Michael Roberts
20/05/2024El martes pasado, la guerra comercial y tecnológica lanzada por EEUU contra China en 2019 dio otra vuelta de tuerca.
El gobierno de los Estados Unidos anunció una nueva serie de medidas proteccionistas contra los productos chinos importados por los Estados Unidos. Incluye una cuadruplicación de la tasa arancelaria hasta el 100 % en las importaciones chinas de vehículos eléctricos (VE), duplicando el impuesto sobre las células solares y más que triplicando la tarifa de las baterías chinas de iones de litio para VEs. Estos aranceles equivalen a 18 mil millones de dólares anuales en productos chinos, además de los 300.000 millones de dólares establecidos por la administración Trump.
Los nuevos aranceles están dirigidos específicamente a los "bienes ecológicos", sobre todo vehículos eléctricos, pero los aranceles sobre las baterías de iones de litio, los minerales críticos y las células solares también se incrementarán sustancialmente. Las medidas entrarán en vigor este año (con la excepción del grafito, donde el dominio chino es más fuerte, por lo que los aranceles comienzan en 2026).
China es el líder mundial en producción e innovación de vehículos eléctricos. Los vehículos eléctricos chinos son ahora mejores y más baratos que sus homólogos occidentales. La intención de Biden es evitar la competencia china al tiempo que se estimula el suministro nacional de vehículos eléctricos. Pero las importaciones de vehículos eléctricos de China representan solo el 2 % del mercado estadounidense. Y todos los bienes a los que se aplicaron estos nuevos aranceles constituyen solo alrededor del 7 % del comercio entre Estados Unidos y China. Lo que esto demuestra es que, incluso el gobierno de EEUU reconoce que EEUU todavía depende en gran medida de las importaciones de productos chinos y no puede bloquearlos todos.
Eso se debe a que la guerra de aranceles y tecnología no trata solo de proteger a la debilitada industria automotriz estadounidense. China es totalmente dominante en la fabricación de vehículos eléctricos porque también es totalmente dominante en la fabricación de baterías (células). Y también es totalmente dominante en la fabricación de los productos químicos en esas células (cátodo y ánodos).
China también es totalmente dominante cuando se trata de refinar los materiales que luego entran en los productos químicos que luego entran en las células que entran en los vehículos eléctricos.
China ha ampliado sus industrias verdes rápidamente. Ahora produce casi el 80 % de los módulos solares fotovoltaicos del mundo, el 60 % de las turbinas eólicas y el 60 % de los vehículos eléctricos y baterías. Solo en 2023, su capacidad de energía solar creció más que la capacidad total instalada en los Estados Unidos.
Para evitar el impacto de las medidas anteriores de EEUU, las empresas chinas han estado redirigiendo sus cadenas de suministro a través de terceros países con acuerdos de libre comercio preexistentes con los EEUU, entre los que Marruecos, México y Corea son los principales. Esto ha permitido el acceso "por la puerta trasera" al mercado estadounidense. Más del 80 % de las células solares importadas a los EEUU ahora vienen a través de Vietnam, Malasia, Tailandia y Camboya.
Estados Unidos está tratando de romper este trasiego por su puerta trasera. Tras su legislación sobre las "Entidad extranjera preocupantes", los fabricantes de automóviles de EEUU no podrán recibir créditos fiscales del gobierno si alguna empresa de su cadena de suministro de baterías tiene el 25 % o más de su capital, derechos de voto o puestos en la junta directiva vinculados al gobierno chino.
¿Funcionarán estas medidas proteccionistas? Si bien las medidas arancelarias anteriores redujeron el número de paneles solares chinos que llegaron a los EEUU (con una caída del 86 % durante el período 2012-2020), los miles de millones en subsidios, primero de Obama y luego de Biden, no revitalizaron la industria solar de los Estados Unidos. Por el contrario, la cuota de mercado mundial estadounidense de la industria solar ha disminuido considerablemente desde que se establecieron los aranceles originales, del 9 % en 2010 hasta el 2 % en la actualidad. Mientras tanto, la participación de China en la industria aumentó del 59 % al 78 %. No hay razón para creer que el reciente aumento de los aranceles revertirá esta tendencia. Hay aún menos esperanza de que ayuden a estimular una industria nacional de vehículos eléctricos.
La nueva política de muchos gobiernos en el Norte Global es la llamada "política industrial". En lugar de dejarlo a los "mercados libres", los gobiernos ahora deben intervenir para subsidiar y dirigir la financiación y las regulaciones con el fin de impulsar las industrias clave y reducir el impacto de la competencia extranjera. La Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden es un ejemplo de esto. La IRA incluye casi 400.000 millones de dólares en subsidios (a través de subvenciones, préstamos y créditos fiscales) destinados a impulsar el sector de la "tecnología limpia" de los Estados Unidos.
Los EEUU intentan describir a China como una nación canalla que utiliza "prácticas no comerciales" para "manipular el sistema". La secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, visitó China y afirmó que "China realmente no está aplicando las reglas en el sentido de que otorga enormes subsidios en áreas críticas de la fabricación avanzada" y "[Biden] quiere asegurarse de que el estímulo que se proporciona a través de la Ley de Reducción de la Inflación apoye a estas industrias". Parece que la política industrial de subsidios de China está "manipulando el sistema", mientras que la política industrial estadounidense de subsidios similares solo está "protegiendo" a la industria estadounidense. Este argumento va acompañado de la ridícula afirmación de que China está vertiendo sus productos en el mercado mundial por debajo de los costes porque tiene "sobrecapacidad".
Hay una gran diferencia en la naturaleza de la "política industrial" de China y la de los Estados Unidos. Según un estudio no publicado de la OCDE, la ayuda estatal china a las empresas chinas es nueve veces mayor que la ayuda estatal en las naciones de la OCDE. Las empresas chinas se benefician de subsidios gubernamentales equivalentes, en promedio, el 3,7 % de sus ingresos. Esto se compara con la ayuda estatal promedio de solo el 0,4 % de los ingresos de los países del "mundo rico".
Esta ayuda puede tomar la forma de subvenciones directas de los gobiernos, para apoyar a una empresa o ayudarla a construir una planta; o impuestos especiales bajos que se cobran a empresas o sectores específicos, y tasas de interés más bajas que las del mercado en los créditos.
Aquí hay dos cosas. En primer lugar, la ayuda estatal de China son principalmente préstamos de bajo coste a la industria, mientras que en la OCDE se trata principalmente de concesiones fiscales. Eso es importante porque en el caso de China, los bancos estatales pueden dirigir los recursos y mantener el control de la asignación; en el caso de la OCDE, las concesiones fiscales simplemente dejan que el sector privado haga lo que quiera.
En segundo lugar, la ayuda estatal de China tiene como objetivo impulsar los sectores manufacturero y de exportación, no proteger a las industrias débiles y en mal estado de la competencia extranjera. En el caso de los EEUU, las medidas de política industrial como los aranceles y el IRA tienen como objetivo hacer lo contrario. Un estudio reciente realizado por los economistas del FMI, Cherif y Hasanov, encontró que este último enfoque de "sustitución de importaciones" socava el crecimiento a largo plazo, ya que crea "industrias excesivamente mimadas e ineficientes".
Por lo tanto, no es de extrañar que mientras el gobierno de EEUU intenta bloquear las importaciones de vehículos eléctricos chinos con aranceles, las empresas estadounidenses están tratando de recuperar el mercado de vehículos eléctricos mediante la compra de licencias de la tecnología superior de las principales empresas chinas. Ford (en Michigan) y Tesla (en Nevada) se están asociando con CATL de China para fabricar baterías. CATL dice que ha estructurado su acuerdo de licencia con Ford para que cumpla con las normas de "entidades extranjeras preocupantes". Por su parte, Tesla ya utiliza células BYD chinas en Alemania; Ford y GM usan baterías BYD. Ni siquiera a Trump le gusta la idea de levantar un "gran muro" contra la IED china en Estados Unidos. Hablando en un mitin en Ohio en marzo, señaló una apertura a las empresas chinas que construyen plantas "en Michigan, en Ohio, en Carolina del Sur", siempre y cuando estuvieran dispuestas a emplear trabajadores estadounidenses.
Además, la imposición de aranceles por parte de Trump y Biden corre el riesgo de obstaculizar la adopción de tecnologías de bajas emisiones por parte de las empresas y los consumidores estadounidenses. A muchos sectores de negocios de EEUU les preocupa que no solo se incumplan los objetivos climáticos establecidos por la administración (aunque ocurra de todos modos), sino que también los costes de los insumos aumenten con el aumento de los precios de importación de los componentes clave. Eso reduciría la rentabilidad. Y los aumentos de costes podrían transmitirse al consumidor, lo que llevaría a una mayor presión al alza de la inflación para los estadounidenses, sin ninguna garantía de que impulse la industria estadounidense. El Instituto de Gestión de Suministros de los Estados Unidos calcula que habría un gran aumento en los costes para que las empresas dejen de abastecerse de China. "Si la industria no hubiera hecho estos grandes movimientos hace 25 o 30 años, no habría la calidad de vida que hay en los Estados Unidos actualmente", señala el economista de ISM, estimando que muchos insumos de productos podrían costar hasta un 30 y un 40 % más. "Eso habría hecho que los productos cotidianos fueran mucho más caros de comprar para los estadounidenses".
Y ahora llegamos al panorama general. El sector manufacturero en EEUU no ha tenido un crecimiento de la productividad en 17 años. Eso hace que sea cada vez más imposible que los EEUU compitan en áreas clave, y la "política industrial" de Biden no lo hará a menos que pueda poner fin a ese estancamiento. El sector manufacturero de China es ahora la fuerza dominante en la producción y el comercio mundiales. Su producción supera la de los nueve siguientes fabricantes más grandes juntos.
Al mismo tiempo, China está socavando rápidamente el liderazgo de EEUU en tecnología digital clave. Detrás de la guerra comercial sobre los aranceles está la guerra de los chips. La guerra de los chips comenzó en 2018 cuando el entonces presidente Trump prohibió a las agencias estadounidenses el uso de cualquier sistema, equipo y servicio de Huawei, un gigante chino de las telecomunicaciones. Luego, en 2020, a funcionarios chinos concretos y sus familias inmediatas se les prohibió la entrada a los EEUU. Y Trump prohibió a todos los inversores institucionales y minoristas de EEUU invertir o comprar a empresas chinas e impuso sanciones contra varias empresas en China por abastecer a las redes militares rusas. En 2022, la administración Biden anunció límites a las ventas de nuevos semiconductores a China.
Los microchips son el nuevo petróleo, el recurso escaso del que depende el mundo moderno. Hoy en día, el poder militar, económico y geopolítico se construyen sobre una base de chips informáticos. Prácticamente todo, desde misiles hasta microondas, teléfonos inteligentes y el mercado de valores, funciona con chips. Hasta hace poco, Estados Unidos diseñó y construyó los chips más rápidos para mantener su liderazgo como superpotencia. Pero en el siglo XXI, la ventaja de Estados Unidos se ha visto socavada por competidores en Taiwán, Corea, Europa y, sobre todo, China. Actualmente China gasta más dinero cada año importando chips de lo que gasta importando petróleo y está invirtiendo miles de millones en una iniciativa de fabricación de chips para ponerse al día con los Estados Unidos.
Cuota de mercado global de semiconductores (%), por país principal
Bajo Biden, la administración de EEUU introdujo la Ley de Chips como parte de una serie de medidas diseñadas para debilitar las capacidades tecnológicas y la influencia global de China. El objetivo principal era proporcionar 52 mil millones de dólares en subvenciones para fabricación e inversión en investigación e introducir unos créditos fiscales a la inversión del 25 % para los productores de chips en los Estados Unidos. Pero cualquier entidad que utilice la financiación de CHIPS tiene prohibido "involucrarse en cualquier transacción significativa que implique la expansión material de la capacidad de fabricación de semiconductores en China". EEUU está planeando más sanciones, incluida una prohibición de exportación de equipos de fabricación de semiconductores para chips de memoria NAND con más de 128 capas. El objetivo es que al bloquear la compañía NAND más grande de China y las fabricaciones de chips de memoria propiedad de empresas extranjeras en China continental, los fabricantes extranjeros de chips de memoria tendrán que ubicarse fuera de China, como lo está haciendo ahora el proveedor líder del mundo, TSMC.
China todavía está una generación detrás en los actuales chips de 3 nm de vanguardia. Pero la brecha tecnológica se está cerrando. La investigación centrada en el pilar 2 de AUKUS revela que China es líder en la investigación de alto impacto en 19 de estas 23 tecnologías y tiene un liderazgo claro en hipersónicos, guerra electrónica y en capacidades submarinas clave.
La hegemonía de EEUU sobre la fabricación, el comercio y la tecnología se está debilitando. La posición del bloque imperialista de las naciones del G7 Plus en el PIB mundial es ahora solo el doble que China, en comparación con 300 veces en 1970.
Podemos medir el cambio relativo en las posiciones económicas de los EEUU y China en los últimos 40 años en términos de valor. La teoría económica marxista primero analiza la composición técnica del capital (TCC) para ver esa relación. TCC mide la cantidad de activos fijos (maquinaria, estructuras, etc.) en términos monetarios por trabajador empleado. A principios de la década de 1990, el TCC de China no era más del 3 % del de la economía estadounidense. Ahora, según mis últimas estimaciones, es más del 38 %. Todavía no está cerca de estar a la par, pero a los ritmos actuales, China cerraría la brecha en otros 20 años como máximo.
Cuando una economía tiene una enorme ventaja tecnológica en sus industrias sobre otra, la teoría económica marxista argumenta que en el comercio mundial puede obtener una transferencia de valor de los países con los que comercia y que tienen tecnología más baja (TCC). Dados los precios internacionales para el comercio mundial, las economías con un liderazgo tecnológico pueden beneficiarse de un intercambio desigual (UE) de valor.
EEUU tiene un enorme déficit comercial de bienes con China porque importa muchos productos chinos a precios competitivos.
Pero eso no ha sido un problema para el capitalismo estadounidense hasta ahora porque obtiene una transferencia neta de plusvalor (UE) de China a pesar de su déficit comercial. Utilizando tablas mundiales input-output, Rémy Herrera, Zhiming Long, Zhixuan Feng y Bangxi Li encontraron que "la desigualdad operaba en el comercio entre Estados Unidos y China durante el período comprendido entre 1995 y 2014. En total, las transferencias de valores internacionales se llevaron a cabo en gran medida en beneficio de los Estados Unidos. Expresado en dólares actuales, al final del período, esta "redistribución" se acercó a los 100 mil millones de dólares, o casi el 0,5 por ciento del valor añadido de los Estados Unidos".
Sin embargo, a medida que el "déficit tecnológico" de China con los EEUU comenzó a reducirse en el siglo XXI, las ganancias de plusvalor de EEUU comenzaron a desaparecer. "De hecho, China ha logrado reducir significativamente la importancia de este intercambio desigual, con su desventaja en la transferencia de riqueza disminuyendo gradualmente: la proporción de esta transferencia desfavorable en el valor añadido chino cayó del -3,7 por ciento a -0,9 por ciento entre 1995 y 2014. De hecho, China tuvo que intercambiar cincuenta horas de mano de obra china por una hora de mano de obra estadounidense en 1995, pero solo siete en 2014".
El estudio de Herrera et al se basó en datos input-output "estáticos" y solo se remonta a 2014. En 2021, G Carchedi y yo hicimos un estudio similar utilizando un modelo "dinámico" de plusvalor que va hasta 2019. Encontramos una caída similar en la transferencia negativa del plusvalor de China a los EEUU a medida que se redujo la brecha tecnológica. Durante los años posteriores a la Gran Recesión (lo que he llamado la década de la Larga Depresión), la pérdida de valor de China en plusvalor cayó un 40 % como porcentaje del PIB de China.
Es esta ganancia que está desapareciendo rápidamente del comercio con China la que es el verdadero impulsor del ataque de EEUU contra la economía china, sus exportaciones y la industria de semiconductores. Estados Unidos está perdiendo su extracción de ganancias imperialistas del comercio con China y cada vez más está siendo expulsado de los mercados mundiales por los productos chinos.
La disminución de la hegemonía de EEUU en el comercio y la producción está repitiendo lo que sucedió con la hegemonía del Reino Unido en el siglo XIX. En 1885, Friedrich Engels señaló que cuando una economía capitalista es dominante en todo el mundo, está a favor del "libre comercio", como lo fue Gran Bretaña desde la década de 1840 hasta la década de 1870. Pero el libre comercio cría rivales y después de la experiencia de la depresión de la década de 1880, la política británica cambió del "libre comercio" a medidas proteccionistas para su imperio colonial. Engels identificó perceptivamente que fue la depresión de la década de 1880 la que rompió la hegemonía británica. "El monopolio del mercado mundial de Inglaterra está siendo destrozado cada vez más por la participación de Francia, Alemania y, sobre todo, de Estados Unidos en el comercio mundial, una nueva forma de decadencia parece entrar en funcionamiento". (Ver mi libro, Engels 200).
Engels también señaló que incluso si Gran Bretaña mantuviera su hegemonía en el siglo XIX, no habría salida para el capitalismo británico. "Las crisis comerciales continuarían y se volverían más violentas, más terribles". Esta también es una lección para ahora. Incluso si Estados Unidos tuviera éxito en el debilitamiento y frenara el ascenso de sus principales rivales económicos, las crisis de su economía capitalista aún persistirían.
En el emergente capitalismo estadounidense de finales del siglo XIX, había un argumento a favor de la protección, según Engels. "es también el único aspecto positivo del proteccionismo, en cualquier caso para la mayoría de los países continentales y de América". Por otro lado, la protección no era buena si impedía que una economía se volviera competitiva en los mercados mundiales. Y de hecho, en períodos de crecimiento capitalista saludable, hubo una aceleración en la globalización del comercio (y de los flujos de capital), como en el período de 1850-70 y más tarde desde mediados de la década de 1890, y por supuesto desde la década de 1980. Pero en los períodos de depresión, el proteccionismo se convierte en una exigencia, especialmente si el poder hegemónico está amenazado, como lo fue Gran Bretaña desde la década de 1890 o los Estados Unidos ahora.
Las recientes medidas arancelarias no serán las últimas. La élite estadounidense está decidida a estrangular a la economía china, no solo para "proteger" sus sectores industriales debilitados, sino también para eventualmente lograr un "cambio de régimen" en la propia China. Estados Unidos considera que todavía tiene tiempo, ya que China y las llamadas naciones BRICS están muy por detrás del poder económico y financiero del bloque imperialista liderado por Estados Unidos.
Pero el coste para la economía de los Estados Unidos y la rentabilidad de la industria de los Estados Unidos será considerable, y aún más para los ingresos reales de los estadounidenses.
Las agencias internacionales como el FMI y la Organización Mundial del Comercio están preocupadas por el futuro de las principales economías capitalistas. Los economistas del FMI calculan que una "grave fragmentación de la economía mundial después de décadas de creciente integración económica podría reducir la producción económica mundial hasta en un 7 %", o alrededor de 7,4 billones de dólares de hoy. Eso es equivalente al tamaño combinado de las economías francesa y alemana, y tres veces la producción anual del África subsahariana. Las pérdidas podrían alcanzar el 8-12 % en algunos países, si la tecnología también se desacopla". Incluso una fragmentación limitada podría reducir en un 0,2 % el PIB mundial actual.
Pero la élite gobernante de Estados Unidos cree que vale la pena pagar ese precio si pone de rodillas a China. La lucha entre las potencias imperialistas emergentes a finales del siglo XIX terminó en dos guerras mundiales en el siglo XX. El intento del imperialismo estadounidense de destruir el poder económico y político emergente de China plantea el mismo riesgo.