Nicolás Maduro, líder de la Venezuela revolucionaria y heredero político comprobado del comandante Hugo Chávez
La Revolución Bolivariana ha enfrentado desde el inicio una serie de problemas, pero nunca como durante el periodo posterior al fallecimiento del presidente Hugo Chávez Frías. Con una oposición poco creativa, sin capacidad orgánica y siempre dividida pero alimentada desde afuera por el imperialismo, principalmente estadounidense pero también europeo, las pruebas para superar la pérdida del líder fundador del movimiento fueron durísimas. No obstante, supieron levantarse con base en la resistencia y la organización populares, el liderazgo colectivo y la flexibilidad en los movimientos tácticos.
En mayo de 2018 y más allá del sesgo y la manipulación de los datos, es decir la mala intención del artículo, la BBC tuvo que reconocer el talento del liderazgo del presidente Nicolás Maduro para capear temporales. Y hoy, Nicolás Maduro es el líder constitucional del pueblo de Venezuela, el dirigente más notorio del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y del Gran Polo Patriótico y el primer representante del chavismo y del socialismo bolivariano. De todo esto no debe caber la menor duda.
Breve recuento de la crisis desde 2013
Sin embargo, debemos hacer un repaso de todo por lo que atravesó el pueblo venezolano en su conjunto y, por lo tanto, el proceso revolucionario y sus dirigentes.
En marzo de 2013, el comandante Chávez pasó a la inmortalidad y debió ser sucedido por Nicolás Maduro de forma constitucional hasta terminar el mandato en 2019 y luego representar al pueblo bolivariano en las elecciones de 2018, donde el chavismo triunfa, debiendo gobernar hasta 2015. Aprovechando la desazón por la muerte del comandante Chávez, la oposición golpista, enfeudada desde siempre a los intereses del imperialismo estadounidense, dio rienda suelta a las denominadas “guarimbas” de febrero de 2014, apoyadas por una millonaria campaña de desinformación de los medios de comunicación monopólicos de la derecha latinoamericana soliviantadas por el imperialismo. Ocasionaron casi medio centenar de personas asesinadas, casi un millar de heridos y costosísimos perjuicios en infraestructura de 10.000 millones de dólares. Los golpistas incendiaron centros de salud y de estudio, establecimientos de acopio y distribución de alimentos y transporte público, es decir, fueron ataques directos contra la población de recursos más humildes.
En 2015, la oposición obtuvo mayoría en la Asamblea Nacional, empero, Nicolás Maduro obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales de 2018 y empezó un nuevo periodo de gobierno. Ya en el año 2013, desde el segundo gobierno de Barack Obama, se habían iniciado las medidas coercitivas unilaterales (MCU), que recrudecieron en 2014. Los resultados electorales de 2015 eran producto de un plan desestabilizador y golpista que se apoyaba especialmente en producir caos y destrucción en las calles para afectar la tranquilidad de la población, mientras que el desarrollo social gestado por la Revolución era minado por el bloqueo económico, a través del secuestro de capitales, prohibición del comercio exterior, apropiación de empresas y negocios del Estado bolivariano, etc. Cerca de mil MCU fueron impuestas al Gobierno revolucionario, el 60 por ciento desde los Estados Unidos, pero también desde Reino Unido y la Unión Europea.
Por si esto no fuera demasiado, en 2014 se dio una sequía extrema que disminuyó el nivel de precipitación de agua a la mitad y complicó el desarrollo de los recursos hídricos, las cuencas hidrográficas y todo lo que se desprende de esto. Cuatro años después, en 2018, las inundaciones adquirieron dimensiones históricas, dañando no únicamente la agricultura sino también la producción energética, ocurriendo una situación similar en 2022. En 2019, la República Bolivariana de Venezuela entró en crisis energética y debió pasar a un cronograma de racionamiento de la electricidad. Nada de esto fue producto de la “furia de la naturaleza” o de la “incapacidad del gobierno”; todo fue parte de un plan desestabilizador implementado por la oposición que clamó por las medidas coercitivas para hacer mella en la conciencia del pueblo y aprovecharse de su marginación histórica, que la Revolución bajo los liderazgos de Chávez y Maduro habían logrado revertir. “Parecía que se hubiesen desatado sobre el pueblo venezolano las doce plagas bíblicas”, nos dice una compañera.
En 2017, bajo los auspicios del corrupto agente de inteligencia estadounidense de toda la vida, Pedro Pablo Kuczynski, que había llegado a la presidencia de la República del Perú, se forma el “Grupo de Lima” que reunió a toda la reacción del continente y que de manera irresponsable alentó la migración de millones de jóvenes venezolanos, aprovechando las necesidades que atravesaban producto de la guerra económica y sus consecuencias. Empujaron una migración hacia países supuestamente estables económicamente, conduciendo a miles a vivir en la indigencia, a sufrir de la xenofobia y el abuso laboral. El imperialismo no solo quería hacer sufrir al pueblo venezolano en el país sino a los emigrantes, ya que en los países adonde arribaron fueron en su gran mayoría explotados, usando su fuerza laboral en condiciones terribles y sin beneficios laborales.
En 2019, crearon al títere Juan Guaidó con la idea de inventar un gobierno paralelo que fuera quitando espacio mediáticamente al legítimo Gobierno bolivariano, algo que no ocurrió pero que sí les sirvió para usufructuar capitales y tramitar más medidas coercitivas contra el Gobierno de Nicolás Maduro.
Entre 2020 y 2021, la pandemia llegó por añadidura. ¡Tratemos de imaginar cómo este pueblo heroico y su dirección revolucionaria resistió bloqueo económico, ausencia de medicinas, negativas de préstamos, crisis energética, sequía primero, inundaciones después, violencia golpista, atentados, descenso de la capacidad de consumo y varios etcétera!
Pero también había un contexto mundial adverso, las consecuencias de la crisis económica de 2008 que se fueron sintiendo paulatinamente en América Latina y el descenso del precio del petróleo entre 2016 y 2020, especialmente.
Las consecuencias fueron casi apocalípticas -usando la expresión del vecino de un barrio popular-, pero mencionaremos las más notables: una hiperinflación de 150.000 por ciento, 100.000 por ciento de devaluación de la moneda en un año, escasez de medicinas al 98 por ciento. Todo esto afectó el pleno desarrollo de la población, creciendo la tasa de mortalidad. En plena pandemia y aplicando las MCU de forma inhumana, el FMI negó el dinero para que el Gobierno venezolano pudiera adquirir vacunas.
¿Qué buscaban la oposición golpista y el imperialismo con todo esto?
Pues destruir a la Revolución, dividir al pueblo de sus dirigentes generando descontento social. A pesar de todo, el pueblo supo comprender el proceso en su gran mayoría. Vimos barrios y pueblos que acuñaron su propia moneda como medio de cambio, se hicieron cadenas productivas, se practicó el intercambio como forma comunitaria y poco a poco se fue resistiendo y superando.
¿Y el Gobierno? Pues jamás abandonó a su pueblo. Para cada problema se producía una respuesta creativa. La Revolución Bolivariana, que siempre defendió la autodeterminación de los pueblos, supo solidificar alianzas con gobiernos que no obedecen los dictámenes del imperialismo y sus aliados, y paulatinamente se fueron superando todas las crisis bajo el principio de primero el pueblo.
La Revolución Bolivariana vive
Hoy los índices de devaluación son más bajos que en los últimos 25 años, el bolívar ha sido rescatado y hoy vuelve a ser medida de cambio, la producción de alimentos en el país de significar el 3 por ciento pasó al 96 por ciento, a pesar de que aún existen más de 960 medidas coercitivas unilaterales.
Los empresarios de los Estados Unidos que precisan del petróleo han manifestado esta necesidad y presionan al gobierno de Biden a no impedir su acceso vía Venezuela. Para el capitalismo, el capital manda sobre la política y los imperialistas deben morderse la lengua. La economía ha crecido por 22 trimestres continuados, al principio fue lento, ahora hasta al Fondo Monetario Internacional les es imposible negar el despegue venezolano, pues han reconocido la superación de los problemas económicos y ha pronosticado que Venezuela “será la economía de América Latina con más crecimiento en 2024”.
Solo por mencionar una muestra del novísimo empuje económico: hemos visitado las ferias alimentarias y la producción nacional no únicamente crece, sino que se diversifica y promueve el uso sustentable, ecológico y saludable en la creación y distribución de los productos generando un consumo responsable y saludable.
El carácter vital de la Revolución
La dura realidad de las medidas coercitivas unilaterales, los problemas económicos derivados de la crisis energética, la migración y la pandemia, profundizaron la fe religiosa de muchísimos venezolanos y la Revolución se tornó entonces más religiosa. “Acaso la emoción revolucionaria no es una emoción religiosa”, escribió José Carlos Mariátegui en 1924 y tenía razón. Y añade en 1928: “El concepto de religión ha crecido en extensión y profundidad. No reduce ya la religión a una iglesia y un rito”. En Venezuela, católicos, evangélicos, santeros, seguidores del panteón indígena, etc., que creen en sus propias fuerzas para vivir con dignidad, en la organización popular y en la relación respetuosa y orgánica con sus dirigentes agrupados en un partido y con el Ejército al servicio del pueblo, entienden el fervor político de forma religiosa, en uno de sus sentidos más antiguos, el de reunir, ligar, relacionar, congregar.
La fe en la Revolución mantuvo unido al pueblo de Venezuela a pesar de todas las crisis, el bloqueo y la diáspora, más allá de los rituales y las jerarquías. Mariátegui creía que la labor de los socialistas no es luchar contra las religiones sino contra “el régimen económico que las sostiene”, cuando estas quedan reducidas a intereses elitistas por encima de las necesidades de la población. En la Revolución Bolivariana lo que importa de la fe religiosa es cómo esta conecta con la solidaridad, el trabajo organizado y la generación de conciencia revolucionaria. Nicolás Maduro y los demás dirigentes de la Revolución Bolivariana observaron este proceso y lo entendieron bien.
En 1928, José Carlos Mariátegui pensó que “los mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos”. En la actual Venezuela, que se ha levantado de todos los golpes imaginables frente a una derecha que, en el colmo de lo patético, pidió a los Estados Unidos la intervención militar, esta identificación entre la lucha por el futuro para el bien de todas y todos, para la plenitud del espíritu, es total y mejor aún, efectiva.
Algunos vanguardistas critican esto. ¿Y qué problema existe en que una revolución modifique, reinvente, adorne o por último vivifique sus formas discursivas? ¿No quiere decir más bien que está más viva que nunca? ¿Acaso el problema es semántico? Eso no quiere decir que no prestemos atención a las ideas, los conceptos y los programas, pero como señaló Karl Marx en 1845: “Que el pensamiento humano tenga una verdad objetiva no es una cuestión de teoría, sino una cuestión de práctica. Uno debe probar en la práctica la verdad de su propio pensamiento, es decir, la realidad y el poder de su pensamiento, el aquí de su pensamiento. La discusión sobre si el pensamiento aparte de la práctica tiene realidad es una cuestión solo de textos filosóficos”. La Revolución Bolivariana ha demostrado en la práctica que comprende muy bien a quiénes defiende y por quiénes lucha. Y la base social de esa revolución lo ha entregado todo.
Siguiendo con la línea de Marx, el presidente Mao añade en 1937: “El estándar de la verdad solo puede ser la práctica social”. El Gobierno de Nicolás Maduro fue atacado por todos los flancos, inclusive desde adentro. A pesar de esto, ha entregado la vivienda popular cinco millones cien mil, y se ha iniciado la construcción de 400.000 más. ¡He ahí la verdad de la Revolución y del gobierno socialista de Venezuela!
La Revolución ha demostrado en la práctica superar todas las adversidades y el pueblo apoya y elige en su mayoría a quienes siempre estuvieron a su lado durante los problemas graves. Podemos decir que el Gobierno Bolivariano estuvo a la altura de su pueblo. Y como se lee en la Biblia, en Mateo: “Se juzga a alguien por su obra, la causa por el resultado”. Y la Revolución Bolivariana parece no haber perdido ese aire a juventud, a novedad, a felicidad, que la caracterizó en sus inicios hace un cuarto de siglo, sino por el contrario lo ha potenciado, diversificado, profundizado, con sabiduría, aprendiendo de los problemas, dialécticamente, o como enseña el Tao: “Cuanto más vive para los demás, más plena es su vida”. La Revolución Bolivariana hoy es más fuerte que ayer porque se ha cuajado en infortunios, porque ha sido innovadora frente a los reveses, sin victimizarse, sin lamentaciones vacías. Nicolás Maduro y la dirección colectiva de la Revolución han sabido reunir a su pueblo, ligarlo, relacionarlo, congregarlo en el combate por una Venezuela digna y soberana.
Y esto lo han hecho luchando al mismo tiempo por la paz, porque no es violencia solamente disparar un arma, golpear o matar; son violentos también el hambre, la enfermedad y la ignorancia. Los indígenas del Valle de Shenandoah, en los Apalaches norteamericanos, dicen desde hace siglos: “Ya no es lo suficientemente bueno llorar la paz, debemos actuar en paz, vivir la paz y morir en paz”. Lamentablemente el Gobierno de los Estados Unidos no escucha a su pueblo indígena; por el contrario, lo reprime.
Las calles, los barrios y los pueblos de toda Venezuela, en su gran mayoría, han participado en la campaña electoral con gran energía. El PSUV tiene nuevos militantes muy jóvenes que aprenden, trabajan y dirigen en Revolución. El Gobierno de Nicolás Maduro en la práctica ha demostrado un elevadísimo nivel de eficiencia pues ha logrado trasuntar un gran número de problemas, adaptó su organismo revolucionario para oponer resistencia a los tiempos duros y ha recreado y reinventado las formas políticas para conseguirlo. En estos durísimos años, el chavismo, el socialismo bolivariano, reunió a su pueblo y se enfrentó con decisión contra la derecha, el capital y el imperialismo. La auténtica fuerza de la Revolución Bolivariana radica en su pueblo y en su capacidad de renacer.
Nicolás Maduro Moros merece al pueblo que gobierna y este lo merece a él como conductor. La Revolución Bolivariana está más viva que nunca.
Nota: El autor es miembro de la dirección de la organización política Izquierda Socialista-Perú.
Fuente: https://www.telesurtv.net/opinion/la-autentica-fuerza-de-la-revolucion-bolivariana/