Por | 12/10/2024 | Mentiras y medios
Los resultados de las recién concluidas elecciones municipales brasileñas han puesto de relieve una vez más un grave problema con el que las fuerzas del campo popular se enfrentan desde hace algunos años.
Las expresivas sumas de votos obtenidas por algunos candidatos que nos eran casi totalmente desconocidos no dejan de provocarnos asombro e indignación.
Como resultado, algunas preguntas nos vienen de inmediato a la mente: ¿Cómo es posible que personas de las que nunca habíamos oído hablar hayan sido elegidas por tan significativo número de votantes? ¿Qué hace que millones de personas le den a gente que nos parece claramente desprovida de cultura, honestidad, inteligencia o cualquier otra cualidad positiva, la responsabilidad de representarlos en los órganos parlamentarios? Si los vemos como típicos sinvergüenzas, ¿por qué tanta gente se dispone a elegirlos en lugar de votar por alguien de nuestro campo?
Quiero creer que las respuestas a todas estas preguntas dependen de nuestra capacidad de comprender cómo se produce hoy día el proceso de difusión de la comunicación y de las bases de la formación ideológica en nuestras sociedades. Por ello, tendremos que entender con más claridad cómo han evolucionado los instrumentos utilizados para la divulgación de valores hasta que se hayan convertido en lo que tenemos actualmente.
Nosotros del campo de la izquierda hemos aprendido desde hace mucho tiempo a ver los medios corporativos hegemónicos como el principal partido político que representa los intereses del capital financiero y de las grandes corporaciones capitalistas en general.
Fue en el comienzo de la década de 1970 que el avance de los ideales del neoliberalismo en todo el planeta le dio mayor nitidez a este papel político de los medios. Sin embargo, podríamos decir que el punto más alto de este proceso de predominio liderado por los medios tradicionales (diarios, radio y televisión) se alcanzó en los primeros años del presente siglo.
Pero, de manera análoga a lo que suele ocurrir con todos y cada uno de los mecanismos de dominación social, después de cierto tiempo, los grupos sociales que más habían sufrido los efectos negativos de ese tipo de dominación mediática comenzaron a desarrollar formas de contrarrestar y neutralizar los efectos de los instrumentos de dominación comunicacional que les estaban sometiendo.
Aquí en Brasil, las cuatro victorias presidenciales consecutivas de la alianza del PT con otras fuerzas no enteramente subordinadas a los lineamientos del complejo mediático fueron un claro indicador de que los medios corporativos tradicionales ya no tenían condiciones de seguir ejerciendo efectivamente su rol de principal exponente de la defensa de los intereses básicos del gran capital.
Así, después del violento golpe recibido al no haber podido llevar a su candidato, José Serra, a la victoria en la contienda presidencial contra Dilma Rousseff, del PT, las clases dominantes brasileñas aprendieron valiosas lecciones de su derrota. Como resultado, decidieron invertir fuertemente en nuevas tecnologías de la comunicación con miras a evitar que su hegemonía informativa e ideológica fuera suplantada.
Luego, el campo popular se vio confrontado por nuevos tipos de amenazas. Fue así como la lucha de clases en el campo ideológico pasó a librarse con gran intensidad a través de las redes sociales digitales. Y, debido a nuestro insuficiente dominio de estas nuevas herramientas, tenemos ahora más dificultades en nuestro trabajo de comunicación que cuando luchábamos contra el poder de los conglomerados que controlaban los medios impresos, la radio y la televisión.
Actualmente andamos sufriendo graves reveses debido a los golpes que nos asestan ciertos instrumentos que hasta hace muy poco nos eran muy desconocidos. Por lo tanto, ahora no sabemos qué hacer en respuesta a actividades desarrolladas a través de plataformas digitales, como Whatsapp, Twitter (ahora X), Facebook, Youtube, Instagram, TikTok, entre otras.
Al principio creímos que la marea había cambiado decisivamente a favor del campo popular, e incluso llegamos a pensar que estas innovaciones tecnológicas nos ayudarían a desmantelar la columna vertebral de los medios corporativos, haciendo factible la derrota rotunda de los grandes conglomerados que habían estado efectivamente actuando como partidos políticos del capital. Pensábamos que, con la llegada de Internet, ya no nos sería necesario disponer de enormes recursos para producir y difundir nuestros mensajes, con nuestras versiones. Teníamos la creencia de que, a partir de entonces, con la posesión de una simple computadora o un teléfono celular, cualquiera podría llevar su visión del mundo a la sociedad en su conjunto, es decir, que no obstante las aspiraciones de las clases dominantes, las redes sociales habían llegado para democratizar las comunicaciones.
Empero, pronto nos dimos cuenta de que nos habíamos dejado llevar por ilusiones sobre el funcionamiento práctico de estas redes sociales. Aunque ahora cada uno es capaz de producir sus propios mensajes y ponerlos a disposición de todos, en cualquier lugar del planeta, el paradigma de cómo funciona la comunicación a través de las redes digitales es muy diferente al que estábamos acostumbrados.
Las técnicas tradicionales del mercado ya no funcionan en el actual esquema de comunicación en red. Teníamos en mente la idea común de que los vendedores de una mercancia se esfuerzan por dar a conocer a todos las cualidades de su producto como forma de atraer su atención y sus deseos. Sin embargo, actualmente las redes digitales se dedican a colectar informaciones sobre las cualidades y defectos de sus usuarios y, a partir del conocimiento de esos datos, ofrecerle a cada uno aquello que ya saben de antemano que forma parte de los intereses y aspiraciones de sus potenciales consumidores.
Como en la etapa actual que atravesamos, la información es en sí misma un bien a ser comercializado, son los mensajes los que salen rumbo a sus destinatarios. Lógicamente, con la ventaja de que, ahora, van en busca de quienes ya se sabe que están predispuestos a asimilarlos.
Ya se han escrito varios trabajos para abordar la manipulación que la derecha (en especial la extrema derecha) viene realizando a través de las redes sociales en muchas partes del mundo. Podemos mencionar los análisis realizados sobre los movimientos políticos ocurridos en Medio Oriente, Europa Oriental y Occidental (con énfasis en el conocido Brexit) e incluso en Estados Unidos, con la elección de Donald Trump a la presidencia.
Pero, podríamos citar el proceso que llevó a Jair Bolsonaro a ser elegido presidente de Brasil como un modelo paradigmático de cómo las redes sociales digitales pueden influir en los sentimientos e instintos de inmensas masas de personas hasta el punto de llevarlas a votar para que ocupe el puesto político más importante de la nación una persona cuyo programa de gobierno ni siquiera conocían.
Mas, como no hay nada tan malo que no pueda ser empeorado, en 2023, un verdadero idiota como Javier Milei fue conducido por la población argentina, especialmente por la mayoría de sus jóvenes, a la presidencia del país.
Y, para demostrar que la manipulación de las redes aún no había alcanzado su vértice, el importante caudal de votos obtenido en la reciente disputa por la alcaldía de la mayor ciudad de Brasil, São Paulo, por un verdadero criminal, envuelto en varios casos de delitos, como el robo, la falsificación y otras estafas, es otra indicación de que estamos lejos de haber alcanzado el punto máximo.
Debido al panorama relatado en las líneas anteriores, se han hecho muchas críticas a los políticos de izquierda por su pasividad en relación a las actividades en las redes digitales. Esa pasividad sería responsable de que la derecha haya tomado la iniciativa y esté sacando ventajas en el uso de estas nuevas herramientas tecnológicas. Según quienes formulan tales críticas, la izquierda estaría fallando al permitir que las fuerzas de derecha naveguen solas en las redes digitales, mientras que la izquierda sigue apegada a la práctica del periodismo tradicional, con la creencia de que pasará lo mismo que había sucedido en el pasado reciente, cuando, aun con sus escasos medios impresos y sus portales de internet, lograban ganar algo de espacio en su disputa con los medios corporativos.
Es cierto que criticar y reflexionar sobre los nuevos fenómenos sociales siempre debe considerarse loable. Sin embargo, es innegable que el campo popular nunca hubiera podido tomar la delantera en el uso y dominio de estas nuevas tecnologías. En las sociedades capitalistas, sólo las clases que poseen los medios de producción están en condiciones de dar los pasos iniciales en los procesos de cambio tecnológico. Esto se vuelve aún más válido cuando las innovaciones en cuestión implican recursos de una magnitud de la que sólo los grandes capitalistas pueden disponer.
De hecho, el factor determinante en relación con el funcionamiento de las redes digitales actuales es la capacidad que tienen las enormes plataformas oligopólicas de ejercer un control total sobre la recopilación de datos y la distribución selectiva de mensajes. Son estos factores los que conocemos como algoritmos.
En las nuevas condiciones a las que estamos sometidos, estos oligopolios digitales saben casi todo de casi todos, sin que nosotros sepamos casi nada de ellos. Por lo tanto, quienes dominan los algoritmos tienen el potencial de enviarnos a cada uno de nosotros los mensajes que, en razón de los datos que ya nos han extraído, ellos saben que pueden impactarnos. En otras palabras, ellos saben muy bien lo que pensamos, sentimos, amamos, odiamos, lo que nos gusta o no nos gusta, etc.
Por ello, aunque los exponentes de la extrema derecha suelen ser notorios imbéciles y sabidamente no muy dotados en términos intelectuales, siempre les resultará más fácil que a la izquierda hacer un uso exitoso de los algoritmos de las redes sociales. La explicación para esto es sencilla y fácil de entender. No debemos olvidar que las megacorporaciones que controlan las plataformas son propiedad de capitalistas, cuyos intereses, como era de esperar, están vinculados a los de su clase.
Es evidente que los propietarios de esos oligopolios están lejos de identificarse con las aspiraciones del campo popular de izquierda. Por lo tanto, sería inmensamente ingenuo creer que los activistas de izquierda podrían disfrutar del mismo acceso a tales algoritmos que los exponentes de la extrema derecha, es decir, los nazis, los fascistas, los trumpistas, los bolsonaristas, los mileístas, etc. Todos estos últimos se identifican con los intereses de los propietarios de las plataformas. El hecho de que sean imbéciles, idiotas, verdaderos sinvergüenzas, no disminuye en modo alguno su utilidad para los propietarios del capital, sino todo lo contrario. Siempre serán vistos como servidores leales con los que se puede contar y con los que se puede descartar en cualquier momento.
Es cierto que todavía no hay una respuesta definitiva sobre cómo superar el problema que representa el dominio de los algoritmos. En algunos países, como China, la cuestión parece haberse resuelto con la prohibición de que oligopolios privados tengan el control de las redes, estando el Estado encargado de esa función. Seguramente, es la solución a este problema la que, en gran medida, definirá la evolución de la lucha ideológica en las próximas décadas.
Publicado originalmente en portugués em: https://www.viomundo.com.br/politica/jair-de-souza-os-algoritmos-dos-lamacais.html
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