domingo, 13 de julio de 2025

Trump en el callejón sin salida


Reducir los gastos que supone su política imperialista, debilitan inevitablemente su propio imperialismo. Ahora es justamente el capitalismo quien va a desbaratar todos sus planes

Trump en el callejón sin salidaTrump anuncia su orden ejecutiva de aplicación de aranceles el pasado 2 de abril | The White House / Dominio público

En series y películas, en calles y tertulias, incluso en las aulas, se nos presenta una y otra vez un mismo relato: las personalidades de los grandes líderes, su perfil psicológico, su locura o su genialidad, determinan el curso de la historia. Casi se podría trazar, según esa visión, una secuencia de grandes hombres (casi siempre en masculino excluyente) que, con sus decisiones, han marcado su época e, incluso, la posteridad: desde Alejandro, César o Mahoma hasta Napoleón o Hitler. Ahora es Trump el patético heredero de toda esa grandeza. Ahora es en su inestable personalidad donde se buscan las causas de su errática política económica y de sus inestables posiciones en materia internacional.

Quizá debamos hacernos las mismas preguntas que se hizo un poeta alemán hace casi un siglo cuando escribió: el joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo?, pues hace ya tiempo que sabemos que cualquier explicación mínimamente científica de la historia debe recurrir a cuestiones mucho más profundas que el perfil psicológico de una sola persona, por muy poderosa que parezca ser y muy desquiciada que parezca estar.

Para entender la política económica de Trump, es fundamental entender el proceso histórico en el que se encuentra Estados Unidos: la pérdida de la hegemonía económica mundial, que empezó a detentar de manera inequívoca desde 1945 y lleva décadas tambaleándose. Desde 2008 dejó de ser el país con mayor producción industrial en beneficio de China que, al menos desde 2011, también es el mayor productor agrario del mundo, seguido por India y dejando a EE.UU. en la tercera posición. Desde 2018, China también ha superado a Estados Unidos en su volumen comercial total (en exportaciones lo superó en 2007), y actualmente planea expandir aún más su comercio con la firma de tratados comerciales con numerosos países y con el proyecto de la Franja y la Ruta. Aún parece que Estados Unidos mantiene su dominio financiero, pues el dólar sigue siendo la moneda de referencia mundial, la bolsa de Nueva York sigue siendo la que mayor actividad genera y la mayoría de los bancos más importantes del mundo todavía son estadounidenses, pero todo parece indicar que este dominio también llegará a su fin, quizá de manera más acelerada tras unas medidas arancelarias que devalúan el dólar y pueden comprometer su papel internacional.

Sin embargo, este retroceso productivo no supuso que Estados Unidos renunciara a su estatus de superpotencia, manteniendo cientos de bases militares en decenas de países por todo el mundo y ocupando militarmente varios países de forma simultánea. Se fue larvando, así, una contradicción entre una posición de dominio militar y político mundial y una importancia económica cada vez más menguada; contradicción que, junto a otros factores, ha acabado por aupar, por segunda vez, a Trump a la presidencia. A pesar de su palabrería y sus promesas de recuperar una grandeza perdida, Trump es, ante todo, Estados Unidos dándose cuenta de que ya no es la potencia hegemónica mundial y preparándose para defender una posición fuerte en un mundo al que ya no puede dominar.

Para corroborar esto, basta con examinar algunas de las medidas que adoptó en su primera presidencia o que ha adoptado en este segundo mandato: En política exterior, Trump logra combinar una verborrea agresiva con repliegues y negociaciones en algunos conflictos: durante su primer mandato, sirven de ejemplo la retirada de la mayor parte de tropas estadounidenses de Siria en 2019, el acuerdo con los talibanes en 2020 y la posterior retirada de Afganistán, o las reuniones con Kim Jong-Un en 2018 y 2019; durante los meses que lleva de este segundo mandato destaca, ante todo, su posición sobre Ucrania, partidaria de poner fin a la guerra llegando a un acuerdo con Rusia a cambio del control de recursos naturales ucranios. A todo esto se suma el desmantelamiento de USAID (la agencia encargada de gestionar la ayuda exterior estadounidense), la salida de Estados Unidos de múltiples acuerdos internacionales (la UNESCO, los Acuerdos de París o el Consejo de Derechos Humanos de la ONU), su constante cuestionamiento de la OTAN y la exigencia a sus aliados de que incrementen su gasto militar o paguen por la presencia militar norteamericana (como ha ocurrido en Japón o Arabia Saudí). Gran parte de estas medidas tienen la finalidad de reducir el elevado coste de las políticas imperialistas de Estados Unidos pero, como veremos más adelante, conllevan una inevitable contrapartida. 

No obstante, su política arancelaria ha sido una de las cuestiones que más ha llamado la atención mediática, por lo extrema y errática. El Liberation Day (2 de abril) se anunció un aumento de los aranceles sin precedentes en la historia de Estados Unidos, fundamentalmente a China y a varios países del sudeste asiático y del Asia meridional, pero también a la Unión Europea. Sin embargo, en pocos días, el riesgo de una crisis bursátil hizo que se redujeran, durante 90 días, todos los aranceles al 10%, salvo en el caso de China, con quien inició una guerra comercial que condujo a unos aranceles, por parte de ambos países, superiores al 100%. A esto sucedieron nuevas rectificaciones que suavizaron algunos de los aranceles, hasta que menos de seis semanas después del Liberation Day, China y Estados Unidos alcanzaron un acuerdo comercial que reducía los aranceles entre ambos países en un 115%. 

Si la política de Trump no responde a su locura, sino a una estrategia determinada por las condiciones de decadencia de su país, ¿por qué es tan errática? ¿Por qué parece ir en una dirección y en su contraria a la vez? ¿Por qué parece que cada día amanecemos con nuevas medidas, nuevos cambios y nuevas declaraciones? 

Lo es porque una cosa es tener una estrategia y otra es que esa estrategia pueda tener éxito. Trump pretende disfrazar de egoísmo (America first) lo que no es más que debilidad. Si se retira de algunos conflictos internacionales es por su incapacidad de sostener el esfuerzo económico que conllevan. Si abandona organismos internacionales, es porque es incapaz de lograr condicionar sus posiciones. USAID y, por supuesto, la OTAN han servido para garantizar la posición dominante de Estados Unidos en el mundo. Si ahora Trump pretende desembarazarse de ellos, es porque está renunciando, definitivamente, al papel internacional que su país ha desempeñado hasta ahora, para retirarse a una zona de influencia más reducida. Pero a su vez, esa pérdida de influencia internacional impide a la clase capitalista estadounidense acceder a mercados y recursos naturales necesarios para ser competitiva. 

Del mismo modo, la estrategia comercial de Trump acaba llevándole a un callejón sin salida. Pues la economía estadounidense no es la de un país que está desarrollando su producción y requiere de aranceles para no ser arrollado por la competencia. Es la de un país cuya posición se ha sustentado en el comercio internacional, en el acceso a las materias primas de todo el planeta (con guerras cuando ha sido necesario) y en la posibilidad de exportar sus manufacturas a países de los cinco continentes. Si ahora China, entre otros, está amenazando esa posición, las medidas proteccionistas no pueden hacer otra cosa que acelerar su caída. 

En definitiva, Trump está atrapado, pues reducir los gastos que supone su política imperialista, debilitan inevitablemente su propio imperialismo. Y adoptar medidas proteccionistas debilita su acceso a los mercados internacionales. 

Incluso aunque pueda obtener victorias puntuales, la posición económica (y, por tanto, política y militar) de Estados Unidos está herida de muerte. Porque son las propias leyes de desarrollo del capitalismo las que imponen esa decadencia. Unas leyes que empujan a las empresas y a los Estados a una despiadada competencia, y que impiden, mediante la anarquía en la producción, el desarrollo racional de la economía. Las mismas leyes que llevaron al Imperio Británico a perder su posición dominante global y auparon a Estados Unidos a la hegemonía le están llevando ahora al declive. Por desgracia para Trump y para el conjunto de capitalistas estadounidenses, es justamente el capitalismo quien va a desbaratar todos sus planes. Pues ni la locura ni la cordura, ni la agresividad ni la paciencia, pueden lograr subvertir sus leyes. Por desgracia para ellos, esa tarea no corresponde al presidente de ningún país, sino que recae sobre los hombros de la clase obrera organizada.

(*) Fundació d’Investigacions Marxistes del País Valencià (FIM-PV)