Acosta Llerena (Granma) 29 de agosto del 2024
A igual que Roger Waters, otros artistas de diversas regiones se han sumado a la campaña por el cese de la masacre, pero sus voces han sido opacadas por los grandes medios y consorcios de la industria
Foto: REVOLUCIONOBRERA.COM
Cuando se inició la masacre sionista contra Palestina, un singular artista comenzaría una campaña global contra el exterminio. Me refiero al ícono del rock’nroll Roger Waters. Ya desde hacía tiempo, la carrera del músico británico daba señales de rechazo público a tales prácticas, y eran más comunes sus fuertes críticas hacia las continuas agresiones que sufría el pueblo palestino. La postura de Waters ha ido intensificándose hasta convertirse en la figura, tal vez, más influyente de la música en tomar partido a favor de esa causa.
Al igual que él, otros artistas de diversas regiones se han sumado a la campaña por el cese de la masacre, pero sus voces han sido opacadas por los grandes medios y consorcios de la industria, o al menos minimizadas. En Madrid, nombres como el del actor Juan Diego Botto, los cantautores Ismael Serrano y Marwan (este último hijo de padres palestinos); y el grupo Vetusta Morla, acompañaron a estudiantes de la Universidad Complutense que acamparon, en mayo, en el campus universitario como señal de protesta. Una escasa nota periodística y un nulo seguimiento mediático sobre la acción de los artistas fue el resultado.
El rapero y compositor boricua René Pérez, conocido como Residente y ex Calle 13, en meses recientes, lanzó, junto a la cantante palestina Amar Murkus, el tema Bajo los escombros, con videoclip incluido. El músico se sintió abatido por los bombardeos en los que han muerto miles de niños palestinos y, además, fue tajante en su postura al criticar la indolencia de algunos colegas. La poca visibilidad de los medios –aunque a estos sí les hicieron más caso a las respuestas sobre sus críticas–, fue otra vez una constante sobre el tema del activismo pro Palestina.
De nuevo se repiten los mismos patrones de invisibilización mediática contra músicos que han asumido posturas sobre el genocidio, y vuelven las preguntas que nadie quiere responder desde las posiciones de poder. ¿Cómo es posible que titulares con noticias de divorcios o infidelidades entre famosos puedan saturar el mercado informativo de la industria? ¿Por qué la censura sobre el tema palestino? ¿Por qué se insiste en la banalización del consumo?
Si establecemos un paralelismo entre la industria y las tendencias de pensamiento, inducidas en la actualidad por el real stablishment, dígase el poder real, notaremos demasiadas coincidencias en términos de estandarización y glorificación de la frivolidad musical. Se expresan tanto en propuestas concretas que inundan los canales de difusión tradicionales y digitales, como en las posiciones con fines sociales y políticos que, obviamente, no pongan al poder dominante contra las cuerdas.
No importan las carreras de Waters, Silvio u otro reconocido artista cuyas obras sean mayúsculas; lo que tristemente cuenta es que hayan contradicho o no al sistema hegemónico que subyuga a pueblos y se hace de la vista gorda ante la masacre contra un pueblo. Ser necios en estos tiempos conlleva un alto costo que no todos han decidido pagar y, claramente, algunos andan más preocupados por sus bolsillos que por los niños asesinados en Palestina.