Mayo del 2025 Simón Levy
La guerra comercial terminará pero una invisible ya comenzó…Mientras el mundo distraído observa guerras convencionales, cumbres diplomáticas y discursos de plástico, un mensaje demoledor cruzó el cielo de Cachemira la madrugada del 7 de mayo. No fue un comunicado, ni un misil nuclear. Fue una maniobra quirúrgica, tecnológica y perfectamente coreografiada donde el dragón chino —silencioso pero despierto— habló con fuego a través de su pupilo estratégico: Pakistán. Lo que parecía un nuevo capítulo de la enemistad indo-pakistaní fue, en realidad, un ensayo bélico chino a cielo abierto. Una advertencia velada, no solo para India, sino para Washington, Tokio, París y Londres. China no está probando armas. Está ensayando escenarios.
Cachemira: el tablero perfecto del nuevo ajedrez chino
A la 1:50 am, India lanzó la operación “Sindur”, una ofensiva relámpago con cazas Rafale y múltiples ataques misilísticos sobre objetivos en Pakistán y la disputada región de Cachemira. Pero lo que India no vio venir —o subestimó gravemente— fue la nueva capacidad de su rival. En menos de una hora, los J-10CE de la Fuerza Aérea Pakistaní ya estaban en el aire. La respuesta no fue defensiva, fue ofensiva en términos simbólicos. Un Rafale fue derribado. Otro cayó lejos, en tierra india. La diferencia ya no es de doctrina, sino de ecosistema bélico.
El J-10CE no es solo un caza.
Es un vector geopolítico.
Está diseñado, calibrado y afinado no solo para vencer en combate, sino para proyectar soberanía sin cruzar fronteras. Disparó desde fuera del espacio aéreo enemigo. Dominó sin invadir.
Es el arte de la guerra según Sun Tzu, hecho metal.
Tecnología como hegemonía: la guerra electrónica ya no es ficción
El mundo ha vivido bajo la fantasía de que la supremacía tecnológica es patrimonio exclusivo de Occidente. El derribo de los Rafale indios por los J-10CE —equipados con radares AESA y pods de guerra electrónica de última generación— pulveriza esa ilusión. No fue solo una victoria táctica; fue un desmantelamiento en tiempo real del mito occidental.
India, aliada estratégica de Francia y Estados Unidos, vio cómo su joya de la corona era apagada en el aire sin siquiera poder reaccionar. Los sistemas de interferencia del J-10CE hicieron que el Rafale volara ciego, mudo y vulnerable. Fue como si alguien le quitara los ojos a un tigre a media caza. Y ese alguien hablaba mandarín.
Pakistán: el guante, no la mano
No nos engañemos: Pakistán fue el operador, pero no el autor intelectual. China está utilizando el conflicto indo-pakistaní como un laboratorio militar real. No necesita una guerra abierta para demostrar su poder. Con cada J-10CE que vuela sobre Cachemira, está probando algoritmos, radares, contramedidas, y —sobre todo— narrativas.
El verdadero mensaje no va dirigido a Nueva Delhi. Va para los estrategas del Pentágono, los analistas del Kremlin y los arquitectos de la OTAN: “Si esto hicimos a través de Pakistán, imaginen lo que podríamos hacer nosotros mismos”.
Es la diplomacia del shock silencioso.
De la Ruta de la Seda a la Ruta del Cielo
La Iniciativa de la Franja y la Ruta tiene un nuevo componente: el aire. China ya no solo construye trenes, puertos y carreteras. Ahora instala arquitectura aérea de disuasión. El J-10CE no se exporta: se implanta. Y cada vez que una nación lo adquiere, se conecta a un sistema de defensa chino que transforma su soberanía aérea en parte de un gran enjambre asiático.
Pakistán no compró aviones. Compró membresía en el nuevo orden tecnológico asiático.
Un orden que no depende de Washington, ni de París, ni de Moscú.
Un rugido que no puede ignorarse
Lo que ocurrió sobre Cachemira no fue una escaramuza, fue un manifiesto. China no necesita declarar guerras. Le basta con demostrar que puede ganarlas sin pelear. Cada vez que un J-10CE despega, despega también una declaración geoestratégica. No fue Pakistán quien respondió. Fue el dragón quien habló. Y el mundo, aunque aún no lo admita, lo está escuchando con atención.
El cielo sobre Asia ha cambiado. Y lo que vuela en él ya no es occidental.
Taiwán: el verdadero destinatario del mensaje
Y ahora viene lo más inquietante para Occidente: este despliegue tecnológico y estratégico no tiene a India como único objetivo. Cachemira fue solo el ensayo general. El verdadero escenario está al este, frente a la isla de Taiwán. Lo que China demostró a través de Pakistán es su capacidad de intervención indirecta, su habilidad para utilizar alianzas regionales como extensiones de su poder aéreo, y —sobre todo— su disposición a escalar sin exponerse.
Taiwán representa el límite de lo tolerable para Beijing y el talón geopolítico de Washington en Asia. Cada Rafale derribado en Cachemira es una advertencia simbólica a cualquier F-35 que pretenda sobrevolar el estrecho de Formosa. Cada maniobra electrónica china que dejó ciegos a los pilotos indios es una simulación encubierta contra las defensas estadounidenses.
Lo que voló en Cachemira fue tecnología china. Pero lo que realmente despegó fue un nuevo orden. Uno en el que China ya no necesita disparar primero para ganar. Uno en el que Taiwán —y quienes prometen defenderla— deberían estar leyendo entre líneas.
Porque si el dragón rugió desde Islamabad, lo que podría hacer desde Fujian es, simplemente, indescriptible.