprensible el temor a vivir una vejez con serios problemas económicos. En términos generales, el ahorrista estadounidense posee acciones y bonos. Ellos no ven la macroeconomía sino el mercado de valores… que significa para ellos “la economía”. Si al mercado de valores le va mal, entonces a “la economía” le va mal.
Esto es un gran aprendizaje sobre las cuestiones “ambientales”, culturales o sociopsicológicas del “comportamiento económico”. Los mercados de bonos forzaron la mano de Trump. Al vender bonos del Tesoro, los inversionistas le dijeron a Trump que no desean guerras comerciales, menos que menos masivas, con todos a la vez.
El rápido aumento en los rendimientos de los bonos del gobierno, un costo más en definitiva para las arcas del Estado, hizo que Trump se viera obligado a pausar sus aranceles “recíprocos” para la mayoría de los países durante los próximos 90 días. Cuando se le exigió una explicación de tan rápido volantazo, Trump sostuvo:
Usualmente, los bonos del Tesoro a 10 años suelen atraer inversores, pues todos suelen creer que el gobierno estadounidense de alguna u otra forma pagará sus deudas. El hecho de que no lo hicieran esta vez reflejó la disminución de la confianza en que el gobierno de Estados Unidos pagaría sus deudas.
Después de que Trump finalmente anunció la pausa arancelaria, el S&P 500 cerró con un alza del 9,5% y el Nasdaq, de gran peso tecnológico, ganó un 12%. Pero hay que tener en cuenta que la pausa de 90 días durará solo hasta el 8 de julio y, mientras tanto, la guerra comercial con China podría seguir escalando. En otras palabras, los inversores, las empresas y los consumidores seguirán viviendo con la incertidumbre, el peor estado de salud de una economía.
Hasta que Trump no establezca un rumbo predecible, la inestabilidad global continuará y hasta podría acrecentarse. Así parece advertirlo The Economist… la publicación de los Rothschild. ¡Poderosos enemigos te has apuntado, Donald!

A propósito, y como “nota de color” final… ¡miren quien quiere sacar tajada de las broncas de Trump con China! (obviamente a tono con su mambo mental) ¡Justo ahora aparecen “combatientes chinos” en Ucrania!

Muy convenientemente, Zelenski “capturó” dos “combatientes chinos” en Donetsk el 8 de abril, un día antes de que ingresaran las sanciones estadounidenses en vigor.
El comediante ha asegurado que dos ciudadanos chinos fueron detenidos por sus tropas durante combates en la República Popular de Donetsk. Pero el vocero del Kremlin, Dimitri Peskov, negó que soldados chinos combatieran del lado ruso. A la vez, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China sostuvo que “China está verificando la situación pertinente con la parte ucraniana”, aclarando que “siempre ha exigido a sus ciudadanos que se mantengan alejados de las zonas de conflicto armado y eviten involucrarse en conflictos armados de cualquier forma, en especial que eviten participar en operaciones militares de cualquiera de las partes”.
Por supuesto, esta indignación de Kiev no se condice con la gran cantidad de mercenarios internacionales comprobadamente alistados en las FFAA ucranianas, desplegados en todos los frentes posibles.