ESTADO ESPAÑOL, MÉXICO :: 23/10/2024
ARANTXA TIRADO
México ha expuesto a esa España cerril que se niega a emprender un ejercicio de memoria, justicia y reparación, ni siquiera simbólico, con las víctimas de su pasado imperial
El 1 de octubre de 2024, Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera presidenta constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Este hecho, relevante en la historia de México y altamente simbólico en un país que se asocia, desde afuera, al machismo y los feminicidios, vino acompañado de un episodio menor, pero también insólito: la ausencia de representación institucional española en su toma de posesión.
El Gobierno de España no envió a ningún representante oficial ante la "inexplicable e inaceptable" decisión de las autoridades mexicanas, en palabras de Pedro Sánchez, de no invitar al rey Felipe VI. La exclusión del jefe del Estado, encargado de la representación española en todas las investiduras presidenciales de América Latina y el Caribe, fue percibida como una ofensa por Madrid. Por ello, el Ministerio de Asuntos Exteriores de España decidió "no participar en dicha toma de posesión a ningún nivel".
El desencuentro diplomático se remonta a una carta que el ya expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador envió a la Corona española en marzo de 2019. En ella, López Obrador planteaba a la actual institución monárquica, en tanto heredera de la que conquistó América, un ejercicio de reflexión "ante hechos que marcaron de manera decisiva la historia de nuestras naciones y que aún generan encendidas polémicas en ambos lados del Océano". Después de desgranar los principales hitos de la Conquista y posterior colonización de las tierras mexicanas por España, López Obrador dejaba claro que no buscaba una reparación pecuniaria ni legal de los agravios, sino que "México desea que el Estado español admita su responsabilidad histórica por esas ofensas y ofrezca las disculpas o resarcimientos políticos que convengan".
Los enardecidos defensores de España que han salido a cerrar filas con la Corona, justificando al Imperio español y relativizando sus crímenes, como siempre, por la supuesta existencia de una "leyenda negra" difundida por la "Pérfida Albión" -al lado de la cual la "tarea civilizadora" española debería ser incluso agradecida por los pueblos originarios de Abya Yala-, han omitido elementos importantes en sus ataques pueriles a la postura de México. Por ejemplo, que en esa misma carta el presidente mexicano proponía establecer el 21 de septiembre como "Día de la Reconciliación Histórica", haciéndolo coincidir con el bicentenario de la Independencia de México, los 500 años de la caída de Tenochtitlan y el inicio de la Colonia.
Esta efeméride, de hecho, iba a ser aprovechada para que el Estado mexicano pidiese "perdón a los pueblos originarios por haber porfiado, una vez consumada la Independencia, en la agresión, la discriminación y el expolio a las comunidades indígenas que caracterizaron el periodo colonial". Para lo cual, solicitaba a la Corona que se sumara para trabajar en una "hoja de ruta conjunta" que superara los desencuentros y agravios previos que habían jalonado la historia compartida. Es decir, México no realizaba una solicitud unilateral para tratar de ocultar sus propias culpabilidades en la continuidad de la marginación a los pueblos indígenas de la Independencia en adelante, como se ha escuchado profusamente estos días. El Gobierno de México planteaba a España asumir conjuntamente la responsabilidad por una situación de discriminación que hunde sus raíces en una lógica colonial que persiste en la mentalidad de buena parte de los mexicanos, también en sus instituciones. El objetivo era redactar, por parte de ambos países "un relato compartido, público y socializado de su historia común", con la mirada puesta en el futuro: "A fin de iniciar en nuestras relaciones una nueva etapa plenamente apegada a los principios que orientan en la actualidad a nuestros respectivos Estados".
España frente al espejo colonial
El requerimiento de López Obrador operaba meramente en el plano de lo simbólico, era respetuoso y ponderado. Aun así, nunca obtuvo respuesta. Es más, como denunció el expresidente mexicano en una de sus últimas mañaneras, el Gobierno de España filtró la carta y se desató una campaña mediática de ridiculización de la postura mexicana en los medios españoles, de la mano de algunos intelectuales latinoamericanos, siempre prestos a salir en ayuda de la causa de la Hispanidad, como buenos colonizados.
Josep Borrell, entonces ministro de Exteriores de España, ha confesado en una entrevista reciente que fue él quien consideró que la Corona no debía responder a la misiva. No es de extrañar, se trata del mismo Borrell que hace años despachó el exterminio de los pueblos originarios de América del Norte con una displicente expresión, "mataron a cuatro indios". Es en el desdén que transmite ese silencio, tan poco diplomático, donde radica el origen de la crisis entre ambos Estados. Unas diferencias que, como se encargó de aclarar López Obrador, no es con el pueblo de España sino con la monarquía española.
En medio del paternalismo que caracteriza cualquier aproximación a las relaciones con América Latina por parte de España, se infravalora que México, en realidad, le está dando a España la oportunidad de reflexionar críticamente sobre sus responsabilidades históricas en la Conquista y colonización de América. La carta de López Obrador podría haber sido la coyuntura perfecta para que el Estado español se incorporase en el grupo de las expotencias coloniales que, en los últimos tiempos, han reconocido los abusos de su acción imperial pasada. Por el contrario, las autoridades españolas, embebidas de soberbia y prepotencia, optaron por enrocarse en su pasado imperial sin hacer ni un leve esfuerzo de mínima autocrítica.
Cinco años después, vista su incapacidad de enmienda ante la negativa a invitar a Felipe VI por ignorar el mensaje del jefe de Estado mexicano, el Gobierno de España demuestra que sigue sin aprender. Prefiere seguir aferrado a una lectura del pasado que pone en evidencia una anacrónica nostalgia imperial, incompatible con los valores de la izquierda. Pero el problema no es sólo institucional, refleja el sentir de amplios sectores sociales que encuentran representación y retroalimentación de sus posiciones defensivas, bastante poco elaboradas argumentalmente, en los medios. Cegados por un nacionalismo supremacista y chovinista de distinta intensidad, historiadores, escritores, periodistas o simples opinadores son incapaces de salir de los marcos del revisionismo histórico que, en nombre de las bondades civilizadoras, niega cualquier elemento negativo en el papel de los españoles en América. La autocrítica de los españoles con el proceso de Conquista y colonización de América brilla por su ausencia. En este tema, como en otros, es la derecha y la ultraderecha la que está marcando las coordenadas del debate.
Sin embargo, no es sólo un afectado orgullo decadente el que empuja a España a mirar al pasado para encontrar autoafirmación en el presente y el futuro; es, sobre todo, la voluntad de defender en la actualidad una mal entendida influencia política, de tintes claramente neocoloniales, indispensable para la penetración de los intereses económicos de las empresas españolas en América Latina. Pero, como se puede apreciar en esta y otras polémicas recientes protagonizadas por la Corona -desde el "por qué no te callas" al no levantarse ante la espada de Bolívar-, de continuar por esta vía, existe el riesgo de que la proyección española sea tan declinante en América Latina como el apoyo a la monarquía en el Estado. Parece que el momento político post-neoliberal, con mayor presencia de gobiernos de una izquierda soberanista en el continente americano, sigue sin digerirse, ni entenderse, por las autoridades españolas.
No es sólo la mirada al pasado, es al presente y al futuro
Resulta evidente que el debate planteado por López Obrador no tiene que ver con el pasado sino con cómo nuestras miradas al pasado determinan nuestro presente y condicionan nuestro futuro. No se trata, pues, de revisar hechos históricos con mirada extemporánea sino de reflexionar desde las instituciones del Estado sobre cómo la posición que se adopta acerca de las invasiones imperiales, genocidios y atropellos a los derechos humanos pretéritos pueden influir en cómo respondemos a ese mismo tipo de abusos en la actualidad en la que vivimos.
En el mundo actual estamos presenciando en tiempo real crímenes de guerra perpetrados por un Estado colonial, Israel, contra una población palestina a la que se le niega incluso su derecho a la resistencia. La misma lógica del pasado opera en el presente y los mismos que niegan los crímenes de entonces, relativizan o justifican los actuales. Escudarse en la simple descripción de que la Historia de la humanidad ha sido una concatenación de expansiones militares, guerras y colonizaciones para evitar condenar sus efectos, todavía visibles en las actuales sociedades de América Latina, es el equivalente a que alguien en un futuro afirme que no se pudo hacer otra cosa para parar los crímenes de Israel en Gaza, Cisjordania o Líbano porque era la manera en que se solucionaban los conflictos en los siglos pasados. Pero sabemos que esto no es así.
¿Por qué es tan difícil para el Estado español ver la injusticia de las atrocidades cometidas durante la Conquista y colonización de América? ¿Por qué se niega a responder con un simple gesto de empatía y sensibilidad? Como lo expresó la nueva presidenta mexicana: "Las disculpas públicas de un crimen de lesa humanidad engrandecen a los pueblos". Lo dijo mientras anunciaba el perdón de su Gobierno a los familiares de los estudiantes asesinados por el Estado mexicano el 2 de octubre de 1968, en su primer acto público. Es una cuestión de voluntad política que sirve, además, para decir "nunca más". En este caso que nos ocupa, nunca más imperios, conquistas, robo de tierras, esclavitud, explotación o rapiña, ni loas al mestizaje ocultando el uso del cuerpo de las mujeres como botín de guerra.
Con su solicitud de perdón, México ha expuesto a esa España cerril que se niega a emprender un ejercicio de memoria, justicia y reparación, ni siquiera simbólico, con las víctimas de su pasado imperial. Algo que, curiosamente, España sí hizo con los judíos sefardíes, expulsados de la Península el mismo año de la llegada de Colón a América, pero que es incapaz de hacer con los pueblos originarios del continente americano. Un ejercicio que, por otra parte, igual le es negado a esa otra España no monárquica a la que se echó de su tierra, empujándola al exilio por sus ideas políticas antifascistas, a la que se persiguió, encarceló y asesinó robándole, incluso, la propia cualidad de ser española.
A la lista de agradecimientos que España debe a México por su apoyo férreo a la Segunda República y su generosa acogida al exilio republicano, debemos añadir ahora la oportunidad de reflexión que López Obrador ha dado al pueblo español con su carta, y Claudia Sheinbaum con su veto a la presencia del rey. A través de sus firmes palabras escuchamos el eco de los pueblos originarios, pero también de los descendientes del exilio, transterrados en México, que forman parte de la inspiración y construcción del proyecto de la 4ª Transformación mexicana. Recuerdan a los españoles que se quedaron en España que hay otra manera de relacionarse con los pueblos del mundo, pero, también, con la propia historia e identidad. Por todo ello, y mucho más: gracias, México.
lamarea.com
Texto completo en: https://www.lahaine.org/est_espanol.php/gracias-mexico