Por: Omar Rafael García Lazo
Damasco, 31 mar (SANA)
El autor contextualiza el período eleccionario en Venezuela, marcado por la hostilidad de Estados Unidos y el derecho de la Revolución Bolivariana a defenderse. Desmonta la campaña mediática actual contra la democracia venezolana y repasa los factores que caracterizan e invalidan a una de las apuestas de la heterogénea y dividida oposición.
Venezuela se prepara para un proceso electoral complejo y decisivo. Todo el andamiaje mediático corporativo occidental ya ha desatado su campaña para desacreditar los comicios y estigmatizar la Revolución Bolivariana.
Demostrado está el ensañamiento estadounidense contra la Venezuela chavista. El desajuste geopolítico que provocó la emergencia del ideario bolivariano y la práctica política de Hugo Chávez puso en alerta a Estados Unidos. Desde 1998, cuando el candidato Hugo Chávez derrotó electoralmente a la diversa e incoherente derecha venezolana, los gobiernos de Estados Unidos no han dejado de buscar vías para derrotar este proceso.
Todas las cartas han estado en la mesa. Intentos de asesinato, terrorismo, guerra económica, campañas mediáticas, financiamiento a la oposición, aislamiento diplomático, amenaza militar, son algunas de las tácticas usadas contra Venezuela, muchas veces de forma combinadas, con expresiones coyunturales de alto impacto.
Lo ocurrido en abril de 2002 anunció todo lo que vendría. En aquel momento, durante su primer mandato, Chávez enfrentó un golpe de Estado que fracasó gracias a su sagacidad y valentía, a la denuncia oportuna de Fidel Castro, a la movilización popular, y a la lealtad de los principales mandos militares. Desde entonces, la subordinación de la derecha venezolana, con todo su poder económico y mediático, a los planes agresivos de EE.UU., ha sido total.
Tras el fiasco golpista, la CIA y la élite venezolana desarrollaron un paro petrolero que puso en tensión al país durante meses. Las consecuencias económicas, sociales y políticas aún persisten. Sin embargo, la extraordinaria capacidad política de Chávez le permitió derrotar esta otra ofensiva.
Al morir el Comandante, el proceso continuó bajo la conducción de Nicolás Maduro, quien tampoco ha tenido sosiego. La ofensiva estadounidense ha incluido la arremetida económica con el bloqueo a las exportaciones de petróleo y a las importaciones de medicamentos y alimentos; el ataque a la moneda, la inflación inducida, la complicidad de parte del empresariado nacional, el robo de activos nacionales en el exterior, y los ataques a la infraestructura eléctrica y energética.
En paralelo, las agencias estadounidenses con la colaboración de aliados regionales han desarrollado planes subversivos que derivaron en violentos enfrentamientos superados gracias a la determinación y la transparencia del Gobierno, que superó acciones armadas provenientes del exterior.
El protagonismo de Washington ha sido incuestionable. Basta recordar aquel indignante capítulo de la política estadounidense marcado por la creación de un “presidente interino” en Venezuela, Juan Guaidó, quien, además de “gobernar” en las páginas de los medios de comunicación occidentales y sus adláteres latinoamericanos, y romper las reglas del sistema de relaciones internacionales, sirvió para robar de manera burda parte importante de los activos económicos que el Estado venezolano tenía en el exterior.
La comparsa de Corina
Esta vez, la dirección principal del ataque mediático y político se centra en la inhabilitación de María Corina Machado, lideresa de un minúsculo sector de la “oposición” venezolana.
Sobre Corina Machado hay que subrayar varios elementos. En primer lugar, tras la algarabía por su inhabilitación, continuó su “carrera electoral” designando una sucesora, lo que evidencia que es consciente de la legitimidad de la sanción y sabe que debe mantenerse en el “juego político” porque, ni ella es la lideresa que nos pintan, ni es la única candidata antichavista.
La llamada oposición venezolana, como tal, no existe. Durante años, las divisiones, las contradicciones, el choque de intereses grupales y personales, y las ambiciones económicas han caracterizado a los grupos que confrontan al chavismo. Indudablemente, esa cualidad genética que distingue a la “oposición” ha sido bien aprovechada por los seguidores de Chávez.
Volviendo a Corina Machado, se debe añadir algo que los medios han obviado con alevoso cinismo. Cualquier país bajo agresión permanente hubiera inhabilitado a una candidata que, además de exigir una intervención armada contra su propio país, fue parte del entramado de corrupción que desangró a Venezuela y que fue liderado el exdiputado Guaidó.
Juntos, Corina y Guaidó, además de facilitar el despojo de activos venezolanos en el exterior, entre ellos las empresas Citgo y Monómeros, con un daño al patrimonio de la Nación por más de 30 mil millones de dólares, metieron en sus bolsillos cifras indeterminadas de dinero proveniente de estas ilegales acciones.
Con este pedigrí, en cualquier país María Corina Machado podría estar presa. Sin embargo, goza de libertad gracias a la “dictadura chavista”, y continúa destilando odio, apoyada incluso por fascistas europeos.
Elecciones y pretensiones
El proceso electoral venezolano es hoy el carril que privilegia Estados Unidos para impulsar en el corto plazo sus planes antivenezolanos. Washington apuesta al desgaste del chavismo y al cansancio de la población, castigada por los efectos de la guerra económica. Todo combinado con los planes subversivos y las campañas mediáticas.
Esas son sus principales cartas, pues tiene completa seguridad de que la división de la derecha no permite derrotar en las urnas a la Revolución Bolivariana.
La apuesta estratégica de Washington se afinca en mantener la narrativa de la “dictadura venezolana” para justificar sus medidas de guerra económica; aislar progresivamente al Gobierno y al PSUV; debilitar el liderazgo de Maduro; desvirtuar el simbolismo del chavismo frente a su pueblo y los pueblos latinoamericanos; desarticular la integración regional atacando uno de sus principales ejes; y provocar roces y deslindes al interior de la izquierda regional, sobre la base de falsos preceptos democráticos “asépticos” que, aunque vigentes para algunos, carecen de toda legitimidad.
Caer en una injusta y superficial crítica contra el proceso venezolano y sus próximas elecciones, sin tener en cuenta el contexto, los antecedentes, los actores y la trascendencia de su desenlace, es un ejercicio contraproducente; más cuando, paradójicamente, durante estos 25 años de Revolución, se desarrollaron cerca de 30 procesos electorales entre presidenciales, regionales, legislativos y también referendos, en los cuales la oposición ha tenido triunfos parciales, siempre respetados.
Si la América Latina y el Caribe, en medio de sus telúricas disputas, ha llegado hasta este momento de hoy, se debe, en gran medida, a la resistencia de la Revolución Bolivariana que, como toda obra humana, tiene sombras, pero como pidió José Martí, los agradecidos vemos solo la luz. No es fe ciega, es historia y política.
Por: Omar Rafael García Lazo
Fuente: Almayadeen en Español