Se está desarrollando un cambio importante en la composición de la clase obrera en nuestro país. Esto no es nuevo. Durante las décadas de los 60s y 70s la emigración del campo a la ciudad modificó radicalmente la clase obrera española. Grandes diferencias existían como clase entre aquellos y aquellas proletarias y jornaleras que se alzaron en armas contra el fascismo en 1936 y la clase trabajadora que tumbó el régimen franquista. Nuestras ciudades y nuestros pueblos se transformaron radicalmente. Muchos de los barrios que hoy habitamos fueron creados en ese momento y muchos de los pueblos fueron traumáticamente deshabitados. Y las fuerzas de izquierdas y obreras, el PCE sobre todo aunque no solamente, hicieron un esfuerzo por analizar esa nueva situación y propusieron formas de lucha, estrategias y programas políticos, unos acertados y otros no, que intentaban adecuarse a la nueva situación como las comisiones obreras, las asociaciones de vecinos, la alianza entre las fuerzas de la cultura y el trabajo, la penetración en estructuras franquistas, un trabajo organizativo meticuloso entre esa nueva clase trabajadora etc. Aunque la historia luego dirimió en un sentido concreto esa lucha, por lo menos se tuvo la capacidad de organizar a la clase trabajadora para dar esa batalla.
Hoy nos encontramos con otra realidad bien distinta. Otra vez la clase trabajadora está sufriendo grandes transformaciones, pero esta vez nos ha cogido desnortados y desarmados. Nos cuesta dar respuestas a la nueva realidad.
La extrema derecha inventa nuevas tácticas para la estrategia de siempre. Hay choques culturales de baja intensidad que no se pueden negar. Choques que no son ni causantes, ni generadores de los principales problemas de nuestra sociedad. Pero que el fascismo y la ultraderecha potencian hasta transformarlos en bulos a través de sus grandes medios privados de difusión, ya sean las redes sociales -que hay que recordar siempre que no son el espacio público si no una entidad empresarial privada- o los periódicos y empresas de comunicación. Bulos fácilmente contrastables con datos y estadísticas; pero no es únicamente la eficiencia y calidad del fusil la que condiciona el destino de la batalla. La cantidad, la capacidad para enfocarlos hacia un objetivo único -o sea una estrategia y un plan alternativo para la sociedad, algo de lo que la izquierda carece- convierten una mentira en una buena herramienta. Y parece que les está sirviendo.
Los indicios de profundos cambios se observaban claramente desde al menos dos décadas. Cada vez la población migrante es un porcentaje mayor en nuestra sociedad. Jornaleros, repartidores, cuidadoras, albañiles… es una realidad incontestable que muchos sectores productivos -y sobre todo reproductivos, en el sentido de la economía de los cuidados- son ocupados por la nueva clase trabajadora migrante.
Y a todas luces esta nueva clase trabajadora no dispone de los mismos derechos que la clase trabajadora autóctona. Caminamos hacia una sociedad en la que solo una parte de la clase mantendrá ciertos derechos sindicales y políticos, o por lo menos tendrá la posibilidad de mantenerlos, pues existen herramientas sindicales, sociales y políticas para ello. Para este sector, existe subsidio por desempleo, contratos, bajas, derecho a la sindicación, probablemente futura reducción de la jornada, una no desdeñable capacidad de consumo y acceso a los mejores puestos del mercado laboral (como en el sector público), que permiten pagar seguros privados como respuesta al debilitamiento de la sanidad pública, o acceder por compra, alquiler o herencia a la vivienda. Por lo menos hasta la próxima gran crisis del capital.
No nos debería asustar, ni asombrar que existan grandes migraciones, ni que la clase trabajadora sufra cambios. La Historia, mal que le pese todavía a algunos, no ha llegado a su fin y las transformaciones y cambios son inevitables. Lo que nos debería asustar, donde deberíamos poner el foco de atención, es la incapacidad para dar respuestas a esta situación.
No nos debe asombrar, sino indignar, que el capital margine y explote más a un sector de la clase que a otro. Nos debe asustar que la izquierda social, las fuerzas herederas del movimiento obrero en nuestro país, no estén sabiendo cómo actuar. Nos debería asustar también que nuestros movimientos sociales y sindicatos, con honrosas excepciones a estudiar y tener en cuenta, no estén sabiendo ser también los de la clase obrera migrante. Nos debería asustar también la desconexión entre el tejido social, sus organizaciones y espacios y los de la clase obrera autóctona.
La política “refugees welcome” es la urgente, no la necesaria. La urgencia humanitaria no puede ser nuestra estrategia. No se puede, por valores éticos y morales que están en los cimientos del pensamiento marxista, en las raíces de cualquier expresión política de los y las desposeídos en cualquier época, permitir la deshumanización, el trato vejatorio, la discriminación racial o negar el auxilio y el socorro. Hay que rescatar a las personas varadas en pateras en el Mediterráneo y hay que dar asilo a los refugiados. Pero esto es una respuesta ante una situación de urgencia, no un programa político. Lo necesario es rearmar un proyecto político internacionalista y antiimperialista.
Centrarse en el destino y no en el origen es un error fatal. Sentir indignación y actuar únicamente cuando la explotación, el sufrimiento y la miseria provocada por el capitalismo entran en nuestro campo de visión es una actitud profundamente egoísta; propia del que se halla en una escala superior y actúa no por conciencia sino por redención moral. Mientras se sigan extrayendo recursos y plusvalías del sur global y el imperialismo, al mando de EEUU y la UE, potencie guerras habrá racismo. El primer derecho de un migrante es desarrollar una vida digna allí donde ha nacido. Habrá migración incluso después, por cuestiones culturales, aspiracionales o por consecuencias de la crisis climática, pero no será lo mismo ni cuantitativa, ni cualitativamente.
Hay que señalar la hipocresía de los “valores occidentales” y del progresismo liberal que defienden -de palabra, pues luego participan en gobiernos que asesinan en las fronteras- una cosa y la contraria. Que defienden en el discurso el acogimiento de los migrantes y de hecho convierten Libia en un mercado de esclavos.
En el Sahel -Níger, Burkina Faso, etc.- están ocurriendo cambios de importancia. Cambios en los regímenes políticos guiados por el hastío de las poblaciones hacia el imperialismo occidental. Transformaciones que desde el “jardín europeo”, en el mejor de los casos, se ignoran y, en el peor, se consideran cambios intrascendentes entre dictadores, desvelando con ello una visión peligrosamente racista y colonial del resto del mundo. Parecido ocurre con las políticas de colaboración y desarrollo entre países del Sur Global con China, que son tachadas de saqueo imperialista por las potencias que llevan siglos depredando y colonizando el mundo.
Cuando un país del Sur Global se atreve a alzar la voz frente a la dominación occidental, que es lo mismo que decir frente al capital financiero internacional protegido por la OTAN y su fuerza militar, o incluso a desarrollar formas políticas y económicas diferentes, son los progresistas liberales los primeros que lo señalan. No debemos olvidar que es el Partido Demócrata, el de las políticas de inclusión, el que ha sembrado con mayor ahínco la guerra por el mundo; o que son los miembros de los Verdes alemanes o Die Linke los que acusan de racismo al nuevo partido de Sara Wagenknecht mientras apoyan el genocidio en Palestina.
Frente a la falta total de alternativa, de estrategia y de proyecto propio de las fuerzas populares, es normal que unos pocos se dejen llevar por los cantos de sirena del progresismo liberal y una inmensa mayoría caiga en el hastío, la frustración y la desidia. Algunos y algunas, al menos quienes nos consideramos comunistas, seguiremos intentando construir una propuesta política que considere por igual al trabajador español y al niño palestino. Y denunciando a aquellos que solo reparten derechos a unos pocos, o que por palabra, acción o inacción hipotecan la denuncia de la barbarie capitalista a cambio de migajas para la clase trabajadora autóctona.
Víctor S. Benedico Güell