miércoles, 3 de septiembre de 2025

Un agujero negro en la memoria colectiva: China y la II Guerra Mundial


Por Biljana Bankovska | 29/08/2025 | Mundo
Fuentes: Voces del Mundo [Foto: Soldados chinos en la Segunda Guerra Mundial (Sha Fei)]

Mientras China se prepara para conmemorar el 80º aniversario de la victoria sobre el fascismo el 3 de septiembre de 2025, la atención mundial se centra en el desfile militar de Pekín. Se especula sobre qué líderes mundiales se unirán al presidente Xi Jinping: la presencia de Putin es casi segura, aunque los rumores sobre la asistencia de Trump parecen descabellados. Algunos defensores de la paz argumentan que este momento ofrece una oportunidad para que las potencias mundiales reflexionen sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial, un sentimiento acorde con el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas y una necesidad urgente en medio de las crecientes tensiones mundiales. Sin embargo, la negativa de los líderes europeos a asistir, alegando preocupación por si ofenden a Japón, revela un problema más profundo. La conmemoración de China cierra el ciclo de aniversarios de la II Guerra Mundial, pero plantea una pregunta fundamental: ¿Comprendemos realmente el alcance global de esa guerra o hemos permitido que determinados capítulos vitales caigan en el olvido?

Existe una laguna evidente en nuestra memoria colectiva de la II Guerra Mundial, una guerra que llamamos «mundial», pero en la que el papel del cuarto vencedor aliado, China, queda constantemente relegado. China entró en el conflicto en 1931, no en 1939, y resistió hasta la rendición de Japón en 1945. Durante 14 años, sufrió aproximadamente 35 millones de bajas y retuvo a un millón de soldados japoneses, lo que permitió a la URSS y a los EE. UU. centrarse en otros frentes. Líderes como Roosevelt, Churchill y Stalin reconocieron el papel fundamental de China en el resultado de la guerra. Entonces, ¿por qué se ignora tan a menudo esta contribución y se entierra bajo capas de relatos centrados en Occidente?

Para muchos, la tragedia que definió la II Guerra Mundial fue el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, actos horribles que sirven como severa advertencia del poder destructivo de la humanidad, en este caso desatado por Estados Unidos. Estos acontecimientos merecen ser recordados, pero la posterior ocupación estadounidense de Japón y la imposición de la constitución de paz (también conocida como la Constitución de MacArthur) tuvieron menos que ver con la armonía que con asegurar un punto de apoyo estratégico en el Indo-Pacífico durante la Guerra Fría. Hoy en día, Japón se arma bajo el  paraguas nuclear de Estados Unidos, aparentemente para contrarrestar la «amenaza» de China. Este giro narrativo es tan conveniente como engañoso.

Al igual que Rusia, que preserva ferozmente sus sacrificios de la II Guerra Mundial, China exige ahora el reconocimiento de los suyos. Su resistencia ante el militarismo japonés sigue siendo una saga en gran parte desconocida. Una mirada a este «agujero negro» de la memoria colectiva revela atrocidades que desafían la comprensión: la masacre de Nanjing de 1937, en la que murieron 300.000 civiles y se cometieron violaciones masivas; los experimentos químicos y biológicos de la Unidad 731 con prisioneros, incluidos niños, tan viles que conmocionaron incluso a los observadores nazis. Los enviados alemanes instaron a Berlín a frenar a Tokio, mientras que los registros japoneses documentaban meticulosamente su brutal caos. Desde entonces, valientes historiadores japoneses han sacado a la luz estos horrores, pero siguen siendo marginales en el discurso global. ¿Por qué este silencio?

Descubrir la historia de la II Guerra Mundial desde la perspectiva de Asia pone de manifiesto una verdad vergonzosa: los relatos occidentales, amplificados por Hollywood y los medios de comunicación, han glorificado selectivamente algunas historias y borrado otras. ¿El resultado? Los criminales son rehabilitados y las víctimas se convierten en villanos. Occidente suele aferrarse a una postura sesgada que valora algunas vidas por encima de otras. Las víctimas chinas han recibido escaso reconocimiento mundial, y su sufrimiento se ha visto eclipsado por el relato de la redención de Japón después de la guerra. Esta hipocresía se repite hoy en Gaza, donde la indignación selectiva, las lágrimas por Ucrania, pero el silencio por los 22 meses de sufrimiento de Gaza bajo las políticas de Israel, revelan el mismo doble rasero. Los líderes europeos, moldeados por un legado colonial que enmarcan como una «misión civilizadora», son cómplices. Mientras tanto, Estados Unidos alimenta una guerra comercial con China y, como advierten Kaja Kallas y algunos  medios de comunicación, se prepara para un conflicto más amplio, al tiempo que pinta a China como «autoritaria y beligerante». Esto choca frontalmente con la historia antifascista de China y su compromiso moderno con la paz mundial.

El adagio de que los vencedores escriben la historia se desmorona aquí. A China, clara vencedora, se le negó la plataforma para mostrar su valentía, sus sacrificios y sus contribuciones. Hoy en día, el discurso occidental la tilda injustamente de amenaza. La II Guerra Mundial no comenzó ni terminó en Europa. China, miembro fundador de la ONU y el primero en firmar la Carta de las Naciones Unidas, sigue siendo su más firme defensor. Rechaza el relato dominado por Estados Unidos, elaborado por un país que se incorporó tarde a la guerra, que fue el que menos sufrió y el que desató la devastación atómica. El legado de China en la II Guerra Mundial alimenta su misión moderna: erradicar la pobreza, ayudar al Sur Global, construir infraestructuras globales y defender la paz y un futuro  compartido para la humanidad.

La conmemoración de Pekín es una audaz refutación del monopolio occidental de la memoria de la II Guerra Mundial. Como afirma acertadamente Warwick Powell: «Durante ocho décadas, Occidente ha reescrito la II Guerra Mundial como una victoria de Estados Unidos y Europa, relegando a China a una nota al pie de página. La conmemoración de China este año desafía esa amnesia y reivindica el papel del país como fuerza central en la derrota del fascismo». Sin embargo, en los turbulentos tiempos actuales, el recuerdo por sí solo no basta. Desde Gaza hasta más allá, la lucha contra la inhumanidad y el fascismo exige que nos enfrentemos a estos puntos ciegos de la historia y a sus ecos modernos.

Biljana Bankovska es profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de San Cirilo y San Metodio en Skopie, miembro de la Fundación Transnacional para la Investigación de la Paz y el Futuro (TFF) en Lund, Suecia. Es asimismo profesora de la European Peace University en Austria y la intelectual pública más influyente de Macedonia.

Texto en inglés: CounterPunch.orgtraducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/08/28/un-agujero-negro-en-la-memoria-colectiva-china-y-la-ii-guerra-mundial/

La historia no admite distorsión y China logrará su reunificación

     
                                                                
 
Xi Pu*   21 de agosto de 2025

Ceremonia de izamiento de bandera para celebrar el 75º aniversario de la fundación de la República Popular China en la Plaza de Tian'anmen, en Pekín, el 1 de octubre de 2024. Foto
Ceremonia de izamiento de bandera para celebrar el 75º aniversario de la fundación de la República Popular China en la Plaza de Tian'anmen, en Pekín, el 1 de octubre de 2024. Foto Xinhua

Este año marca el 80 aniversario de la victoria de la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa y la Guerra Antifascista Mundial. Durante la Segunda Guerra Mundial, China, como principal frente oriental, realizó contribuciones decisivas para el triunfo en la Guerra Antifascista Mundial. 

Siendo la primera víctima de la invasión fascista, China fue el país que luchó por más tiempo contra el fascismo. Desde el Incidente de Mukden (también conocido como el Incidente del 18 de septiembre de 1931), provocado deliberadamente por Japón, hasta su rendición incondicional en 1945, el pueblo chino libró una heroica lucha contra la agresión japonesa. 

Durante esos 14 años, 35 millones de militares y civiles chinos perdieron la vida o resultaron heridos. Con este sacrificio desgarrador, las fuerzas chinas aniquilaron a una gran cantidad de tropas japonesas que representaba más de 70 por ciento de sus bajas totales en toda la Segunda Guerra Mundial, escribiendo una grandiosa epopeya de lucha en defensa de la supervivencia del país, la revitalización de la nación y la justicia de la humanidad. 

La verdad de la historia no admite negaciones. Hace 80 años, la fundación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) fue la decisión más importante que hizo la comunidad internacional tras la Segunda Guerra Mundial. Como nación victoriosa, China fue signataria original de la Carta de la ONU. La restitución de Taiwan y su regreso a la patria constituye un logro importante de la victoria de la guerra y parte indispensable del orden internacional de la posguerra. 

Los hechos sobre la cuestión de Taiwán son diáfanos e irrefutables. A finales del siglo XIX, Japón usurpó Taiwan mediante la guerra invasora. Durante los siguientes 50 años, el pueblo taiwanés nunca dejó de luchar contra los agresores japoneses. Tanto la Declaración de El Cairo como la Proclamación de Potsdam estipularon específicamente que Taiwán, que había sido arrebatado por Japón, sería restituido a China. Estos documentos, con plena validez jurídica internacional, confirmaron la soberanía de China sobre Taiwán y conformaron parte importante del orden internacional de la posguerra. 

Por ello, cuestionar el principio de una sola China es desafiar la autoridad de la ONU y subvertir el orden internacional de la posguerra. La Resolución 2758, adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1971, reconoció de manera inequívoca la soberanía de la República Popular China sobre Taiwán. Desde entonces, la única referencia a la región de Taiwán en la ONU es “Taiwán, Provincia de China”. 

Hoy, 183 países, la inmensa mayoría de los estados miembros de la ONU, han establecido relaciones diplomáticas con China sobre la base del principio de una sola China. Esta realidad evidencia el amplio consenso global y una tendencia histórica imparable: Taiwán sin duda volverá a la patria. 

Recordar el pasado nos sirve para iluminar el presente y guiar el futuro. Tras una resistencia sangrienta y heroica contra la agresión japonesa, el pueblo chino es plenamente consciente del valor de la paz. El desarrollo de China robustece las fuerzas pacíficas globales. Como el único país entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que aún no ha logrado su plena reunificación, la reunificación de China no perjudicará los intereses legítimos de ningún país, al contrario, brindará más oportunidades de desarrollo y aportará más energía positiva para la estabilidad y prosperidad del mundo. 

En esta nueva encrucijada histórica, lo que necesitamos no es la ley de la selva, sino la comunidad de futuro compartido; no es la hegemonía ni la prepotencia, sino la cooperación de ganancias compartidas, y no es subvertir el orden internacional de la posguerra, sino salvaguardar los frutos obtenidos con la victoria de la Segunda Guerra Mundial. Sólo así podremos evitar repetir las tragedias pasadas, cimentar la base de la paz y el desarrollo y hacer realidad la comunidad de futuro compartido de la humanidad. 

*Observador de asuntos internacionales en Pekín

¿Qué revela el acuerdo arancelario entre la UE y EE.UU.?

                                                                        
 

El presidente Donald Trump y la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen en Turnberry, Escocia, 27 de julio del 2025. Andrew Harnik / Gettyimages.ru

Este acuerdo no es un accidente: es la expresión consciente de una estrategia imperialista en crisis. Una alianza entre las élites transatlánticas para sostener un sistema que se descompone. El capital entiende que está perdiendo su capacidad de gobernar sin violencia. Por eso se rearma, se blinda y se reorganiza. Lo llaman cooperación, pero no es más que una alianza entre saqueadores que ven cómo se les escapa el botín.

El presidente Donald Trump y la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen en Turnberry, Escocia, 27 de julio del 2025.Andrew Harnik / Gettyimages.ru

El acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y EE.UU., firmado a finales de julio en Escocia por Donald Trump y Ursula Von Der Leyen, consagra una alianza profundamente asimétrica. Bruselas aceptó que la mayoría de sus exportaciones —automóviles, acero, aluminio, aceite de oliva, vino o productos agrícolas— queden sujetas a un arancel fijo del 15 %, en lugar del 30 % que Washington amenazaba con imponer el 1 de agosto. A cambio, los productos estadounidenses entrarán en Europa libres de gravámenes. Se añadieron compromisos de compra energética por más de 700.000 millones y vagas promesas de inversiones y armamento. Aunque algunos bienes —como aeronaves o genéricos— quedaron excluidos.

Sin embargo, el contenido real de este acuerdo no es técnico ni comercial: es político y estratégico. Lo que se consuma no es un pacto entre iguales, sino un acto de vasallaje asumido por parte de las élites europeas. EE.UU. impone; Europa se ve obligada a plegarse. Y aquí, la pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué?

La subordinación evidentemente no es nueva, sino que, desde la Segunda Guerra Mundial, Europa ha orbitado alrededor de Washington. Dada la «amenaza compartida», las clases dominantes occidentales, a través de la OTAN y la OCDE, consolidaron una arquitectura que supeditó el desarrollo europeo a los intereses del capital estadounidense. El miedo real no era a una inverosímil «invasión soviética», sino a que los pueblos —inspirados por la resistencia partisana o el socialismo yugoslavo— eligieran caminos de transformación social. El precio: soberanía a cambio de «protección», pero solo para la oligarquía de los imperios decadentes europeos y frente a sus propios pueblos.

Tras la caída del Muro, hubo momentos en que Europa insinuó un camino propio. El rechazo franco-alemán a la invasión de Irak o los discursos sobre un «ejército europeo» pueden ser interpretados como señales de autonomía, en el marco de los propios cálculos estratégicos de las potencias del Viejo Mundo, después de que Saddam Hussein empezara a comerciar petróleo en euros. Ahora bien, ni llegó a haber ruptura con Washington, ni mucho menos se apostó por otro orden. Porque Europa no puede mantener sus privilegios en el marco de otra lógica global: necesita preservar la existente, basada en el saqueo del Sur Global. Y si bien intentaron ejercer un liderazgo propio, al fallar esta estrategia, el liderazgo estadounidense volvió a ser indispensable.

Hoy el enemigo va más allá de Moscú o Pekín: se llama multipolaridad. Y esto ayuda a entender, para aquellos que esgrimen ilusamente que en el mundo actual existen «otros aliados comerciales posibles», por qué la Europa realmente existente y sus instituciones no puede aceptar esas otras opciones.

Lo que ayer fue «contención del comunismo», hoy se rebautiza como «defensa de los valores occidentales» o de «la democracia». Pero el fondo es el mismo: impedir que los pueblos del mundo —y los del propio continente— escapen al orden financiero, militar y comercial de la oligarquía. Los BRICS, con acuerdos entre iguales, monedas alternativas y cooperación energética, amenazan esa arquitectura. Las instituciones europeas lo saben e, incapaces de rebelarse contra sí mismas, se refugian de nuevo bajo el ala de Washington.

Europa aceptó las sanciones a Rusia sin pestañear, asumiendo inflación, desindustrialización y crisis energética. Se destruyó el tejido productivo alemán, se disparó el gasto militar y se recortaron derechos sociales. Pero cuando se planteó una guerra arancelaria con EE.UU., Bruselas pactó dócilmente. ¿Por qué? Porque no es una cuestión de costes, sino de prioridades. Perder el gas barato ruso fue un precio aceptable. Perder el favor del capital norteamericano, no. Los sacrificios, siempre que recaigan sobre la clase trabajadora, son asumibles.

Y eso es precisamente lo que ocurre. Ni Trump ni Von der Leyen ni los CEOs que negocian en Bruselas pagarán las consecuencias de este acuerdo. Las pagarán los agricultores europeos, obligados a competir con productos estadounidenses subsidiados y de estándares más laxos. Las pagarán los pequeños productores estadounidenses, aplastados por las cadenas de distribución. Y, sobre todo, las pagarán las mayorías sociales de ambos lados del Atlántico, convertidas una vez más en carne de ajuste estructural. Porque en el capitalismo occidental las pérdidas se socializan y los beneficios se privatizan.

En este escenario, es esperpéntico que los gobiernos europeos echen balones fuera, señalando a Von der Leyen como si todo dependiera de su voluntad. Para empezar, fueron ellos quienes la eligieron: no el pueblo europeo, que no puede designar a la presidenta de la Comisión, sino los Estados miembros, de manera opaca. Pero, sobre todo, porque ocultan que tratados como este deberán ser ratificados por esos mismos gobiernos que se están presentando como víctimas.

La rotunda respuesta de Medvédev a Trump: «Rusia tiene razón en todo y seguirá su propio camino»

No es solo Trump quien impone; son las clases dominantes europeas las que deciden subordinarse a él, por interés propio. Porque si algo ha quedado claro en esta última década es que Washington hace lo que quiere porque Bruselas y las instituciones europeas lo asumen como un mal menor. No hay chantaje posible en este caso sin la asunción de ser chantajeado. Donald Trump no engaña a nadie: se presenta como lo que es, un negociador sin escrúpulos al servicio de los intereses del gran capital estadounidense. La verdadera pregunta es por qué Europa, que se llena la boca hablando de soberanía estratégica y valores democráticos, acaba por plegarse ante cada provocación. La respuesta es tan sencilla como incómoda: sus oligarquías son conscientes de que el ascenso del mundo multipolar representa una amenaza a su dominio global. Necesitan a EE.UU. como músculo de un sistema que se derrumba. Y están dispuestas a entregar economías, derechos e incluso estabilidad, con tal de conservar el viejo orden.

Este acuerdo no es un accidente: es la expresión consciente de una estrategia imperialista en crisis. Una alianza entre las élites transatlánticas para sostener un sistema que se descompone. El capital entiende que está perdiendo su capacidad de gobernar sin violencia. Por eso se rearma, se blinda y se reorganiza. Lo llaman cooperación, pero no es más que una alianza entre saqueadores que ven cómo se les escapa el botín.

Fuente: RT 

Después del aplauso, el compromiso: el futuro del movimiento vecinal

                                                                          

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El movimiento vecinal necesita reconocimiento, recursos, ocupar los asientos que le corresponden en espacios institucionales y que todas las administraciones reconozcan su derecho a participar y ser escuchado

El 28 de mayo de 2025 el Congreso aprobó una proposición que urgía al Gobierno a reconocer el papel del movimiento vecinal en la llegada y desarrollo de la democracia | Fuente: Federación Vecinal de Madrid @FRAVM

El pasado 28 de mayo, una amplísima mayoría del Congreso de los Diputados aprobó una proposición que urgía al Gobierno a reconocer el papel del movimiento vecinal en la llegada y desarrollo de la democracia, con el único voto en contra de la extrema derecha. Este reconocimiento se sumó al celebrado por el Ejecutivo central el 22 de mayo en Bilbao, en el marco de la conmemoración de los «50 Años en Libertad».

Ambos gestos contribuyen a saldar, al menos en parte, la gran deuda histórica que la democracia española mantiene con el movimiento vecinal. Un movimiento que fue clave en la construcción de la democracia y en la derrota de la dictadura, y que, sin embargo, a diferencia de otros actores como el movimiento sindical, el estudiantil o el mundo de la cultura, ha permanecido a la sombra del reconocimiento institucional.

Este reconocimiento llega, además, en un momento cargado de sentido: lo que este año hemos comenzado a llamar el «espíritu del 47», gracias a la película de Marcel Barrena. A través de la historia del secuestro de un autobús en el barrio barcelonés de Torre Baró por parte de Manolo Vital, se ha traído al presente la lucha vecinal de los años 60 y 70. Este relato ha servido para volver a situar en el centro del debate público el origen del movimiento vecinal como herramienta de dignidad y acción colectiva en nuestras ciudades.

No obstante, aunque debemos celebrar nuestras victorias —y ambos reconocimientos lo son—, también debemos evitar caer en una nostalgia que solo es útil si nos ayuda a construir y avanzar.

En esa línea de construcción del futuro, resulta fundamental una comprensión honesta de lo que fue el movimiento vecinal. Jordi Borja lo recuerda en su libro Revolución Urbana y Derechos Ciudadanos“Sería falsificar la historia difundir la idea de que el movimiento vecinal fue la tapadera para iniciar o ampliar la lucha antifranquista y que sus actores […] eran todos o la gran mayoría militantes o resistentes activamente antifranquistas desde el inicio […] la gran mayoría eran claramente contrarios a la dictadura o lo fueron siendo […] otros, no tantos, incluso concebían el movimiento vecinal como una parte de un movimiento revolucionario socialista […], muchos, el resto, fueron gente que se sacaron el miedo de encima y pedían lo que les parecía tan necesario como justo: vivienda, escuela, transporte colectivo, plaza, semáforos…»

Borja nos recuerda que el movimiento vecinal fue un fenómeno social nacido de la necesidad de mejorar la vida de la mayoría ciudadana. Un movimiento que, al no encontrar respuesta en las instituciones de la dictadura, transformó sus reivindicaciones concretas en una exigencia de libertad. Un movimiento que, desde la materialidad, construyó una cultura democrática.

Hoy, sesenta años después del nacimiento de las primeras asociaciones vecinales, el movimiento sigue vivo en la defensa del derecho a la vivienda, los servicios públicos, la lucha contra el cambio climático, el feminismo o el combate contra la turistificación y la mercantilización del espacio público, aunque enfrentamos nuevos desafíos. Especialmente, la necesidad de repensar nuestras formas de organización para que atraigan a jóvenes y personas migrantes, así como luchas contra las lógicas individualistas, alentadas por un modelo económico neoliberal que ha debilitado los lazos solidarios de nuestros barrios.

Si hay un elemento valioso que podemos rescatar del pasado es precisamente esa capacidad para vincular la defensa de derechos concretos con la construcción de un horizonte democrático

Sin embargo, si hay un elemento valioso que podemos rescatar del pasado es precisamente esa capacidad para vincular la defensa de derechos concretos con la construcción de un horizonte democrático. Un horizonte que se enfrenta, en estos momentos, a una amenaza clara: la ola reaccionaria que se extiende por Europa, por el mundo, y que amenaza a España como su siguiente objetivo de caza mayor.

Vincular hoy la defensa de derechos concretos con la construcción de un horizonte democrático —es decir, defender la materialidad— significa afrontar la grave crisis de la vivienda. Una crisis que impide a cientos de miles de jóvenes iniciar un proyecto de vida, que obliga a muchos a compartir piso hasta los 30 o 40 años, y que condena a las familias migrantes a vivir hacinadas en habitaciones insalubres. Una crisis que permite que el mercado inmobiliario absorba gran parte del crecimiento económico reciente, neutralizando los avances en empleo y salarios logrados por el gobierno progresista.

Pero la defensa de la materialidad no se agota en la vivienda. Implica también luchar por ciudades democráticas, donde el espacio público no esté secuestrado por la mercantilización, se sigan diseñando barrios sin equipamientos o se privaticen los servicios públicos.

Y para ello, para convertir esta materialidad en una exigencia de derechos y libertades, necesitamos herramientas. El movimiento vecinal necesita reconocimiento, recursos y legitimidad institucional. Requiere una nueva ley de asociaciones y de subvenciones que no lo trate como una empresa. Necesita ocupar los asientos que le corresponden en espacios institucionales como el Consejo Económico y Social. Y necesita que todas las administraciones reconozcan su derecho a participar y ser escuchado.

El movimiento vecinal necesitaba ser reconocido. Esa deuda comienza a saldarse. Pero si queremos que el movimiento vecinal vuelva a unirse al movimiento sindical en esta lucha por la reivindicación de nuestras libertades democráticas, siendo un dique de contención frente a la ola reaccionaria, es el momento de ponerse a escribir la historia a partir del 29 de mayo.

(*) Presidente de la FRAVM 

martes, 2 de septiembre de 2025

El negocio del genocidio: no hay límite para el capitalismo si se trata de ganar dinero


Por Juan Torres López | 27/08/2025 | Economía

Fuentes: Ganas de escribir

Estoy seguro de que muchas de las personas que leen mis artículos tuvieron noticia del último informe de la Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, Francesca Albanese, publicado en junio pasado.

Sin embargo, quiero reincorporarme a la actividad tras el paréntesis veraniego haciéndome eco de él por tres razones importantes. En primer lugar, porque hay que seguir denunciando y combatiendo lo que yo creo que es un auténtico crimen contra la humanidad, cometido por Israel en la piel del pueblo palestino y con la complicidad de los grandes poderes que dominan el mundo. En segundo lugar, porque este informe señala y demuestra algo muy importante que hay que divulgar: el genocidio que lleva a cabo Israel no es sólo un crimen en sí mismo, por lo que tiene de violencia terrorista y de crueldad inhumana, sino también un negocio de sangre para un gran número de grandes empresas. Finalmente, y no es lo menos importante, me hago eco del informe como un modesto homenaje a su autora, una persona honrada y valiente que está siendo perseguida, amenazada y vejada, sin que demuestren que sus juicios son erróneos, por los gobiernos criminales de Estados Unidos e Israel, para los que el dinero y el poder están por encima de la verdad, la vergüenza y la paz.

El Informe parte de una evidencia: el colonialismo y el genocidio “han sido históricamente impulsados y facilitados por el sector empresarial” para desposeer a los pueblos, y eso mismo es lo que ha ocurrido con la estrategia de Israel para colonizar los territorios palestinos.

En concreto, muestra que grandes corporaciones multinacionales fabricantes de armas, tecnológicas, constructoras, de industrias extractivas y servicios, bancos, fondos de pensiones, aseguradoras, e incluso universidades y organizaciones benéficas permiten «la negación de la autodeterminación y la ocupación, la anexión y los crímenes de apartheid y genocidio, así como una larga lista de crímenes conexos y violaciones de derechos humanos, desde la discriminación, la destrucción indiscriminada, el desplazamiento forzado y el saqueo hasta las ejecuciones extrajudiciales y la hambruna».

El informe señala que han hecho y hacen negocio con la ocupación y el genocidio de diversos modos. Entre otros, proporcionado armas y maquinaria para destruir viviendas, escuelas, hospitales, mercados…, comprado tierras con el fin de desposeer y desplazar a la población palestina, suministrado equipos de vigilancia para segregar y controlar comunidades, asfixiado la economía palestina convirtiéndola en un mercado cautivo, explotando su mano de obra y recursos y canalizado fondos hacia la ocupación ilegal, o suministrando los servicios de información, datos e inteligencia o financieros que permiten que Israel lleve a cabo la ocupación y el genocidio.

También se benefician de la ocupación y dan soporte al genocidio otras organizaciones civiles y religiosas de diversos países e incluso universidades y grandes centros de investigación, como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en cuyos laboratorios se realizan investigaciones sobre armas y vigilancia financiadas por el Ministerio de Defensa israelí.

En realidad, nada de esto se sabe por primera vez. Ya en 2020 Naciones Unidas había presentado una base de datos con 112 empresas que se beneficiaban  de la actividad ilegal de Israel en Cisjordania. El portal whoprofits.org proporciona, además del listado de esas empresas, informes sobre su área específica de actividad. Y en dontbuyintooccupation.org  se señalan las entidades financieras que hacen negocio con la ocupación, entre ellas, las españolas Banco de Santander, BBVA, Caixa y Banco de Sabadell.

El informe tiene el valor, sin embargo, de denunciar todo eso en el momento más difícil con fundamento, valentía y con toda claridad: el genocidio perpetrado por Israel continúa -dice Francesca Albanese- «porque es lucrativo para muchos».

Su informe concluye diciendo textualmente: «Los inversores y las instituciones públicas y privadas se lucran a mansalva (…) Las empresas armamentísticas han obtenido beneficios casi récord equipando a Israel con armamento de última generación que ha devastado a una población civil prácticamente indefensa (…) La maquinaria de los gigantes mundiales de equipos de construcción ha contribuido decisivamente a arrasar Gaza, impidiendo el retorno y la reconstitución de la vida palestina. Los conglomerados mineros y de energía extractiva, si bien proporcionan fuentes de energía civil, han alimentado las infraestructuras militares y energéticas de Israel, ambas utilizadas para crear condiciones de vida calculadas para destruir al pueblo palestino (…) La agroindustria aún sustenta la expansión de los asentamientos. Las mayores plataformas de turismo en línea siguen normalizando la ilegalidad de las colonias israelíes. Los supermercados globales siguen ofreciendo productos de los asentamientos israelíes. Y las universidades de todo el mundo, bajo el pretexto de la neutralidad en la investigación, siguen beneficiándose de una economía que ahora opera en modo genocida».

El ansia voraz y enfermiza del beneficio, la avaricia sin límites que mueve al capitalismo de nuestros días y el poder gigantesco que están acumulando las grandes industrias armamentísticas, tecnológicas y financieras han creado, como dijo el Tribunal Penal Internacional y recuerda el informe de Francesca Albanese, una «empresa criminal conjunta» que conforma una «economía global que impulsa, alimenta y facilita este genocidio». El capitalismo de nuestros días, las grandes empresas que lo gobiernan, sus directivos y los políticos que las defienden y apoyan, están manchados de sangre inocente de docenas de miles de seres humanos.

No es nada fácil hacerse oír y combatir todo esto, pero no podemos callarnos ante los crímenes consentidos ni ante la infamia de los gobiernos, empresas y líderes políticos y sociales que por acción u omisión están permitiendo un nuevo y vergonzoso holocausto en Palestina.

PD.

Con ese ánimo de no guardar silencio, un grupo de personas de diferentes sensibilidades políticas e ideologías enviamos hace unos días una carta a la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, reclamándole que actúe y no sea cómplice ni por acción ni por omisión del genocidio. Ya se han sumado más de 800 firmas. Te animo a hacerlo (para ello escribe a fcasero@fundacionsavia.org) o, incluso mejor, a que tomes la misma iniciativa y envíes otra carta parecida con personas de tu alrededor. La que hemos enviado puedes leerla pinchando aquí.

Fuente: https://juantorreslopez.com/el-negocio-del-genocidio-no-hay-limite-para-el-capitalismo-si-se-trata-de-ganar-dinero/

Catalunya: Aumentan 80% las muertes en lista de espera en los últimos diez años


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La sanidad pública en Cataluña enfrenta una crisis estructural. Un análisis de datos oficiales del Servicio Catalán de Salud, recopilados por el Portal de Transparencia, revela que entre 2015 y 2024 se registraron 18.682 muertes de pacientes que aguardaban una intervención quirúrgica, lo que representa un incremento del 80 % en la última década, alertan fuentes sanitarias.

En 2015, el número de fallecimientos en lista de espera ascendía a 1 194, cifra que aumentó de manera sostenida hasta los 2 151 en 2024, alcanzando su pico en 2020 durante la pandemia, con 2 271 muertos.

En diciembre de 2024, Cataluña registraba 196 911 personas en espera de una cirugía, con una demora media de 145 días, de los cuales el 32,5 % aguardaba más de seis meses, situando a la comunidad en cuarto lugar en tiempos de espera a nivel estatal.

Especialidades especialmente afectadas son traumatología (45 993 pacientes en lista), cirugía general y digestiva (41 529), oftalmología (33 560) y urología (17 025). Además, Cataluña lidera por número de personas en espera y presenta una alta tasa por habitante: 25,10 por cada 1 000, superada únicamente por Cantabria.

Factores estructurales detrás de la crisis

Sectores profesionales, organizaciones de pacientes y partidos políticos apuntan a una serie de causas profundas de esta situación:

Falta de inversión: Presupuestos insuficientes que no han logrado compensar el impacto de los recortes, en especial desde la crisis financiera de 2011, deterioran progresivamente la atención pública.

Recortes de personal y cierre de camas: En 2024, el Hospital Vall d’Hebron no renovó contratos de 200 profesionales para ahorrar 13 millones, mientras que el Clínic enfrentó recortes de 20 millones. Estas decisiones han llevado al cierre de camas y reducción de actividad quirúrgica.

Privatización encubierta: La derivación progresiva de servicios públicos a centros privados ha aumentado la fragmentación del sistema, afectando la accesibilidad y calidad del servicio para los más vulnerables.

Reacciones y demandas de cambio

Organizaciones de pacientes y sanitarios exigen coordinación interterritorial, refuerzo de recursos estructurales y garantías de tiempos máximos de espera; sin embargo, las respuestas del Govern y del Ministerio de Sanidad han sido consideradas insuficientes, lo que alimenta la desconfianza social.

La sanidad pública catalana atraviesa un momento crítico. Las cerca de 19.000 muertes en lista de espera en diez años no son solo una estadística, sino un indicador de un sistema que requiere intervenciones urgentes. Sin inversión, personal y camas suficientes, junto con una estrategia clara que priorice lo público, la crisis sanitaria se profundizará aún más. 

Esclavas

                                                                                                        

Ana Moreno Soriano   23/08/2025

En nuestro país ha habido intentos de abolir la prostitución, pero hasta ahora no se ha conseguido. Es necesario una ley que aborde esta lacra de siglos


                               Denuncia de la prostitución como explotación | Fuente: Jaluj / CC BY-SA 4.0

Sigue siendo así, a pesar de los avances del movimiento feminista: la cultura patriarcal ve el cuerpo femenino como un objeto que puede ser utilizado en beneficio de los hombres, sobre todo, para la satisfacción del deseo sexual y puede ser conquistado y sometido, denigrado y vapuleado, utilizado como moneda de cambio, dominado y abusado, sin pensar que pertenece a una persona y que una persona no es una cosa, sino un sujeto de derechos y que llevamos siglos de historia intentando que esos derechos puedan ser ejercidos por todas las mujeres en todos los lugares del mundo.

Hay muchas formas de explotación del cuerpo femenino; una de ellas es, sin duda, la industria montada para ponerle normas y cánones de belleza y para prolongar la juventud, convenciéndonos de que, fuera de esos cánones, corremos el peligro de ser invisibles, cuestionadas o no aceptadas, y haciendo recaer en muchas personas el sufrimiento y la frustración por no dar la talla.

Pero, sin duda, la forma más atroz de todas es la que sufren las mujeres que son prostituidas, sometidas y cosificadas, engañadas y maltratadas, para nutrir un comercio infame en el que se lucran quienes venden lo que jamás debería estar en venta. Que la prostitución exista desde hace siglos pone a prueba la capacidad civilizatoria de todas las sociedades y nos pone ante el espejo de que queda un largo, larguísimo camino, por recorrer, en la dignidad, la libertad y la igualdad de las mujeres.

Me cuesta entender que, desde posiciones que se definen progresistas y de izquierdas, propongan la regulación. Solo con la abolición podemos acabar con la esclavitud que siguen sufriendo millones de mujeres

En España, desgraciadamente, los datos son alarmantes, y debajo de los datos, los números, las causas y las consecuencias, hay mujeres rotas, engañadas, esclavizadas, pobres… Pero muchas veces miramos para otro lado y vivimos “como si no”, algo que aplicamos a otros aspectos de la vida, porque estar alerta ante la realidad que nos rodea es un esfuerzo y un compromiso y ya se encarga el sistema de alienarnos y seducirnos con otro tipo de mensajes. Y ocurre que, a veces, nos damos de bruces con la realidad y vemos que esas mujeres son reales, que tienen nombre —quizás ficticio, pero eso da igual—, que viven a merced de una llamada, de una indicación, de un gesto del hombre que paga por mantener una relación sexual en la que él dice todo y ella se aguanta con todo; hablan de ellas con desprecio, pueden intercambiarlas entre ellos y pronuncian la palabra “puta” desde el poder que les da su posición de poder.

En nuestro país ha habido intentos de abolir la prostitución, pero hasta ahora no se ha conseguido y no es suficiente la indignación o el escándalo ante una situación que sabemos que existe y que afecta, sobre todo, a las mujeres más pobres, por lo que es necesario una ley que aborde esta lacra de siglos desde todos los ámbitos: con el Código Penal, sí, pero también revisando la Ley de Extranjería; con educación sexual, pero también teniendo en cuenta cómo acceden muchos jóvenes y adolescentes a la pornografía; fomentando en todos los foros el respeto y la igualdad entre hombres y mujeres y con un acercamiento a las mujeres prostituidas que elimine el estigma que recae sobre ellas y les ofrezca alternativas sociales y laborales que les garanticen unas condiciones de vida dignas. Me cuesta entender que, desde posiciones que se definen progresistas y de izquierdas, propongan medidas como la regulación, porque pienso que solo con la abolición podemos avanzar en una sociedad más justa y más igualitaria y acabar con la esclavitud que, en el siglo XXI, siguen sufriendo millones de mujeres.