Traducido del inglés para Rebelión por Jésica Safa
El actual presidente de Brasil, Luiz Inácio Da Silva, pide que se repitan las elecciones en Venezuela. Venezuela está bajo el ataque más atroz de Estados Unidos y sus aliados. El presidente Lula no reconoce a Nicolás Maduro como ganador de las elecciones presidenciales venezolanas del 28 de julio de 2024 y agrega: «Venezuela le debe una explicación a Brasil y al mundo». Los gobiernos reaccionarios de América Latina se han sumado al reclamo, especialmente el presidente ultraconservador de Argentina. También intervino el joven presidente de Chile Boric, quien ha minado con su retórica seudoizquierdista los movimientos progresistas de Chile, con discursos de justicia y demás. Creyeron en él demasiado rápido y demasiado pronto.
Durante una reunión en La Habana, Cuba, a mediados de la década de 2000 entre Fidel Castro y Lula da Silva, Castro advirtió en contra de abrir la selva amazónica a la producción de cultivos para biocombustibles y la cría de ganado. Lula ignoró las advertencias y abandonó la conversación con Castro con un gracias pero haremos lo mejor para Brasil. Después de su primera presidencia (2003-2010) Lula el metalúrgico, líder del pueblo en 2018, fue encarcelado durante 18 meses bajo acusaciones falsas para tratar de impedir que fuera elegido presidente en el futuro.
En 2011 llegó Dilma Rousseff como la siguiente presidenta de Brasil. La alguna vez guerrillera fue destituida mediante un golpe constitucional en 2016. Ambas administraciones, la de Lula y la de Rousseff, fueron una oportunidad de oro para cimentar la legislación y los ideales progresistas en Brasil, que es una de las economías más grandes de América Latina y del mundo. Pero no lo lograron [aprovechar la oportunidad] . El representante de derecha, Jairo Bolsonaro, ganó las elecciones presidenciales en 2019. Inmediatamente después comenzó la reversión de las políticas progresistas de Lula y Rousseff. Un reciente análisis del Instituto Tricontinental señala: «La ideología neoliberal en América Latina y el Caribe se aprovechó de un Estado que había demostrado ser permanentemente incapaz e ineficaz de satisfacer las necesidades de la mayoría, como lo demuestra el mantenimiento de estructuras históricas de desigualdad.» Las tendencias económicas neoliberales y las inclinaciones hacia ellas por parte de los gobiernos progresistas como una forma de mejorar las vidas de millones de personas continúan perpetuando resultados negativos.
Se podía haber interpretado a Fidel Castro de diferentes maneras dentro del espectro político progresista de todo el mundo, pero una cosa es segura: tenía razón al advertir a Lula que destruir una cosa para mejorar otra es un juego de suma cero. No hay ganadores en ninguno de los dos lados. Ahora, en su segundo mandato tras salir de prisión Lula ya no es el mismo. Sí, todavía le preocupa la justicia y la pobreza, pero está lejos de ser lo que alguna vez fue. La democracia venezolana con prácticas comunales está amenazada pero también agrega presión sobre los llamados gobiernos de izquierda de América Latina para que permitan el poder colectivo como parte de la ecuación de gobierno. Ramon Grosfugel, académico de la Universidad de California en Berkeley, ha sido coherente con su argumento de una falsa izquierda, falsos escritores decoloniales, así como intelectuales y académicos que trabajan para los imperios en contra de la voluntad de la mayoría de las personas del Sur Global. La semana pasada varios movimientos populares de 25 países de América Latina emitieron un comunicado en el que «rechazan los reclamos de los presidentes de Colombia y Brasil, quienes propusieron la formación de un gobierno de cohabitación en Venezuela, donde el presidente Nicolás Maduro fue reelegido en las elecciones del 28 de julio».
Lo que está en riesgo es una alternativa a cómo están diseñados los Estados modernos. El objetivo de las múltiples sanciones contra Venezuela es presionar, frustrar y desestabilizar la confianza de la población y su frágil economía. El robo de las reservas de oro de Venezuela por parte de Gran Bretaña, el robo de todas sus
estaciones de servicio en Estados Unidos por parte del gobierno estadounidense y la reivindicación de figuras ilegítimas como líderes de Venezuela son situaciones fabricadas con la intención de destruir el proceso bolivariano.
Recuerdo que sentado en un banco durante un evento de recaudación de fondos hace algunos años, se me acercó un artista/activista progresista local muy conocido aquí en el lado este de Los Ángeles y uno de los primeros rockeros de comienzos de la década de 1960. Iniciamos una conversación política. Pidió mi opinión sobre política latinoamericana. Comencé con Venezuela como un movimiento progresista que se enfrenta a muchos desafíos socioeconómicos. Antes de que pudiera terminar mi frase me interrumpió con «¡Oh, el dictador!». Seguí adelante, me preguntó qué música me gustaba, le respondí clásica. Él respondió de nuevo con «¡oh, académico!», refuté diciendo que si existiera algún tipo de música para estimular la adrenalina de un soldado justo antes de saltar de un vehículo humvee para ir a matar, definitivamente sería la música rock.
Dicho esto, podemos deducir la siguiente descripción de esa conversación: ser progresista en casa y algo reaccionario respecto a las acciones liberadoras en el Sur Global. Ya sea que sus respuestas tuvieran que ver con la falta de información o quién sabe qué otra cosa, claramente apunta a una falta de comprensión dialéctica de un marco geopolítico necesario para acceder mejor a los factores de tira y afloja y a los factores internos/externos de la política mundial. Desde una perspectiva liberal, la idea es un cambio gradual y la creencia de que el sistema político puede cambiar con el tiempo presionando por la justicia y los derechos civiles, dentro de las mismas estructuras que discriminan y excluyen la participación directa. No debe confundirse con la abolición del Estado que pregonan los anarquistas. Para los movimientos progresistas del Sur Global, el llamado es a una revisión y renovación del Estado que implica un giro decolonial como argumentan Ramon Grosfoguel, Enriqe Dussel, Karina Ochoa y muchos otros.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken pide transparencia a México, Colombia y Brasil. Lo mejor para los intereses del gobierno de Estados Unidos es sembrar dudas en la opinión pública. Las mejores intenciones de estos países pueden tener un impacto adverso en la región. Lo que está en riesgo con su propuesta es la posibilidad de que Venezuela supere los obstáculos que impiden que sea un Estado comunitario autosuficiente. El presidente mexicano Manuel López Obrador es más cauteloso y cree en la autodeterminación de cada país. Venezuela apoyó mucho a Lula durante su encarcelamiento. Lo que parece perderse en la actual lucha geopolítica entre la hegemonía estadounidense y el Sur Global es que los imperios no se conforman con una cosa u otra. Los imperios quieren el control total de todo: cultural, económico y político. Las guerras actuales en Medio Oriente, en el continente africano y en toda Europa del Este reflejan sin duda la voluntad del imperio de destruirlo todo si no puede apropiarse de él. El capitalismo no se pueden humanizar, y mucho menos los imperios. El capitalismo no se apoya en ideales humanistas para llevar adelante sus negocios. No puede hacerlo. Si hay algún indicio visible de acciones humanistas, es solo lo mínimo indispensable para mantener su dominio y control sobre el resto de los recursos y el trabajo humano en todo el mundo, disfrazados de un sistema benévolo que distribuye bienes y cuida de las personas.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.