sábado, 23 de noviembre de 2024

BlackRock, la «mano invisible» del sanchismo

 
ESTADO ESPAÑOL :: 15/11/2024

No se si Sánchez está o no implicado directamente pero el que sí lo está, es el grueso de la dirigencia socialista institucional en el Estado, Comunidades Autónomas y grandes Ayuntamientos. Implicados hasta las cejas a través de la financiación electoral y de la gestión de estructuras e inversiones públicas por la banca privada, ante la falta de presupuestos por la inexistencia de impuestos al capital y empresas. Pero este es el sino de la socialdemocracia ante la falta que tienen de propuesta alternativa al capitalismo y de visión y falta de Estado, lugar que sí está bien retenido por la oligarquía nacional dominante subordinada a los grandes monopolios yanquis. Pero aún así, ya que dudo mucho que la socialdemocracia confronte con la mano que le da de comer, lo peor está en la falta de empatía del gobierno central y del Estado central como instrumento de gobierno con las clases populares, como ha quedado demostrado durante la pandemia del COVID 19, cerrando hospitales y centros de atención primaria y encerrando en sus casas a personas enfermas con sanas y sin que ningún profesional les atendiera. Como quedó demostrado con el abandono de la Comunidad de Madrid por el gobierno autónomo del PP, de los centros geriátricos impidiéndoseles la asistencia a los enfermos y su hospitalización, muriendo miles sin atención y en soledad al estar prohibida la visita y la atención por familiares, y el Estado central ni criticó y menos osó en intervenir. Como a vuelto a suceder en Valencia con la riada, donde el gobierno autonómico del PP ni gobernó ni socorrió al ciudadano y el gobierno del Estado central, aún viéndolo no atendió ni entró con las leyes en la mano como hizo el PP con el intento de golpe de Estado catalán aplicando el artículo 155, permitiendo que pasaran los días y los instrumentos del Estado central, que son todos los que están en el conjunto de las administraciones públicas y si es necesario las privadas, sin participar en el rescate y atención al ciudadano. En ambos momentos del COVID y la riada, los oligarcas mediáticos responsabilizaron al gobierno progresista, salvando de la quema a los nefastos y genocidas gobiernos del PP, de hecho la Ayuso volvió a ganar las elecciones y ahora el gobierno central sigue sin coger las riendas de gobierno del Estado, que sigue en manos de una derecha enquistada por el sistema electoral en todas sus estructuras, incluidos los medios judiciales, militares y policiales, con el único objetivo de tirar este gobierno progresista. Empatía, objetivos e iniciativa que también le falta a la izquierda del gobierno, que ni presiona, ni denuncia ni se diferencia del mal gobierno y del mal hacer de las instituciones ante los desastres y lo peor de todo, que la izquierda a la izquierda del gobierno más allá de las críticas, ni asoma la patita por debajo de la puerta, esperando que todo se caiga … y después qué ¿el gobierno de la Milei Ayuso? Nota de Alonso Gallardo  

   

ESTADO ESPAÑOL :: 15/11/2024                  RAFAEL CID

Es dudoso que un Estado colonizado por un inversor abanderado del gran capital global, que le supera exponencialmente en potencial económico, quiera y pueda decirle "no es no"

"¿Cómo vas a hablar acerca del mar con una rana, si ella no ha salido nunca de la charca?"

(Zhuan Zi)

Según el último informe de Oxfam Intermón, en 2023 el 1% más rico del planeta acumuló más riqueza que el 95% de la población total (8.200 millones de habitantes). El dato ha sido revelado en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas a la que ha asistido el presidente Pedro Sánchez. A la hora de poner nombre y apellidos a esos tiburones económicos que dominan y esquilman el mundo, la ONG ha señalado como número uno del podio depredador a la corporación financiera BlackRock (BR). Precisamente cuando este fondo buitre norteamericano acaba de obtener el visto bueno del Gobierno para adquirir el 20% de la eléctrica Naturgy, una de tres grandes empresas eléctricas nacionales. Actualmente la trasnacional BR es líder inversor en sectores estratégicos como la gran la banca, el de los medios de comunicación, el inmobiliario o el de infraestructuras, llegando a ser el accionista hegemónico en 25 de las 35 compañías del Ibex.

Todo ello, sin olvidar su papel como importante tomador de nuestra deuda pública, donde no ha dejado de escalar posiciones a partir de la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa, con un significativo repunte a partir del pasado año, cuando el Banco Central Europeo (BCE) dejó de comprar deuda pública a los países miembros. En el caso español, una apuesta segura con la reforma-exprés del artículo 135 de la Constitución que priorizó el pago de la deuda sobre otras necesidades sociales aprobada en 2011 por Zapatero (el político que proclamó "subir los impuestos no es de izquierdas"; impuso una contrarreforma laboral que desató una huelga general; congeló las pensiones; agravó las condiciones para la jubilación; bajó los sueldos públicos un 5% y liquidó las Cajas de Ahorro).

BlackRock es una institución sistémica. Atesora más de nueve millones de activos en los cincos continentes, cupo equivalente al PIB conjunto de Alemania, Francia e Italia, y casi siete veces el de España. A escala internacional, es accionista clave en gigantes como Microsoft, Amazon, Apple, Coca-Cola, Twitter, PepsiCo, Ferrari, Bank of América, JP Morgan, Pfizer, Moody´s, McDonald´s, Facebook, Fox News. CBS, Comcast, ExxonMobil y Gazprom. El depredador económico favorito de Sánchez controla prácticamente el 10% de los negocios mundiales, circunstancia que seguramente ha valorado Donald Trump al pensar en el director ejecutivo (CEO) de BR, Larry Fink, para ocupar la cartera del Tesoro de Estados Unidos si llegara a ganar las próximas elecciones.

La aventura española de BR nace en 2012 cuando Rodríguez Zapatero encarga al entonces gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Ordoñez (el antiguo secretario de Hacienda del gobierno socialista), que fichara a BlackRock para diseñar el "banco malo" encargado de lidiar con los activos tóxicos originados por el colapso de la burbuja inmobiliaria. Tras esa etapa en la Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria (SAREB), el ascenso de la firma representada por Fink ha sido meteórico en España, quedando pocos sectores de alto valor añadido donde no haya irrumpido. Curioso amancebamiento tratándose de una multinacional que repatria sus beneficios a paraísos fiscales y que ha sido denunciada por invertir en empresa francesas relacionadas con el terrorismo en Siria, y un gobierno de coalición de izquierdas, sedicentemente progresista, que se proclama el gobierno de la gente.

Aquí los tentáculos de BlackRock alcanzar a los sectores más rentables de la economía. De entrada, es el mayor inversor del sector financiero español al estar presente como accionista de referencia en el BBVA, Banco de Santander, CaixaBank, Bankinter y Sabadell. También es el mayor "casero", controlando más 30.000 propiedades a través de dos de las principales socimi, Merlin y Colonial. Algo parecido ocurre con su incursión en las empresas energéticas, algunas de ellas estratégicas, vía Iberdrola, Repsol, Enagas, Redeía, Solaria, Acciona y Naturgy, donde ocupa el segundo puesto tras el plácet dado a su entrada por el gobierno de la gente el pasado mes de septiembre. En el capítulo de las infraestructuras encontramos a BR en ACS. Talgo y Ferrovial, la compañía que decidió trasladarse a Holanda para pagar menos impuestos aquí. En medios de comunicación su impronta se halla en Atresmedia, Mediaset, Telefónica y Prisa. Y últimamente ha puesto en su diana a la deuda pública española, lo que según Investigate Europa, el equipo internacional de periodistas de investigación que sacó a la luz los Papeles de Panamá, le abre la puerta a " influir en las decisiones fiscales de los gobiernos".

Un criterio que retrata el oscuro rol de un "gobierno en la sombra". Porque, dada la relación de fuerzas favorable al killer financiero, es dudoso que un Estado colonizado por un inversor abanderado del gran capital global, que le supera exponencialmente en potencial económico, quiera y pueda decirle "no es no". De hecho, la generosa bienvenida dada por Pedro Sánchez a Larry Fink en Naturgy parece indicar todo lo contrario.

"La cuestión -zanjó Humpty Dumpty en Alicia en el País de las Maravillas- es saber quién es el que manda... eso es todo». Esa precisamente ha sido la pregunta que se ha hecho en un artículo el portavoz de Economía y Hacienda de Sumar, Carlos Martín Urriza, ante la exitosa entrada de BlockRock en la eléctrica con las bendiciones del Gobierno. Aunque, seguramente porque el partido que representa es cómplice por formar parte del Ejecutivo de izquierdas implicado, ha recurrido a dejar pistas mediante candentes interrogantes. "Si no como se explica que habiendo un consenso generalizado entre la población española sobre la necesidad de solucionar las dificultades de acceso a la vivienda -observa Martín Urriza-, sobre todo entre los jóvenes, las iniciativas más eficaces nunca llegan al Boletín Oficial del Estado ¿Tendrá algo que ver que Blacktones y BlackRock sean los mayores caseros de España? Que la banca española no haya elevado la remuneración del ahorro de los hogares con el alza de los tipos de interés -como si ha ocurrido en Europa-, pero si el coste de sus hipotecas y no se haya hecho nada para corregirlo, estará relacionado con que BlackRock tenga una participación superior del 5% o superior en el Santander, BBVA y CaixaBank? Que los beneficios de las eléctricas y energéticas españolas supere con creces al de sus homólogas europeas, ¿tiene conexión con que BlackRock tenga participaciones que superan el 5% en Enagás, Iberdrola y Repsol?" (Diagonal, 22 de enero de 2024). Conviene puntualizar que el incisivo portavoz de Sumar clama en el desierto. Ya antes había hecho pública su radical discrepancia con medidas como la supremacía de los convenios autonómicos sobre los estatales o el proyecto de una financiación especial para Cataluña, siendo olímpicamente ignorado por Yolanda Díaz, hasta el punto de obligarle a censurar sus comentarios de las redes sociales. Hablamos de desinformación desde el poder.

¿Ausencia de malicia por parte de Sánchez y sus acólitos en el gobierno de la gente o plena cooperación para que BlackRock sea en la práctica la «mano invisible» de sus políticas económicas? A fin de que el lector opte con conocimiento de causa concluimos con una adenda a lo ya dicho que rotula la vocación monopolista que inspira a BlackRock en su embestida en la piel de toro. A saber:

-Renovables. En enero de 2023 Sánchez se reunió en privado con Larry Fink en Davos y poco después el Gobierno aprobó limitar la Declaración de Impacto Ambiental (DIA) en las renovables (el nuevo filón de las eléctricas que controla BR) a 50 megawatios.

-Gas. Doble vara de medir que alcanzó cotas nunca vistas con la posición del Gobierno ante del conflicto de Gaza. Mientras Sánchez, con una mano, se adelantaba a la UE en reconocer a Palestina, con la otra mantenía una fructífera negociación con Israel. Según la Fundación del Centro Delás de Estudios por la Paz, que estudia "llevar ante los tribunales al Gobierno como cómplice de genocidio" (La Voz de Galicia, 12 de agosto de 2024), el Estado español exportó armas a Netanyahu por valor de un millón de euros y concedió contratos por 1.027 millones a empresas israelíes y sus filiales, todo ello durante la guerra en curso. A eso llamó Pedro Sánchez estar en el lado correcto de la historia. Ya en 2018 defendió la entrega de bombas a Arabia Saudita para su ofensiva contra el Yemen con el argumento de que lo hacía "para defender los intereses de España", añadiendo que "lo mejor que podría ocurrir era que no se usen".

-Sanidad. Según el Registro de Vacunación, el 92% de las vacunas contra el COVID 19 compradas durante la pandemia por el Gobierno lo fueron a las multinacionales farmacéuticas Pfizer y BioNTech. Como quedó dicho, BlackRock tiene una participación accionarial clave en la norteamericana Pfizer.

-Pensiones. En 2022 el Gobierno acordó con CEOE, CCOO y UGT la Ley de Pensiones Públicas de Empleo que deberán ser gestionadas por entidades privadas (más negocio para la gran banca y derivados donde impera BlackRock). La norma aprobada "por consenso de los agentes sociales" merecía esta valoración para el sindicato USO, tercero en discordia: "Implica un debilitamiento del sistema público de pensiones y el avance hacia su privatización. Es un ataque a la sostenibilidad del sistema".

-Deuda pública. Coincidiendo con el avance de BR como tomador de deuda pública española, la agencia de calificación Moody´s, cooptada por la firma de Fink, ha cambiado la calificación de estable a positiva. Recordemos las famosas "triple A" fake que condujeron al abismo a las economías de medio mundo en 2008.

-Medios de Comunicación. El 25 de febrero de 2020 BlackRock incremento su influencia en el Grupo Prisa donde era accionista, adquiriendo buena parte de su deuda privada, obteniendo a cambio el poder de veto sobre la posible venta de El País, el pulpito del sanchismo. BlackRock es el mayor inversor en armamento del globo y el fondo buitre Amber Capital, dueño del progubernamental Grupo Prisa, editora de El País, es accionista de referencia de Indra, una de las principales empresas del sector de Defensa de España.

El pasado septiembre Bruselas denunció a España ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) por no aplicar el impuesto mínimo del 15% a las grandes empresas.

El 26,5% de la población (12,7 millones de personas) está en riesgo de pobreza y exclusión social, según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado español.

"España no va como una moto, va como un cohete" ( el presidente del Gobierno Pedro Sánchez).

rojoynegro.info. Extractado por La Haine.


Texto completo en: https://www.lahaine.org/est_espanol.php/blackrock-la-llmano-invisiblegg-del

JORGE ENRIQUE JEREZ BELISARIO. ¿Dónde están el hombre y la mujer nuevos?


Noviembre del 2024










Muchos vimos en las redes la historia de Tania, la pediatra que, a solo horas del paso de Oscar, llegó a Imías a salvar vidas, al rescate de gente que necesitaba ayuda. Allí estaba una joven cubana para tenderle su mano, como ha hecho este país desde los tiempos del yate Granma.

Por esos mismos días, en Nuevitas, en la Central Termoeléctrica 10 de octubre, conocí a Pedro Alberto, el joven a la moda, con peinado raro, cadena y aretes, jefe de planta, que tuvo la responsabilidad de conducir el arranque de la Unidad 5, prácticamente de la nada, con más temple que energía.

Junto a él, otro grupo de cubanos y cubanas llevaba allí mismo 48 horas sin dormir, con las ojeras casi en el pecho, pero dispuestos a estar otros dos días sin descanso, para conectar el Sistema Eléctrico Nacional.

Esto nos muestra que lograr ese hombre o mujer que necesita el socialismo en este país no es imposible, no está solamente en los libros de texto, no es un héroe inalcanzable, no está sobre pedestal. Es el cubano que hace bien lo que le toca, el que no tolera lo mal hecho, el que no se detiene ante las dificultades, el que propone soluciones en lugar de esperar de brazos cruzados.

Sin embargo, ¿qué responsabilidad tenemos como sociedad en la formación de ese ser consciente que necesita el socialismo? ¿dónde han quedado los estímulos morales necesarios para su edificación?

Sin dejar de reconocer que se viven tiempos en los que cualquier ayuda material es bienvenida, esta no puede suplantar las toneladas de ideología que forman el buen reconocimiento moral ante la gente que te acompaña en el difícil camino de todos los días, los compañeros de trabajo, la comunidad y la familia.

Desconocer el valor que tiene lo moral en la formación del hombre nuevo puede poner en riesgo hasta la propia construcción del socialismo.

La historia grita, desde sus libros, desde sus fuentes vivas, lo nefasto que fue, en sociedades que aspiraban a la construcción socialista, abandonar el camino, siempre difícil, de la construcción de un ser humano diferente; tanto, que los obreros quisieron ser millonarios y empresarios en lugar de continuar apostando a la generación colectiva de riquezas.

El socialismo en Cuba necesita, por encima de todas las cosas, de la participación de sus mujeres y hombres, del protagonismo de un ser social consciente de que nuestro único camino es el que eligieron nuestros padres y abuelos para solucionar los males de Cuba, y que nos toca, a las nuevas generaciones, seguir demostrando que aquellos no se equivocaron en su elección.

Le toca también a nuestro sistema educacional, a la familia, a la sociedad ocuparse de que las niñas y los niños de hoy, mujeres y hombres del mañana, sean también esos que necesita Cuba, que crezcan en los valores del socialismo, del humanismo que caracteriza una obra como la que edificamos los cubanos.

El hombre y la mujer nuevos del socialismo están allí, no son una quimera, y se están formando en condiciones difíciles. Ese ser que necesita la sociedad nueva, como expusiera el Che en su texto El socialismo y el hombre en Cuba, es un producto inacabado, imperfecto, pero existe por doquier en esta Cuba. Muchas veces hasta incomprendidos y tildados de cualquier cosa, chocamos con ellos a cada rato en las calles, haciendo, por todos nosotros, heroicidades anónimas.

(Diario Granma) 

«Con o sin Trump, enfrentamos una creciente turbulencia financiera global»


Por William Robinson | 15/11/2024 | Mundo
Fuentes: Rebelión

William I. Robinson, Profesor Distinguido de Sociología por la Universidad de California en Santa Barbara, reflexiona acerca de la situación del capitalismo global tras las recientes elecciones en EEUU.

Esta entrevista, que se ha realizado por escrito y en castellano, aborda el panorama del capitalismo mundial tras las elecciones presidenciales de EE.UU. que han dado la victoria a Donald Trump sobre los demócratas. 

Ahora que ya conocemos los resultados de las elecciones de EEUU, ¿cuál puede ser una primera valoración?

Estas elecciones son las más importantes en la historia reciente de EEUU. Vamos rumbo a una crisis total del sistema político norteamericano. Sin embargo, no se pueden entender los resultados electorales fuera del contexto de la crisis multidimensional, y sin precedentes, del capitalismo global; que enmarca y contextualiza todo. El Trumpismo surge como una respuesta neofascista a la crisis frente al colapso de los mecanismos tradicionales de la hegemonía y autoridad política en EEUU y en muchas otras partes del mundo. La reelección de Trump toma por asalto el escenario político norteamericano con la promesa de sacudirlo hasta sus cimientos.

Viendo más allá de la niebla de la política, enfrentamos una crisis estructural, a escala mundial, de sobreacumulación y estancamiento crónico. La clase capitalista transnacional (CCT) ha acumulado cantidades obscenas de riqueza, que no puede reinvertir y, mucho menos, gastar. Los mercados globales están saturados. Frente a esta crisis estructural, la CCT ha lanzado una nueva ronda violenta y predadora de expansión, en busca de salidas para la enorme cantidad de excedente acumulado: sobre todo, la expansión extractivista y apropiación de recursos alrededor del mundo junto con la especulación y la persecución de las guerras y los conflictos geopolíticos.

«La clase obrera norteamericana ha experimentado una desestabilización constante de sus condiciones de vida en el último medio siglo».

Políticamente el sistema capitalista global enfrenta una crisis de legitimidad de los Estados, de la hegemonía capitalista y de la confrontación geopolítica. Es decir, se aproxima una crisis general de la dominación capitalista. La desigualdad global, la privación y el empobrecimiento de las masas, en todo el mundo, han llegado a niveles hasta ahora nunca vistos. Varios miles de millones de personas han pasado a las filas de los redundantes, la humanidad excedente. La desintegración social está generalizada. Regiones, y hasta países enteros, experimentan el colapso. Por ejemplo, Haití, Sudán y Birmania. La crisis ecológica redunda en todos los niveles –en mega tormentas, olas de calor mortales, sequías, malas cosechas y hambruna. La violencia estructural del sistema da paso a la violencia política y a la represión estatal, mientras los grupos dominantes imponen un estado policiaco global para contener las tensiones explosivas y controlar la actual y potencial rebelión desde abajo; dando paso a nuevos autoritarismos, dictaduras y neofascismos.

He aquí el trasfondo global del proceso electoral de EEUU. La clase obrera norteamericana ha experimentado una desestabilización constante de sus condiciones de vida en el último medio siglo: una cada vez mayor precariedad, desempleo y subempleo, salarios miserables, descomposición social, inseguridad alimentaria, crisis de salubridad, infravivienda, sinhogarismo y salud mental. En 2023 más de 100.000 personas murieron de sobredosis de opioides. Desde el 2021 la inseguridad alimentaria se ha incrementado en un 40 por ciento y la pobreza, en el mismo período, en un asombroso 67 por ciento. Al igual que en la mayoría de los países, el establishment político norteamericano ha perdido su legitimidad ante las masas. El Partido Demócrata hace muchos años abandonó la clase obrera multiétnica. Es un partido del neoliberalismo, de Wall Street, de los multimillonarios, del complejo militar-industrial y de la guerra. Los Republicanos son peores.

Trump ha sabido proyectarse como forastero político listo a batallar la elite de Washington en defensa del hombre común, en contra del estatus quo. Ha sabido manipular el descontento masivo con un discurso populista, racista, nacionalista y neofascista; con falsas promesas de resolver los problemas socioeconómicos de las masas y con una escalada de retórica antiguerra y propaz, después de que los encuestadores del equipo de Trump determinaron que así podrían captar los votos de millones de personas que se oponen al genocidio en Gaza. Convirtió a los inmigrantes en chivos expiatorios y cosechó a favor de su candidatura la ansiedad social masiva y el disgusto con los Demócratas y con el establishment. Hay que señalar también que 80 millones de personas aptas para votar escogieron la abstención, lo que indica el grado de alienación política.

«Con o sin Trump, enfrentamos una creciente turbulencia financiera global y, con toda probabilidad, un nuevo colapso como el ocurrido en 2008».

El Trumpismo es la variante norteamericana del mismo fenómeno que vemos en Europa con el surgimiento de una ultraderecha populista y neofascista, o con Javier Milei en Argentina, entre otros ejemplos. Las penurias generadas por décadas de la globalización capitalista y el neoliberalismo han hecho a las clases trabajadoras muy susceptibles al mensaje del populismo de derecha y del neofascismo; sobre todo, en ausencia de un proyecto izquierdista y la carencia de una agenda popular independiente, como es el caso en Estados Unidos.

¿Qué implicaciones tienen estos resultados para el equilibrio, económico y político, que la burguesía occidental asegura que existe bajo su hegemonía?

No existen tales equilibrios políticos ni económicos en el mundo de hoy. El resquebrajamiento violento del orden internacional post-Segunda Guerra Mundial ya se venía dando, y el golpe de gracia fue la invasión rusa a Ucrania y la respuesta radical del Occidente a la misma. No importa si hubiera ganado Harris, igualmente se profundizaría este resquebrajamiento. Quizás, ahora, aún más rápido con Trump. Viene un reordenamiento muy violento del sistema internacional. Con o sin Trump, enfrentamos una creciente turbulencia financiera global y, con toda probabilidad, un nuevo colapso como el ocurrido en 2008. Las causas subyacentes al colapso del sistema financiero global de 2008 no han sido resueltas. Las políticas propuestas por Trump agravarán la turbulencia en la economía global y las tensiones geopolíticas.

Según tu análisis de la política estadounidense, ¿a qué bloque burgués, a qué intereses capitalistas, tanto económicos como políticos, representan el Partido Demócrata y el Partido Republicano? ¿Cómo se diferencian estos dos partidos en cuanto a la defensa de los intereses de las distintas facciones de clase burguesa?

Ambos partidos representan los intereses del capital transnacional y no se trata de diferentes bloques burgueses representados en distintos partidos. No se trata de un fraccionamiento de la clase capitalista entre Demócratas y Republicanos. Aunque no puedo abordar el tema en esta entrevista, es esencial comprender el concepto del capital transnacional. Es crucial entender la relación entre el Estado y el capital transnacional, tanto en el caso particular de EEUU como en la economía y sociedad global en general. Los ejes dominantes de la economía norteamericana, y global, están en manos de la CCT.

«Ambos partidos representan los intereses del complejo militar industrial, de los grandes conglomerados financieros y del sector de la alta tecnología. Estos tres sectores ocupan el núcleo del bloque del capital transnacional en EEUU».

Ambos partidos representan los intereses del complejo militar industrial, de los grandes conglomerados financieros y del sector de la alta tecnología. Estos tres sectores ocupan el núcleo del bloque del capital transnacional en EEUU. Los grandes capitalistas de este bloque donaron centenares de millones de dólares a ambos partidos, de hecho, los multimillonarios se movilizaron políticamente mientras los pobres y los trabajadores se desmovilizaron y abandonaron el escenario político. Tomen nota que Trump recibió dos millones menos de votos que en 2020 y los Demócratas unos 10 millones menos (aun no tenemos recuento final de votos); en tanto, el gran ganador era el abstencionismo.

El único sector económico que quizás claramente apoyó a Trump, sobre Harris, fue la industria de los combustibles fósiles, dado el compromiso de Harris con una “transición verde” y la promesa de Trump de desregular por completo y ampliar la perforación petrolera. Pero, aun así, no hay una línea divisora tan clara. El sociópata y hombre más rico del planeta, Elon Musk, públicamente hizo campaña por Trump y donó $120 millones de dólares a la misma, pero otros multimillonarios tecnológicos respaldaron a Harris. El banquero multimillonario Jamie Dimon (Director General de JPMorgan and Chase) salió a favor de Trump mientras otros banqueros respaldaron a Harris. Por lo general, la clase capitalista en EEUU pone los huevos (o fichas) en ambas cestas, como decimos en inglés. No importa qué candidato hubiera ganado, el capital iba a ganar.

Trump no representa una amenaza a la clase capitalista (al menos no directamente) sino que representa y encarna políticamente su dominación directa. Pero sí representa una amenaza a lo que se llama la “clase política”, es decir, los espadones políticos y las alimañas corruptas que controlan las instituciones estatales y los dos partidos de la burguesía. Estos personajes –es decir, el establishment político– se opusieron en su mayoría a Trump en 2016 y luego en 2024; por ejemplo, figuras como Dick Cheney y el General del Ejercito John Kelly, ambos del ala derechista tradicional del Partido Republicano. Realmente buena parte de la clase política cerró filas detrás de Harris, lo que no indica escisiones entre el capital; sino que expresa la crisis política –el desorden y la bancarrota política de la clase gobernante tradicional.

En este segundo mandato, Trump se rodea con asesores y nombrará un gabinete de individuos de su círculo íntimo que no provienen de esa clase política tradicional, de gente que en gran parte son extremistas de lo que se llama ahora en Estados Unidos el “Alt-Right” (“Derecha Alternativa”) y más abiertamente neofascistas, personas como Steve Bannon y Steven Miller, además del mismo vicepresidente electo JD Vance. Detrás de estos personajes los multimillonarios estarán al mando.

Con la reelección de Trump, ¿qué nuevo escenario se abriría para EEUU y el resto del mundo? ¿Vemos un fortalecimiento de su visión nacionalista y autoritaria, o hay factores que podrían moderar o modificar este rumbo en el contexto global actual?

En cuanto al autoritarismo, sencillamente hay una ruptura cada vez mayor de los mecanismos consensuales de dominación y una cada vez mayor prominencia de los mecanismos coercitivos frente a las revueltas populares alrededor del mundo, la pérdida de la hegemonía, la inquietud de las masas y el crecimiento descontrolado de las tensiones políticas y sociales. Las estructuras políticas imperantes ya no pueden contener la crisis. En todo el mundo los sistemas políticos están siendo desestabilizados mientras surgen nuevas mafias políticas y militares, carteles, pandillas criminales, camarillas corruptas, que organizan el pillaje en consorcio con el capital transnacional.

En las últimas semanas de la campaña electoral, Trump se refirió en múltiples ocasiones al “enemigo interno” y la necesidad de su violenta represión. Según el, estos enemigos van desde los marxistas, los comunistas, los estudiantes rebeldes, el movimiento anti-genocidio y de solidaridad con Palestina, los periodistas, hasta sus oponentes burgueses en el Partido Demócrata. Trump ha dicho que desplegará el ejército contra estos enemigos. Estas no son amenazas vanas. Recordemos que, durante el levantamiento popular antiracista a raíz del asesinato por la policía de George Floyd en 2020, Trump ordenó al ejército atacar a los manifestantes pacíficos. En algunos casos los oficiales ignoraron la orden, pero frente a la Casa Blanca las tropas militares lanzaron un ataque vicioso y sangriento.

La ultraderecha populista, en ascenso, despliega la bandera del nacionalismo de derecha, de la xenofobia, el nativismo y el chauvinismo. Esto lo vemos con claridad en el caso de Trump. Pero recordemos que el nacionalismo siempre se promueve desde arriba cuando las masas desde abajo están inquietas y cuestionan el estado de cosas existente. Además, es crucial ver las contradicciones al interior del capitalismo global que ahora alientan el nacionalismo económico, ya que Trump ha prometido el proteccionismo, incluyendo un mayor régimen de aranceles.

«Estas dos funciones del Estado-nación en el marco del capitalismo global –la función de acumulación y la función de legitimidad– son contradictorias y antagónicas».

Hay una contradicción subyacente en el capitalismo global entre una economía globalizada basada en circuitos transnacionales de acumulación que ningún estado-nación puede controlar y un sistema de autoridad y dominación política basado en el Estado-nación. Cada Estado-nación tiene que atraer a su territorio y complacer el capital transnacional, lo que significa poner los recursos nacionales y las clases trabajadoras y populares a la disposición de la CCT. Pero a la vez cada Estado-nación tiene que estabilizar el orden social interno y garantizar la legitimidad interna. Estas dos funciones del Estado-nación en el marco del capitalismo global –la función de acumulación y la función de legitimidad– son contradictorias y antagónicas.

Trump promete el proteccionismo aduciendo que así atraerá al país las inversiones transnacionales y con ella, el crecimiento, más empleos y una mejoría de la situación económica de los trabajadores. Con estas promesas ganó adeptos entre una clase trabajadora tambaleada por la globalización; al igual que en los países europeos, donde la ultraderecha también es nacionalista y proyecta un discurso antiglobalización. Pero es una situación totalmente contradictoria ya que para atraer al capital transnacional tienen que vender a las clases trabajadoras y reprimir sus resistencias. Se requiere una discusión más amplia de la que podemos tener aquí, en una sola entrevista.

¿Cuál va a ser, en tu opinión, la política interior de Trump?

Hay que distinguir entre la retórica de Trump y la realidad. La retórica política de Trump, al igual que sus contrapartes de la ultraderecha populista en otros países, es a favor de la clase trabajadora nativa. Pero el programa de Trump es anti-obrero; específicamente, representa una guerra descomunal e implacable contra la clase trabajadora y los pobres, y a favor del capital transnacional. Se trata de completar radicalmente el cambio, hacia la liberación del capital de toda barrera a su acumulación desenfrenada, que comenzó hace medio siglo con la globalización capitalista y el neoliberalismo. El segundo mandato de Trump pretende refundar el Estado y consolidar la dictadura del capital transnacional mediante nuevas dispensaciones políticas, incluyendo una vasta expansión de los poderes de la presidencia y la concentración de poderes en el ejecutivo. No es de sorprenderse que el mercado de valores se disparara después de la votación.

El programa de Trump está plasmado en un documento llamado Proyecto 2025, redactado por la ultra-conservadora Fundación Heritage. Plantea la privatización radical de los servicios y las actividades del gobierno, una reducción de los impuestos sobre las corporaciones y los ricos y la desregulación radical de la economía. El Proyecto 2025 plantea el desmantelamiento parcial del gobierno federal con la eliminación del Departamento (Ministerio) de Educación, la Reserva Federal (Banco Central), la Comisión Federal para el Comercio (instancia gubernamental anti-monopolio), el Departamento de Comercio y la Agencia para la Protección del Medio Ambiente, entre otras instancias. Pretende eliminar las medidas de protección al medio ambiente y sustituir la transición hacia fuentes de energía renovables a favor de combustibles fósiles, recortar el seguro médico del estado y atacar la salud reproductiva, eliminar los programas anti-discriminatorios, detener y deportar los inmigrantes no documentados y, entre otras cosas, eliminar el pleno empleo como meta del gobierno.

«Hay que distinguir entre su retórica electoral incendiaria, que convirtió a los inmigrantes en chivos expiatorios de la crisis, y la realidad de que la economía norteamericana depende de la superexplotación de la mano de obra inmigrante».

Hay una brecha, desde luego, entre la intención y la capacidad. Habrá fuertes conflictos y resistencias a este programa y, no es de sorprenderse, que Trump y el Proyecto 2025 proponen hacer retroceder los derechos civiles, reclasificar a decenas de miles de trabajadores de la administración pública como designados políticos para reemplazarlos con personas leales al presidente y desplegar las fuerzas armadas para funciones policiacas.

Trump prometió, repetidamente, que detendrá y deportará millones de inmigrantes. Trump mismo es un racista y xenófobo fanático. Sin embargo, hay que distinguir entre su retórica electoral incendiaria, que convirtió a los inmigrantes en chivos expiatorios de la crisis, y la realidad de que la economía norteamericana depende de la superexplotación de la mano de obra inmigrante. La economía colapsaría si todos los inmigrantes fueran deportados. Mas bien, Trump profundizará la transición que comenzó con administraciones Demócratas hacia un nuevo régimen migratorio, basado en estrictos y represivos controles estatales sobre la migración y la mano de obra inmigrante; muy parecido al régimen imperante en los Estados del Golfo, donde los migrantes existen bajo controles estatales absolutos y como mano de obra virtualmente esclavizada.

A continuación, nos gustaría abordar la política exterior de Trump, comenzando con una de las cuestiones más complejas: Rusia y Ucrania. ¿Qué posición crees que adoptará la futura administración frente a este conflicto? ¿Y cómo podría afectar a Europa y al orden mundial?

Trump y Musk tuvieron una conversación telefónica con el Presidente Ucraniano Volodymyr Zelensky el 8 de noviembre. Aunque no sabemos el contenido de la discusión, sí sabemos que Trump y una parte importante de su círculo íntimo han criticado la ayuda militar norteamericana a Ucrania. Trump indicó en 2023, y en el transcurso de la campaña electoral, que se reunirá con Putin y Zelensky para “llegar a un acuerdo” que ponga fin al conflicto, que es escéptico sobre la eficacia de las sanciones contra Rusia y que Europa tiene que “cargar con el peso de su propia defensa”. El Proyecto 2025 también aboga por una salida negociada, aduciendo que así “se evitaría una tercera guerra mundial”; aunque hay que resaltar que la cuestión de Ucrania es un punto de división entre el equipo de Trump.

Por el momento no se puede más que especular sobre la política de Trump hacia Ucrania. Pero una salida negociada a ese conflicto no debe interpretarse como algún cambio fundamental en la política exterior norteamericana. Una distensión entre Rusia y EEUU sería bienvenida, pero no resolverá las contradicciones internas al capitalismo global que generan conflictos y crisis. Seguiremos girando hacia un mundo más multipolar pero igual de conflictivo.

«Los conflictos arrojan leña fresca a las brasas moribundas de una economía global profundamente estancada».

Además del análisis geopolítico que los analistas ven a primera vista, hay que analizar el papel de los conflictos y los sistemas represivos en el marco de la crisis de la sobreacumulación. La economía global depende más que nunca, en términos tanto económicos como políticos, del desarrollo del estado policiaco global; lo que he calificado como acumulación militarizada y acumulación por represión. Cada nuevo conflicto en el mundo abre nuevas posibilidades de obtención de ganancias para contrarrestar el estancamiento. Rondas interminables de destrucción seguidas de reconstrucción impulsan la obtención de beneficios no sólo para la industria armamentista, sino también para las empresas de ingeniería, construcción y suministros relacionados, la alta tecnología, la energía y muchos otros sectores; todos integrados en los conglomerados transnacionales financieros en el centro de la economía global. Los conflictos arrojan leña fresca a las brasas moribundas de una economía global profundamente estancada.

Con Trump no cambiará esta realidad subyacente a la economía global militarizada y violenta. Mucho se ha dicho que Trump es un “aislacionista” adverso a seguir adelante con guerras e intervenciones, pero no es así. Eso es una ilusión que niega la naturaleza del aparato guerrista e intervencionista del Estado norteamericano, la centralidad del mismo en apuntalar al capitalismo global. Trump no reducirá el gasto militar norteamericano; más bien, durante su primer mandato lo incrementó. El Proyecto 2025 declara la priorización del desarrollo y producción de una nueva generación de armas nucleares, eximir el Pentágono de los recortes presupuestarios y aumentar aún más el gasto militar. Vivimos en una economía global de guerra y eso no cambiará con Trump.

En cuanto a Gaza y Oriente Medio, ¿qué postura anticipas de Trump respecto al genocidio en Palestina y la relación con las potencias regionales? ¿Qué impacto podría tener su política en la percepción global de EEUU y en los intereses del capital transnacional en la región?

Bajo Trump, Estados Unidos seguirá auspiciando el genocidio. Trump seguirá y hasta aumentará el respaldo militar, económico y diplomático incondicional a los Sionistas. Recordemos que, durante su primer mandato, Trump trasladó la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconoció la soberanía sionista sobre Jerusalén Este y sobre los Altos de Golán, endosó una expansión de los asentamientos sionistas en Cisjordania y aumentó el suministro de armas al régimen sionista. Durante la campaña electoral Trump aconsejó a Netanyahu “terminar el trabajo” (del genocidio). Netanyahu había estado apostando por la elección de Trump.

«Los capitalistas israelíes y árabes tienen intereses de clase comunes que superan las diferencias políticas sobre Palestina».

Pero hay un contexto más amplio al genocidio. El Oriente Medio se ha integrado cada vez más en la economía global. La invasión y ocupación norteamericana de Irak en 2003 colocó esa integración en un violento avance acelerado, y le siguió al establecimiento en 1997 de la Gran Área Árabe de Libre Comercio (además de una serie de acuerdos de libre comercio bilaterales y multilaterales, regionales y extrarregionales relacionados).

A través de esta globalización capitalista, el capital israelí se ha integrado en capitales de todo el Oriente Medio, enredados a su vez en circuitos globales de acumulación. Los capitalistas israelíes y árabes tienen intereses de clase comunes que superan las diferencias políticas sobre Palestina. La dispensa política del “conflicto árabe-israelí” demostró ser un marco político-diplomático atrasado y fuera de sincronía con la estructura económica capitalista global emergente. En 2020, los Emiratos Árabes Unidos, y varios otros países, firmaron los Acuerdos de Abraham con Israel, normalizando las relaciones entre el Estado judío y los firmantes árabes. Pronto, cientos de miles de turistas israelíes llenaron los hoteles de Dubái y otros lugares, mientras los grupos de inversión del Golfo invertían cientos de millones en la economía israelí.

A medida que la región se globalizó, se produjo una cascada de inversiones corporativas y financieras transnacionales en finanzas, energía, alta tecnología, construcción, infraestructura, consumo de lujo, turismo y otros servicios. El corredor Oriente Medio-Asia se convirtió en un conducto clave para el capital global. El factor decisivo para sincronizar el régimen político-diplomático con la realidad económica iba a ser la normalización saudí-israelí, que tuvo que suceder justo hacia finales del 2023. En vísperas del ataque de la resistencia Palestina el 7 de octubre de 2023, el capital transnacional estaba a la expectativa de una importante expansión en el Oriente Medio.

«Los capitalistas transnacionales, con sede en China y Estados Unidos, quieren acceso a los mercados estadounidense y chino. Quieren poder explotar libremente a los trabajadores estadounidenses y chinos y mover su capital sin obstáculos por los Estados».

Pero estas expectativas se vieron frustradas por el conflicto. Menciono esto porque hay que tomar en cuenta que una nueva ola de expansión del capital transnacional en la región dependerá de volver a encarrilar la normalización saudita-israelí, que, a su vez, es imposible sin resolver el conflicto. Quizás en algún momento el movimiento de masas en contra del genocidio se combine con el interés de ciertos sectores de la CCT en estabilizar la región para conducir a un cambio de la política norteamericana. Por el momento, nuestra tarea es escalar al máximo la solidaridad con Palestina y aumentar al máximo la presión sobre el gobierno entrante de Trump.

En relación con China, ¿cómo se perfila la política de Trump hacia este país en términos de comercio, competencia geopolítica y posibles confrontaciones militares? ¿Estamos ante una intensificación de lo que alguna vez has denominado “Nueva Guerra Fría”?

Trump hizo de la retórica contra China una pieza central de su campaña y la postura anti-China figura prominente también en Proyecto 2025. Pero, francamente, no veo gran diferencia entre Trump y Biden/Harris con referencia a la confrontación geopolítica y económica con China.

En cuanto a espacios para una nueva estrategia de interacción, hay que analizar algo que la gran mayoría de los analistas ignoran, y es que una parte importante de la CCT no quiere confrontación entre EEUU y China. El impulso hacia el nacionalismo, el populismo y el proteccionismo proviene de los Estados que enfrentan las condiciones desestabilizadoras de la globalización y la crisis capitalista, pero la CCT no ha apoyado este proteccionismo. Los principales conglomerados capitalistas, con sede en Estados Unidos y China, han experimentado un proceso continuo de penetración cruzada e integración en las últimas décadas que, lejos de revertirse, en realidad se ha profundizado como “Nueva Guerra Fría”.

«El proyecto de los BRICS no persigue una retirada de los circuitos transnacionales de acumulación, sino una mayor integración en ellos bajo términos más ventajosos para esa burguesía y sus perspectivas de acumulación».

Los gobiernos de Estados Unidos y China han estado tomando medidas para socavar esta integración en contra de los deseos de la CCT. No debería sorprender que la Cámara de Comercio de Estados Unidos se haya opuesto a los aranceles estadounidenses y otras restricciones al libre movimiento de capital transnacional. Los capitalistas transnacionales, con sede en China y Estados Unidos, quieren acceso a los mercados estadounidense y chino. Quieren poder explotar libremente a los trabajadores estadounidenses y chinos y mover su capital sin obstáculos por los Estados. No sabemos a dónde llevará esta contradicción ni cómo la manejará el gobierno de Trump.

Para acabar: en cuanto al resto de los países del Sur Global, ¿qué podemos esperar de la política exterior de Trump?

Dados los límites de esta entrevista, aquí solo puedo referirme brevemente al asunto. Hemos de rechazar el marco de análisis predominante que postula un enfrentamiento de la burguesía del sur global con el norte. No es así. El proyecto de los BRICS no persigue una retirada de los circuitos transnacionales de acumulación, sino una mayor integración en ellos bajo términos más ventajosos para esa burguesía y sus perspectivas de acumulación. El Estado estadounidense actúa como ariete para abrir el mundo al saqueo de las corporaciones transnacionales y ampliar las fronteras de la acumulación. La agresión de este ariete está integrada en el propio sistema del capitalismo global y el papel norteamericano en ello. En este aspecto no habrá un cambio bajo la administración Trump, y esta agresión se intensificará en la medida que se profundiza la crisis.

Pero sí hay una contradicción entre un proyecto proteccionista que propone Trump y los intereses del capital transnacional. No sabemos de antemano cómo se desarrollará esta contradicción y qué impacto tendrá para las relaciones de EEUU con el sur global. Existe la posibilidad –hasta probabilidad– de otra gran crisis financiera global que desate una escalada del conflicto clasista transnacional y que tenga grandes implicaciones para las relaciones entre Estados Unidos y el sur global.

William I. Robinson (Nueva York, 1959) es profesor distinguido de Sociología, Estudios Globales y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de California en Santa Bárbara (EEUU). Ha escrito extensamente sobre el capitalismo global, la política mundial, la teoría social y América Latina. Entre sus libros más recientes se encuentran: Into the Tempest: Essays on the New Global Capitalism (2018), The Global Police State (2020) y Global Civil War: Capitalism Post-Pandemic (2022). Recientemente, Errata Naturae ha editado en castellano su ensayo de 2020 bajo el título Mano dura. El Estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI.

(Publicado en Diario Socialista, España, el 10 noviembre 2024)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. 

viernes, 22 de noviembre de 2024

Más allá de clisés y estereotipos: Tenemos que hablar de Hamás

 
MEDIO ORIENTE :: 15/11/2024

MARÍA LANDI

"El problema que tiene Occidente con la resistencia palestina no es el terrorismo. No es el ataque contra civiles. No es la resistencia armada. Es la resistencia y punto". (Mouin Rabbani)

Las élites políticas de Occidente y sus medios corporativos siempre han buscado demonizar y descalificar la resistencia palestina, y muy en particular la resistencia armada. También han negado por completo el derecho del pueblo palestino a defenderse y a luchar por su autodeterminación, derechos plenamente reconocidos en el derecho internacional y en la misma Carta de las Naciones Unidas. En cambio, una y otra vez han cacareado el derecho (inexistente) de Israel, la potencia ocupante, a «defenderse» del pueblo al que ocupa, adoptando el discurso colonial y alineándose con el opresor.

Antes de Hamás, los «terroristas» y cucos de turno fueron la Liga Árabe, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat y, sobre todo después del 11 de setiembre de 2001, los grupos islamistas palestinos, colocados en la bolsa común del terrorismo junto con Al Qaeda, el DAESH (o ISIS), Al Nusra, los salafistas y sus variantes. Todos sirvieron a su turno para deslegitimar la lucha palestina, incluyendo la larga lucha anterior a la existencia de Hamás, o la resistencia popular no violenta en lugares y momentos cuyos protagonistas no tenían nada que ver con Hamás. No cabe duda, no obstante, que después del 7 de octubre el prejuicio orientalista, el racismo antiárabe y la islamofobia se desataron con furia para justificar el genocidio que Israel comete ante los ojos del mundo.

En esa ola de indignación que el 7 de octubre generó en Occidente -y que nunca antes se había expresado con tanta vehemencia ante las numerosas masacres israelíes, sus crímenes sistemáticos o sus ataques periódicos a Gaza-, 1 de pronto muchos analistas, dirigentes políticos y opinólogos se convirtieron en expertos en «el terrorismo de Hamás». Ninguno se molestó siquiera en estudiar un poco de historia antes de hablar, mucho menos de poner los hechos del 7 de octubre en contexto y perspectiva.

La actitud de las izquierdas merecería un artículo aparte. El «progresista excepto con Palestina» (PEP) asume acríticamente el relato sionista y occidental sobre el «terrorismo» palestino, pero no condena el terrorismo de Estado israelí ni su régimen de apartheid; critica a Hamás porque no reconoce a Israel, pero no pregunta si Israel alguna vez reconoció el derecho del pueblo palestino a su autodeterminación.

Qué es y qué no es Hamás

Hamás es el acrónimo árabe de Harakat al Mukawama Al Islamiyya (Movimiento de Resistencia Islámica). Es un partido político palestino que articula islamismo con nacionalismo y que surge únicamente como respuesta a la ocupación colonial israelí; de ahí que en su desarrollo político el segundo elemento ha primado sobre el primero, en paralelo con su demostrado pragmatismo para priorizar los intereses estratégicos sobre los principios ideológicos. 2

Hamás no es un grupo terrorista al estilo DAESH-ISIS, no pretende crear un califato en Gaza ni tiene una agenda fuera de Palestina. Tampoco es un grupo extremista; de hecho, ha coordinado con Egipto para combatir a los salafistas que entraban a Gaza desde el Sinaí. Ha desarrollado relaciones con los países de la región, sabiendo adaptarse a las coyunturas y los equilibrios de poder cambiantes. Más allá de su retórica antiterrorista, Israel siempre ha negociado con Hamás cuestiones de interés mutuo, en particular el intercambio de prisioneros y el alto el fuego. Jeroen Gunning señala que Hamás tiene una larga historia de negociaciones -la mayoría, exitosas- con diferentes actores, incluyendo a Fatah.

Por sobre todo, Hamás es parte del movimiento de liberación nacional palestino y de la lucha anticolonial contra el proyecto sionista. Durante dos décadas ha solicitado integrarse a la OLP y ha chocado con la negativa de Fatah (y en particular de Mahmoud Abbas), que controla la organización.3 A Hamás no le interesa gobernar Gaza aislada del resto del territorio palestino; por el contrario, ha buscado siempre superar la fractura política y territorial, reconstruir la unidad nacional y legitimarse en la arena política dentro y fuera de Palestina, como se vio en las recientes reuniones en Rusia y en China. En el ámbito regional, Hamás y la Yihad Islámica Palestina integran el Eje de la Resistencia, liderado por Irán, junto con Hezbolá, Yemen y las milicias chiíes de Irak (Badr, Kataeb Hezbolá y Asaib Ahl al Haq).

El movimiento surge en Gaza en 1946 como la rama palestina de la Hermandad Musulmana, una organización religiosa fundada en Egipto en 1928 por Hasan al Banna. Desde los años setenta se dedicó a realizar trabajo social y proselitista en los sectores más pobres de Gaza, especialmente los campos de refugiados (mujayyam), y años después, a apoyar a familias de mártires o de militantes encarcelados. La Hermandad no tenía actividad política y por ello era criticada por Fatah y la OLP, que la veían como una fuerza retrógrada dedicada a la religión y la caridad en lugar de participar en la resistencia a la ocupación. La rama política del movimiento empieza a desarrollarse a partir de la invasión israelí a Líbano en 1982 para destruir la resistencia palestina. La derrota que significó la expulsión de la OLP de ese país y la masacre de Sabra y Shatila fueron determinantes en esa evolución.4 Y la gran diferencia con la OLP es que esta operaba desde el exilio, mientras que Hamás y la Yihad surgen dentro de Palestina.

En 1987, durante el levantamiento popular masivo conocido como primera intifada -que se inicia en el mujayyam Yabalia de Gaza-, Hamás se constituye como organización política independiente con su nombre actual. Su fundador, líder político y espiritual fue el jeque Ahmed Yassin (asesinado por Israel en 2004). Hamás surge por oposición a Fatah, al que acusa de haber claudicado por estar dispuesto a dejar las armas, reconocer a Israel y aceptar la partición de Palestina (un proceso que se plasmó en la Declaración de Independencia palestina de 1988).

Cierto relato occidental sostiene que Israel apoyó a Hamás para debilitar a Arafat y la OLP, casi presentándolo como una creación israelí. Es verdad que en los años setenta dirigentes israelíes apoyaron a la Hermandad Musulmana financiando la construcción de mezquitas, organizaciones caritativas y centros de formación como la Universidad Islámica de Gaza; pero, tras el estallido de la primera intifada y la aparición de Hamás en la escena política con acciones armadas, la represión israelí fue tan despiadada que casi acaba con el movimiento en 1989. En 1992 Israel deportó a más de 400 combatientes a Líbano, y así involuntariamente favoreció su acercamiento a Hezbolá. También es cierto que durante los 16 años de bloqueo a Gaza Israel ha permitido la entrada de dinero de Catar y otros países para financiar al gobierno de Hamás y así mantener cierta estabilidad en la Franja, pero ha sido parte del tire y afloje que ha dominado las relaciones entre ambos.

Israel y EEUU utilizaron la amenaza del «terrorismo de Hamás» para minar la creciente legitimidad de la primera intifada y frustrar el establecimiento de un Estado palestino. También Occidente la ha utilizado para justificar su apoyo a Israel y avalar el statu quo, incluyendo 17 años de bloqueo a Gaza. En la coyuntura actual la satanización de Hamás tiene un propósito calculado al que los medios contribuyen: deshumanizar a la población de Gaza para justificar el genocidio. Varios países occidentales consideran «terroristas» a Hamás y a la Yihad Islámica, como lo fueron el Congreso Nacional Africano de Sudáfrica, el Frente de Liberación Nacional de Argelia, el IRA o Ejército Republicano Irlandés, o el Viet Cong.5

Como señalan algunos analistas, no debe perderse de vista que Hamás es un movimiento multifacético que combina funciones de gobierno, de partido, sociales y militares. Sus distintas facetas adquieren relevancia según el momento y las circunstancias, pero está indiscutiblemente enraizado en el tejido social y político palestino mucho más allá de Gaza. Como dato interesante, Reuven Paz, exdirector de investigación del Shabak (el servicio secreto israelí), dijo en 2012 de Hamás: «Aproximadamente el 90 por ciento de sus actividades son de asistencia social, culturales y educativas, y solo el resto es la lucha armada».

En efecto, Hamás es un movimiento político con una sólida estructura organizativa, amplia base social y componentes en Gaza, Cisjordania, las prisiones y la diáspora. No solo aprendió a luchar contra un enemigo militarmente muy superior, sino también a reemplazar a sus cuadros y líderes asesinados para que no afecte su accionar. Sus dirigentes aprendieron en la cárcel que los israelíes solo ceden cuando sienten la presión; y las acciones armadas buscan alterar un equilibrio de poder que siempre favorece a Israel, y así negociar desde una mejor posición. Hamás aprendió de los errores de la OLP que deponer las armas antes de obtener compromisos de Israel (en lugar de usarlas como factor de presión) y negociar desde una total asimetría de poder es tan absurdo como poner al abusado a negociar con su abusador.

Entre maximalismo y pragmatismo

En 1991, mientras Arafat y Fatah iniciaban el proceso de negociaciones con Israel y EEUU que culminaría en los engañosos Acuerdos de Oslo, Hamás anunció la fundación de las Brigadas Izzedin Al-Qassam, su brazo militar. Desde entonces, la mayoría de sus líderes militares y políticos han sido blanco de asesinatos selectivos por parte de Israel.6 Mohamed Deif, el líder de las Brigadas Al Qassam y cerebro militar del 7 de octubre, pasó 20 años en la cárcel y sobrevivió a varios intentos de asesinato; durante el ataque israelí a Gaza en 2014, una bomba asesinó a su esposa y a sus dos hijos. Una trayectoria similar a la de Yahya Sinwar, que también ha eludido intentos de asesinato y sufrido la pérdida de su familia.7 Antes de ser asesinado en Teherán, Haniyeh había perdido a más de 60 integrantes de su familia en el actual genocidio.

Hamás se opuso a los Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995 por considerarlos una claudicación y a la Autoridad Palestina (AP) creada por ellos, acusando a los dirigentes de Fatah de entreguistas; una postura compartida por intelectuales como Edward Said y por otros diez partidos palestinos, como el marxista FPLP y la Yihad Islámica. La historia les dio la razón: treinta años después, la población colona ilegal se triplicó en Cisjordania y Jerusalén Este, el pueblo palestino tiene menos territorio y menos libertad, e Israel domina toda el área entre el Mediterráneo y el Jordán. Pero el aspecto más cuestionado de los Acuerdos -y de consecuencias más devastadoras- fue el absurdo mandato que encarga al ocupado velar por la seguridad del ocupante. Así, la AP se comprometió a coordinar con la inteligencia israelí para desarticular la resistencia armada; un mandato que ha cumplido a cabalidad, reprimiendo de paso toda forma de crítica y oposición a su gestión autoritaria y corrupta.

En febrero de 1994, el colono judeoestadounidense Baruch Goldstein asesinó a 29 palestinos mientras rezaban en la mezquita de Abrahán (Hebrón) durante el Ramadán. Esto llevó a Hamás a radicalizarse e iniciar una ola de atentados suicidas en territorio israelí. Los medios occidentales recuerdan siempre ese período que terminó en 2005, pero no la masacre que le dio origen; quizás porque el terrorismo permanente y creciente de los colonos judíos contra la población palestina nunca es noticia.

Menos aún han tomado nota de que Hamás, desde los noventa y en reiteradas ocasiones, ha ofrecido a Israel poner fin a la violencia a través del concepto de hudna: un cese de hostilidades prolongado (aunque temporal), basado en un compromiso ético-religioso y como paso previo para negociar una solución definitiva. Incluso ha ofrecido deponer las armas si Israel pone fin a la ocupación y la colonización y reconoce el derecho al retorno de la población refugiada.

En 2000 estalla la segunda intifada, en un momento de frustración y desesperación por las desastrosas consecuencias de los Acuerdos de Oslo. Israel respondió de inmediato con extrema violencia, lo cual llevó a una rápida militarización del alzamiento. Hamás supo capitalizarlo liderando la resistencia; la popularidad de las Brigadas Al Qassam fue en aumento, pero también pagaron un alto precio en mártires. Al mismo tiempo, los atentados suicidas en territorio israelí -que buscaban presionar a Israel para obtener concesiones- afectaron negativamente la imagen de la intifada en la opinión pública de Occidente.

Tras la misteriosa muerte de Arafat en 2004, la AP convoca a elecciones presidenciales en 2005. Abbas (que había sido su primer ministro y también su rival dentro de la AP) resulta ganador con apoyo de EEUU, Israel y los grandes medios. Pero el mismo año Hamás -que había boicoteado la elección presidencial-, en un giro que sorprendió a todo el mundo, y tras un proceso de consulta interna en el que los prisioneros jugaron un papel clave, anunció su decisión de participar en las elecciones al Consejo Legislativo Palestino.8

Bajo el liderazgo de Haniyeh y con la lista Cambio y Reforma, Hamás hizo campaña poniendo el acento en sus programas sociales y económicos, criticando la corrupción y el mal gobierno de la AP, su colaboración con Israel y el fracaso del proceso de Oslo. Su plataforma y su programa ideológico marcan un cambio significativo respecto a la carta fundacional de 1988: afirman el nacionalismo palestino, dejando el islamismo y la lucha armada en un segundo plano; distinguen entre judíos y sionistas, explicitando que su lucha es contra estos porque ocupan Palestina, y la destrucción de Israel (objetivo explícito en su carta fundacional, que también estaba en la de la OLP de 1964) es sustituida por la aceptación del «consenso nacional» (una forma implícita de aceptar los dos Estados). En enero de 2006, Hamás ganó las legislativas.

Pero sus intentos de adaptarse al consenso nacional e internacional, así como de formar un gobierno de unidad nacional con Fatah, fueron inútiles: Washington y la Unión Europea se negaron a reconocer el resultado de unas elecciones democráticas que habían impulsado y monitoreado, y empezaron a trabajar para provocar un cambio de régimen. Además de cortar la ayuda al nuevo gobierno para hacerlo inviable,9 junto con Israel persuadieron a Abbas de sumarse a la conspiración para dar un golpe contra el gobierno electo. La maniobra para ejecutarlo estaba a cargo de Mohamed Dahlan, el jefe de seguridad de la AP en Gaza. El intento de golpe fracasó en Gaza: tras una confrontación que dejó como saldo un centenar de muertos, Hamás expulsó a Fatah, pero en Cisjordania Abbas formó un «gobierno de emergencia» que dura hasta hoy.10 También con complicidad de Occidente, Israel -que en 2005 había retirado unilateralmente sus colonias de Gaza- impuso a la Franja un total bloqueo por aire, tierra y mar. 17 años después, el bloqueo sirve para provocar la muerte indirecta de la población gazatí al negarle el acceso a alimentos, agua y atención médica.

La división política y territorial se mantiene y ha hecho imposible la reconstrucción de un proyecto de liberación nacional. También ha sido el pretexto esgrimido por Abbas para no volver a celebrar elecciones.11 Israel, por su parte, ha intervenido y ha saboteado los intentos de poner fin a la división política palestina, asesinando a los dirigentes con mayor capacidad articuladora y lanzando ataques sobre Gaza en coyunturas estratégicas.

Así, Hamás se enfrentó al hecho no buscado de tener que gobernar Gaza bajo un férreo bloqueo (impuesto con la complicidad de Egipto) que devastó la economía,12 agravado por ataques israelíes que destruyeron progresivamente la infraestructura de la Franja, la hicieron cada vez más inhabitable13 y crearon una crisis humanitaria en lo que pasó a ser conocido como la prisión a cielo abierto más grande del mundo. Su mejor época fue el corto período en que Mohamed Morsi gobernó en Egipto; esto permitió a Hamás construir túneles subterráneos hacia ese país que dinamizaron la economía y reactivaron el mercado interno. Tras el golpe que lo llevó al poder, Abdelfatah el Sisi clausuró la economía de los túneles y ha colaborado con Israel para endurecer el bloqueo.

Hamás no se limitó a administrar la prisión de Gaza: a través de las Brigadas Al Qassam ha liderado la resistencia armada, en la cual participan en forma coordinada las Brigadas Al Quds (del partido Yihad Islámica), las Brigadas Abu Ali Mustafa (del FPLP, marxista y secular), las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa (del partido Fatah), los Comités de Resistencia Popular y otros grupos menores. Dado que desde 2005 el Ejército israelí no estaba presente en la Franja, sino que la controlaba desde fuera, la única manera de «combatir» que han tenido estos grupos es lanzar hacia el territorio israelí cohetes de fabricación casera; su alcance e impacto es radicalmente incomparable al poder bélico israelí, considerado uno de los más poderosos del mundo y el que más ayuda militar recibe de EEUU.

Como los medios occidentales suelen empezar el relato de cada crisis con el primer cohete gazatí o la primera víctima israelí, nunca les interesa conocer la causa de la reacción palestina. Sin embargo, los antecedentes muestran que Hamás no es el que rompe el alto el fuego, que ha hecho advertencias antes de disparar cohetes desde Gaza, y los ha usado con alguno de estos fines: presionar a Israel para que frene sus periódicas escaladas de provocaciones y ataques a la mezquita de Al Aqsa (el sitio más sagrado para la población palestina); exigir un afloje del bloqueo y la entrada de insumos fundamentales para la vida en Gaza; y, sobre todo, negociar un intercambio de prisioneros, como hizo otras veces con éxito.

No pocos han dicho que Hamás, además de su agenda social conservadora, ha gobernado Gaza con mano dura y autoritarismo, persiguiendo a sus opositores, reprimiendo protestas y aplicando la pena de muerte a acusados de colaborar con Israel (hechos denunciados por organizaciones de derechos humanos de Gaza). Lo que casi nunca se dice es que la AP en Cisjordania es responsable de pecados similares y peores. Por ejemplo, a diferencia del autoritarismo de Abbas, el liderazgo de Hamás es más colectivo y democrático en su consulta a las bases para cada decisión importante, y a Hamás no se le puede acusar, como a Abbas, de colaborar con los israelíes para aplastar la resistencia. Aún en pleno genocidio la AP no ha dejado de arrestar a miembros de Hamás y de otros grupos armados en Cisjordania ni de reprimir las protestas de apoyo a Gaza. Sin embargo, para la visión neocolonial y neoliberal de Occidente el autoritarismo de la AP es aceptable y funcional, mientras que los méritos de Hamás son siempre invisibles.

Tampoco se reconoce su pragmatismo político y su capacidad de escucha, que se plasmaron en la nueva carta fundacional de 2017. Allí Hamás insiste en que su conflicto es con el proyecto colonial sionista y no con las personas judías a causa de su religión.14 También reconoce y adhiere a lo que llama «una fórmula de consenso nacional» (que es la de la ONU): el establecimiento de un Estado palestino soberano e independiente con Jerusalén Este como capital según las fronteras previas a la ocupación de 1967 y con el regreso de la población refugiada.

Algunos han dicho que esta postura es meramente táctica, oportunista o demasiado ambigua. Una posible respuesta la han dado sus mismos dirigentes. Basam Naim, miembro del buró político, explicó que la visión de Hamás es que toda la Palestina histórica pertenece a quienes vivían en ella antes de 1948 (independientemente de su religión o etnicidad). Pero, dijo, «si tenemos un consenso palestino, si la comunidad internacional puede ayudarnos a tener un Estado independiente y soberano en las fronteras del 67, con Al Quds como capital, preservando el derecho al retorno, no bloquearemos ni socavaremos esta opción [...], seremos parte de esta solución».15 Más allá de las dudas y los debates justificados sobre la viabilidad de la llamada solución de dos Estados, parecería que Hamás quiere estar abierto a considerar las distintas propuestas y no ser visto como un obstáculo. Es la misma postura que ha mostrado durante las negociaciones para lograr un alto el fuego, pese a las acrobacias de EEUU para mostrarlo como responsable del estancamiento y aún después que Israel asesinó a su principal dirigente y negociador.

El juicio de la historia

Del lado palestino, las críticas al 7 de octubre señalan dos consecuencias que Hamás parecería no haber previsto: por un lado, que no iba a ser tan fácil como en el pasado negociar un intercambio de prisioneros con un gobierno israelí tan extremista como el actual; por otro, que la respuesta israelí tendría la magnitud que ha tenido y que la comunidad internacional (léase: las potencias occidentales aliadas de Israel) le permitiría cruzar todas las líneas rojas. Muchas voces palestinas, y sobre todo gazatíes, han reprochado a quienes planearon la operación no haber tomado medidas para proteger a la población de Gaza y prever suministros esenciales para su sobrevivencia.

Es imposible evaluar ahora el impacto a largo plazo del sismo que provocó el 7 de octubre. El genocidio en curso -con su versión atenuada pero alarmante en Cisjordania- constituye la fase más grave y mortífera de la historia de un siglo de resistencia palestina al proyecto colonial sionista. Sus cifras han superado largamente las de la Nakba de 1948, y el trauma personal, colectivo e intergeneracional que ha infligido sobre la población de Gaza y más allá, en especial sobre las nuevas y futuras generaciones, también será mucho más profundo y extendido.

La gente en Gaza está exhausta tratando de sobrevivir cada día. Desde ese presente agónico no puede levantar la mirada para ver la luz que analistas e historiadores anuncian al final del túnel. Las encuestas recientes son contradictorias y tampoco ofrecen certeza sobre el sentir de la población gazatí hacia Hamás: mientras que el Institute for Social and Economic Progress dice que menos del 5 por ciento quiere a Hamás en un futuro gobierno de transición, el Palestinian Center for Policy and Survey Research (PCPSR) encontró que más de la mitad de los gazatíes mantiene su apoyo a Hamás y solo un 10 por ciento lo culpa de la crisis actual. En cualquier caso, nadie ha levantado la bandera blanca; y el objetivo israelí de destruir Gaza para que sus habitantes se vuelvan contra Hamás no se ha cumplido. En cambio, su popularidad en Cisjordania no ofrece dudas: ambas encuestas registran un altísimo porcentaje de apoyo a Hamás (70 por ciento), al 7 de octubre y a la lucha armada en general, así como un fuerte rechazo a la AP: el 94 por ciento en Cisjordania y el 83 por ciento en Gaza quieren que Abbas renuncie. En cuanto a las expectativas de futuro (desenlace de la guerra, castigo a Israel, reconstrucción y control palestino de Gaza), se percibe mayor pesimismo entre la población gazatí que entre la de Cisjordania. Marwan Barghouti sigue siendo el político preferido para liderar un futuro gobierno. Y según el PCPSR, más del 60 por ciento considera que la solución de dos Estados ya no es viable.

La escritora palestino-estadounidense Susan Abulhawa, que viajó dos veces a Gaza durante estos meses, dijo que al hablar con la gente sobre cómo veían a Hamás percibió «perspectivas complejas y matizadas». «El trauma es profundo. Y te dirán dos ideas contradictorias al mismo tiempo. Por un lado, están enojadas. Y a veces algunos culpan a Hamás, pero todo el mundo sabe quién los está bombardeando. Todo el mundo.»

Más allá de la incertidumbre sobre el futuro, nadie discute el altísimo precio que está pagando la población de Gaza, pero también que la situación era insostenible. Antes del 7 de octubre, 2023 ya era el año más mortífero en Cisjordania: en 9 meses Israel había asesinado a 200 personas, incluyendo 50 niños. Abulhawa señala, además, que el pueblo palestino probó todas las formas de lucha no violenta: desobediencia civil, diplomacia y cabildeo internacional, huelgas y boicots, protestas pacíficas; pero solo pudo sacudir la conciencia adormecida de la sociedad israelí y del mundo cuando recurrió a la resistencia armada.

La referencia más cercana en la memoria palestina es la Gran Marcha del Retorno, la mayor protesta civil y masiva que la población de Gaza llevó a cabo entre 2018 y 2019. Pese a su carácter pacífico y festivo, Israel respondió con francotiradores que apuntaron a niños, periodistas, paramédicos y discapacitados, asesinaron a 230 personas e hirieron y mutilaron a más de 36 mil. Los crímenes fueron documentados en un informe de la comisión de investigación nombrada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Pero los gobiernos, los medios y la opinión pública internacionales ignoraron estos hechos. Según Tareq Baconi, «Quedó más claro que nunca que cuando a los palestinos se les dice que eviten la resistencia armada, lo que en realidad se les está diciendo es que eviten cualquier tipo de resistencia, que sucumban y acepten su suerte como súbditos colonizados.» Del mismo modo, ¿qué impacto tuvieron los informes de los últimos años sobre el apartheid israelí? ¿Por qué el mundo le ha enseñado al pueblo palestino que solo lo toma en serio cuando empuña las armas?

Para Mouin Rabbani todavía es impredecible cómo juzgará finalmente la población de Gaza (y de toda Palestina) la responsabilidad de Hamás por esta devastación apocalíptica. Al mismo tiempo, no duda que el 7 de octubre representa un capítulo histórico en la liberación palestina, y lo compara con otros momentos cruciales de las luchas anticoloniales en Sudáfrica y en Vietnam que se saldaron con un importante número de víctimas civiles. «No se puede negar las consecuencias catastróficas», afirmó. «Pero mi sensación es que los cambios a largo plazo -por supuesto, sin tratar en modo alguno de minimizar el daño enorme e insoportable que se ha infligido a todo un pueblo- serán vistos, al final, como un punto de inflexión crítico similar al de Sharpeville, Soweto o Dien Bien Phu».15


Notas:

1. Lo inédito es la magnitud de la devastación genocida en estos 11 meses; pero en todos los ataques anteriores contra Gaza (2008-2009, 2012, 2014, 2021) Israel apuntó siempre a la población civil, a la niñez, a aniquilar familias y barrios enteros, a hospitales, escuelas, refugios e instalaciones de la ONU, a periodistas, personal médico y humanitario, ambulancias, viviendas e infraestructura civil crítica. Entre 2008 y 2022 Israel asesinó a 5.500 gazatíes.

2. El académico Khaled Hroub advierte que, para comprender la realidad política palestina, y a Hamás en particular, no sirven los análisis binarios del tipo islamismo/nacionalismo, secular/religioso, conservador/progresista, izquierda/derecha. Para la población oprimida, lo que centraliza o marginaliza a un actor político es si resiste o no resiste, porque la gente apoya a quienes resisten; esto puede verse en el giro del apoyo popular a la OLP (hasta los años noventa) hacia Hamás (a partir de entonces). Y el analista Abdaljawad Omar agrega que el clivaje clave es: resistencia/colaboracionismo, en particular en Cisjordania, donde la gente vive bajo la «doble ocupación» de Israel y la Autoridad Palestina.


3. Es un consenso general que Abbas no tiene interés en la unidad palestina ni en reformar la OLP, convocar elecciones o escuchar las demandas de los demás actores palestinos, que incluyen romper con el esquema de Oslo. De hecho, Abbas se ha negado hasta ahora a implementar el acuerdo alcanzado en julio en Beijing entre 14 partidos palestinos para formar un gobierno de unidad nacional, como denunció recientemente Mustafa Barghouti, redactor del texto y líder del partido Iniciativa Nacional Palestina.

4. En ese desarrollo influyó igualmente la fundación en 1981 de la Yihad Islámica, también islamista y nacionalista y que ha sido siempre cercana a Hamás. Recomiendo la entrevista reciente de Jeremy Scahill en Drop Site News: «Palestinian Islamic Jihad: "Oslo is over"».

5. Destaco la importancia de abordar el estudio de Hamás y la resistencia armada teniendo en cuenta el campo de los estudios críticos sobre terrorismo (surgido a partir del 11 de setiembre de 2001), que cuestiona el concepto occidental de terrorismo y su aplicación a las luchas de liberación.

6. Todos los partidos palestinos han sufrido asesinatos selectivos israelíes, destinados no solo a descabezarlos, sino también a eliminar a los líderes más carismáticos. Y, de paso, para declarar que no tiene interlocutores con los que negociar.

7. Ambos fueron liberados en 2011, junto con otros 1.000 presas y presos palestinos a cambio del soldado israelí Guilad Schalit. Israel asegura que asesinó a Deif (y a 90 gazatíes) en un bombardeo sobre el área de Al Mawasi. Hamás no lo confirmó.

8. La decisión pudo estar en la necesidad de apostar a otras vías tras la derrota de la segunda intifada, que mostró los límites de la lucha armada. Según Tareq Baconi, Hamás no tenía interés en «administrar la ocupación» como la AP de Fatah, sino desde un lugar de poder reformar la OLP, romper el encuadre de Oslo y reconstruir el proyecto nacional palestino.

9. Los Acuerdos de Oslo exoneraron a Israel de la responsabilidad hacia la población ocupada y la trasladaron a la AP, la cual, por carecer de soberanía territorial, económica y política, solo puede cumplir con esas funciones mediante una gran inyección de fondos del exterior.

10. El gobierno de unidad duró de marzo a junio de 2007, liderado por Haniyeh; pero Abbas, en una decisión ilegal, lo disolvió y sustituyó a Haniyeh por Salam Fayyad. El legislativo no volvió a sesionar y desde entonces Abbas (cuyo mandato legal terminó en 2009) gobierna por decreto.

11. Las últimas (legislativas y ejecutivas) que estaban anunciadas para 2021 fueron canceladas a último momento por Abbas, con el pretexto de que Israel no permitía poner urnas en Jerusalén Este; pero la decisión estuvo motivada por el pésimo resultado que auguraban las encuestas para el oficialismo.

12. Los índices de pobreza y de desempleo en Gaza superaban el 50 por ciento. Con un alto índice de natalidad, la población de Gaza, pese a su alto nivel educativo, terminó dependiendo para sobrevivir de la ayuda humanitaria internacional, principalmente de la ONU y de algunos países árabes.

13. Un informe de la ONU alertó en 2012 que para el año 2020 Gaza podría ser un lugar inhabitable debido al bloqueo, la infraestructura en ruinas, la crisis energética, la falta de servicios básicos, el desempleo crónico y una economía paralizada, en medio de un creciente desastre ambiental. Otro informe, de UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), de 2015 presentó un panorama aún más sombrío.

14. Hamás reiteró la distinción entre judaísmo y sionismo, y afirmó el respeto a todas las identidades religiosas y étnicas en Palestina, y su propia razón de ser como movimiento de liberación.

15. «On the record with Hamas», Jeremy Scahill (Drop Site News).

Intifadas

Por Intifada se designa a las rebeliones que sacudieron a Cisjordania y la Franja de Gaza. Hubo dos grandes: una en 1987, alrededor del vigésimo aniversario de la ocupación de ambos territorios por Israel. Consistió en una serie de actos de desobediencia civil y de manifestaciones callejeras y se la conoció como «la guerra de las piedras», porque fue protagonizada fundamentalmente por jóvenes que se enfrentaban a menudo a pedradas con los soldados israelíes, que respondían usualmente a balazos. Se extendió hasta los acuerdos de Oslo de 1993 y en ese lapso murieron alrededor de 3.160 palestinos y 120 israelíes.

La segunda intifada estalló en setiembre de 2000, el día que el primer ministro israelí Ariel Sharon decidió visitar la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén oriental, una iniciativa tomada como una provocación por los palestinos. Ese fue su detonante inmediato, pero fue la frustración que siguió al fracaso de los Acuerdos de Oslo de 1993 lo que la explica más profundamente. Fue una rebelión mucho más militarizada que la primera, pautada por una sucesión de atentados suicidas. Se extendió hasta 2005 y dejó más de 5.000 palestinos y alrededor de un millar de israelíes muertos, en su mayoría colonos supremacistas.

Brecha


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