jueves, 16 de mayo de 2024

El FMI atrincherado en su (primer) mundo


M. CARACOL.


Estamos salvados. Podemos estar tranquilos porque, en abril, se ha celebrado otra vez la reunión semestral del FMI y el BM. Y, allí, la mafia financiera internacional ha discutido “el estado de la economía mundial y sus desafíos”. Todo un ejemplo de rigor y compromiso social.

La señora Kristalina Georgieva, que presume de “ecologista y feminista” pero acaba de ser reelegida -sin oposición – para dirigir otros cinco años al lobbie oligárquico, ha declarado que “sin una corrección de rumbo” nos dirigimos a unos “años 20 sosos”. Tras ello, la enchaquetada dirigente nos ha advertido, visiblemente compungida, del gravísimo riesgo de revertir las “mejoras en los niveles de vida” del tercer mundo en el que vive el 80% de la humanidad. Mejoras que, lamentablemente, solo existen en el mismo lugar que los elfos de Tolkien: la imaginación.

Será necesario, pues, leer entre líneas, ya que el FMI, al reconocer que la economía mundial ha desacelerado tras la Gran Recesión de 2008, está admitiendo implícitamente que el capitalismo ya no logra incrementar la productividad. ¿Cómo va a ser, entonces, el mejor sistema para alimentar a 8.000 millones de seres humanos?

Aunque no puedan decirlo, la situación hace innegable que el (supuesto) libre mercado (capital monopolista en realidad) no asigna ya las fuerzas productivas y los medios de producción a sectores que mejoren la productividad, sino a la especulación (financiera o inmobiliaria), el gasto militar o el marketing publicitario. El FMI, al servicio de los mismos de siempre, no quiere darle la razón a Marx, sino recetar el paquete de siempre: apertura comercial, libertad financiera y flexibilidad laboral. Frente a la emergencia de los BRICS, el FMI opta, cómo no, por atrincherarse en defensa del búnker privilegiado. Su supuesta “corrección de rumbo” es seguir haciendo lo de siempre y su cacareada “flexibilidad”, explotar más a la mano de obra para pagar la fiesta de una oligarquía que no se resignará a disminuir su nivel de vida. Al menos por las buenas.

De hecho, la baja rentabilidad exacerba hoy tensiones belicistas. Sin embargo, en este contexto, la izquierda de los países occidentales se empeña en caer en la trampa de los debates “país por país”, que obvia la realidad internacional del proceso de acumulación de capital. Entrando, incluso, en el juego tramposo y pueril de comparar la economía de antiguas colonias como Cuba con la de países vampiros como los europeos.

Hay que insistir, pues, en que las cifras de las que presume Occidente provienen de la apropiación, por parte de los países capitalistas con mayor nivel tecnológico, de plusvalía transferida desde los países con menos tecnología. Y es que las economías ricas, reduciendo los costes por unidad (sin olvidar la superexplotación del tercer mundo, donde imperan bajísimos salarios), garantizan una transferencia anual de fondos hacia el club imperialista.

De hecho, el analista económico británico Michael Roberts ha estudiado cómo, tras el final de la II Guerra Mundial, el bloque imperialista ha obtenido una parte cuantificable de su PIB a través de la transferencia directa de plusvalía en el comercio internacional, mientras que los países pobres han perdido justo esa misma fracción del PIB. La otra gran área de transferencia (naturalmente, siempre en la misma dirección) ha sido la inversión en activos de la periferia, aprovechando como dijimos los bajos salarios,  por parte de los países del G7. Ese, y no otro, ha sido el efecto de la “imparcial” apertura comercial recetada por el FMI y el BM

El mismo estudio demuestra que el bloque imperialista se beneficia cada año de la explotación de los BRICS, nada menos que en un 2-3% del PIB anual. Pero lo más asombroso (en realidad no) es que el bloque imperialista es hoy exactamente el mismo que Lenin identificó en 1915, alrededor de trece países aproximadamente. Apenas ha habido adiciones a este selecto círculo, que permanece cerrado a nuevos miembros y explota al resto del mundo. En consecuencia, concluye Michael Roberts, es una insensatez llamar imperialistas (o subimperialistas o cualquier otra ocurrencia) a países como China, Rusia, India o Brasil. 

Un FMI cada vez menos representativo y más bunkerizado confunde, deliberadamente, el mundo con el primer mundo. Hasta ahí normal. Lo chocante es que la propia izquierda occidental caiga en la trampa, comparando en valores absolutos los distintos niveles de vida y obviando que los carceleros nazis, o los negreros estadounidenses, también vivían mejor que los prisioneros o los esclavos a los que explotaban. Nada hay de defendible, y mucho menos de admirable, en un supuesto “éxito económico” occidental que, además de precarizar cada vez más a su propia clase trabajadora, únicamente puede lograrse explotando dramáticamente a la población del resto del planeta. 

La izquierda tendrá que asumirlo, a menos que quiera disputar eternamente los debates con un brazo atado a la espalda.