lunes, 1 de septiembre de 2025

Aprender a relacionarnos con nuestra historia. Una lección práctica del Partido Comunista de China (PCCh)

                                                                                        
Jesús Rodríguez Rojo / (*)    
22/08/2025

Celebración del centenario del PCCh en Beijing, 1º de julio del 2021. [Foto: Kuang Linhua/ China Daily]

Cuando la militancia comunista se aproxima a la apasionante experiencia histórica del comunismo en China, lo primero que le llama la atención es su forma de organizar la política económica. Ese atractivo no es de extrañar: son muchas y muy variadas las hazañas del “socialismo con peculiaridades chinas” en lo que a desarrollo se refiere. Sin embargo, es posible que no sea ese el campo más útil para la militancia comunista que, desde todo el mundo, mira a China. Esto es así porque esa gigantesca aportación está elaborada, como se indica explícitamente, para China, un país cuyas especificidades impiden cualquier intento de traslación mecánica de sus experiencias. Pero aunque no fuera así, lo cierto es que la mayoría de partidos comunistas del mundo carecen del poder político suficiente para implementar esas políticas en sus propios contextos nacionales.

En estas líneas se persigue sacar a relucir una enseñanza menos conocida, pero tanto o más importante para desenvolvernos en nuestra militancia. Nos referimos al modo en que el Partido Comunista de China (PCCh) se relaciona con su propia historia.

Quien esté versado ya en la tradición marxista sabrá de la importancia de saber analizar y transmitir la historia del Partido. En 1938, en la URSS, vio la luz la Historia del Partido Comunista (bolchevique), un texto que pronto se convertiría en un buque insignia de la propaganda soviética. Fue masivamente traducido y difundido, llegando a convertirse en uno de los documentos marxistas más influyentes del siglo pasado. Baste con señalar que el famoso texto sobre el “materialismo histórico y el materialismo dialéctico” de Stalin se editó originalmente como un capítulo de ese libro. Siguiendo ese ejemplo, los diferentes Partidos Comunistas dedicaron muchos y buenos cuadros al estudio de la historia del movimiento comunista. Se editaron centenares de libros de esa guisa, muchos con varias ediciones en las que se iba engrosando y matizando desde la perspectiva. Raro es el partido que no ha tenido su historia canónica ubicada en un lugar preeminente del catálogo de la editorial de referencia. Pero que se haga mucho no implica que se haga bien.

Normalmente, cuando un periodo es considerado positivo, todo en él es ensalzado. Por otro lado, cuando se trata de un lapso en que el saldo de resultado no es positivo, es en su plenitud descartado. Es frecuente que, cuando se produce un cambio en la dirección del Partido, se adopte actitudes tales como renegar por completo de un cierto periodo anterior, asumiendo que todo allí se hizo mal; ocultar aquello que genera incomodidad, como si nunca hubiera pasado; pretender hacer ver que, en realidad, nunca ha habido un cambio de rumbo cuando sí lo hubo… En todo ello, los líderes son catalogados como semidioses infalibles o, por el contrario, como demonios maquiavélicos o personas en sumo grado torpes. No queda espacio para la complejidad de personalidades usualmente brillantes, pero también falibles, sumidos en periodos igualmente turbulentos y cambiantes. Cuando un dirigente es ensalzado se llega al punto de atribuirle únicamente las virtudes del periodo y eximirlo de los problemas que existieran; así se llega al peor balance posible: “él era listo y bueno, pero el Partido no estuvo a su altura”. ¡Se rescata al hombre, sí, pero se sacrifica el proyecto!

Para que el Partido avance en sus posiciones, es importante que no rehúya ni intente esconder sus errores. Es curioso cómo doctos marxistas, que aplican el “materialismo dialéctico” a la hora de comprender la sociedad, se dan a la metafísica y al idealismo al explicar su propia organización. Aunque nunca aceptarían que, por ejemplo, la evolución de la Edad Media en Europa se debió a los cambios doctrinales en la Iglesia, acuden a los giros ideológicos del Partido para explicar sus éxitos o fracasos. Se asevera que la historia la hacen las clases y las masas, pero cuando se encuentra un balance negativo en la historia del Partido todo el problema se reduce a la absoluta mezquindad de un dirigente o reducido grupo de dirigentes con ideas equivocadas. Como si esas personas estuvieran por fuera y encima de la sociedad y organización que las crearon. Ni siquiera el Partido Comunista de la Unión Soviética supo escapar a ese tipo de balances superficiales: Jruschov renegó de todo el legado de Stalin, Brezhnev silenció hasta sepultar la herencia de Jruschov y Gorbachov desestimó todo aquello que provenía de sus predecesores.

Esto es bien conocido por la historiografía oficial y hasta crítica. En un texto por lo demás brillante acerca de la historia del Partido Comunista de Uruguay, el autor comenta en el prólogo que existe una “tendencia constante en la autonarrativa comunista […] a dejar de lado las categorías y análisis marxistas al referirse a la trayectoria de los partidos comunistas”. Para eludirla, habría que recurrir a fuentes tales como anticomunistas que se esforzaron en “conocer al enemigo” o “ex comunistas que no han renegado de la metodología marxista y que no han abrazado el discurso hegemónico en occidente”[i]. Según vamos a sostener, el PCCh constituye una experiencia esquiva a esta norma, una anomalía de la que aprender.

Las y los comunistas chinos han sabido aplicar correctamente la noción leninista de autocrítica a su propio pasado. Noción que se ha trabajado a lo largo de las sucesivas generaciones de militantes. Ya en 1944, cuando Mao hizo balance de la discusión de algunas líneas erróneas en el seno del Partido, señaló que:

se debe hacer hincapié no en la responsabilidad individual de algunos camaradas, sino en el análisis de las circunstancias en que se cometieron los errores, en el contenido de estos y en sus raíces sociales, históricas e ideológicas, y seguir la orientación de “sacar lecciones de los errores del pasado para evitarlos en el futuro, y tratar la enfermedad para salvar al paciente”, con el fin de lograr dos objetivos: aclarar en lo ideológico los problemas y unir a los camaradas[ii].

Pero esta elaboración de la vida partidaria no fue ininterrumpida. En 1966, cuando se desplegó la “gran revolución cultural proletaria”, se inauguró un periodo que se prolongó durante diez años en los que se absolutizó la crítica. Se quiso borrar de un plumazo lo que se consideró que eran restos de la cultura burguesa, incluso se proscribieron textos de la literatura universal. La misma vara de medir se aplicó al propio Partido. Todo en la etapa anterior en la vida del Partido se descalificó, y sus líderes como Liu Shaoqui y Deng Xiaoping fueron sometidos a escarnio público. Pero cuando se dio término a esta etapa plagada de errores “izquierdistas”, no se repitió la pauta. En 1978, fue precisamente Deng quien, sin dejar de ser firme en el cambio de rumbo, se mantuvo sereno. Era tiempo de sangre fría y de estudio de los propios errores:

De la Gran Revolución Cultural, que ya quedó como una etapa del desarrollo histórico del socialismo en nuestro país, es preciso hacer un balance, pero sin apresurarse. Una apreciación científica de una etapa histórica como esa requiere un concienzudo trabajo de estudio, y algunas cosas sólo podrán ser comprendidas cabalmente y apreciadas con acierto cuando haya transcurrido un lapso de tiempo más largo, y para entonces se podrá interpretar mejor que ahora esa etapa histórica[iii].

El PCCh había aprendido: se negó a hacer con Mao lo que Jruschov se había apresurado a hacer con Stalin. No se trataba solo de preservar alta la moral, salvaguardando la imagen de los líderes sin sacralizarla. Ni siquiera de mantener la unidad del Partido. Era cuestión de no caer en análisis simplistas que empañen la capacidad de acción.

En vida de Mao se habían cometido errores, pero también grandes aciertos. ¿Cuál sería el saldo? Debido a su crucial importancia, para esclarecer ese punto se dedicaron muchas horas de trabajo colectivo, gran cantidad de discusiones y documentos. En el 60º aniversario de la fundación del Partido, el Comité Central aprobó la “Resolución sobre algunos problemas de la historia de nuestro Partido, después de la fundación de la República Popular”, en la que se concluye:

… si tomamos en cuenta el conjunto de sus actividades, podemos percibir muy claramente que los servicios meritorios que rindió a la revolución china están muy por encima de sus desaciertos. […] El camarada Mao Zedong fue un gran marxista, un gran revolucionario, teórico y estratega del proletariado y un gran héroe nacional como jamás conoció la historia del pueblo chino. Hizo importantes contribuciones a la causa liberadora de las naciones oprimidas del mundo y al progreso de la humanidad. Sus grandes contribuciones son imperecederas[iv].

Lo que estaba en juego no era solo el desempeño de un destacadísimo dirigente, era la relación del PCCh con su propia historia. Una que evite la tentación de refugiarse en la unilateralidad, absolutizando lo “negativo” o lo “positivo”, y deteniéndose en la crítica o la complacencia. Es preciso contemplar el panorama completo para sacar conclusiones que permitan continuar avanzando.

Llama la atención, en comparación con otras formas de encarar y difundir su historia por parte de Partidos comunistas, el modo en que se encaran errores tales como el “gran salto adelante” o la mencionada “revolución cultural”. Lejos de suavizar lo acontecido, mencionarlo a vuelapluma u ocultarlo, estos fenómenos son descritos de manera exhaustiva y sin ambages[v]. Tampoco se absolutizó la crítica, se destacan también los aciertos y logros alcanzados en esos periodos: durante el “gran salto adelante” se consiguió, pese al despilfarro y la mala gestión, avanzar significativamente en la construcción de infraestructura; y hasta en la “revolución cultural” se pudieron hacer importantes conquistas en el plano diplomático[vi]. Puede que en cierto momento, el PCCh pudiera haber desestimado en su totalidad estos periodos, y seguramente hubiera contado con importantes respaldos nacionales e internacionales, sin embargo, se decidió sabiamente que la propia historia no era algo que se pudiera tomar a la ligera. No había cabida para la brocha gorda o los análisis a botepronto en cuestiones de tamaña magnitud.

Ese hecho era tan importante entonces, como ahora, cuando el Partido ya ha superado los 100 años de historia. La preocupación por este asunto no ha cesado hasta la actualidad. Hoy se siguen elaborando balances profundos y denunciando el nihilismo histórico. Esta expresión, el “nihilismo histórico”, condensa la preocupación por lo que venimos comentando. No es casualidad que la prensa antichina la caricaturice, como si de una excentricidad totalitaria se tratase, pues justamente su objetivo es establecer un relato terrorífico en cuanto al devenir del proyecto socialista en China. Por eso el Partido no baja la guardia. En un discurso mucho más reciente, Xi Jinping afirma:

Debemos persistir en la noción correcta de la historia del Partido, establecer una concepción macrohistórica, comprender correctamente el tema, la línea principal, el aspecto dominante y la esencia del desarrollo histórico del Partido, tratar correctamente sus desaciertos y reveses en su camino de avance, acumular las experiencias destiladas por los éxitos y asimilar las lecciones extraídas de los desaciertos, para abrir sin cesar caminos hacia la victoria. Hemos de oponernos con una postura claramente definida al nihilismo histórico, reforzar la orientación ideológica y el discernimiento y el análisis teóricos, y disipar las ambigüedades y rectificar la unilateralidad en la comprensión de algunos de los importantes problemas presentados en la historia del Partido, a fin de clarificar mejor los asuntos[vii].

De estas palabras, pronunciadas por el Secretario General, pero producto del trabajo partidario, se deduce que la dialéctica y el materialismo —principios elaborados por clásicos marxistas como Engels, Lenin o Mao— no son meras abstracciones. Tampoco son armas que sacar a relucir contra el enemigo, pero guardar cuando lo que se analiza es lo propio. Hay que ser tanto o más exigentes en cuestión de rigor con uno mismo como se es con los demás. En ese sentido el marxismo juega un papel central: su desarrollo, que hoy lleva a cabo el PCCh, no es una simple pose de cara al exterior, ni tampoco un resquicio folclórico, al contrario: es una herramienta para el perfeccionamiento material y práctico del sistema[viii].

Todo este rigor y firmeza, por desgracia, se extraña en muchos otros contextos. En occidente, el contexto que conocemos, se tiende a dividir nuestra historia entre buenos y malos, períodos de absoluta grandeza en los que todo es bello y luminoso, y otros de total miseria, en los que tan solo hay traición e ineptitud. Un escenario así no favorece la investigación o la discusión. La propaganda (que es también necesaria) se antepone a la ciencia. A corto plazo, como táctica, puede ser útil: se simplifica la cuestión y permite mirar para otro lado ante cuestiones incómodas. Pero el precio es alto. La militancia y la estructura partidaria se engarrotan, se anquilosan en consignas. Es más cómodo lanzar consignas que repetir que abrir un proceso de debate que convoque a personas incluso desde fuera del Partido, en el que cuadros políticos consolidados y militancia de reciente incorporación intercambien impresiones. En un momento dado eso puede ser arriesgado, sobre todo si no se tiene una organización en forma. Podría ser aprovechado por el enemigo para introducir ideas que desmoralicen. Pero no hacerlo es todavía más peligroso, pues se entra en un camino de análisis planos y dicotómicos del que no es fácil salir.

El Partido Comunista de China se ha ganado el derecho de ser estudiado, y será el deber de la militancia de todo el mundo asimilar lo que pueda para seguir construyendo la historia conjunta del movimiento comunista internacional. Porque, aunque se intente negar, la historia del comunismo está muy lejos de haber acabado. No es ni mucho menos tarde para perfeccionar nuestra relación con ella.

NOTAS:

[i] Leibner, Gerardo, Camaradas y compañeros. Trilce, 2011, pp. 18-22.

[ii] Mao Zedong, Obras escogidas, tomo III. Fundamentos, 1974, p. 164.

[iii] Deng Xiaoping, Textos escogidos (1978-1982). Lenguas Extranjeras, 1983, p. 179.

[iv] Fragmento del discurso resumen pronunciado por Hu Yaobang (“El Partido Comunista de China analiza su historia” Cuadernos de Nuestra Bandera, nº 5, p. 7).

[v] Véase: Hu Sheng et al., Breve historia del Partico Comunista de China. Lenguas Extranjeras, 1994; Liu Suinian y Wu Qungan, Breve historia de la economía socialista de China. Beijing informa, 1984.

No se deje engañar el lector por los títulos: los textos cuentan con más de 1000 y más de 700 páginas respectivamente.

[vi] En relación a esto, puede verse Xie Chuntao et al., ¿Por qué y cómo funciona el Partido Comunista de China? Nuevo Mundo, 2012, cap. 3.

[vii] Xi Jinping, La gobernación y administración de China, tomo IV. Lenguas Extranjeras, 2023, p. 24.

[viii] Por desgracia, de la ingente cantidad de bibliografía marxista especializada que produce el marxismo chino, es una cantidad ínfima la que nos llega a occidente. Cabe destacar algunas excepciones como el texto de Gu Hailang (et al., Cómo el marxismo transforma el mundo) recientemente traído al castellano por Luxemburg y CEFMA, a quienes debemos otros tantos textos sobre el socialismo con características chinas. También el trabajo de la editorial germano-inglesa “Canut” en lo que a traducción de textos académicos marxistas se refiere; y en particular el monumental esfuerzo por editar El gran diccionario del marxismo (The Great Dictionary of Marxism. Canut, 2023), una gigantesca obra creada en honor al bicentenario del natalicio de Marx. Coordinado por Xu Guangchun, pero en cuya redacción —de sus más de 2.000 entradas— han colaborado varias decenas de prestigiosos académicos, da una fantástica panorámica de los planteamientos que desde China se hacen sobre este descomunal tema.

(*) Jesús Rodríguez Rojo, profesor de sociología en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). Miembro de la Fundación de Investigaciones Marxistas. Correo: jrodroj@upo.es; Luis Felip López-Espinosa, miembro de la Fundación de Investigaciones Marxistas. Correo: felip885@gmail.com