martes, 19 de marzo de 2024

EE UU, la huelga del motor y la consolidación de la oleada sindical


Por Jaime Caro Morente | 14/03/2024 | Economía
Fuentes: Viento sur

El viernes 15 de septiembre saltaba la noticia: el histórico sindicato del motor, United Auto Workers (UAW), ponía en huelga simultánea a las y los trabajadores de las compañias de General Motors, Ford y Stellantis –la antigua Chrysler–. Esta huelga estaba dirigida por el recién elegido presidente del sindicato Shawn Fain –el primer presidente en ser elegido democráticamente por la afiliación– y la huelga se llamaba Stand Up Strike en un claro guiño a la histórica Sit Down Strike, dirigida por los comunistas de la UAW en los años treinta, que significó un antes y un después en el movimiento obrero estadounidense.

Hay muchos hilos de los que empezar a tirar para analizar esta huelga: la primera vez que la UAW pone en huelga a las Big Three (Tres grandes compañías) a la vez, la comunicación política de la huelga a través de directos en Facebook/Twitter todos los viernes, la modalidad de la propia Stand Up Strike, la forma de jugar con las compañías con el palo y la zanahoria, las reivindicaciones –¡40% de subida salarial!–, o la simple pregunta de por qué ahora y no antes.

Lo cierto es que esta huelga ha supuesto un punto de inflexión en el movimiento obrero estadounidense por el simple hecho de que es la consolidación del Nuevo Sindicalismo y su influencia en el sindicalismo más tradicional y corporativo, cuyo gran símbolo había sido la UAW desde sus renuncias a proteger a la clase obrera en las negociaciones con las empresas/Administración Obama después de la crisis de 2008. Shawn Fain, líder por elección sindical directa, sí ha luchado por la clase trabajadora, ha conseguido devolverle otra vez su orgullo quebrado y no se ha dejado utilizar por el Partido Demócrata. Si Biden quería los votos de sus afiliados y afiliadas, que pasase antes por la línea de piquetes haciendo historia y, aun así, no le ha asegurado todavía su apoyo explícito. Igualmente, y para nada menor, Fain ha pretendido recuperar en todas sus comunicaciones la tradición histórica del sindicalismo radical estadounidense, desde el Haymarket hasta las Sit Down Strike ideadas por comunistas, como la necesidad de plantear realmente, primero, una Huelga General y, luego, que las victorias de su sindicato son de toda la clase trabajadora estadounidense e incluso mundial.

Pero si bien Fain es un perfil muy especial, conserva la primera nómina de su abuelo como recuerdo de cuál es su clase y se opuso a todas las negociaciones de 2008, no hubiese llegado allí sin el trabajo militante de miles de afiliados a la UAW que veían cómo el Nuevo Sindicalismo cambiaba todo en el mundo laboral estadounidense. 

El empuje del Nuevo Sindicalismo
La principal palanca de cambio para que sucediese la Huelga del Motor este 2023 ha sido el fuerte empuje del Nuevo Sindicalismo que ha puesto contra las cuerdas las estructuras corporativistas de los sindicatos amarillos y tradicionales afiliados a la AFL-CIO.

Este fenómeno no está relacionado únicamente con la aparición de nuevos sindicatos apegados a partidos socialistas (como DSA [Socialistas Democráticos de América]) o comunistas que buscan el poder y la independencia de clase. Los propios organizadores sindicales de los sindicatos del Nuevo Sindicalismo, por ejemplo de Starbucks Workers United, proceden de las alas más radicales de la AFL-CIO que tenían un doble objetivo: organizar a quienes no estaban organizados y presionar desde fuera a los sindicatos más amarillos consiguiendo una radicalización de sus bases.

El Nuevo Sindicalismo surge a finales del año 2021 al crearse el sindicato Starbucks Workers United, poniendo en práctica tácticas anarcosindicalistas probadas un lustro antes por Industrial Workers of the World, en una conjunción de organizadores sindicales radicales de la AFL-CIO y el partido-movimiento DSA. Luego, en la primavera de 2022, se extenderá a Amazon con la creación de Amazon Labor Union, bajo las mismas premisas, dando paso a una oleada de nuevos sindicatos en el sector de la industria de los videojuegos y tecnología.

Todos estos sindicatos de nuevo cuño nacen en empresas que antes no tenían un sindicato representando a sus trabajadores y trabajadoras o en empresas en las que los sindicatos tradicionales no se habían ocupado de sindicalizar por pereza de sus líderes o por convicción ideológica de que era imposible. El claro ejemplo era Starbucks, una compañía buque insignia del capitalismo estadounidense, pero a la vez del sector de la hostelería y restauración: gente trabajadora joven, con una alta rotación y con la noción de que es un trabajo para un par de años y no de larga duración, a pesar de que muchos de sus trabajadoras y trabajadores encadenan puestos de trabajo en la compañía durante años.

Una vez se crea Starbucks Workers United, y sigue creciendo, los lideres de los sindicatos afiliados a la American Federation of Labor empezaron a preocuparse, puesto que esto era un misil contra su línea de flotación, ya que demostraba, primero, que sí se podía organizar a estos trabajadores y trabajadoras; segundo, que si no se había hecho antes era porque no se había querido y, por último, que había un nicho de trabajadores y trabajadoras que podían pagar cuotas que no iban a ser suyas: pura ideología encallada en conseguir afiliación para engrosar tesorerías y no para mejorar la vida de la clase trabajadora. En cambio, para las alas radicales de militantes de esos sindicatos corporativos, lo que significaba el Nuevo Sindicalismo era una ventana de oportunidad para radicalizar sus estructuras con el ánimo de volver a ponerlas al servicio de la clase trabajadora. 

Por lo tanto, nos encontramos con que el Nuevo Sindicalismo empujó de manera externa e interna a los sindicatos corporativos; el ejemplo del empuje externo fue el del sindicato Teamsters y el interno, el que nos concierne y es más interesante, el de la UAW. 

Teamsters es el sindicato corporativo más grande del ala más progresista de toda la AFL-CIO. En las elecciones estadounidenses siempre ha apoyado o bien al ala más radical del Partido Demócrata, o a Bernie Sanders y su excepcional socialismo. Igualmente, es un sindicato que no se ha dejado llevar mucho por la retórica de las clases medias y siempre ha mantenido la retórica algo combativa de la clase trabajadora. Teamsters es un sindicato de trabajadores y trabajadoras que reparten mercancía, siendo UPS la mayor empresa en la que está presente. Por eso, cuando surge Amazon Labor Union (ALU) suenan las alarmas en la cabeza de O´Brien, líder del sindicato y amigo personal de Sanders, pensando que el surgimiento de la ALU puede significar dos cosas: primero, si Teamsters no se mueve rápido, su afiliación puede irse a nuevos sindicatos; y, segundo, ahora se ha demostrado que se puede sindicalizar en la gran Amazon, la mayor empresa de paquetería del mundo, y quiere hacerlo.

Para ello, se apoyó en sus militantes más radicales, afiliados a la DSA, para demostrar que Teamsters estaba dispuesto a luchar por su afiliación. En el verano de 2023 se tenía que negociar un convenio para 340.000 trabajadores y trabajadoras de UPS sindicalizadas por Teamsters y no dudó en ningún momento en decir que si no se aceptaban sus premisas se iría a una huelga larga y combativa –y que, claro, estaría dirigida por elementos socialistas que no cesarían en sus objetivos para con la clase trabajadora–. Las negociaciones fueron un éxito, ya que O´Brien demostró que Teamsters volvía a ser ese sindicato progresista que luchaba por la clase trabajadora e iniciaba la campaña de sindicalización en Amazon y, además, gracias a la DSA, comenzó a solidarizarse con todas las huelgas de los sindicatos del Nuevo Sindicalismo. El empuje del Nuevo Sindicalismo les había hecho cambiar toda la estrategia de una década y aproximarse a tesis socialistas y que los portadores de estas tesis en su militancia tuviesen más importancia.

El caso de la UAW aquilata bastante bien el empuje que tuvo el Nuevo Sindicalismo en las militancias de un sindicato ultracorporativo –que había sido procesado por corrupción en los últimos años– y que vieron la ocasión de radicalizar toda la estructura. Este cambio en las estructuras del sindicato no fue tan fácil como Teamsters, ya que allí el cambio de estrategia vino de arriba abajo. En UAW tuvieron muchísima importancia los sectores más radicales de la militancia que se actualizaron gracias a manuales de Labor Notes y a las ideas sobre los sindicatos como instituciones de poder de la clase trabajadora planteadas en el libro No Shortcuts de Jane McAlevey.

UAW, un sindicato muy singular
La historia de la UAW es la historia de los éxitos del sindicalismo radical y de la derrota de sus elementos radicales para acabar traicionando a la clase trabajadora. Como su nombre dice, es el sindicato que pretende unir en su seno al conjunto de las y los trabajadores de la industria del motor estadounidense. Fue fundado en 1935 por sindicalistas radicales y comunistas que habían pertenecido o que seguían las tesis del sindicato, antaño socialista y radical, Industrial Workers of the World (IWW). A su vez, la UAW fue parte fundadora de la alianza sindicalista radical de Congress of Industrial Organizations, una vez más, considerada heredera del organigrama de sindicalismo sectorial y de clase propuesto por el IWW. 

Desde un principio, este sindicato estuvo dominado en sus capas altas por progresistas radicales, y su militancia y organizadores más importantes pertenecían a los cuadros comunistas estadounidenses. Estos cuadros, de los más disciplinados y que más debate interno tenían en todo el panorama sindical estadounidense, dieron con dos avances claves en su movimiento obrero: en cuanto a táctica sindical, idearon la Sit Down Strike –huelga de brazos caídos– y, en cuanto a teoría, idearon el concepto whole worker –trabajador integral–. La huelga de brazos caídos consistía en que la huelga, en vez de estar fuera del lugar de trabajo protestando, se hiciese ocupando la fábrica; así se aseguraba que no hubiese rompehuelgas y se creaba un nexo de unión con el lugar de trabajo en el que el trabajador o la trabajadora está conectado con él y lo siente como suyo –se intentaba inducir la idea de que la única y posible vía para la mejora de sus condiciones de vida es la socialización de aquello que ocupaban–. 

Mientras tanto, el concepto de whole worker –trabajador integral– venía a decir que el trabajador o la trabajadora es mucho más que su trabajo y el lugar donde trabaja y que, por lo tanto, el sindicato debía impregnar absolutamente todos los ámbitos de su vida, es decir, el sindicato no solo tenía que organizar el mundo laboral, tenía que politizar la vida cotidiana. Esta concepción del sindicalismo como movimiento socialista procede de la idea que tenían los fundadores del IWW, y que influyó a toda la izquierda estadounidense, que es antipartido de vanguardia. 

Con estos mimbres, la UAW consiguió importantes victorias sindicales en las compañías que hace un mes puso en huelga, sindicalizando General Motors, Chrysler y Ford. Sin embargo, su líder Walter Reuther, un progresista y anticomunista convencido, decidió que la mejor estrategia para el sindicato era apegarse al Partido Demócrata que ya había virado a la izquierda del republicano y establecerse como el negociador de convenios, mientras dejaba a los comunistas batiéndose el cobre por organizar y afiliar gente que pagase cuotas. 

Esta estrategia fue un éxito para las arcas de la UAW, para la construcción del sueño americano de la clase media y la pérdida del sindicato más combativo que tenía la clase trabajadora estadounidense. Desde ese entonces, hasta la presidencia de Fain, la UAW se encargó de engrosar su tesorería, conseguir pingües beneficios para las y los trabajadores y ser el aparato anticomunista por excelencia dentro del sindicalismo estadounidense, a la vez que impregnar a todo este movimiento de la retórica de la clase media y el orgullo de pertenecer a ella –clase media, blanca y heterosexual–. Si bien siempre mantuvo elementos comunistas y antirracistas en su seno.

Esta deriva corporativista de la UAW se evidenció como nunca con la globalización, ya que no se luchó contra la deslocalización de empresas, y con la crisis de 2008. La clase trabajadora del motor estadounidense sufrió como la que más la crisis del 2008 que hizo que se cerrasen factorías de General Motors, Ford y que Chrysler se vendiese a Stellantis. Estamos hablando de que toda una zona, el Rust Belt [nordeste y Medio Oeste] estadounidense, sucumbió a una crisis económica sin precedentes –ciudades que se declaraban en bancarrota– y que antaño había sido símbolo de una identidad de la que sentirse orgulloso, la clase trabajadora del motor, que ya no existía. Ante esta situación, la Administración Obama decidió rescatar a las compañías y exigir a la UAW unas medidas en contra de los intereses de su afiliación: rebajas de sueldos, congelación sine die de los salarios y escalas salariales para que las compañías pudiesen contratar a temporales mal pagados. 

La presidencia de la UAW aceptó sin poner ni un pero a todas las demandas de las empresas y de la Casa Blanca, aunque hubo resistencias, entre ellas la de Shawn Fain, que era únicamente un afiliado raso que defendió en su sección que los trabajadores no podían aceptar esas medidas y había que luchar para que la clase trabajadora no cediese ni un paso. 

Por aquella época Shaw Fain tenía cuarenta y tantos años, era electricista en Chrysler y tenía un orgullo de clase que mostraba de dos maneras: con la nómina y la tarjeta de afiliación de sus abuelos y diciendo que él nunca quiso seguir los pasos de su padre, que era policía. Nadie advertía que en un futuro este personaje en los márgenes de la radicalidad del sindicato, una rara avis, iba a ser el futuro presidente de la UAW que volvería a las raíces radicales de su historia.

La década de 2010 fue dura para este sindicato corporativista: aceptó medidas draconianas y cuando mejoró la economía su afiliación no se pudo beneficiar de ninguna subida salarial, estallando las tensiones internas. Cuando estallaron, se destapó un caso de corrupción enorme en el que los altos cargos movían millones de dólares sin supervisión de la afiliación. Muchos afiliados y afiliadas denunciaron estos hechos y un tribunal impuso una supervisión y exigió reformas internas, como la de que el cargo de Presidente fuera elegido por votación directa de la afiliación y no en despachos. 

Así llegamos a principios del 2023, en el que se presentaron dos candidatos a la presidencia: Ray Curry, que quería seguir en el cargo, y un desconocido y radical Shawn Fain. Estas elecciones fueron sumamente importantes, no solamente por ser las primeras en la historia del sindicato, sino porque en septiembre de este año caducaba el convenio y había que negociarlo con General Motors, Ford y Stellantis por 5 años más. Fain se apoyó en una alianza de progresistas radicales y militantes de DSA que portaban la concepción de cambio interno en el sindicato expuesta por Jane McAlevey, según la cual se tiene que construir poder obrero dentro de la estructura sindical, arrebatársela a los líderes amarillos –como hizo el sindicato de profesores de Chicago– y, una vez con el control de la estructura, construir poder de clase gracias al sindicato atrayendo a más gente y convocando huelgas. 

Fain se presentó a las elecciones con un programa bastante claro: revertir todos los acuerdos debidos a la crisis del 2008 y aumentar salarios en más de un 40% para todas y todos los trabajadores usando una escala, aumentando más a quienes menos cobraban, para así evitar la temida aristocracia obrera. Sin embargo, el punto más importante de su programa no era ese; era que, si no se conseguía revertir todo esto, la UAW debería ir a huelga indefinida simultánea en las tres grandes, con sus 140.000 personas afiliadas. Hasta ese momento, nunca en la historia de la UAW se había convocado una huelga tan grande. Fain ganó por unos escasos 500 votos, pero eso no lo aplacó y decidió que se ganaría a toda la estructura y su afiliación luchando por lo que los demás presidentes no habían luchado antes.

Huelga Stand Up
Llegó septiembre de 2023 y comenzaron las negociaciones del nuevo convenio. Las compañías pensaban que Fain retrocedería y que el programa con el que ganó la presidencia era solamente pura propaganda electoral; que las negociaciones serian un mero trámite, como lo habían sido desde el 2008. Fain y su equipo se sentaron en la mesa de negociación con el programa de esas elecciones sindicales, una exigencia de subida salarial del 40%, una reducción de jornada a 32 horas semanales y que todas las plantas de coches eléctricos no sindicalizadas por la UAW estarían amparadas por el convenio; querían un sindicato verde y rojo.

Las compañías no aceptaron ninguna de las demandas pensando que Fain acabaría cediendo y, viendo que era un novato que se había excedido en sus exigencias, no se volvieron a sentar más. Fain pidió el voto de autorización de huelga a sus 140.000 afiliados y el viernes 15 de septiembre anunció una huelga indefinida hasta conseguir todo su programa. 

Con su equipo, Fain eligió el nombre de la huelga personalmente: Stand Up Strike, un guiño a lo que supuso la Sit Down Strike, y es que Fain quería inventar una nueva modalidad de huelga que pudiese ser sostenida en el tiempo y que no acarrease un desgaste de las y los 140.000 sindicalistas a la vez. Para ello ideó un plan escalado: comenzaría poniendo en huelga tres factorías importantes de las tres compañías, alrededor de 10.000 trabajadores y trabajadoras, y, cada viernes, anunciaría qué otros centros entrarían en huelga. Asi se conseguía crear un hype en las y los trabajadores ansiosos por participar en la huelga –evitando así su desgaste– y podría jugar con la zanahoria y el palo con las compañías: si, por ejemplo, Ford cedía en algunas demandas, el siguiente viernes no se vería afectada por un nuevo centro puesto en huelga. Igualmente, mostró un excelente conocimiento de la economía de las compañías, y quizás algún socialista estudioso de la Crítica de la Economía Política le ayudó, al entender que la huelga debía ser de producción y de distribución. No solamente contaba con el poder de parar la producción, sino que el segundo viernes de huelga decidió poner en huelga 30 centros distribuidores, con lo que ahogó la producción en factorías que no se habían puesto en huelga.

Así, cada viernes tenía a miles de trabajadores y trabajadoras, y a los propios directivos de las compañías, pendientes de su muro de Facebook, donde anunciaría qué pasaría la semana siguiente. Mientras tanto, adornaba sus textos con citas de las grandes figuras radicales de la izquierda estadounidense, como Malcolm X o, si un periódico decía que era muy radical, el siguiente viernes llevaba una camiseta de Eat The Rich (Cómete a los ricos). También tuvo tiempo para lucir sudaderas o pins de sindicatos del nuevo sindicalismo o en solidaridad con sindicatos de otras partes del mundo, como con los italianos del metal. 

En cuanto a apoyos políticos, Fain sólo dejó que un político lo apoyase la primera semana de huelga, Bernie Sanders, por una clara sintonía ideológica entre ambos, mientras que dejaba que DSA ayudase a coordinar los piquetes y enviase a afiliadas suyas, como Alexandria Ocasio-Cortez o Cori Bush, a dar mítines de apoyo a los huelguistas. Conforme pasaban las semanas empezó a hacer menciones a Biden que, sabiendo que se jugaba la reelección y necesitaba el apoyo de la UAW, decía que si lo quería se lo tendría que trabajar y no solo con palabras. Así, el electricista sindicalista radical obligó a Biden a ir a unos piquetes y coger el megáfono para anunciar que se ponía de parte de la lucha de la clase trabajadora y no de las compañías, pero ni aún así consiguió el apoyo de UAW.

Después de un mes y dos semanas de huelga, Ford y General Motors cayeron. Ford había visto cómo la planta que más beneficios le daba en todo el país y que no se debía de ver afectada por la huelga se puso en huelga espontáneamente, mientras que General Motors cedía todas las plantas del coche eléctrico al convenio negociado por la UAW. Stellantis no tardaría en caer también. 

Los acuerdos cumplieron prácticamente el programa con el que se había presentado Fain y revertían todo lo negociado por UAW después de 2008: ya no habría congelación salarial, se eliminaban los contratos temporales y las escalas salariales. A la vez, se conseguía una subida salarial inmediata del 25% para todos los trabajadores y trabajadoras y una proyección de subida salarial en 5 años de entre el 33% y el 160%, una transición verde justa comandada por la UAW y la negociación para reducir la jornada laboral sin perder salario.

Significado de la Stand Up Strike
Shawn Fain fue muy consciente de la responsabilidad que tenía desde que asumió la presidencia de la UAW y el liderazgo de la huelga, así como en el manejo de la victoria. Una muestra de ello es su discurso de victoria en el que recuperó la tradición histórica radical del sindicalismo en EE UU con menciones a los mártires del Haymarket, a la lucha por las 8 horas, a la Sit Down Strike y al orgullo de pertenecer a la clase trabajadora. A su vez, proyectó esa victoria; sabia que el Nuevo Sindicalismo lo había empujado a esa posición de poder dentro de la UAW y celebró la victoria no como propia o como de los trabajadores y trabajadoras de la UAW, sino como una victoria de la clase trabajadora nacional e internacional: un ¡sí se puede!, animando a todas las y los trabajadores de EE UU a sindicalizarse y hacer huelga para conseguir sus demandas por la fuerza, diciendo que así es como se consiguen. No hubo ni medias tintas ni referencias a la clase media; de nuevo, era un orgullo pertenecer a clase trabajadora.

Así se inauguraron las demandas de 25%. Ahora todos los sindicatos que están negociando convenios plantean la demanda de una subida salarial del 25% por delante: las enfermeras, las y los trabajadores de Starbucks, de los casinos de Las Vegas, de Detroit… La mayoría de ellas y ellos han exigido esta subida y la han conseguido.

Mientras tanto, Fain recupera el sueño de quienes fundaron la UAW: ser un sindicato que organice a todas y todos los trabajadores del motor y ya ha dispuesto comités organizadores en buques insignias del novísimo capitalismo estadounidense como Tesla. El equipo de Fain es consciente de que la Alt-Right del Partido Republicano quiere usar la transición verde como arma para dividir a las y los trabajadores. Por eso, han prohibido a los republicanos ir a apoyarles a la huelga y se han puesto a sindicalizar compañías líderes de coches híbridos o eléctricos como Tesla o Toyota, mostrando que el ecologismo y el sindicalismo son perfectamente compatibles. 

Se calcula que la huelga de la UAW, que solo puso a 50.000 trabajadores y trabajadoras en huelga, de un total de 140.000 disponibles, ya ha provocado subidas salariales de más del 20% a más de 766.000 de la industria del motor en EE UU. 

Como pasó en las oleadas sindicales de los años diez, cuarenta y sesenta, se escucha otra vez la palabra huelga general y Shawn Fain es consciente del poder que tiene gracias a representar a la clase trabajadora del motor que tan identificada ha estado con el sueño americano y que tanta simpatía tiene entre el resto de la clase trabajadora, y lo quiere usar. Por eso, en discursos dados después de la victoria ha pedido que todos los sindicatos negocien convenios que terminen en 2028 para poder convocar una huelga general y que la clase trabajadora pueda disputar los frutos de su trabajo a la clase capitalista estadounidense en una Huelga General. Así, también ha prometido solidaridad con absolutamente todos los sindicatos que decidan ir a la huelga y ha dado pasos para acercarse a lideres socialistas sindicalistas como Sara Nelson o con trabajadores queers de Starbucks Workers United para mostrar que la clase trabajadora del motor no es el espantajo reaccionario que la ultraderecha de la Alt-Right pinta. 

Jaime Caro Morente es doctor en Historia del socialismo en EE UU y militante de Democratic Socialists of America (DSA)

Fuente: https://vientosur.info/ee-uu-la-huelga-del-motor-y-la-consolidacion-de-la-oleada-sindical/ 

La extrema derecha viene para quedarse


Por Juan Torres López | 14/03/2024 | Opinión

Fuentes: Ganas de escribir

El pasado noviembre Trump prometió “extirpar de raíz… a los matones de la izquierda radical que viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país”. Hace unos días, una candidata de su partido a superintendente de escuelas públicas en Carolina del Norte decía que los republicanos que siguen la Constitución “necesitamos matar a los traidores».  Entre nosotros, en España, Abascal acaba de decir, recordando los atentados del 11M, que hay españoles socios de Pedro Sánchez que los aplaudieron; y en Argentina, Milei reconoce que habla con sus perros ya muertos para elaborar sus políticas.

Cuando se leen declaraciones como estas se puede caer en la ingenuidad de creer que la extrema derecha que se extiende por el mundo es tan solo algo estrafalario, un momento de locura a iniciativa de un grupo de chalados y payasos, una exageración pasajera que se irá desvaneciendo poco a poco. Pero no es así.

Detrás de estos insultos a la razón, brutalidades y mentiras hay un proyecto de dominio en favor de grupos de interés muy poderosos, financiados por grandes capitales y con unas ideas muy claras sobre lo que necesitan y cómo lo pueden conseguir.

El impulso y apoyo a esa extrema derecha es una estrategia perfectamente planificada y organizada para ganarse a grandes masas de la población cada vez más maltratadas por las políticas neoliberales y evitar así que éstas se pongan en cuestión. Si alguien tiene dudas sobre esto que afirmo le recomiendo que visite la web donde se presenta y desarrolla el Proyecto de Transición Presidencial 2025 en Estados Unidos (aquí).

Este proyecto está organizado y financiado por la conservadora Fundación Heritage que ya hizo lo propio con Ronald Reagan y con Trump en 2016, aunque ahora ha ido más lejos y con mucha mayor concreción. Se basa en cuatro pilares, según se expone en dicha web: a) propuestas específicas para cada problema importante que enfrenta el país, basándose en la experiencia de todo el movimiento conservador; b) identificación, examen y selección de personas conservadoras de todos los ámbitos de la vida para servir en la próxima Administración republicana; c) capacitación adecuada para convertirlas en administradores conservadores eficaces; d) manual de las acciones que se tomarán en los primeros 180 días de la nueva Administración para “brindar un rápido alivio a los estadounidenses que sufren por las devastadoras políticas de la izquierda”.

En Estados Unidos van por delante, como es lógico, pero la cruzada contra las “alimañas” y “matones de la izquierda radical” no se limitará a aquel país. Trump acaba de bendecir a Viktor Orban: “No hay nadie mejor, más inteligente o mejor líder (…) Es fantástico”. Lo mismo ha hecho con otros dirigentes extremistas de diferente países en la reciente Conferencia de Acción Política Conservadora celebrada en Maryland (Estados Unidos); y el Fondo Monetario Internacional ya ha dado el visto bueno a las políticas de motosierra impuestas por Milei en Argentina.

¿Conocen ustedes iniciativas ciudadanas de las izquierdas, en su conjunto y bien coordinadas, para generar inteligencia social y elaborar un discurso y un modelo socioeconómico y político alternativo al que defiende la extrema derecha, para seleccionar a mujeres y hombres que puedan convertirse en futuros dirigentes progresistas, poner en marcha proyectos pedagógicos para capacitarlos, o crear medios, no uno o dos, sino un sistema alternativo de comunicación social que combata las mentiras y suministre información plural e independiente que permita a los individuos pensar críticamente y con su propia cabeza?

Esta es mi preocupación. No tanto lo mucho que se hace para expandir a la extrema derecha, como lo poco que se lleva a cabo para combatir las amenazas que supone  y la simplificación con que generalmente se viene haciendo.

Fuente: https://juantorreslopez.com/la-extrema-derecha-viene-para-quedarse/

Zhúkov tenía razón


El Lince   marzo 13 del 2024

Gueorgui Zhúkov fue, sin el menor atisbo de duda, el mejor militar del siglo XX (solo se le acercó el vietnamita Vo Nguyen Giap). Quien fue el organizador de la defensa de Leningrado, de Moscú y de Stalingrado; quien fue uno de los planificadores de la Operación Bagratión, la que rompió la espina dorsal de los nazis, y quien liberó Berlín dijo una frase lapidaria:  “Liberamos a Europa del fascismo, pero nunca nos perdonarán por ello”.

Eso fue hace 80 años, pero no se equivocó nada. El fascismo en Europa -no solo en Europa- campa a sus anchas, cada vez más (con Portugal como nuevo elemento). Quien liberó al mundo del fascismo, no solo a Europa, vuelve a ser el enemigo. Como siempre. Los fascistas de hoy no perdonan, como tampoco lo hicieron los de ayer.

La Unión Soviética destrozó el mito de la invencibilidad del fascismo. Hoy Rusia está destrozando el mito de la invencibilidad de Occidente, junto a otros como China o Irán (incluyendo a los increíbles hutíes). Al mismo tiempo, en millones de personas de todos los continentes surgió y se fortaleció la esperanza de liberación de la amenaza de la esclavitud fascista. Como hoy está ocurriendo con la hegemonía occidental, donde cada vez más gente desea que desaparezca.

En una conferencia reciente en la que participé sostuve que estamos en un momento pre-Stalingrado. Al igual que Alemania y sus vasallos con esta ciudad, los cruzados occidentales están poniendo toda la carne en el asador en el país 404, antes conocido como Ucrania. Entonces millones de personas en todo el mundo sintieron que podía haber un nuevo rumbo cuando el crujido de la maquinaria de guerra alemana, de la “wunderwaffen”, de sus armas maravillosas, era el crujido de las armas rotas, derrotadas. Este crujido se está viendo hoy también en el país 404, donde las “wunderwaffen” occidentales (misiles Patriot, tanques Leopard, Challenger, Abrams) arden tan maravillosamente como sus predecesoras.

Entonces se comenzó a formar una amplia política de alianzas anti fascista que hoy es equiparable a esa amplia alianza anti occidental que son los BRICS ampliados (si bien no es del todo cierta esta afirmación sí lo es en cuanto que todos los países BRICS apuestan por el fin de la hegemonía occidental). Y, como entonces, estamos asistiendo a la configuración de un nuevo sistema de relaciones internacionales que chirría para Occidente y su “orden internacional basado en reglas” de la misma forma que chirrió para la Alemania nazi con su orden y sus reglas. Lo mismo que planteaba la Alemania nazi lo plantea hoy Occidente.

Los Macron, los Scholz, los Sunak, las von der Leyen, los Biden son hoy los sucesores de los fascistas de ayer. De ahí el resurgimiento del fascismo. De ahí su obstinación con los neonazis del país 404. De ahí que, según ellos mismos reconocieron, firmaran los Acuerdos de Minsk para no cumplirlos. Nunca perdonarán a la URSS, ni ahora que no existe, a Rusia, que derrotaran al fascismo. Zhúkov tenía razón, mucha razón.

No pueden consentir la derrota en el país 404 como antes no se podía consentir la derrota en Stalingrado. La derrota en el país 404 es humillante. La matanza y el genocidio en Gaza es vergonzoso. Pero los fascistas, los que andan pujantes por las calles y los psicópatas que gobiernan no son humildes ni tienen vergüenza. Los psicópatas tienen miedo, sí, están desesperados, sí, pero aún piensan que todo es reversible. Se encaminan hacia el suicidio colectivo, están destruyendo Occidente, pero quieren morir matando. Mejor, aún piensan que pueden evitar la muerte matando a Rusia (y a China, y a Irán, y a los increíbles hutíes).

Alemania está oficialmente en recesión. Gran Bretaña acaba de entrar en recesión. Pero Rusia es culpable. Lo más que se les ocurre es ponerse delante de los fascistas agitando el trapo de “No te metas con la OTAN”, como si la OTAN no estuviese recibiendo una monumental paliza en el país 404. Por eso hablan de enviar tropas, que ya están; de enviar más armas, que ya están, de… Así son los fascistas. Es lo mismo, igual, que hizo Hitler hace 80 años. Quieren crear una especie de “cordón otánico” en Odesa, en Jarkov, en Kiev para “evitar el avance ruso”. Creen que así los rusos se asustarán por temor a matar a soldados occidentales. Ilusos. Ya están muriendo, como acaba de suceder con 20 estadounidenses que manejaban la batería de misiles Patriot recientemente destruida, esos misiles que, según los neonazis del país 404, derribaban todo lo que llegaba. Otra mentira más ardiendo. Y esos soldaditos yankis han muerto… en Utah. Curiosamente, un día después de esta destrucción, allí un helicóptero del ejército yanki se estrelló dejando 20 muertos.

Quienes hace 80 años, en el pre-Stalingrado, y por conveniencia, se aliaron con la URSS en contra del fascismo, hoy le alientan y le apoyan de forma abierta. En sus propios países, en el país 404 o en Palestina a través del sionismo. Como dijo no hace mucho la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, la “progre” y “verde” Annalena Baerbock, “estamos librando una guerra contra Rusia”. Ya no solo es esta niñata quien lo dice. Son Macron, Sunak, la condesa de la UE… Todos. Zhúkov tenía razón. Occidente no perdonará nunca la derrota del fascismo.

Occidente está en modo suicida y su derrota está haciendo que el mundo vea cómo la hegemonía occidental desaparece y, con ello, está surgiendo un nuevo mundo donde las relaciones entre países tienden a ser más justas y alejadas de los cánones neocoloniales occidentales. Como ocurrió en Stalingrado, millones de personas del mundo no occidental, el mundo que ha sufrido el neocolonialismo y la agresión, de forma especial desde que desapareció la URSS y se instaló el poder unipolar de EEUU a nivel mundial, están viendo que esa época está desapareciendo, que las “wunderwaffen” occidentales, las armas maravillosas entregadas al país 404, antes conocido como Ucrania, y con las que iban a doblegar a Rusia, crujen y arden como lo hicieron sus predecesoras alemanas en Stalingrado y que su humo y sonido es el de las armas rotas, el de la hegemonía rota, derrotada. Un humo y un sonido que se extienden por todo el mundo y que da fuerza a los resistentes de Gaza, y de Yemen, y de muchos países africanos y sus revueltas anticoloniales…

Porque hoy hay varios Stalingrado y las similitudes son evidentes. En el país 404, Rusia está luchando contra 32 países de la OTAN; en Gaza la resistencia palestina está luchando contra un Israel apoyado por todo Occidente. Incluso los hutíes de Yemen se enfrentan a la “coalición de los dispuestos” occidental, una coalición que sigue los esquemas, y los parámetros, de los nazis. Occidente está siendo derrotado en todos estos Stalingrado.

La reacción occidental oscila entre la locura absoluta (el país 404) y lo grotesco absoluto (como lo del envío “humanitario” a Gaza cuando es con el apoyo de Occidente que se produce el genocidio). Este es el nivel de Occidente. Esto es lo que se está viendo. Por eso hay que llegar a un momento post-Stalingrado. Resulta sorprendente el ver cómo Europa se está convirtiendo una vez más en el epicentro de una nueva gran confrontación, por tercera vez consecutiva, como consecuencia de su irracional vasallaje y sumisión a EEUU y su conclusión, el ascenso del fascismo.

Occidente es el más claro ejemplo del emperador desnudo, no solo EEUU. Sus pretendidos “valores democráticos” son el humo que se eleva de las “wunderwaffen” que arden en el país 404 y del polvo que sale de una Gaza arrasada con su apoyo y patrocinio. El jardín occidental que alababa el Alto Representarte de la Política Exterior de la UE es, en realidad, un erial haciendo el saludo nazi.

Occidente, no solo Europa, tuvo que hacer concesiones a los trabajadores, a la población, tras la derrota nazi (Alemania y sus vasallos) en Stalingrado. El miedo a la fuerza de las ideas socialistas obligó a la burguesía a hacerlo. Eso duró, más o menos, hasta la desaparición de la URSS. Recordad lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo, desde entonces en el campo de los derechos económicos, sociales y laborales.

Ahora todo Occidente está a un paso de la recesión, esa en la que ya están oficialmente Alemania y Gran Bretaña y con Francia, Finlandia y Estonia a las puertas de esa recesión. Las bases para otra profunda crisis europea ya están sentadas y difícilmente podrán ser reversibles. En primer lugar, se trata de la pérdida por parte de Europa de la base principal e irreemplazable de su bienestar económico a largo plazo: los recursos energéticos rusos relativamente baratos. Todo lo demás, incluida la reducción de la producción industrial, los recortes masivos de empleos, la pérdida de estabilidad social, la degradación final de la ya efímera “democracia”, el surgimiento de los llamados “líderes fuertes” (nuevos Führers) en esta ola, es esencialmente una consecuencia inevitable y nada más.

Definitivamente, Zhúkov tenía razón.

FUENTE

elterritoriodellince.blogspot.com 

lunes, 18 de marzo de 2024

La hidra de la OTAN se está preparando para guerra


Leonid Savin*
   marzo 13 del 2024

El objetivo de la pléyade de ejercicios de la OTAN es la coordinación de diferentes tipos de fuerzas durante una batalla a gran escala. Aunque Estados Unidos tiene otra amenaza claramente definida: China, considerando estas maniobras y las declaraciones de Macron existe la impresión de que Estados Unidos y los estrategas de la OTAN están planeando una imprudente aventura militar contra Rusia.

La actividad militar de la OTAN se está volviendo provocativamente audaz. Los países miembros y los satélites estadounidenses han aumentado significativamente sus maniobras militares. Cuando se consideran eventos aislados, pueden parecer ejercicios de rutina, aunque, en el contexto general de las actuales declaraciones hostiles de los líderes de la alianza y los jefes de los países involucrados, estas acciones parecen una cierta preparación para la guerra. Varios factores indican que Rusia es el objetivo.

Además de los grandes ejercicios Steadfast Defender en curso, otras maniobras sirven como complemento o son totalmente autónomas.

El 26 de febrero, cerca de Sicilia, comenzaron los ejercicios marítimos  Dynamic Manta 24  , cuyo objetivo es mejorar las habilidades de guerra antisubmarina. Están involucrados seis submarinos de las armadas de Grecia, Francia, Italia, España y Turquía. Canadá, Italia, Alemania, Grecia, Turquía, Gran Bretaña y Estados Unidos utilizan aviación de patrulla marítima en los ejercicios, que durarán hasta el 8 de marzo.

En Noruega, Suecia y Finlandia   se están llevando a cabo las maniobras Nordic Response 2024 . Participan más de 20.000 soldados de 13 países, de los cuales aproximadamente 10.000 están en tierra. Los países participantes incluyen Bélgica, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Noruega, España, Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Estos ejercicios continuarán hasta el 14 de marzo.  Cabe señalar  que estas maniobras están de alguna manera relacionadas con los ejercicios Joint Warrior de las armadas de Gran Bretaña, Islandia y Noruega, que tuvieron lugar a finales de febrero.

Los objetivos oficiales incluyen mejorar la experiencia y el conocimiento para las operaciones en el frío clima ártico. Los ejercicios también contribuyen a una mayor integración de los países del Norte en la OTAN y fortalecen la cooperación operativa en el ámbito de la defensa colectiva en los países del Norte de Europa.

En Laponia, al norte de Finlandia, instructores de las Fuerzas de Defensa de Finlandia  impartieron en febrero varios cursos  para militares de países de la OTAN. El curso cubrió temas como el uso de ropa en capas, protección contra lesiones relacionadas con congelación, mantenimiento de la funcionalidad, generación de incendios, desarrollo de habilidades de esquí de fondo y rescate en hielo. Se trataba de una especie de curso básico de supervivencia invernal en las latitudes árticas, donde la temperatura media invernal cae regularmente por debajo de los -20 grados centígrados. En este evento también participaron militares de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, además de Finlandia.

El hecho de que la OTAN esté preocupada por las acciones militares en las latitudes del norte indica que la alianza tiene un adversario condicional: Rusia. Además de participar en todas las actividades de la OTAN, Estados Unidos también realiza sus propios ejercicios con diversos objetivos. A finales de febrero, las Brigadas de Asistencia a las Fuerzas de Seguridad 1, 2 y 54 (unidades especializadas del Pentágono cuya tarea principal es asesorar, apoyar, mantener comunicación y evaluar las operaciones con países aliados y países socios, SFAB)  realizaron el segundo ejercicio  “ Victoria combinada en el entorno de la información”.

En el marco del entrenamiento, bajo el pretexto de la leyenda de proteger a un estado amigo de interferencias en los sistemas de comunicación, se trabajaron las siguientes tareas:

– Llevar a cabo una guerra moderna y una guerra multidominio con la capacidad de controlar remotamente la infraestructura utilizando medios cibernéticos.

– Utilizar frecuencias FM y sistemas controlados por Internet como “Smart Home” para realizar operaciones de información.

– Utilizar de las redes sociales y del entorno de internet, difundiendo enlaces maliciosos a través del correo electrónico.

Estas maniobras pusieron un énfasis significativo en la guerra electrónica y el espectro electromagnético, en lo que respecta a la resiliencia del puesto de mando y al mantenimiento de un bajo nivel de firma. Esta atención puede surgir de datos obtenidos del frente ucraniano, donde las fuerzas rusas recientemente han sido eficaces en la identificación y supresión de puestos de mando ucranianos. Como resultado, el ejército estadounidense está intentando obligar a las unidades a reducir sus firmas y su espectro de emisión general para disminuir las posibilidades de ser detectadas y atacadas.

Los primeros ejercicios de este tipo para la Brigada de Asistencia a las Fuerzas de Seguridad (SFAB) tuvieron lugar en agosto de 2023. Un representante del Pentágono comentó en ese momento:  “Hemos extraído muchas lecciones y las estamos utilizando para ampliar nuestra estrategia de entrenamiento en el dominio de la información y alinear nuestra estrategia con el [Centro Nacional de Capacitación, el Centro de Capacitación de Preparación Conjunta y el Centro de Preparación Multinacional Conjunto del Pacífico] a largo plazo. Sinceramente creo que nos adelantamos a los acontecimientos y nos alineamos con lo que el Ejército y el Departamento de Defensa pretenden con nuestra dimensión de información y capacitación en ventajas de la información, especialmente para las unidades del ejército convencional”.

Según el portavoz de los ejercicios militares, incluso durante los ejercicios de agosto, los funcionarios pudieron reproducir la dimensión informativa del conflicto ruso-ucraniano, enseñando a los soldados sobre los efectos en la esfera de la información que podrían afectar sus misiones. Los soldados recibieron teléfonos móviles y ordenadores portátiles, además de actores. Los participantes en los escenarios de juego de rol publicaron en las redes sociales y los consultores tuvieron que seguir y comprender cómo combatirlos desde la perspectiva de influir en sus misiones.

Es evidente que los objetivos reales de tales actividades implican pruebas operativas de las capacidades del ejército estadounidense, especialmente en un escenario de guerra por poderes en el que Estados Unidos no participa oficialmente. Ucrania es, por supuesto, un excelente campo de pruebas para este tipo de acciones.

Sin embargo, otras maniobras proporcionan indicaciones de una posible implicación directa. A principios de febrero, la Armada, la Fuerza Aérea y el Ejército de los EE. UU.  realizaron ejercicios de combate que simulaban bajas masivas  cerca de la Base de la Guardia Nacional Aérea en Gowen Field en Idaho.

Durante estos ejercicios, a los soldados, pilotos y marineros se les asignaron diversas tareas sobre cómo brindar asistencia médica de manera adecuada y efectiva o trasladar a los heridos bajo fuego intenso. Los soldados que no participaron directamente en el tratamiento de las víctimas se cubrieron con fuego y utilizaron humo espeso para ocultar los movimientos de la brigada médica. Mientras se encontraban en helicópteros para la evacuación médica, un grupo de cuidados intensivos del transporte aéreo del ejército estabilizó el estado de las víctimas.

Es evidente que el objetivo de esta pléyade de ejercicios de la OTAN es practicar la coordinación de diferentes tipos de fuerzas durante una batalla a gran escala. Aunque Estados Unidos tiene otra amenaza claramente definida: China, considerando las otras maniobras de la OTAN y la mayor modernización militar-industrial, y en el contexto de las declaraciones de Macron sobre el envío de tropas a Ucrania, que parecían una especie de prueba, existe la impresión de que Estados Unidos y los estrategas de la OTAN están planeando una imprudente aventura militar contra Rusia.

Director de “Euroasian Affairs”

FUENTE

observatoriocrisis.com 

La izquierda de moda


 EUROPA :: 13/03/2024

DANILO RUGGIERI

Wagenknecht critica a esa izquierda, más exactamente la centroizquierda europea, que es neoliberal en economía y creyente en la supuesta superioridad civilizatoria del europeísmo

Ir contracorriente es una de las virtudes de Sarah Wagenknecht. La ya ex dirigente del Die Linke alemán, tras una larga batalla interna, rompió hace unos meses y abandonó el partido junto a otros, culpables de un giro liberal y cosmopolita, ya no atento a las luchas sociales, patrimonio tradicional de la histórica izquierda obrerista y socialdemócrata alemana. Esta ruptura fue precedida por la publicación en Alemania en 2021 de un libro suyo («Contra la izquierda neoliberal») que suscitó muchas discusiones y que se publicará próximamente en España.

Hay que decir de una vez que ha pasado mucha agua bajo el puente desde que se escribió el libro.

Solo tres años después de su publicación, una alteración sistémica del equilibrio geopolítico ha redibujado los mapas de la confrontación internacional. El inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania en defensa de las poblaciones rusoparlantes del Donbass, la extensión del conflicto a la OTAN, que dirige y supervisa el esfuerzo bélico ucraniano, la destrucción de las líneas estratégicas de suministro de gas entre Rusia y Europa, y la guerra de exterminio israelí en Gaza en los últimos meses con escenarios de una posible ampliación en Oriente Medio, marcan un cambio de época en la perspectiva política, incluso interna, de los movimientos «antisistema» que se mueven en el continente europeo. El libro se detiene sólo en parte en los efectos nefastos de la crisis pandémica que estalló en 2020 y se silenció en correspondencia con los conocidos sucesos de febrero de 2022. Los rasgos generales del análisis político y social que la autora hace de la situación alemana, y que podrían extenderse a Europa Occidental, se confirman, incluso se refuerzan, al observar las posiciones adoptadas por gran parte de las clases políticas que lideran la centroizquierda liberal «progresista» y «radical».

Podemos decir que la guerra mundial en curso entre el mundo occidental y el mundo oriental contempla a esta centroizquierda -baste pensar en los socialdemócratas y verdes alemanes, pero sin olvidar a nuestro PD local [italiano] y arbustos varios- como activa partidaria de las opciones belicistas atlánticas, y animada por un espíritu de presunta superioridad moral y cultural hacia los otros mundos. Dicho esto, el libro tiene el mérito de analizar concretamente y en un lenguaje muy sencillo las contradicciones fundamentales del pensamiento de la izquierda «de moda», correspondiente a nuestra centroizquierda reflexiva de clase media que vive en la zona residencial de las grandes ciudades metropolitanas.

Hay que apreciar la valentía con la que una figura histórica de la izquierda socialista alemana, animadora de batallas históricas, ha decidido coger el toro por los cuernos. Su tesis parte de la constatación de la mutación genética consumada de gran parte de los grupos dirigentes de la izquierda histórica, que ha conducido a la traición de su base social, constituida por los trabajadores de los servicios de bajos ingresos y la clase obrera, que en los últimos treinta años han sufrido todas las contrarreformas del liberalismo económico y el progresivo desplazamiento de las batallas políticas y culturales hacia los temas de los derechos individuales y las minorías sexuales, abandonando por completo el campo de la lucha por la defensa del trabajo público y privado, la sanidad y las condiciones sociales generales de las clases subalternas.

Wagenknecht no sólo enumera muchos datos y ejemplos para demostrar esta tesis, sino que dedica un capítulo a definir los nuevos sujetos sociales que representan la base de consenso electoral de esta centroizquierda liberal, cosmopolita y de moda. Este punto es muy importante porque no se queda en la vaguedad, en una crítica superficial, sino que analiza los grupos sociales que han ganado posiciones económicas y prestigio con el liberalismo y que muy a menudo tienen una actitud de presunta superioridad moral hacia los trabajadores con baja formación, hacia esa parte del proletariado del sector servicios que sufre la «modernidad» liberalista. Conviene citar este pasaje que introduce la tesis del libro:

«Dos personas que proceden de medios sociales diferentes tienen cada vez menos que decirse, precisamente porque viven en mundos diferentes. Si la burguesía acomodada y con estudios universitarios de las grandes ciudades aún consigue encontrarse en la vida real con los menos afortunados, sólo lo hace gracias a la valiosa labor de mediación del sector servicios, que puede ofrecerles quien les limpie la casa, quien les entregue los paquetes y quien les sirva sushi en un restaurante. Las burbujas no sólo existen en las redes sociales. Cuarenta años de liberalismo económico, desmantelamiento del Estado del bienestar y globalización han dividido las sociedades occidentales hasta tal punto que la vida real de muchos ya sólo se mueve en la burbuja en la que se encuentra su clase. Nuestra sociedad, aparentemente abierta, está en realidad llena de muros» (p.13)

Este pasaje subraya una pequeña verdad cotidiana que marca profundamente la vida social y psicológica de una gran parte del proletariado descompuesto y fragmentado que hoy prevalece en las grandes áreas urbanas. La incomunicabilidad social, la división casi atomística del tejido de las clases subalternas es una de las grandes cuestiones con las que tendrá que contar una izquierda que quiera hablar al abigarrado mundo de los trabajadores típicos y atípicos, por subalternos que sean, como su principal punto de referencia.

Pero veamos qué entiende precisamente Wagenknecht por la izquierda de moda:

«El imaginario público de la izquierda social está dominado por una tipología que en adelante denominaremos izquierda de moda, en la medida en que quienes la apoyan ya no sitúan los problemas sociales y político-económicos en el centro de la política de izquierdas, sino las cuestiones relativas al estilo de vida, los hábitos de consumo y los juicios morales sobre el comportamiento. Esta oferta política de una izquierda de moda muestra su forma más pura en los partidos verdes, pero también se ha convertido en una corriente dominante en los partidos socialdemócratas, socialistas y de izquierdas de casi todos los países.»

Aquí habría que decir algunas cosas a modo de aclaración. Si bien el razonamiento básico responde a la mutación real de la izquierda socialista, socialdemócrata o ex comunista, los contextos nacionales también marcan diferencias secundarias pero no irrelevantes. Por ejemplo, en Alemania, los Verdes tienen una historia política y unas raíces sociales que no son comparables a las de nuestro país, sino también a las de otros como Francia. Por el contrario, en Italia la centroizquierda ex comunista, ex socialdemócrata (depende del punto de vista) ha hecho algo más que abandonar a sus propias clases de referencia, han sido agentes activos de las peores contrarreformas sociales, del peor liberalismo privatizador, gobernando en contra de las clases populares.

Al mismo tiempo que esta prolongada carnicería social, los grupos dirigentes de la «izquierda» han recuperado su virginidad defendiendo la imaginería europeísta, las batallas por las libertades sexuales y el estilo de vida moderno como señas de identidad de la izquierda «moderna» del siglo XXI. La naturaleza de esta mutación es profundamente social antes que política. Este aspecto queda bien esbozado en el libro de Wagenknecht, en el que se dedica un capítulo a la base social de esta centroizquierda cosmopolita, europeísta y «progresista».

Hablamos de la izquierda, más exactamente de la centroizquierda europea, que es neoliberal en economía, partidaria de la arquitectura política de la UE y de la narrativa de la supuesta superioridad democrática y civilizatoria del europeísmo, en política exterior proclive a los satélites del atlantismo angloamericano, en sociedad partidaria de las campañas de opinión sobre los derechos individuales, socia instrumental del mundo feminista y ecologista. Aquí, todo esto ya no tiene nada que ver con el viejo mundo de la izquierda del siglo XX, comunista o socialdemócrata, obrera y asalariada, aunque nos encontremos con que a menudo los grupos dirigentes, al menos en Italia, proceden de ese mundo. He aquí otro pasaje esclarecedor de Wagenknecht, que en sus líneas generales define un paradigma, un tipo social y un carácter político:

«El representante de la izquierda de moda vive en un mundo completamente distinto y se define por otros temas. Evidentemente, es proeuropeo y cosmopolita, aunque cada cual entienda estas palabras de moda de forma ligeramente diferente. Le preocupa el clima y está comprometido con la emancipación, la inmigración y las minorías sexuales. Está convencido de que el Estado nación es un modelo moribundo y se considera un ciudadano del mundo y sin demasiados lazos con su propio país...»

y otra vez:

«Como el izquierdista de moda apenas entra en contacto directo con las cuestiones sociales, éstas le interesan muy poco. Por supuesto, el objetivo sigue siendo una sociedad justa y sin discriminación, pero el camino para llegar a ella ya no pasa por las viejas cuestiones de economía social, es decir, salarios, pensiones, impuestos y subsidios de desempleo, sino principalmente por los símbolos y el lenguaje.

Pero volvamos a las clases sociales de referencia, quedándonos en la situación alemana de la que habla Wagenknecht.

El consenso activo y pasivo de esta centroizquierda está arraigado entre licenciados de clase media que trabajan en la administración pública, en puestos medios-altos, profesionales de la comunicación y el marketing, en servicios financieros que trabajan en obra social, en empresas de movilidad verde, piezas de la burocracia sindical y del abigarrado mundo del ecologismo y las culturas alternativas. En este medio crece y prospera una narrativa posmoderna, de mil lenguajes, de vago pacifismo, de odio hacia cualquier recuperación de una soberanía nacional y popular, etiquetada siempre y en todo caso como un remanente reaccionario y de derechas, y abanderados convencidos de un europeísmo abstracto que no significa otra cosa que un apoyo consciente e interesado a las políticas neoliberales de Bruselas.

En resumen, esta izquierda ha cambiado de forma y de contenido desde sus orígenes. Ha optado por representar los intereses, expectativas y sentimientos de aquellas clases que han salido victoriosas y/o aseguradas de las transformaciones sociales de las últimas décadas. Hechas estas breves incursiones en la deriva del mundo de la centroizquierda políticamente correcta y compatibilista, el valor añadido de la reflexión de la socialista alemana reside en las partes dedicadas a la cuestión del Estado-nación y su recuperación en la lucha política y en el imaginario colectivo por la emancipación social de las clases subalternas. Si no se aborda también hoy claramente esta contradicción, se permanece inevitablemente, voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente, de buena o mala fe, en la subordinación total a los intereses del gran capital.

Si bien es cierto que la vulgata de la centroizquierda, incluso y sobre todo de la izquierda radical, según la cual la invocación de la soberanía nacional sería antihistórica, por no decir otra cosa, e ideológicamente decididamente de derechas, cuando no fascista, esta manera de ver las cosas es a menudo el producto de una ignorancia total de la historia del movimiento obrero y socialista internacional. Y eso sería lo de menos, dada la tendencia general en nuestras partes. La cuestión es que referirse a un internacionalismo vago y genérico de los pueblos es, en el mejor de los casos, un signo de extremismo senil incurable y, en el peor, significa trabajar para el enemigo.

El nudo es absolutamente contundente, sobre todo en nuestras latitudes, y la guerra de la OTAN contra Rusia confirma la necesidad de reabrir un debate serio en las filas de una izquierda popular, si es que existe. Sobre todo si tenemos en cuenta que nuestros países son naciones de soberanía limitada, no sólo porque hay decenas de bases militares estadounidenses en nuestros territorios, sino esencialmente porque toda decisión digna de relevancia es aprobada y ratificada primero por las oligarquías anglosajonas y el poderoso lobby israelí-sionista. ¿Podemos encogernos de hombros ante esta realidad o limitarnos a vagos eslóganes sobre un internacionalismo sin fronteras?

Dicho esto, no faltan debilidades en el marco propositivo de Wagenknecht. En primer lugar, se queda mucho en la superficie sobre la cuestión de la Unión Europea y su carácter estructuralmente antidemocrático y antipopular, una jaula que durante décadas ha aprisionado todo posible proyecto de emancipación popular y de recuperación de una soberanía basada en los intereses de la mayoría de las clases trabajadoras. El texto carece de una idea de fondo, de una vía programática radical que profundice y enfatice el potencial antisistémico.

Al tiempo que expresa una dura crítica al capitalismo financiero y de libre mercado, en Wagenknecht existe la idea, en mi opinión ingenua e infundada, de proponer o aspirar a una vuelta a un capitalismo «diferente», «verdaderamente meritocrático», no monopolista (que nunca lo fue), sino en los deseos de la ideología reformista de la socialdemocracia, hija de un mundo que ya no existe y al que no es posible, aunque se quisiera, volver.

Cuando se afirma que «la propiedad privada y la búsqueda del beneficio sólo pueden fomentar el progreso tecnológico y aumentar así el potencial de bienestar de la economía allí donde existe una auténtica competencia y unas normas y leyes claras que velan por no gravar a los asalariados y al medio ambiente», el autor se desliza hacia la narración nostálgica de un capitalismo con rostro humano que, si existió, fue el producto histórico y determinado de dos corrientes históricas fundamentales, la existencia de un bloque socialista opuesto al mundo capitalista y una lucha de clases que tenía en la clase obrera y en el proletariado en general una fuerza relativamente homogénea capaz de ganar posiciones y mejoras progresivas. A pesar de algunas debilidades programáticas y, como dirían algunos, de una visión fragmentada de la tarea antisistémica, sigue siendo un libro que ofrece una visión crítica y hunde el cuchillo en el mundo de la izquierda. Lo necesitamos, pero aún queda mucho camino por recorrer.

L'interferenza


Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/la-izquierda-de-moda

Los millennials y la anomia: ¿una generación quemada?


Por José María Agüera Lorente | 13/03/2024 | Cultura

Fuentes: Rebelión

«Se enseña a los jóvenes una especie de relato modelo sobre cómo se supone que deben conducirse los asuntos públicos, y se les aleja cuidadosamente de todo conocimiento acerca de cómo se conducen en realidad. Cuando los jóvenes crecen y descubren la verdad, el resultado es con frecuencia un completo cinismo en el que se pierden todos los ideales públicos.» (Bertrand Russell: Las funciones de un maestro)

Emily la estafadora (Emily the criminal es el título original en inglés) es una película estadounidense del año 2022 escrita y dirigida por John Patton Ford. Narra la historia de una joven de unos treinta y tantos que lleva una vida precaria muy alejada del ideal que había soñado. Tiene un empleo de jornada parcial en una empresa de cáterin que la explota sometiéndola a horarios imprevisibles y comparte con una pareja de extraños de su misma edad un pequeño apartamento en Los Ángeles. Su situación dista mucho de la que se había imaginado cuando inició sus estudios de arte con el propósito de desarrollar su talento natural para el diseño gráfico. Para ello tuvo que pedir un préstamo dado que su familia carecía de los recursos para que pudiera estudiar en la universidad. Todo se torció por culpa de un novio que empezó a acosarla cuando ella quiso terminar con la relación. Esa situación llevó en un momento dado a un enfrentamiento violento que la obligó a defenderse de resultas de lo cual el hombre resultó herido. Denunciada por su expareja tuvo que contratar a un abogado para evitar la cárcel, lo que la obligó a volver a pedir un crédito al banco. Endeudada, su vida transcurre en un estado de sometimiento a unas circunstancias para las que no encuentra la forma de liberarse. La película nos narra de qué manera logra cambiar su vida.

El filme comienza con la entrevista de trabajo a la que se somete para tratar de mejorar su situación laboral. Aspira con ello a salir de la mediocridad en la que se halla inmersa por la mala suerte y un sistema institucional que no se lo pone nada fácil a las mujeres jóvenes que no parten de una buena situación económica que les permita acceder a una formación superior. En la entrevista comprobamos la crudeza de un mercado laboral en el que se ponen en práctica procedimientos de selección del personal rayanos en la humillación. Más adelante Emily tendrá una nueva oportunidad gracias a la mediación de una supuesta amiga, pero de nuevo será una enorme decepción al comprobar en un momento dado de la entrevista que se trata de un empleo exento de salario en régimen de becaria. Cuando se da cuenta le recrimina a la empresaria que trate de explotarla a cambio de nada solo porque supuestamente la va a formar, lo que da muestras de que el personaje tiene la suficiente fuerza de carácter como para ser capaz de hacer valer su dignidad ante quien se encuentra en una situación de poder respecto de ella.

Comprobaremos conforme avance la película que la protagonista no va a encontrar el remedio a su situación en nada de lo que el sistema educativo, laboral o social le pueda ofrecer. Para dejar de ser una esclava sometida a las condiciones que dictan los que se encuentran en posiciones de poder decidirá quebrantar la ley. A través de otro marginado, un inmigrante con el que se involucra sentimentalmente, se introduce en un submundo criminal donde se realizan estafas con tarjetas de crédito. El caso es que lo que parece un coqueteo inicial con el lado salvaje de la vida para sacar unos cientos de dólares en poco tiempo se va volviendo una vía laboral a explorar.

El caso de Emily es un ejemplo paradigmático a mi entender de lo que en ciencias sociales se conoce como anomia. Es la palabra con la que nombrar lo que ocurre cuando no hay una correspondencia entre lo que la sociedad promete a sus miembros y los medios que proporciona para alcanzarlo. Dicho de otra manera: supone la discrepancia entre fines y medios, que puede ser prevalente en ciertos grupos sociales y que resulta en altos niveles de frustración en términos individuales. El concepto se lo debemos al filósofo francés Emile Durkheim quien fue también uno de los fundadores de la sociología. En su libro El suicidio de 1897 indaga en las causas y analiza los tipos de una conducta que se caracteriza por una supresión de valores (morales, cívicos, religiosos) además de sumergir a quien la desarrolla en la alienación y en la incapacidad para dirigir su vida de forma autónoma. Este estado puede llevar según Durkheim a que el individuo no encuentre otra salida que el suicidio debido a los sentimientos de angustia, miedo, insatisfacción e inseguridad que conlleva; otras conductas que son versiones alternativas de la anomia son las que se dan en determinados colectivos minoritarios discriminados por los grupos prevalentes de la sociedad, como los pueblos nativos norteamericanos entre los cuales el índice de consumo de alcohol es alarmantemente alto. Pero la historia de Emily nos muestra la otra salida consistente en la ruptura unilateral con el código moral que socialmente define la normalidad. Es posible –como se nos viene a decir en la película– que dependa de la fortaleza de carácter del individuo en cuestión. Lo que observamos en Emily es la rebelión como respuesta frente a un estado de cosas que ejerce sobre ella un nivel de opresión tal que le impide vivir la vida que desea. Rompe con las normas para zafarse de la injusticia institucional de la que es presa.

Hay situaciones y coyunturas que fomentan en mayor medida que otras el comportamiento anómico. Es posible que estemos atravesando desde hace un par de décadas por uno de ellos y que esa generación a la que se conoce con la etiqueta de millennials, los nacidos entre principios de los ochenta y finales de los noventa del siglo pasado, estén sometidos más que la generación inmediatamente precedente de los baby boomers a factores disparadores de las emociones que desembocan en la anomia. Téngase en cuenta los importantes cambios de orden económico y particularmente laboral que han tenido lugar durante ese tiempo, a los que se une la brecha que cualquiera puede apreciar entre las teorías ideológicas y valores enseñados de un lado y la práctica en la vida diaria de otro. Emily es representante de esa generación (como el autor de su historia, por cierto, que demuestra saber muy bien de lo que habla en su película).

Otra millennial como Emily, pero no ficticia sino real, es la periodista Anne Helen Petersen, autora del libro The burnout generation, publicado en castellano en 2021 por Capitán Swing con el título de No puedo más. Su autora habla en sus páginas por boca de esa generación acerca de «cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada», como reza el subtítulo de la portada en su versión española. Según afirma en su planteamiento de las primeras páginas: «hemos sido acondicionados para la precariedad». Su tesis, que sería válida para nuestros jóvenes, es que los nacidos a partir justamente de la implantación triunfal de los principios directores del neoliberalismo, han sido ideológicamente programados para asumir lo que ahora se les viene diciendo, en forma de fatal letanía revestida de certero e irrefutable pronóstico de la ciencia económica, por lo menos desde la crisis de 2008, a saber, que van a ser la primera generación desde hace décadas que va a vivir peor que sus padres.

Lo estamos viendo en los últimos resultados de las mediciones estadísticas sobre los estándares de vida de los que ahora se incorporan a la vida adulta en nuestro país: dificultades para emanciparse (en el caso de España la edad media es superior a la de la mayoría de países comparables); relacionado con lo anterior, práctica imposibilidad de acceso a una vivienda ya sea en alquiler o en propiedad; retraso de la edad a la que las mujeres conciben su primer hijo (la edad media ya roza los 33 años); relacionado con lo anterior, descenso continuado desde hace años del índice de natalidad en nuestra sociedad, que no para de disminuir desde hace más de veinte años.

Petersen apunta a la raíz de la que se nutre la anomia que tan bien refleja la película resumida al principio, cuando alude al relato que se les contó a los integrantes de esa generación, por lo menos a los blancos y a los de clase media. Lo que antes he denominado «teoría ideológica y valores enseñados» se concreta en lo que al dicho relato se refiere en términos de meritocracia y excepcionalismo. En palabras de la escritora norteamericana: «la idea de que cada uno de nosotros rebosaba potencial y que para activarlo solo necesitábamos trabajo duro y a conciencia. Si nos esforzábamos, fuera la que fuera nuestra situación actual en la vida, encontraríamos estabilidad». Ningún sitio como los Estados Unidos de Norteamérica en efecto para darse cuenta de este estado de cosas en el que nos hayamos instalados desde hace ya algún tiempo también en Europa, pero que da la impresión de que preferimos no afrontar políticamente. Un estado de cosas que sufrieron en avanzadilla bastantes años antes aquellas minorías (raciales, étnicas o inmigrantes) que parecían estar al otro lado del límite de la riqueza que nos mantenía a los demás a salvo de su pobreza y su vida incierta. Hemos sabido recientemente, y para nuestro desconcierto, que la blancura de la piel y la pertenencia en origen a la clase media no son privilegios que nos salvaguarden de un trabajo mal pagado y precario o de ser despojados del techo que nos cobija.

Al mismo tiempo, y en flagrante contradicción con las condiciones resultantes de la más reciente remodelación histórica de las circunstancias materiales en las que tenemos que desarrollar nuestras vidas, se somete a nuestros jóvenes al imperativo social de que sean los «artistas» de sus propias vidas, como explica el filósofo Zygmunt Bauman en su libro El arte de la vida. En nuestra sociedad individualizada se exige a cada cual que por sí solo dote de sentido y de dirección a su vida, aunque socialmente carezca de los necesarios recursos para conseguirlo. Eso sí, todos serán alabados o censurados solamente en función de los resultados que obtengan, por lo conseguido o perdido. En los escaparates de las redes sociales encontramos la exposición de los triunfos y un potente catalizador de la frustración y la infelicidad. Es ese mundo hecho de pantallas en el que toma cuerpo lo que Bauman denomina «el egoísmo autorreferencial». Lo que para él se presenta como «arte» para otros adquiere en el mercado el marchamo de «ciencia»; y así –como denuncian Edgar Cabana y Eva Illouz en Happycracia– se pergeña por obra y gracia de la mercadoctenia psicologista toda una «ciencia de la felicidad» que ofrece un completísimo catálogo de técnicas para ser más productivos, saludables y crecer como personas. A su amparo ha prosperado lo que se podría considerar una verdadera industria de la felicidad que asegura poseer las claves para que los individuos moldeen sus vidas a voluntad, transformen sus sentimientos negativos y saquen el mejor partido de sí mismos. De esta manera la felicidad se convierte en una mercancía más y una potente arma de manipulación y control de la manera de pensar, sentir y actuar de los ciudadanos, todo en nombre de su propio bienestar. Pero, eso sí, basándose en todo caso en el axioma de que es cada uno y solo cada uno el responsable de ese bienestar. Así se elimina toda posibilidad de cualquier prurito de resistencia o rebelión que se pueda dar en el sujeto social contra el estado de cosas vigente.

Totalmente congruente con la evolución de las últimas décadas que ha ido desmontando aceleradamente la infraestructura institucional del capitalismo del bienestar al que se refieren los economistas Daron Acemoglu y Simon Johnson en su reciente libro titulado Poder y progreso. Finalizada la Segunda Guerra Mundial se lleva a cabo un proceso de conformación institucional que compromete a la empresa con el bienestar de los trabajadores a través del reparto de los beneficios derivados de la productividad, con altos índices de inversión y una fiscalidad orientada a la redistribución de rentas y a la disminución de la desigualdad, con la asignación de un relevante papel a los sindicatos de modo que la negociación colectiva sea un efectivo instrumento para conseguir que las empresas paguen sueldos más altos, también a los trabajadores poco o nada cualificados y carentes de formación. Toda esta filosofía había arraigado en la mentalidad colectiva tomando cuerpo en las normas sociales ampliamente compartidas, de lo que da prueba que los políticos más conservadores, como los republicanos Eisenhower y Nixon en Norteamérica, no se atreviesen a ponerlas en cuestión. Ese capitalismo también llamado «socialdemócrata» por el economista Branco Milanovic ha sido reemplazado por una nueva versión del capitalismo que el mismo economista denomina «capitalismo meritocrático liberal» en su libro titulado Capitalismo, nada más. En él reconoce que el último consittuye un paradigma económico que fomenta la desigualdad de forma sistémica porque, entre otros factores, favorece institucionalmente su transmisión intergeneracional (los hijos de los ricos seguirán siendo ricos; los de los pobres seguirán siendo pobres muy probablemente) y contribuye al crecimiento de la brecha salarial entre los trabajadores altamente cualificados y con formación superior y los demás, que quedan a merced de la voluntad de las empresas, amén de haber desmontado en gran medida el diseño fiscal para la redistribución de la riqueza. Por todo lo anterior tiene plena justificación que se hable en nuestro país de cisma generacional, del cual da fe el Informe España 2050. Según este documento, que pretende ofrecer un cuadro de lo que es hoy nuestro país para orientar la acción de gobierno a medio plazo, la riqueza media de las personas con 65 años se ha más que doblado respecto a la riqueza media de las personas de 35. Y es algo que ha ocurrido en las últimas décadas, no por casualidad, sino por esa susodicha metamorfosis que nos ha arrastrado del capitalismo del bienestar al capitalismo meritocrático liberal. De resultas de lo cual, en la actualidad, las personas de 65 años poseen cinco veces más riqueza que las de 35. La existencia de un inédito Ministerio de Juventud e Infancia en el actual Gobierno, ¿parte del reconocimiento de esa realidad inapelable? ¿Servirá para transformarla?

La generación que está padeciendo las consecuencias de esa mutación auspiciada por el triunfo de la ideología neoliberal es la de los millennials, los nacidos en plena revolución neocon liderada por Thatcher y Reagan en primera instancia; una generación de la que Petersen se postula como su portavoz y a la que presenta víctima de la cultura del agotamiento, de la que podríamos considerar que forma parte la dictadura de la felicidad a la que hemos aludido anteriormente. Agotados por la incesante búsqueda de la dicha autoimpuesta como una profesión más en la que hay que triunfar, los miembros de esta generación desconfían de las instituciones que les han fallado insistentemente, padecen de frustración reiterada por las expectativas socialmente fomentadas pero escasamente realizadas y sufren la ansiedad y la desesperanza que produce la presión constante por dar cuenta del rendimiento de sus vidas en las redes sociales.

La anomia que ilustra tan veraz como cinematográficamente el personaje protagonista de Emily la estafadora es el producto de todo lo que aquí he expuesto sintéticamente. Como he tratado de explicar tiene una raíz económica resultado de un vuelco ideológico histórico, produce un malestar psíquico en nuestros jóvenes que ya se reconoce públicamente debido al padecimiento de un rediseño institucional que deteriora su salud emocional (el suicidio es un dramático síntoma que no ha hecho más que empeorar en los últimos años). Pero también tiene su efecto político en la forma en que los ciudadanos de menos edad se relacionan con la democracia. Ya lo estamos viendo. Y lo seguiremos viendo.

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