martes, 19 de agosto de 2025

Código abierto frente al supremacismo tecnológico occidental


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Por Pedro Barragán

La guerra tecnológica forma parte de una estrategia amplia de Estados Unidos para contener a China y evitar que le supere como primera potencia económica mundial. Lo que comenzó oculto como una disputa comercial se ha ido mostrando como un intento sistemático de debilitar sectores clave de la economía china y frenar su crecimiento

La tecnología es el frente principal de este conflicto, porque define el poder económico, militar y geopolítico del siglo XXI. En este escenario, el dominio de áreas como la Inteligencia Artificial, los semiconductores, la computación cuántica, las redes 5G y la biotecnología no es solo una cuestión de innovación, sino la base del control global norteamericano. Frente a esta presión, China ha hecho del código abierto una herramienta estratégica para resistir, avanzar y romper su dependencia del modelo tecnológico occidental.

Desde 2018, la ofensiva de Washington contra Beijing se ha intensificado. Bajo la primera administración Trump, se lanzaron sanciones a empresas clave como Huawei, ZTE y SMIC, alegando preocupaciones de seguridad nacional. Con la llegada de Biden, lejos de relajarse, las restricciones se ampliaron. Hoy, de nuevo con Trump, China tiene bloqueado el acceso a chips avanzados fabricados con tecnología estadounidense y sus empresas están fuera de plataformas globales esenciales. Incluso aliados como Japón, Corea del Sur, el Reino Unido o Alemania se han unido, bajo la presión de Washington, a la campaña para excluir a las empresas chinas de sus redes de telecomunicaciones y proyectos tecnológicos estratégicos.

El objetivo de Estados Unidos es claro: conservar su liderazgo tecnológico global, evitar el ascenso chino y consolidar su dominio sobre las infraestructuras críticas del futuro. Sin embargo, esa política de contención ha tenido consecuencias inesperadas. Por un lado, ha obligado a China a acelerar su autosuficiencia. Por otro, ha alimentado una fragmentación del ecosistema digital global, con la emergencia de estándares paralelos, cadenas de suministro duplicadas y bloques tecnológicos cada vez más aislados entre sí.

Hombre realizado con drones. Fiesta de Bienvenida al 2020, Shanghái

Frente a este cerco, Pekín ha diseñado una respuesta que combina inversión masiva, planificación estatal y apertura tecnológica. La iniciativa Made in China 2025 es solo la punta del iceberg. En los últimos cinco años, el país ha multiplicado su gasto en I+D, ha creado decenas de fondos de inversión pública y ha incentivado la creación de startups en sectores estratégicos. Pero lo más interesante es su apuesta sistemática por desarrollar tecnologías en código abierto. El software libre, que durante décadas fue impulsado por comunidades de programadores de forma voluntaria, se convierte así en instrumento de soberanía nacional de los países del Sur Global.

Ejemplos de esta estrategia sobran. Huawei ha transformado su sistema operativo HarmonyOS en OpenHarmony, una plataforma de código abierto destinada a reemplazar Android y Windows en dispositivos del Internet de las Cosas. Este movimiento no solo evita las sanciones, sino que permite a miles de desarrolladores chinos y extranjeros contribuir a una infraestructura común. Otro ejemplo es Deepin, una distribución de Linux totalmente desarrollada en China, con una interfaz moderna y adaptada a las necesidades del mercado local.

La Inteligencia Artificial es otro de los campos donde China está construyendo su independencia con herramientas abiertas. El modelo DeepSeek, lanzado recientemente, compite con los de OpenAI y Google en términos de capacidad, pero ofrece apertura y acceso gratuito, lo que ha multiplicado su adopción en entornos académicos y empresariales. A esto se suman los frameworks de aprendizaje profundo PaddlePaddle (Baidu) y OneFlow (Alibaba), diseñados para entrenar modelos en arquitecturas de hardware chinas.

En este punto entra en juego un elemento central: el dominio de las GPU, las unidades de procesamiento gráfico esenciales para entrenar modelos de IA. Hasta ahora, Nvidia, con su plataforma CUDA, tenía el monopolio de esta tecnología. CUDA es potente, pero exclusiva: solo funciona con hardware Nvidia, sujeto a restricciones de exportación. China, en respuesta, ha desarrollado CunA, una arquitectura propia compatible con chips locales como Huawei Ascend, Cambricon e Iluvatar. CunA permite ejecutar tareas de alto rendimiento sin depender de software estadounidense, y es compatible con los frameworks chinos ya mencionados.

Esta independencia tecnológica no se limita al software. En el ámbito del hardware, China ha apostado por RISC-V, una arquitectura de procesadores de código abierto que compite con ARM y x86. Al no requerir licencias ni estar bajo control de ninguna empresa extranjera, RISC-V permite a los diseñadores chinos crear chips personalizados sin riesgos legales ni bloqueos externos. El Gobierno ha incentivado su adopción en sectores como defensa, infraestructura crítica y educación.

Además, para evitar depender de plataformas como GitHub —propiedad de Microsoft y sujeta a regulaciones de Estados Unidos—, China ha impulsado Gitee, su propio repositorio nacional de código fuente. Gitee no solo garantiza la continuidad de los proyectos chinos, sino que también fomenta un ecosistema más seguro y alineado con las políticas del país.

Si nos fijamos en las grandes cifras, los primeros resultados, a nivel de la economía global, de esta nueva guerra tecnológica y comercial lanzada por Trump ya son visibles. Mientras Estados Unidos se encuentra en plena desaceleración económica, con un retroceso del 0,3% de su PIB durante el primer trimestre de 2025, China ha registrado un crecimiento del 5,4%. Y en el terreno del comercio internacional, las exportaciones chinas crecieron un 9,3% en abril, lo que demuestra que el país ha sabido diversificarse y reducir su vulnerabilidad frente a los aranceles norteamericanos. Aunque las ventas a Estados Unidos cayeron un 1,5%, el impacto ha sido absorbido por otros mercados.

A nivel global, nos encontramos ante una creciente polarización tecnológica. Los dispositivos, aplicaciones y plataformas que se usan en China ya no son los mismos que en Occidente. Donde antes reinaban Google, Microsoft o Nvidia, hoy ganan terreno Baidu, Huawei y plataformas chinas abiertas. Lo que está en juego no es solo el liderazgo económico, sino la forma en que se estructura y distribuye la tecnología globalmente.

La apuesta por el código abierto no es casual. China ha entendido que el acceso compartido al conocimiento técnico es una ventaja estratégica. No solo fortalece su resiliencia frente a sanciones, sino que también le permite atraer a desarrolladores de otros países, ganar legitimidad internacional y presentar una alternativa a la hegemonía digital estadounidense. Abrir el código se convierte en una forma de cerrar el paso al dominio absoluto de Silicon Valley.

En este nuevo escenario, Estados Unidos corre el riesgo de atrincherarse en un modelo cerrado, excluyente y cada vez menos competitivo. Mientras la innovación china avanza con el impulso de millones de desarrolladores y una política estatal coherente, el país que una vez lideró la revolución digital parece estar cediendo terreno.

La guerra tecnológica no se libra solo con sanciones ni con hardware de vanguardia. También se decide en los repositorios de código, en las licencias libres, en las arquitecturas abiertas y en la capacidad de construir alianzas tecnológicas globales. Y en ese terreno, China está jugando con visión de futuro.

* Pedro Barragán es economista y experto en relaciones internacionales. Acaba de publicar un ensayo: “Por qué China está ganando”. Miembro de Cátedra China, temática que deja reflejada en su blog personal. Es editor de la web Archivo de la Transición.