junio 2024
Recientemente ha aparecido una serie de artículos que critican a la izquierda occidental por «celebrar» a Hamás. La mayoría de estas críticas afirman que reducir la solidaridad con la resistencia palestina a apoyar a Hamás es hacer un flaco favor a las y los palestinos, que representan una multiplicidad de voces con diferentes disposiciones políticas. Estos argumentos piden a la izquierda occidental que, en cambio, tenga en cuenta la complejidad y diversidad de la política palestina, que no es monolítica. (…)
Pero, curiosamente, esto es lo que no entienden las críticas de la izquierda occidental sobre Hamás: no comprenden que la diversidad de la sociedad y la política palestinas se traduce también en actitudes divergentes hacia la resistencia al colonialismo. Aunque esas críticas piden una comprensión matizada de la política palestina, no extienden esa matización a la comprensión de las dinámicas y fuerzas que motivan o rehúyen (o se oponen activamente a) la resistencia anticolonial.
Esta ignorancia de la política palestina es casi voluntaria. Alberga una secreta hostilidad hacia la resistencia -especialmente hacia la resistencia armada-, aunque afirma oponerse a Hamás por motivos totalmente distintos, quizá ideológicos. Sin embargo, para comprender realmente la dinámica intrapalestina y desentrañar el «monolito», tenemos que entender realmente cómo han evolucionado las fuerzas políticas palestinas con respecto a la idea misma de resistencia en primer lugar.
Geografía fragmentada, política fragmentada
El pueblo palestino está sometido a diversas divisiones meticulosamente elaboradas por Israel. De hecho, sería muy sorprendente que las y los palestinos estuvieran unificados cuando sus vidas cotidianas son tan radicalmente diferentes, están dispersos por todo el mundo y sometidos a diversas modalidades gubernamentales y de control israelí. Estas divisiones no son sólo geográficas, sino que también conllevan distintos niveles de privilegio y exclusión impuestos por el Estado colonial. Hablo de Gaza, Cisjordania, Jerusalén, los territorios de 1948 [«Israel»] y la diáspora.
Además, esta fragmentación radical ha llevado a muchas personas palestinas a empezar a cuestionar la noción misma de nuestra unidad como pueblo, preguntándose si la disparidad en la capacidad de resistir es una señal del peso de las divisiones geográficas y de las distintas dominaciones coloniales al cabo de 75 años.
La guerra genocida en Gaza puso de manifiesto el simple hecho de que el pueblo palestino en sus diferentes geografías -aparte de Gaza- ha sido incapaz de acumular poder, idear nuevas tácticas, forjar nuevas organizaciones o construir un nuevo edificio intelectual y material para hacer frente al desafío que el colonialismo de asentamiento le plantea en todas partes. Nada ilustra más este fracaso que el miedo paralizante que se ha apoderado de la sociedad palestina fuera de Gaza -y fuera de algunas de las articulaciones más avanzadas de la lucha y de los nuevos modos de resistencia que han surgido en la última década [en el norte de Cisjordania]-.
Cada fuerza, con sus propias exigencias, empuja a los y las palestinas hacia un abanico de opciones existenciales: revolución o resignación, emigración o perseverancia, desaparición simbólica o afirmación plena de la identidad mediante actos de sacrificio. Este silencioso diálogo interno y social se manifiesta en diversas articulaciones políticas, que oscilan entre la postura del intelectual y mártir Bassel Al-Araj, quien afirmaba que «la resistencia siempre es eficaz en el tiempo», y la resignación más cínica que implican posturas como las de Mahmoud Abbas, quien proclama «¡larga vida a la resistencia, aunque ya está muerta y hay que matarla dondequiera que reaparezca!».
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Mientras tanto, la clase dirigente, en su ansia de continuidad y control, perpetúa un «realismo político» que pasa convenientemente por alto su propio sesgo de clase y sus prejuicios sociales. Una estrecha élite de entre el pueblo colonizado lucra con el statu quo. El objetivo último de este pragmatismo es crear una realidad en la que la propia noción de resistencia se pierda en los anales de una sociedad acomodada. Pero no es más que una retórica sofisticada que justifica la seguridad y la alianza económica con un régimen colonial que sustituye a los colonizados por los colonizadores.
El resultado es un continuo en la política palestina con distintas actitudes hacia la resistencia. Podríamos imaginar figuras como Mahmoud Abbas y Mansour Abbas en un extremo del espectro, y formaciones políticas como la Yihad Islámica y Hamás en el otro, sin casi ninguna fuerza política seria en el medio.
Lo que todo esto nos dice es que la principal línea divisoria entre las facciones políticas palestinas no es entre secularismo e islamismo, o entre agendas socioeconómicas divergentes, o sobre los méritos de una táctica u otra para alcanzar la liberación. Todas ellas son cuestiones importantes por derecho propio, pero lo que realmente está causando una fractura en el escenario político palestino es el abismo entre una política de desafío puro y duro y una política de acomodación, cooperación y colaboración.
En última instancia, la búsqueda quijotesca por parte de la izquierda occidental de una alternativa a Hamás progresista y secular pasa por alto un simple hecho: en esta coyuntura histórica concreta, las fuerzas políticas que siguen manteniendo y liderando una agenda de resistencia no pertenecen a la izquierda laica.
Nada de esto es casual. Israel y sus aliados cultivan y moldean meticulosamente una dirigencia palestina que se alinea con sus ambiciones coloniales, al tiempo que encarcelan, intimidan y asesinan los liderazgos alternativos.
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Pero hay una lucha más profunda en juego: el pueblo palestino lleva mucho tiempo luchando no sólo para que se reconozca su opresión y sufrimiento, sino fundamentalmente para que el mundo reconozca el imperativo de resistir. Esta necesidad de resistir, y el derecho a dicha resistencia, se vuelven aún más críticos en un contexto global en el que se manipula la narrativa de la resistencia palestina y se la utiliza cínicamente para justificar y legitimar la guerra que el sionismo libra desde hace un siglo contra la existencia y la agencia palestinas. Es un escenario perverso en el que el acto de resistencia, esencial para la supervivencia y la posibilidad de justicia, se tergiversa para justificar la opresión que busca superar.
Hamás es aquí un espantapájaros fácil. Se trata de un grupo político islamista que se centra en una política de desafío y a la vez impulsa una agenda social que pretende reconstituir al sujeto palestino. Los críticos de la resistencia pueden señalar fácilmente las deficiencias de la perspectiva socioeconómica de Hamás o burlarse de su programa «socialmente regresivo». Pero en realidad no están interesados en socavar la agenda social de Hamás; lo que quieren es socavar o distanciarse de la forma de resistencia que Hamás decidió seguir. Sin embargo, muchos de los críticos de Hamás no ofrecen nada en cuanto a sistema de alianzas, formas de lucha o incluso producción intelectual que pueda igualar su labor de acumulación de poder en la Franja de Gaza y su apertura de una caja de Pandora estratégica que ha desbordado y deformado al régimen colonial, proporcionando un momento histórico que incluye entre sus muchas posibilidades el potencial para la liberación palestina.
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Dentro de este horizonte, han surgido tres respuestas palestinas de izquierdas. La primera es una izquierda que se casa con la Autoridad Palestina (AP) y la clase clientelar sobre la base del «laicismo» y como resultado de su debilidad organizativa; por ejemplo, el Partido del Pueblo Palestino (antiguo Partido Comunista). Otra izquierda se posiciona con las fuerzas islamistas en el plano de la resistencia compartida al colonialismo, pero se distancia en el plano de la agenda social, como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). Una tercera izquierda, como el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), se distancia tanto de Hamás como de la Autoridad Palestina con la esperanza de ser vista como una alternativa a ambos -como afirmando aparentemente que «los dos son igual de malos» -, pero es incapaz de organizar una alternativa social o política.
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La cuestión es por dónde empezar a articular una agenda socialmente progresista en situaciones concretas como Cisjordania, donde la AP utiliza una mezcla de prácticas autoritarias, insiste en formas de educación bancaria, emplea estructuras sociales tradicionales como familias y clanes, y ve en el enemigo interno al enemigo principal, creando las condiciones para una guerra civil y una división continua, mientras la población palestina tiene que luchar también contra el despojo y la aniquilación coloniales. En un plano estrictamente «occidental», no existe una fuerza total o plenamente progresista en Palestina, sino sólo elementos o disposiciones progresistas -incluso dentro de formaciones políticas que son tachadas de regresivas-.
La crítica oculta a la resistencia armada
En los [artículos mencionados al principio] nos encontramos con una contorsión desconcertante que busca socavar el apoyo a la resistencia, en particular a la resistencia armada. (…) Estas son teorías que han persistido durante décadas, utilizando un tema de discusión ampliamente aceptado según el cual el pueblo palestino debería abstenerse de la resistencia armada para cultivar una imagen favorable en Occidente y en el escenario global más amplio.
La noción predominante es que la resistencia armada es fundamentalmente incompatible con obtener simpatía por la causa palestina. Se fetichiza una lectura particular de la Primera Intifada como modelo ejemplar de revuelta popular generalizada y en gran medida no violenta, capaz de conseguir el apoyo de las masas, la sociedad civil y los organismos jurídicos internacionales, apelando así a la sensibilidad liberal de las principales sociedades occidentales.
Por supuesto, esta lectura oculta la embestida psíquica e ideológica que enfrentó el pueblo palestino tras la Segunda Intifada, que intentó grabar en la conciencia palestina la noción de que la resistencia es inútil, que la resistencia armada sólo causará estragos y que los palestinos no pueden ni deben enfrentarse militarmente a Israel debido a la asimetría de poder. Sin embargo, al igual que la Autoridad Palestina, la alternativa desafiante construida en torno a la «resistencia popular» o la «resistencia popular pacífica» sólo se utilizó como herramienta ideológica y psíquica para sostener lo que Abu Mazen y la AP denominaron «sagrada cooperación en materia de seguridad». Se concibieron muy pocos intentos de organizar esa resistencia popular y, en muchos casos, también fueron combatidos por la AP y su sistema de seguridad, y fueron respondidos con enorme violencia tanto en Gaza como en Cisjordania.
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Sí, hay muchas voces que detestan a Hamás en Gaza, en Cisjordania y a lo largo del espectro político palestino, por infinidad de razones. Entre ellas, hay muchas de la «izquierda» palestina que utilizan sus diferencias ideológicas y la división islamista-secular para encubrir su rechazo total a la «resistencia». Como dijo Bassel Al-Araj, si la izquierda palestina quiere competir con los islamistas, debería hacerlo resistiendo.
Hamás, a fin de cuentas, es la articulación contemporánea de una larga historia de resistencia palestina que abarca las luchas campesinas antes de la Nakba, los movimientos revolucionarios en el exilio durante los primeros años de la OLP y los islamistas que tomaron la iniciativa a gran escala en los años ochenta y posteriores.
Muchos entre la izquierda secular han palidecido, rechazando la resistencia de Hamás no por estar convencidos de su inevitable fracaso, sino más bien debido a una ansiedad profundamente arraigada sobre su potencial éxito.
No se trata simplemente de una oposición ética al uso de la violencia; es un temor a que los islamistas puedan resultar más eficaces que su propia postura política, actualmente melancólica y en gran medida desmovilizada. Mientras tanto, ciertas facciones de la élite palestina miran a Israel como un faro de modernidad, y se guían por un profundo temor a su propia sociedad percibida como «regresiva»; lo cual revela sus inclinaciones ideológicas, atrapadas en el señuelo del Otro y aterrorizadas por el potencial emancipador de las masas palestinas.
Tener diferencias políticas o ideológicas con Hamás y desacuerdos tácticos, incluidos problemas éticos con sus objetivos o su capacidad bélica, es una cosa. Pero socavar el nivel mínimo de comprensión de por qué las y los palestinos, en todas sus formaciones ideológicas y articulaciones históricas, ven la resistencia en todas sus formas -armadas y no armadas- como una necesidad, es otra. De hecho, es poco menos que una desfachatez, especialmente en un entorno en el que se despide a docentes por expresar cualquier simpatía o simbolismo de apoyo a la resistencia palestina.
El mundo, en efecto, podría reconocer la necesidad de la resistencia y los esfuerzos de las personas por luchar y recuperar lo que han perdido. Hacerlo va más allá del concepto de victimismo al que muchos liberales en Palestina, y algunos dentro de la izquierda, quieren que confinemos nuestra lucha: una forma de subjetividad palestina que sólo provoca lástima.
La resistencia es prepolítica
Aun en ausencia de movimientos armados formales o de formaciones ideológicas estrictas, Cisjordania fue testigo de la aparición de pequeños grupos informales: círculos de confianza, grupos de amigos y unidades armadas a pequeña escala que trascendían las fronteras ideológicas. Esto significa que cualquier análisis debe partir de realidades tangibles. Proyectar marcos idealizados y rígidos sobre los grupos políticos no sólo es inútil, sino intelectualmente perezoso y profundamente ignorante del hecho de que esta generación seguirá resistiendo.
La resistencia es prepolítica. Existe orgánicamente en esta generación palestina que sigue siendo borrada de su tierra y sigue perdiendo a sus seres queridos. Son esas fuerzas las que logran organizar esa resistencia latente y acaban convirtiéndose en una fuerza a tener en cuenta en la sociedad palestina. Es una necesidad que crece a partir de realidades materiales tangibles, y no sólo a partir de opciones ideológicas.
El temor predominante, como siempre, es que bajo la apariencia de diferencias ideológicas significativas (que yo también tengo), nuestra crítica de la resistencia se convierta en un intento de extinguir su posibilidad misma.
Hamás representa sólo uno de los muchos proyectos políticos e intentos históricos de romper el Muro de Hierro impuesto por Israel. Puede que fracase o puede que tenga éxito, pero no ha hecho nada que no hayan intentado otras fuerzas socialmente progresistas en Palestina. Y lo que es más importante, Hamás en Gaza no es una mera influencia o importación externa: está intrínsecamente imbricado en el tejido social más amplio y, como mínimo, merece algo más que ser descartado sumariamente en base a simplismos como ser «regresivo» frente a «progresista.»
Hamás no va a desaparecer de la política palestina. Es una entidad política enérgica que ha aprendido astutamente de los errores de su predecesora, la OLP, tanto en la guerra como en las negociaciones. Ha invertido meticulosamente sus recursos intelectuales, políticos y militares en comprender a Israel y su centro de gravedad psíquico. Nos guste o no, Hamás es ahora la principal fuerza que dirige la lucha palestina.
La izquierda debe enfrentarse a este hecho básico. No se puede basar la solidaridad con Palestina en una política que descarte, pase por alto o excluya a Hamás. Esta postura no capta las complejidades y contradicciones inherentes a la lucha palestina. Al hacerlo, la izquierda pasa por alto la línea divisoria entre la colaboración y la resistencia por su cuenta y riesgo.
* Abdaljawad Omar es estudiante de doctorado y docente en el Departamento de Filosofía y Estudios Culturales de la Universidad de Birzeit (Ramala).
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