Agosto 27/2024
Interesante artículo al cual le desarrollo desde mi visión el cómo en el siguiente artículo que publico a continuación en puntorojo: nota de Alonso Gallardo
Si, hay que estar informado. Saber lo que sucedió y sucede. Ahí, acá, allá. Hace cinco minutos, dos horas, ayer, el año pasado, durante el siglo XX y antes. ¿Para qué sería? Depende. Para una minoría que tiene dinero, para saber, por ejemplo, en qué invertirlo mañana. Para otra minoría que algo tiene, pero no tanto, para conversar durante la cena. Para una mayoría que no tiene, para nada: cómo dar de comer a los hijos o dónde dormir sin dinero no sale en las noticias. Y para una minoría que queremos cambiar el mundo, comenzando por destruir el orden capitalista, para tener elementos con los que imaginar las formas. Y nos informamos, pero esas formas no aparecen. Connotados intelectuales publican artículos, libros, video conferencias, clases magistrales, tesis doctorales o comentarios en redes sociales sobre vida y obra de Marx, Gramsci, el Che, Hegel, Mariátegui, Lenin, y todas y todos los que nos abrieron los ojos. Analizan la antigüedad y la actualidad, pero esas formas que hacen falta, y con urgencia, no aparecen. Nada, ni siquiera para descartarlas. Este reclamo puede resultar provocativo: enhorabuena, es lo que intenta.
Tomaré como base para estos planteos un artículo de los compañeros del PCPE (Partido Comunista de los Pueblos de España). En ese documento, que titularon “Consideración crítica de la realidad que expresan los resultados de las elecciones al Parlamento europeo del 9 de junio” (2024) (en https://pcpe.es/consideracion-critica-de-la-realidad-que-expresan-los-resultados-de-las-elecciones-al-parlamento-europeo-del-9-de-junio/) :
- Se parte de reconocer la dominación ideológica ejercida por el sistema y la consiguiente decadencia ideológica y política propias de la posmodernidad imperante.
- Se propone reconstruir las estructuras de intervención y participación social, asumiendo el papel de vanguardia necesario en esa lucha de sentidos.
- Se rechaza la asunción del abstencionismo como la base para el cambio revolucionario, priorizando el trabajo del PCPE y PCPC sobre/con los sectores más avanzados del movimiento obrero.
- Se plantea un análisis autocrítico del trabajo electoral llevado a cabo y una política de alianzas que surja del trabajo de masas, con vistas a enfrentar la guerra imperialista y la dictadura del capital.
- Se advierte contra cualquier confianza en el juego parlamentario, que sólo responderá a los intereses populares ante una dinámica de presión y movilización.
Contra la resignación acomodaticia de progresismos de todo tipo, las y los compañerxs del CPCE mantienen en claro que dentro del capitalismo no habrá salida y asumen el compromiso de seguir combatiéndolo. A despecho del discurso posmoderno, plantean la necesidad de una vanguardia capaz de aglutinar mayorías. Llaman a desechar ilusiones en las instituciones “democráticas” del Estado burgués, que responden sólo a los intereses de la clase capitalista. Sin embargo..
Dejando de lado el papel obvio de los defensores abiertos del sistema, es decir la derecha y la ultraderecha (o derecha sin maquillaje), habría mucho que reprochar a los partidos “progresistas”, al sindicalismo de burócratas, incluso a cierta autopercibida izquierda, todos los cuales han alimentado la ilusión en mejoraras graduales, no rupturistas. Sería un esfuerzo desperdiciado: sus posiciones, en general, no responden a alguna forma de ingenuidad que pudiera revertirse con argumentos, sino a intereses o a claudicación. Nada que hacer con ellos.
Ahora, por el lado de las y los convencidxs de que acabamos con el sistema o acaba con nosotros, ¿acaso hemos estado vegetando, indiferentes a la realidad? Claro que no. Una parte del sindicalismo, de los partidos de izquierda, de los medios de difusión alternativos, de la intelectualidad, del arte, de la cultura, de organizaciones de distinto tipo viene intentado resistir de múltiples formas, consecuentemente, con sacrificio, con riesgos, obstinadamente. También con pérdida de vidas. Y los resultados están a la vista: avance de la derecha, guerras, imperio del capital. Retroceso general del proyecto socialista. Entonces, si aún con esa larga y sostenida historia de luchas hay que reconocer la creciente dominación ideológica ejercida por el sistema, es inevitable preguntarnos: ¿qué es lo que permite ahora alentar esperanzas en revertir este retroceso? ¿qué es lo diferente? ¿qué es lo nuevo? ¿es la decisión de, a partir de ahora, poner más empeño, más voluntad, más compromiso, más convicción? Esas cualidades siempre pueden mejorar, pero nunca estuvieron ausentes. Paciencia y perseverancia, recomendaban Ho Chi Minh y el Che. Pero también actuaron con audacia, con atrevimiento. Y el tiempo apremia. Depositar la expectativa en más de lo mismo es llamarse al autoengaño.
Hará falta una vanguardia, claro está. No para ejercer autoridad alguna, sino para romper la inercia. Pero una vanguardia que se atreva a imaginar, no a reincidir en lo que viene fracasando.
Para enfrentar al capital y sus tentáculos, desplegados por todo el planeta, no servirán organizaciones cuyo ámbito de actuación se conciba fronteras adentro de los estados nacionales. Esta afirmación no es un antojo: están a la vista las dificultades a que es capaz de someter el poder económico/político/militar a los gobiernos “díscolos”. Hará falta una forma de organización planteada de arranque como un internacionalismo real, no declarativo, capaz de abarcar la misma escala que abarca el enemigo.
Sí, la presión por movilización popular, en ocasiones, logra imponer al Estado algunas concesiones parciales, pero de conjunto seguimos retrocediendo. Y la mejora relativa en los resultados electorales tiene el mismo doble carácter que las conquistas sindicales: al no ser (ni poder ser) parte de una construcción que las excede, sirven de estímulo para la disputa presente, inevitablemente dentro de los límites impuestos por la “democracia”, mientras postergan para un futuro indeterminado la necesidad del combate a fondo.
Si descartamos un sentido teleológico de la historia, sea bueno o malo, en el que podamos descansar o al que debamos resignarnos, hay que inventar y actuar, actuar e inventar. En suma, asumir nuestra condición de sujetos sociales guiados por la filosofía de la praxis. Y hacerlo cuanto antes.
¿En qué podría consistir aquí guiarnos por la filosofía de la praxis?
Como rasgo general, deberíamos comenzar por soltar el pasamanos. Un pasamanos que provee seguridad, al proponer un camino ya trazado y recorrido, pero que lleva al fracaso en el intento de alcanzar el socialismo.
Algunos tramos de ese pasamanos del que habremos de soltarnos.
Por lo pronto, abandonar la práctica común de trasladar al presente recomendaciones o mandatos que fueron válidos en contextos muy distintos, como el siguiente:
“En estas condiciones, un error “sin importancia” a primera vista puede tener las más tristes consecuencias, y sólo gente miope puede considerar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual “matiz” puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa durante muchísimos años.” (de Lenin en “Qué Hacer”). Tomar estas palabras del dirigente bolchevique a pie juntillas y aplicarlas sin considerar las diferentes circunstancias históricas ha multiplicado las tendencias, muchas de ellas con filiación trotskista, pero no su inserción en la sociedad, dividiendo las fuerzas hasta la impotencia.
También haría falta renunciar a ciertas “certezas” surgidas de tomar las predicciones en el ámbito de las ciencias sociales como si correspondiesen al de las ciencias “duras”. Por ejemplo, en casos como el de la siguiente afirmación:
“Hay que hacer justicia a los obreros alemanes por haber aprovechado con rara inteligencia las ventajas de su situación. Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí: teórica, política y económico práctica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza y la invencibilidad del movimiento alemán” (Prólogo de Engels a “La guerra campesina en Alemania”). A la revolución socialista intentada en Alemania entre 1918 y 1923 le sucede, quince años después, el apoyo mayoritario de la clase trabajadora a Hitler y su expansionismo nacionalista, y un siglo después la crisis de subjetividad de la clase trabajadora (ver por ejemplo Henrique Canary en Revista Jacobin 11/8/2024).
Otra predicción incumplida: la creciente socialización de la producción desembocaría inevitablemente en la socialización de los medios de producción. En cambio hoy un puñado de mega magnates son dueños y señores hasta del agua, y el proceso de concentración continúa.
Desde luego, siempre es posible alegar una infinidad de desviaciones, errores y traiciones, lo que no se puede es negar la realidad.
En particular, si hemos de asumir la filosofía de la praxis como actividad humana transformadora, no podemos quedarnos a mitad de camino en relación al siguiente conocido reclamo “Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica” (Lenin en “Qué Hacer”). Es verdad, como decíamos, que hay cantidad de intelectuales marxistas que dedican valioso empeño en analizar y desarrollar dicha teoría revolucionaria. O, mejor dicho, consideran estar haciéndolo al ocuparse del porqué y el para qué de la revolución socialista. Es decir, apelan a la teoría para demostrar las contradicciones intrínsecas de esta forma social, con sus crisis recurrentes e inevitables, y de tales desarrollos teóricos que dan cuenta del porqué es necesario revolucionar el orden vigente, van surgiendo también respuestas al para qué, es decir, van delineándose distintas concepciones de la sociedad socialista superadora a la que aspiramos. Ahora bien, para disponer de esa teoría revolucionaria que reclamaba Lenin está faltando, nada menos, el esbozo de respuesta a la pregunta crucial: ¿cómo? Salvo, claro, que tomemos como válida la repetición de lo que se ha venido haciendo, con dedicación, perseverancia y sin éxito, como reseñábamos más arriba y el propio documento reconoce.
Luego de esa pequeña lista de lo que no hacer, animémonos, ahora sí, a suponer/sugerir unos pocos puntos de partida:
Que parte de la intelectualidad marxista termine asumiendo que escribir artículos, libros, dictar cursos y conferencias, participar en debates y movilizaciones, impulsar documentos y declaraciones son todas actividades tan necesarias como insuficientes. Que se trata de algo más que dejar para la posteridad constancia de una vida coherente. Que hay que provocar la revolución, y eso requiere del involucramiento activo de tal intelectualidad en el campo organizativo.
Que, entre quienes asumen esa necesidad y aprovechando el crédito asociado a su función de intelectuales, inician una primera etapa de intercambios entre pares para definir luego los modos de tomar contacto con las variadas y dispersas organizaciones de inconformes activos existentes. En particular con aquellas y aquellos de sus integrantes que, por medios digitales, operan los centros nodales de operación y reproducción del sistema. Nodos de operación que siguen el impulso de concentración que fuera acelerado durante la pandemia de COVID 19, creando con ello otras tantas vulnerabilidades.
Que a partir de esos contactos se comienza a definir un objetivo común: crear una red con capacidad de, llegado el momento, paralizar por completo el funcionamiento del sistema. Un sucedáneo de la tan invocada huelga general revolucionaria, adecuada a las condiciones imperantes hoy.
Semejante programa, con todas las dificultades que se puedan imaginar y otras que sólo la acción práctica podría sacar a la luz, en caso de lograrse, significaría nada más (y nada menos) que la llave que abra la puerta a un largo trabajo previo destinado a solventar el día después, a fin de no abrir paso a un caos social impredecible sino a un plan de socialización de la producción y el consumo previamente esbozado, esto sí, a escalas locales. Si dentro del orden capitalista semejante plan no es más que una ingenua quimera, podría en cambio ser implementado a condición del derrocamiento de la dictadura de la propiedad privada, como hizo, por ejemplo, el gobierno de Salvador Allende en Chile durante los primeros años ’70, con recursos computacionales muy inferiores, creando el Proyecto Synco de planificación en tiempo real de la producción de las empresas socializadas.
La anécdota que sigue es ejemplo de búsqueda de otras formas de pensar, en este caso útil para ahorrar trabajo y tiempo. En cambio, a fin de terminar con el criminal sistema en que vivimos, encontrar esas formas no es ya una alternativa sino una necesidad imperiosa. Si estas líneas sirven para estimular esa búsqueda habrán cumplido su propósito.
Pensar estilo Gauss
—Según una conocida anécdota, en cierta ocasión un maestro rural les pidió a sus alumnos del tercer grado que sumaran todos los números del 1 al 100, esperando con eso mantener a sus ruidosos estudiantes entretenidos unos quince o veinte minutos. Pero no habían transcurrido dos cuando uno de ellos dijo algo como “¡Ya está!” y entregó el resultado, que para gran sorpresa del maestro era el correcto. Al preguntar al niño cómo lo había obtenido, éste declaró haber notado que juntando el 1 con el 100, se obtenía 101. Lo mismo el 2 con 99, 3 con 98, y seguiría así hasta llegar a 50 con 51. O sea que había 50 pares de suma 101, que es 5050. El niño, de apellido Gauss, fue luego un matemático muy conocido —leyó Mike, e hizo una larga pausa al tiempo que la secuencia de sumas se detenía mostrando 406+29 = 435, 435+30 = 465, 465+31 = 496 y el reloj marcaba 2:07.
—En lugar de lanzarse presuroso a hacer lo que ya sabía hacer, nos señala con énfasis Abdel, el joven Gauss se entretuvo sobrevolando el problema unos segundos, y ahorró con eso mucho tiempo —finalizó el integrante de The Dogged.
(Diálogo extraído de la novela La Última Internacional. Gauss y la anécdota son reales).
Fuente: insurgente.org